Hay dos imágenes de Ernest Hemingway. La más popular, a la que se tiene acceso por sus novelas y cuentos, es la de un hombre de armas tomar en el sentido literal, que participó de guerras, safaris y que terminó su paso por la vida apretando un gatillo contra sí mismo. Otra, más oculta, se revela en sus cartas que, con el pasar de los años aparecen aquí y allá y que revelan a un hombre sentimental, conectado con sus emociones, que es hasta capaz de "llorar" por la muerte de su gato.
Dentro de la segunda versión, hace unos cincos años, la Biblioteca presidencial de la Fundación John F. Kennedy exhibió una serie epistolar del período 1953-1960, inéditas hasta entonces, en la que el autor de Adiós a las armas, por ejemplo, relataba la muerte de su mascota felina: Tío Willie.
"Ciertamente lo extraño. Extraño al Tío Willie. Tuve que dispararle a gente pero nunca a nadie que conociera y amara durante once años. Tampoco a nadie que ronroneara con dos piernas rotas", escribió el autor a su amigo Gianfranco Ivancich, un joven aristócrata italiano 20 años menor, al que había conocido en enero de 1948.
"En conjunto, las cartas muestran que Ernest Hemingway poseía un lado gentil, alejado del compartimento de 'macho' con el que había sido encasillado, y que era alguien que apartaba su tiempo para ser paternal y nutrir a un joven amigo", dijo Susan Beegel, editora de la publicación académica The Hemingway Review.
En los últimos días, otra grupo de cartas reveló un aspecto con el que se especuló por mucho tiempo: el tipo de relación que tenía el viejo Hemingway con Adriana Ivancich, hermana de Gianfranco, y 30 años menor que el escritor estadounidense.
A lo largo de su vida, Hem se casó en cuatro oportunidade: Hadley Richardson (1921-1927); Pauline Pfeiffer (1927-1940), Martha Gellhorn, una de las corresponsales de guerra más importantes de la historia (1940-1945), y Mary Welsh, de 1946 hasta su suicidio en 1961.
El affaire con Adriana Ivancich
Cuando Hem y Gianfranco Ivancich se conocieron en un bar de Venecia en el '48, enseguida desarrollaron un vínculo afectivo. Las experiencias y heridas que sufrieron durante la Segunda Guerra fueron una excusa para pasar tardes y noches bebiendo, afición que ambos compartían. A los meses, se embarcaron en una cacería de patos, en la que conoció a Adriana. De aquel encuentro escribió que fue como si "hubiera caído un rayo".
Entonces, el autor ya vivía en la cubana Finca La Vigía, a donde regresó en abril de 1949, aunque en los primeros días del '50 ya estaba otra vez en Venecia, donde permaneció varios meses. Cuando Gianfranco se mudó a Cuba pasó a ser su invitado principal y al poco tiempo llegaron Adriana y su madre Dora y permanecieron allí por tres meses y medio entre 1950 y 1951.
Luego de dos accidentes aéreos en África que casi le cuestan la vida, Hemingway se fue una vez más a Italia, entre marzo y mayo del '54. En 1955, la relación se interrumpió, aunque de aquel período persisten una serie de cartas que se conservan entre la Universidad de Austin (Texas) y en la Biblioteca Kennedy, de Boston. En total, fueron ocho años de paseos, visitas esporádicas y correspondencia.
Algunas de estas cartas salieron por primera vez publicadas en el libro Autumn in Venice: Ernest Hemingway y His Last Muse (Otoño en Venecia: Ernest Hemingway y su última musa), del italiano Andrea di Robilant.
Por años, bibliógrafos y no tanto especularon con que la joven Adriana había sido más que una amistad, que ese influjo de energía y deseo significaba una relación de alcoba. Pocas pruebas, muchos rumores. La leyenda de ese romance comenzó a disiparse, hasta ahora.
El rol de Adriana no es menor en la vida del Hemingway-autor. Sus críticos están de acuerdo en que ella fue la musa inspiradora de dos de sus novelas tardías, las últimas que se publicaron con él en vida y que tuvieron diferente suerte. Por un lado, la entonces muy criticada Del otro lado del río y entre los árboles, situada en el Veneto y en la que Adriana inspiró el personaje de Renata. De hecho, Hemingway prohibió su publicación en Italia durante al menos dos años para proteger a los Ivancich del escándalo que igualmente causó cuando salió a la calle en 1965. La otra obra, ya sin referencias directas, pero realizada durante el período más fértil de la relación fue la obra clásica y ganadora del Pulitzer, El viejo y el mar.
En su libro de memorias, La torre Blanca, Adriana contó algunos detalles de su larga relación con el autor de Por quién doblan las campanas y aceptó haber sido la musa que inspiró a Renata.
Entre la correspondencia revelada por Di Robilant puede leerse una declaración de Hemingway: "Cuando estoy lejos de tí, me importa un comino, realmente, sobre cualquier cosa … Te extraño mucho. A veces es tan malo que no puedo soportarlo".
En otra, fechada en abril de 1956, Adriana en un tono dramático deja poco espacio a interpretaciones erróneas. Ella debía casarse en las siguientes semanas y le declara acerca de su futuro marido, el conde alemán Rudolph von Rex: "No quiere que te escriba más y no quiere que me escribas". Eso me ha hecho sufrir … y siempre me hará sentir triste… Probé todo (ya sabes cuánto te amo…). No hay lágrimas ni palabras que puedan hacerlo cambiar de parecer… Nunca pensé que podría haber un adiós entre usted y yo".
Para Di Robilant no se puede asegurar que hayan tenido una relación más allá de la idealización, por lo menos no existen pruebas que así lo confirmen, pero eso no significa que la presencia o la existencia de Adriana no haya tenido un efecto profundo en el escritor: "Ella le trajo alegría a su vida, lo inspiró, lo que lo llevó a un notable florecimiento literario en la última parte de su vida".
Hemingway se quitó la vida en julio de 1961, en su residencia de Ketchum, Idaho, EEUU. Adriana se ahorcó 22 años después, un 24 de marzo en su finca en la zona de Giardino, Italia. Tenía, apenas, 53 años.
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