Hasta cada momento, Mr. Roth

Un despedida amorosa, una mirada personal y en duelo: todo lo que significa decirle adiós al escritor favorito puede leerse en esta nota

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Philip Roth tenía 85 años
Philip Roth tenía 85 años

Hay una escena que me gusta mucho, creo que es de Elegía, una de esas breves novelas del período tardío de Philip Roth, tan despreciadas por los catadores de lo excelso. Cito de memoria. El protagonista está conversando con una mujer muy joven -pura energía- a la que conoció en la calle. Mientras corren y hacen ejercicio, intercambian comentarios menores, frases de ocasión, él es pura galantería. Tiene unos cuarenta años más que ella. En un momento ella le dice que él le cae bien, que le parece alguien diferente, que no entiende bien qué es eso diferente que percibe en él, pero que le gusta mucho. "Es que nací en 1937", le dice él. Y lo escribo y vuelvo a reírme como me reí al leerlo por primera vez: con la cabeza y con el corazón.

Foto de Roth en 2010,
Foto de Roth en 2010, cuando publicó su última novela, “Némesis”. (Reuters)

Philip Roth (1933-2018) fue un escritor con un talento extraordinario, no podría decir desmesurado porque justamente fue un hombre inteligente y con cierto pragmatismo que le permitió ponerle dique a ese don y convertirlo en arte literario. Su obra es, en ese sentido, un ejemplo de calidad y regularidad. Su lengua es -seguirá siendo- luminosa y accesible y los temas favoritos de sus obras son los temas que nos preocupan a todos los seres vivos: la culpa, el deseo, la mirada de los otros, el poder, la celebración de la vida, la miseria de la enfermedad, la inquietud por la muerte.

Philip Roth. (Foto Archivo GENTE)
Philip Roth. (Foto Archivo GENTE)

"En cualquier caso, sigue siendo cierto que de lo que se trata en la vida no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una vez y otra y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos", es una de las grandes frases de su inmensa Pastoral americana, posiblemente la mayor de sus obras, inigualable en su capacidad de creación de mundos y personajes. Otra es: "¿Quién está hecho para la tragedia y lo incomprensible del sufrimiento? Nadie." "La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre", escribió con una lucidez cercana a la flagelación.

Al menos a mí -soy fan y hoy no tengo la distancia heroica para enfriar mi juicio- se me hace difícil descalificar alguna de sus novelas o textos de no ficción: todos sus escritos y reflexiones me interesan, algunos me conmueven más que otros o me atrapan en la construcción de sus historias o en su juego narrativo más que otros, pero todos sus libros me son, ay, la tristeza me hace decir: necesarios.

Es el dolor, sí, pero es también el gusto por un estilo, el placer de saber que ahí, detrás de su nombre y de cualquiera de sus títulos, me espera siempre un universo atrapante y conmovedor ("Mi trabajo es encender la luz en medio de un drama, y si explota todo, que explote, no lo voy a detener"). Y en esa cercanía a su mundo, a sus tópicos, a su Newark natal, a sus alter ego Zuckerman y Kepesh -soy del club Zuckerman, sin titubeos- hay algo incluso físico que provoca que en el mar violento y desordenado de mis bibliotecas, los libros de Roth siempre tiendan a seguir agrupados, si no todos juntos, en bloques, como un foco de atención dirigido a mi ansiedad y manía lectora, como buscándome o, más bien, buscándonos a todos en esta casa en la que su nombre será siempre sinónimo de Beatle, de insuperable, de casi casi miembro de la familia.

Philip Roth
Philip Roth

En rigor, más allá de su producción literaria, todo lo que tenía que ver con Roth llamaba mi atención y provocaba mi interés, no sólo su literatura sino también su perfil alto y soberbio, su lugar como celebrity de la intelectualidad, su romance con Jackie Onassis que no fue, sus peleas con el establishment judío que lo caracterizó como "judío que se odia a sí mismo" a partir de su iconoclasta El lamento de Portnoy (1969 y cientos de miles de ejemplares) y su feroz combate cuerpo a cuerpo con su segunda esposa, la actriz británica Claire Bloom -la recordada actriz joven del film Candilejas de Chaplin, alguna vez una muchacha con cierto aire a Liz Taylor- y, junto con ella, con el aparato feminista talibán que la acompañó en su intento de repudio generalizado a la persona y la obra de Roth, a partir de sus denuncias de violencia psicológica durante los años que duró el desgraciado matrimonio, una relación que comenzó de manera apasionada y que casi veinte años después era definitivamente una cámara de tortura.

Con Claire Bloom, su segunda
Con Claire Bloom, su segunda esposa

Una operación de rodilla, una mala medicación, una depresión feroz, otra mala medicación: combo letal para un hombre narcisista y acostumbrado a tener un lugar central en su propia vida. "Lo que le ocurrió fue básicamente que reconoció que incluso el ser humano más fuerte puede acabar arrodillado por una combinación casi ridícula de un mal matrimonio, un dolor de espalda y la muerte. Todo lo que satiriza en La lección de anatomía le sucedió a él", dijo un amigo bajo anonimato por entonces. "Ambos son neuróticos. Estuvieron juntos 17 años, no todo ha debido ser malo. Es mejor estar al margen de los divorcios. Y de las guerras civiles", declaró sarcástico Gore Vidal, amigo de la pareja, sobre este episodio traumático que derivó en un libro de memorias odiosas de ella y varias novelas entre las que está Me casé con un comunista, y en las que se pueden leer entre líneas los sentimientos de Roth, cóctel amargo de frustración y desprecio profundo por su ex compañera.

Roth era no solo un gran escritor sino también, un profesor, un hombre que enseñaba a leer y a escribir y que se destacaba por reflexionar sobre la literatura y sobre las formas de la narrativa contemporánea con talento crítico y una gran capacidad para buscar el arte en la escritura de los otros, algo que se disfruta enormemente en su libro de entrevistas a escritores (El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras), un panteón de colosos entre los que están Milan Kundera, Primo Levi, Bashevis Singer y Mary McCarthy, entre otros.

Roth fue una de las
Roth fue una de las personas que más hizo por difundir la obra de Kundera

Philip Roth era un escritor brillante, un narrador diestro, un creador de grandes personajes. Un escritor de talento inusual capaz de hacerte reír, de emocionarte hasta las lágrimas y de mantener tu atención fija en su historia, que podía ser de ficción o fragmentos de sus propias memorias como hijo. En Patrimonio, posiblemente uno de los más extraordinarios ejemplos de literatura de duelo, el norteamericano toma la figura de su padre Herman Roth, quien a los 86 años es diagnosticado con un irreversible tumor de cerebro, y desanda la vida de ese comerciante judío y tenazmente vital hasta convertir en héroe literario al hombre que le enseñó todo.

Cuando decidió que ya era tiempo de retirarse porque lo que podía venir no iba a ser ni bueno ni satisfactorio para su deseo y su narcismo, lo hizo. "La lucha con la escritura terminó. Realmente es un gran alivio, algo cercano a una experiencia sublime, sólo tener la muerte como preocupación", dijo entonces, por el año 2012. Némesis, su última novela, escrita en 2010, fue una despedida sublime en la que el regreso al pasado de su adolescencia es un viaje extraordinario a los sentimientos básicos de la humanidad.

Una de las últimas fotos
Una de las últimas fotos de Philip Roth (NY Times)

Los años que siguieron fueron de relectura y, sobre todo, de lectura de textos de historia. Su curiosidad seguía intacta, aunque el vigor era un cálido recuerdo. "En solo unos meses dejaré la ancianidad y entraré en la ancianidad profunda: cada día cayendo aún más hondo en el temible Valle de las Sombras. Ahora es sorprendente estar todavía aquí al final de cada día. Meterme a la cama por la noche, sonreír y pensar: 'Viví un día más'", dijo en la última entrevista, publicada en enero de este año y que fue acompañada en The New York Times por las fotos de un anciano que tenía un lejano parecido con aquel hombre guapo y provocador que estuvo en el centro de la literatura norteamericana y mundial por cinco décadas.

Lejos de la depresión, lo suyo parece haber sido una sutil e inteligente adaptación a la muerte, esa soberana: "Y luego es sorprendente despertar ocho horas después, ver que es la mañana del día siguiente y que sigo aquí: 'Sobreviví otra noche'. Pensarlo me hace sonreír otra vez. Me duermo con una sonrisa y me despierto con otra. Me encanta seguir vivo. […] Ya veremos cuánto me dura la suerte".

Escribió los libros que quiso, amó a las mujeres cuanto pudo amarlas y recibió todos los premios posibles, salvo uno, cuya ausencia le dolía. "A veces me pregunto si habría podido ganarme los favores de la Academia Sueca si en vez de El lamento de Portnoy mi novela se hubiera llamado 'El orgasmo bajo el capitalismo rapaz'", ironizó una vez. La vida tiene estas vueltas: el largo adiós de Philip Roth que arrancó en 2010 terminó de consumarse a pocos días de la mayor vergüenza del comité responsable de la entrega del Nobel, cuyos miembros debieron huir por el foro tras un escándalo sexual y de filtraciones que deja al famoso galardón -que ya venía siendo cuestionado- con su prestigio por los subsuelos.

Es día de duelo para sus lectores pero me gusta pensar que tal vez, mientras su cuerpo abandona esta tierra, algo del espíritu de Philip Roth les está diciendo a los que displicentemente le negaron esa última satisfacción terrenal que se metan el premio en el "tujes". Me gusta pensar también que se los dice así, provocador y en idish, con su mirada pícara, mientras es abrazado y palmeado y celebrado amorosamente por todos sus personajes, aquellos seres inolvidables con los que nos dio y nos seguirá dando horas y horas de lectura, de pasión, de pura vida.

Algunos de los mayores libros
Algunos de los mayores libros de Roth
 

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