La "guerra de los sexos" que Stephen King y su hijo Owen narran en su primera novela escrita juntos, Bellas durmientes, es ante todo un recordatorio de las destrezas del maestro del terror estadounidense que este año cumplirá 71 años.
Bellas durmientes (Plaza y Janés) vuelve a proponer así un gran abanico de personajes a partir de la pequeña ciudad de Dooling, uno de esos micromundos arquetípicos desde los que King suele representar como pocos la dinámica pública y privada de todas las instituciones que le dan forma a la vida civilizada en Occidente.
Como en el caso de la ciudad de Chamberlain en Carrie —la novela que inauguró el camino al éxito en 1974— o de Derry en It —que el año pasado tuvo una fabulosa resurrección cinematográfica tres décadas después de su primera edición—, para King esa es una tarea que requiere el tipo de minuciosidad descriptiva que se transfiere rápido a la cantidad de páginas.
Es así que para dar vida a más de medio centenar de personajes distintos, atareados entre el departamento de policía, la escuela, los medios, los comercios y las calles de Dooling (una comunidad que confluye en el Centro Penitenciario de Mujeres), King y su hijo invierten casi la mitad de las 765 páginas de Bellas durmientes. Y aunque el nudo de la historia está siempre en las "cicatrices" que los hombres han dejado en las mujeres —"un padre, un hermano, quizá un novio, quizá un tipo al que nunca antes había visto y nunca volvería a ver"—, es este paciente trabajo creativo lo que mejor demuestra que incluso los sueños de redención pueden encerrar una pesadilla.
¿Y si las mujeres optaran por retirarse del mundo? ¿Y si "un Paraíso Terrenal sin Adán" fuera posible? Estas son las preguntas que Dooling comienza a formularse cuando esos "verdaderos enigmas que son las mujeres", como dice el psiquiatra penitenciario Clinton Norcross, se sumerge en una epidemia de sueño del que las mujeres no logran despertar. El fenómeno comienza en Hawái y se expande rápido a través del planeta. Al principio algunos la llaman "enfermedad del desvanecimiento asiática", después "gripe del sueño de las mujeres", y finalmente gripe Aurora, "por la princesa de la versión de Walt Disney del cuento de hadas La bella durmiente".
Stephen y Owen King cumplen así el segundo gran movimiento de su novela: pasar del registro realista al registro fantástico, como si se tratara "de un episodio de Expedientes X en la vida real", como bromean otros dos personajes. Y es entonces cuando se instala en el centro de la historia la joven Eve Black, la misteriosa "mujer-bruja" que es inmune al sueño y que desde su celda en el Centro Penitenciario de Mujeres, al que acaba de llegar luego de asesinar a dos narcotraficantes machistas, invita a las otras a cumplir sus anhelos "en un mundo reiniciado por mujeres más seguro y más justo". En este punto, Bellas durmientes despliega su particular lupa literaria sobre la violencia de género a través de una pregunta clave: ¿existe una verdadera solución a los peores conflictos entre los hombres y las mujeres? Y aceptando incluso que "los hombres pelean más y matan más", como afirma la novela, ¿es posible conservar "el sentido de la realidad" si "el rey a un lado del tablero y la reina al otro" deshacen el juego en el que coexisten?
Aunque la premisa es buena, el modo en que se resuelve abre la clase de debates que solo podrán responder los lectores. Aún así, los King subrayan otro asunto acerca del cual las grandes historias de brujas, príncipes y princesas han hecho advertencias durante siglos: llegar a ser lo que uno quiere ser, a veces, significa perderlo todo.
Sin embargo, no son mujeres cobardes ni crédulas las que abundan en Bellas durmientes. Lila Norcross, entre ellas, es la esposa de Clint y la jefa del departamento de policía de Dooling. Y mientras lucha contra el sueño de la gripe Aurora, se permite también ciertas reflexiones cómicas sobre la maternidad. Por ejemplo, al explicar que las madres tienen un don natural para imponer orden "porque los niños pequeños, al igual que los delincuentes, a menudo son belicosos y destructivos". Al mismo tiempo, en ese mundo en el que las mujeres duermen, los hombres están cada vez más confundidos y violentos. Algunos, paranoicos y fanáticos —y parecidos a Donald Trump, si uno sigue la descripción del extravagante líder sectario "Compadre Hoja Dorada"— culpan de la gripe Aurora al gobierno.
Pero el caos, los saqueos y el miedo arrastrados por la angustia masculina no se agotan en los Estados Unidos. También el canal Al Jazeera muestra cómo arde Oriente Medio. "Los comentaristas, según parece, piensan que todo eso es porque las mujeres han desaparecido. Dicen que, sin mujeres que proteger, ha desaparecido cierto sostén psicológico central del judaísmo y el islam. En esencia, siguen culpando a las mujeres, incluso ahora que están dormidas", dice una de las mujeres con insomnio.
En sus momentos más serios, Bellas durmientes opta por trasladar su debate feminista hacia un diálogo casi filosófico —en los términos de Stephen King, por supuesto— entre Clinton Norcross y la "mujer-bruja" Eve Black. Y la pregunta es la misma: ¿ese mundo en el que ahora viven las mujeres es mejor que el que compartían con los hombres? "Creéme, te lo ruego: allí les va bien. Están construyendo algo nuevo, algo bueno. Y habrá hombres. Hombres mejores, criados desde pequeños por mujeres en una comunidad de mujeres, hombres a quienes se enseñará a conocerse a sí mismos y a conocer su mundo", dice Eve. "Con el tiempo se impondrá su naturaleza esencial, su masculinidad", le responde Norcross. "Uno levantará el puño contra otro. Créeme, Eve. Estás ante un hombre que lo sabe".
Desde ya, Stephen y Owen King no son los únicos best sellers interesados en abordar los asuntos más incandescentes de la agenda feminista desde la ficción. También el francés Michel Houellebecq le ha prestado su cuota de atención en novelas como Sumisión —focalizada en una disputa religiosa antes que en una batalla fantástica—, aunque ha sido el estadounidense Chuck Palahniuk quien se atrevió a reubicar estas disputas culturales alrededor de una pregunta distinta. ¿Y si la aparente grieta entre los hombres y las mujeres tuviera su causa más genuina en un gradual desinterés por el sexo?
Ese es el centro de la novela Eres hermosa, en la que Palahniuk imagina un descubrimiento en la industria de los juguetes sexuales que provoca que las mujeres abandonen los cuidados estéticos, físicos y hasta sus deberes maternales para entregarse a un escalofriante tsunami de placer artificial. En su historia, esa redistribución drástica e igualitaria del goce femenino, además, hace que los hombres queden "descartados".
En tono de sátira, Palahniuk narra así las vicisitudes de una sociedad en la que la sexualidad se ha despojado del erotismo de los cuerpos para sumergirse en las reglas del mercado. Ya no más inquietudes identitarias, ya no más querellas por el poder, ya no más víctimas ni victimarios de las sociedades patriarcales: el placer es una mercancía que reduce a los hombres a un recuerdo obsoleto.
Afín a las ideas más pesimistas sobre la sexualidad contemporánea compartidas por pensadores como el italiano Franco Berardi, el coreano-alemán Byung-Chul Han o el francés Alain Badiou, Eres hermosa desplaza un detalle que para Bellas durmientes nunca deja de ser crucial: ¿y el amor? "La palabra amor es peligrosa en labios de los hombres", dice Eve Black.
Sin embargo, no pasará mucho tiempo hasta que las mujeres encerradas en su sueño feminista extrañen a sus hijos, a sus maridos y a sus padres. "Un nuevo comienzo para todas las mujeres en el mundo equivalía a una despedida para siempre de sus preciados hijos, y eso no podían soportarlo". A su modo, finalmente, padre e hijo King señalan que por detrás de las angustias y los dramas que dañan a todos los géneros subsiste todavía la incontrolable ferocidad del amor. ¿Pero bastará para que las mujeres mejoren sus vidas junto a los hombres?
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