Ayer, lunes, en Nueva York, murió una leyenda de la literatura y el periodismo: Tom Wolfe.
Tenía 87 años y una carrera deslumbrante que lo ha encumbrado en lo más alto del mundo de las letras. Perteneció a la camada de periodistas que contaron sus historias desde la novela. Como Truman Capote y Hunter S. Thompson, es un nombre clave de la corriente llamada Nuevo Periodismo.
Fue su agente, Lynn Nesbit, quien confirmó su muerte a The New York Times. El autor nacido en Richmond, Virginia, en 1931, había ingresado al hospital por una infección y allí murió.
La historia narrativa de Wolfe comienza al terminar el secundario. Estudió literatura y periodismo en la Universidad Washington and Lee. Se gradúa en 1952 y, tras un intento en el béisbol profesional, comenzó como colaborador en The Washington Post, Enquirer y New York Herald. Allí comprendió la potencia de la no ficción, de la literatura basada en hechos reales.
Empezó con ensayos críticos pero el año clave para él fue 1987, cuando publicó su primera novela, La hoguera de las vanidades. De su obra se puede hablar mucho, puesto que ha publicado una enorme cantidad de títulos, pero quizás es esa la más destacada, la que le dio popularidad internacional: una sátira sobre las costumbres de la sociedad neoyorquina de los ochenta.
Además, en 1990 el director Brian De Palma la llevó al cine con los protagónicos de Bruce Willis, Tom Hanks y Melanie Griffith.
Ateo, admirador de George W. Bush, poseedor de la Medalla Nacional de Humanidades y defensor de la cultura pop, este escritor, que solía presentarse en público con un traje blanco y escribir novelas como pocas personas en el mundo lo han hecho, falleció a los 87 años.
Y aunque ya no está físicamente entre nosotros, su literatura perdurará en el tiempo y en la historia de la humanidad.
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