Los historietistas se han servido de los cómics con objetivos y ambiciones muy diferentes: narrar las infinitas y épicas aventuras de quienes nos protegen del mal luciendo capas coloridas, brazaletes y mallas sobre los pantalones; analizar devastadores cambios sociales y políticos a través de un par de viñetas que intentan reirse del drama; reconstruir épocas oscuras de la humanidad desde otra forma de representación, como lo hizo Art Spiegelman cuando dibujó al Holocausto invadido por ratones, gatos y chanchos; crear personajes costumbristas que nos hagan sentir menos solos; darle imagen y secuencia a las historias personales que merecen ser exorcizadas en forma de diario íntimo visual.
Miguel Gallardo (Lérida, 1955), cargando más de 20 años de una carrera exitosa como ilustrador e historietista sobre sus espaldas y siendo uno de los reyes del cómic underground español de los años 80, encontró en ese lenguaje la mejor forma de comunicarse con su hija con autismo, María. No fue de un día para el otro. Como los hermanos franceses Montgolfier cuando inventaron el globo aerostático o los norteamericanos Charles H. Townes y Arthur L. Shawlow al descubrir la importancia del rayo láser, a Miguel Gallardo le llevó mucho tiempo ver que el dibujo era un recurso aún más poderoso que el de contar historias.
Un día le hizo un dibujo a María, al otro día ella lo miraba dibujar, hasta que al cabo de algunos años el dibujo se convirtió en el puente que los unía como padre e hija. Un lenguaje en común.
Lo primero que María le pidió que le dibujara fueron princesas y reinas malvadas de Disney, personajes que Gallardo odia dibujar. Pero los deseos de María son mucho más grandes que los vestidos despampanantes de la Cenicienta o los filosos cuernos de Maléfica. Lo que no sabía Gallardo mientras tiraba esas lineas sobre el papel era que su hija se volvería un personaje famoso también, mucho más mágico y potente que La Sirenita, Blancanieves o la Bella durmiente.
Esa montaña de dibujos que le dedicaba día a día a su hija formarían más tarde la novela autobiográfica María y yo, editada en 2007 por Astiberri. Un bestseller que va por su séptima edición y fue traducido a ocho idiomas, trascendiendo culturas y continentes. Haciendo que María viajara por todo el mundo a través de ese libro y de cada lector que quedaba deslumbrado con semejante historia.
2176 kilómetros de distancia separan hoy a María de su padre. Ella vive con su madre en Canarias y Gallardo, en Barcelona. Pero cuando llegan las vacaciones, los kilómetros se acortan. Padre e hija viajan en avión a algún resort del sur de Gran Canaria, para ir a la playa y dibujar hasta que ardan las lapiceras. De eso mismo trata María y yo: un retrato de uno de esos tantos viajes donde Gallardo contempla las singularidades de María mientras María contempla las singularidades de su padre. Un padre que intenta acceder al universo secreto de su hija siguiendo las pistas que María planta en sus explosivas reacciones. En forma de grito, pellizco o sonrisa con hoyuelos.
En 1994, cuando María llegó a la vida estable y organizada de Gallardo la hizo estallar. "Fue un terremoto. Desestabilizó todo", me dice Gallardo en persona. "Yo soy un contador de historias, y María es la historia más importante de mi vida", lo he leído afirmar muchas veces en entrevistas. Pero ahora lo tengo frente a mí, así que me atrevo a preguntarle lo que siempre quise saber: ¿cómo cambió tu mirada del mundo a partir de que comprendiste cómo es la mirada del mundo de María?
-Es como tener una especie de iluminación. Yo no he tenido ninguna, solo la he tenido con María. Es una iluminación en la que te das cuenta de que nada importa y todo importa. O sea, no importan las cosas que siempre te preocuparon, las grandes cosas de la vida, esas cosas importan un carajo. En cambio, las cosas muy pequeñas importan mucho. Eso te relaja. Todo importa un rábano. Y siendo así, le puedes prestar atención a las pequeñas cosas de la vida. Y eso es lo que María me ha enseñado. María transita por la vida y le importa todo un carajo. Por su condición, por lo que sea, pero ella va intentando salirse con la suya. Y esa es una forma muy simple de vida.
………………
La primera vez que leí María y yo mi mirada del mundo también cambió, para siempre. Nadie puede salir ileso de esa historieta. Te atraviesa hasta poner en crisis el equilibrio del propio saber. Por eso fue tan revolucionaria no solo dentro del ámbito del cómic, sino fuera de él. Es la oportunidad perfecta para poder descubrir lo que nos rodea con otros ojos. Los vínculos, las personas, los objetos, hasta el más mínimo detalle de un escarabajo. Como si Gallardo y María nos otorgaran un súper poder de rayos X que nos permiten ver aquello que parecía invisible.
Hay una viñeta en particular que define al libro, a la relación entre Gallardo y su hija, y al hechizo que logra que el mundo de cada lector se ponga patas para arriba. Es un dibujo donde María juega con un balde rojo sentada en una playa casi desierta. Gallardo observa cómo su hija deja escapar la arena entre sus dedos, obnubilada durante horas.
"Deja deslizar los granos muy cerca de sus ojos una y otra vez, como si viera, como si por fin viera lo que todos estamos buscando desesperadamente. En mis fantasías tiendo a pensar que María puede ver la composición de los átomos de la arena o, quizás, ve mundos enteros o estrellas o… solo arena cayendo. Pero cuando la arena pasa entre sus dedos, María es feliz", explica a Infobae Cultura.
Gallardo puede detectar los súper poderes que tiene María porque no está pendiente de que sea igual a él. O al vecino, o a quien sea. María puede memorizar nombres como nadie, cuando alguien entra a su vida, aunque sea por un instante, ya no se va. Gallardo admira esa característica en ella, él no puede recordar nombres tan fácilmente. Así fue cómo con una lapicera y cientos de papelitos le construyó a María un orden del mundo: una constelación de nombres y rostros que funcionan como un mapa donde ella puede sentirse orientada, a salvo.
"Dibujar es algo que permanece, a diferencia del lenguaje oral. No hay manera de perderse en el espacio-tiempo", cuenta. Y si bien el libro habla sobre el autismo, y la importancia de los pictogramas para la mutua comunicación cuando hay un diagnóstico de TEA, María y yo es una historia de amor entre un padre y una hija. Una trama universal que compete a todos. El vínculo de Gallardo y María dejó de ser íntimo y privado para ser parte de nuestras vidas. Y, cómo le sucede a María con cada persona que conoce, ellos ya no se irán de nuestro mapa de personas. Son y serán parte de nuestro mundo.
Cambiar de hábito: del barroquismo a la síntesis
Varias décadas antes de que nazca María, Gallardo se había convertido en una estrella del cómic por un personaje llamado Makoki, en colaboración con Juanito Mediavilla. Desde el año 1977, cuando Franco ya era parte del pasado y la democracia estaba por instalarse en España, Makoki, ese torbellino retacón escapado de un neuropsiquiátrico con los cables del electroshock todavía pegados a la cabeza, se paseaba en bata por las páginas de la revista Disco Exprés y El Víbora, hasta tuvo su propia revista.
Makoki se transformó en una celebridad, aunque se vista con unos trapos, de la historieta; convirtiéndolo a Gallardo en celebridad también. Pero fue tan desmesurada la gloria de ese personaje, uno de los más importantes del under español, que Gallardo ya no soportaba su presencia. Así que tomó una decisión tajante: matarlo.
Luego de esa impactante muerte llegarían otros cómics: Perico Carambola, Pepito Magefesa y Perro Nick. Maestro de la llamada "línea chunga", como oposición punk a la elegante y ascéptica "línea clara". En los años 90 comenzó a trabajar como ilustrador en diarios de peso: de La Vanguardia al New Yorker sin escalas, mientras a la par le daba imagen a cuentos infantiles y tapas de novelas. Sin embargo, la gente lo seguía relacionando con Makoki, pese a que el personaje llevaba años bajo la tierra. Hasta que apareció María. Auténtica popstar española y nuevo personaje principal de Gallardo.
Así es como pasó de ser el padre de Makoki a ser el padre de María. "Muchos fans de Makoki no sabían que yo había hecho a María, y muchos fans de María, padres dentro del mundo del autismo, se quedaban a cuadros cuando se enteraban de que yo había hecho a Makoki. Pero está bien, porque una es consecuencia de la otra. Durante largo tiempo me costó mucho cargar con Makoki, porque era una cosa que me pesaba mucho. Cuando hacés algo que funciona, la gente solo te identifica con eso. Yo solo era el dibujante de Makoki, así que al final lo quería matar, y lo maté al personaje y me enfadé mucho. Y luego ya me dio igual, me reconcilié. Entonces pensé 'Bueno, he hecho las historietas de dos majaras: Makoki y María'. Sin el uno no tendría la otra", resume.
El estilo que caracterizó los primeros treinta años de la obra de Gallardo era abigarrado, pletórico de referencias que iban de Picasso y los fauvistas a los dibujos animados de Tex Avery, pasando por las clásicas historietas de aventuras españolas al salvajismo de Robert Crumb. Poco amigo de la educación formal, que acostumbraba a expulsarlo de sus instituciones, desde la carrera del Bellas Artes hasta la Escuela Massana de Artes y Oficios de Barcelona, Gallardo aprendió a dibujar copiando los trazos, como él mismo afirma orgulloso, de sus historietas favoritas: Popeye, Mortadelo y Filemón, Pulgarcito, entre otras. Pero su canto de cisne preciosista llegó a finales de los años 80 con los colores estridentes de Perro Nick. Páginas íntegramente pintadas con témpera y pincel respetando los bordes en una fiebre obsesiva como la de quien no pisa las junturas de las baldosas. En un despliegue pictórico donde rinde tributo estético a los afiches de cine clase B y las tapas de las novelas pulp.
Luego llegaría su primera y única novela gráfica no humorística, realizada junto a su padre, Francisco Gallardo. Un militar republicano que fue marcado por la Guerra Civil Española. Relatado con su propia voz, la de aquel padre que luego de una vida en silencio decidió escupir toda su biografía, Un lugar en silencio redescubre, desde la mirada de su hijo, a Francisco como un héroe escondido que recién ahora sale a la luz. Pero su gran hit arribó en 2007, en una obra donde su rol no es el de hijo sino el de padre: María y yo. Si María cambió su vida, cómo no iba a cambiar su estilo de dibujo.
Abandonando la solemnidad de los plumines y los pinceles por la espontaneidad y la inmediatez de un bolígrafo y una hoja de papel corriente. Dejando de lado los despliegues plásticos para concentrarse en el fin último de una historieta: narrar. "Gracias a María llegué aquí. He ido del barroquismo a la simplificación absoluta. Si así me entiende María, que el resto del mundo también me entienda así", dice. Vendrían más tarde otras historietas (María cumple 20 años, Emotional World Tour (realizada junto a Paco Roca), Turista accidental), manteniendo ese estilo urgente y gestual.
Tras la revolución que causó el libro María y yo, Felix Fernández de Castro decidió hacer un documental sobre Gallardo y su hija, basado en la novela gráfica que crearon juntos. Estrenada en 2010, María y yo, la película, ubicó al historietista y a su mejor musa delante de cámara. Revelando en acción viva las secuencias más tiernas que supo plasmar la historieta, ahora en carne y hueso, intercaladas con testimonios donde Gallardo y May, la madre de María, relatan cómo se dieron cuenta de que María tenía autismo, y cómo fue la vida de ambos a partir de esa noticia. Pero no hay más verdad en las facciones que capta de María la cámara que las que plasmaba Gallardo con un lápiz.
Sin embargo, por fin se puede escuchar, gracias al documental, los berrinches de María en toda su magnitud. Sean en el avión, en los pasillos del hotel o ante personas que no le caen nada bien. Fue así que María se convirtió en toda una celebridad, pasándole el trapo a Makoki. "Todo el mundo se le acercaba en la calle, lo que pasa es que María reaccionaba según el día. Les gritaba, los pellizcaba o les sonreía. Dependía del día. Yo le pedía que se portara bien porque ellos eran sus fans, pero ella hace lo que quiere. Es libre", dice entre risas.
"La revolución que ha sido María y yo en el medio del autismo, tanto el libro como el documental, viene del sentido del humor. Tú puedes hacer chistes sobre lo que quieras, pero puedes hacer chistes sobre cáncer a lo mejor porque has pasado por un cáncer. Entonces, yo puedo hacer chistes sobre la discapacidad porque básicamente estoy implicado en eso. Así que nadie me puede decir 'tú no puedes hacerlo'. Yo puedo hacerlo. Y aparte es un mundo muy dramático, la gente lo toma con mucho dramatismo. Lo que le faltaba era el humor".
Cinco años después, salió María cumple 20 años, donde los lectores y fans de María nos reencontramos con ella desde un nuevo lugar: la adolescencia. Escuchando en su Ipad a los Beatles, Juanes y Paulina Rubio. Una novela gráfica que muestra que el autismo no es solo una cosa de niños, reflejando cómo ha cambiado la protagonista desde sus doce años.
Denme un bolígrafo y un pedazo de papel y moveré el mundo
Hubo una historieta de Gallardo que anticipó el rol que tendría en un futuro cercano: The Invaders, publicada en el libro Perro Nick, donde la influencia de los estudios UPA y el cortometraje Gerald McBoing-Boing le dieron espacio a algunas de sus mejores páginas. Unos seres alienígenas de rostros verdes y trajes coloridos aterrizan en la Tierra con sus platos voladores para tomarla de rehén. Un pequeño niño, Henry Hathaway, espía la escena desde su ventana y, sin dudarlo, cambia su pijama por un uniforme de superhéroe para impedir que los villanos destruyan su casa.
Ni la policía, ni el ejército, ni los hombres paranoicos del campo que creían que robarían sus gallinas pudieron comprender el fenómeno y devolver la calma a la sociedad. Solo ese pequeño niño entiende lo que está sucediendo y logra que los extraterrestres abandonen sus planes maquiavélicos y regresen a su planeta natal. La madre del único héroe de esta historia no tiene la más mínima idea de que su hijo acaba de salvar a la humanidad, a ella solo le preocupa que no le hizo caso cuando lo mandó a la cama. El único adulto que pudo ver de todo lo que era capaz Henry Hathaway fue Gallardo.
Esa manera de entender a los niños, y a cada niño de manera individual, lo vincularía a partir de 2010 con el ámbito de la educación. Utilizando la historieta, la animación y los dibujos espontáneos como el vehículo para enseñarle a cada padre, docente, terapeuta, y a cualquier adulto, que todos los niños se caracterizan por capacidades diferentes, y la tarea de cada uno es descubrir cuál es y guiarlos por ese camino. Jamás ordenarlos a todos en el mismo patrón de intereses y habilidades. "La historieta debería estar en los colegios, en cualquier sitio. Es un medio que todavía no ha acabado de desarrollarse, que todavía le queda mucho camino y que vamos a ver cosas muy interesantes. No solo en el ámbito digital sino como forma de narración. Es una forma muy simple y muy clara para explicar cosas complicadas".
Entre varios trabajos educativos de animación, creó el cortometraje Academia de especialistas, producido por la Fundación Orange en 2012, con el fin de educarnos para ver a través de los ojos de un niño con autismo. Algunos son expertos en armar enormes rompecabezas sin guiarse por la imagen, otros recuerdan melodías con solo oírlas una vez. Y también hay quienes se divierten cazando anteojos o detectando pelusas invisibles a miradas más distraídas. Pero también se dedicó y se dedica a explicar eso en persona, viajando por el mundo para dar talleres en donde transmite la importancia del dibujo en el contexto del autismo. Como parte de su gira internacional, Gallardo visitó Buenos Aires en el marco del festival Diez+diez son treinta, organizado por la editorial Loco Rabia y el colectivo Viñetas Sueltas. Y, mientras realizó una exposición de su obra en la Casa de Viñetas Sueltas, brindó un taller en el CCEBA sobre dibujo y autismo dirigido a docentes y padres de niños con TEA.
En este encuentro, Gallardo contó su historia personal a través de imágenes proyectadas, haciendo chistes sin descanso. Convirtiendo cada problema en un buen motivo para reír. Al terminar la proyección, en donde demuestra cómo estamos atravesados por el dibujo desde la era de las cavernas, desafió a los presentes a practicar algunos ejercicios. Intentando que los adultos pierdan timidez con la lapicera y puedan soltar la mano. No se trata de espejar la prominencia de una nariz, o representar exactos los detalles de un automóvil. El dibujo es comunicación y no fidelidad con la realidad, para eso existe la fotografía. Lo que enseña Gallardo en su taller es mucho más que una disciplina, es un lenguaje. Y, por sobre todas las cosas, transmite que al autismo no hay que ponerle dramatismo sino humor, como lo ha hecho siempre con sus historietas.
Gallardo ya ha conseguido que dibuje medio mundo en sus talleres. Y cuando se creía que lo había alcanzado todo, logró que quien ahora dibuje sea nada más ni nada menos que María. Hace tres años comenzó a plasmar caras en el papel, las que hoy forman parte de las guardas de la novela gráfica María cumple 20 años. "Yo intenté que María dibujara utilizando algunos métodos que conocía, pero parecía una cosa aburrida para ella, parecía no tener interés. Hasta que un día se puso a dibujar por las buenas. Ella sola, por su cuenta. No es por el hecho de que yo soy dibujante y que ella dibujara, sino por el hecho de que María había elegido el dibujo como método de expresión. Me alegré mucho por ella. Entonces pensé que quizás también había servido de algo que en todos estos años hubiera dibujado para ella". Una vez más Gallardo y María refundaron mi mundo.
MÁS SOBRE ESTE TEMA