Hace cinco años el escritor José Ovejero había ganado el premio Alfaguara de novela, lo cual no sólo le rendía una cantidad de euros para su cuenta bancaria personal, sino un prestigio literario y un camino en una de las grandes editoriales mundiales de habla hispana.
Sin embargo, Ovejero acaba de publicar su último libro de cuentos en la editorial Páginas de Espuma, que ciertamente es mediana respecto a la subeditorial de Random House Mondadori, y que limita un poco su alcance en términos de distribución mundial de su literatura. ¿Por qué? Infobae Cultura dialogó sobre ese y otros temas tras la llegada del autor español a Argentina para presentar Mundo extraño, su último libro de cuentos, en la Feria del Libro de Buenos Aires.
–Es un poco perturbador su nuevo libro.
–Un poco, sí.
–Bueno, por lo menos empieza muy fuerte con el cuento Mamá eligió para sucidarse el 24 de diciembre. Sus personajes son raros. ¿Cómo los definiría?
–Yo creo que son personajes que viven una vida cotidiana de una manera distinta a lo normal. Es decir, les suceden cosas terribles, pero siguen actuando como si no pasase absolutamente nada. Creo que esa es parte del juego en los relatos de este libro. Donde los personajes terminan asumiendo como algo normal, algo corriente lo que les pasa. Pienso en el personaje de Nunca me pasa nada, al que constantemente le están pasando cosas, pero es como que le da un poco todo igual.
–¿No sería esa una característica de la alienación de la vida social cotidiana que vivimos todos? ¿No naturalizamos todo, la explotación, lo siniestro?
–Claro. Cuando me preguntan de qué escribo, yo respondo: "escribo de lo que me rodea". Lo pongo en determinados contextos o lo exagero para que se vea. Es un poco lo que sucede en el cuento Mamá eligió para sucidarse el 24 de diciembre. Tú dices: "¡Qué disparate!". Pero tampoco es tan lejano a lo que sucede en las cenas familiares navideñas, cuando hay un montón de dramas, pero procuramos que no se noten, mantenemos el rito. Entonces, escribo sobre lo que me rodea, pero como frente a un espejo deformante o un espejo empañado. No se puede reflejar la realidad en la literatura, pero sí podemos usar ese espejo deformante o empañado que nos permite entrever algo de esa realidad.
–¡Empieza fuerte su libro! ¿Pensó en Sylvia Plath a la hora de mostrar la forma de suicidio de la madre?
–No, la verdad que no lo pensé. Quizás estaba más cerca de Aki Kaurismaki que tiene una película que se titula Contraté un asesino a sueldo en la que el protagonista es un pobre hombre que intenta suicidarse, pero le cortan el gas por no pagar la cuenta. Ese mundo más disparatado pero absolutamente impasible de Aki Kaurismaki, creo que estoy más cerca de eso.
–Hay formas novedosas de relato. Uno de sus cuentos empieza con la fantasía infantil de un hombre que recuerda que quería ser tuerto y luego van sucediéndose una serie de historias. No parece un relato sino una polifonía de historias. ¿Qué valor le da a la historia en sus relatos?
–Creo que se nota que soy alguien a quien le gusta contar cosas, digo, cuando escribo, en mi vida cotidiana soy más bien callado. Pero al mismo tiempo me importa mucho la forma. Creo que en este libro hay un montón de formas distintas de cuento. No sólo desde el microrrelato al cuento largo sino el cuento clásico con sorpresa final, cuento más carveriano donde no ocurre nada realmente y otros cuentos que van en contra de la teoría del cuento. Esa que dice que tiene que ocurrir pocas cosas, a muy poca gente y terminar de forma impactante. En el fondo lo que estoy haciendo con este libro es buscar la libertad del cuento que a mí me parece que está un poco perdida. Hay cada vez más decálogos del perfecto cuentista, como titulaba Horacio Quiroga: decálogos de lo que debe ser un cuento. Pero un cuento puede ser un montón de cosas distintas, como el último del libro, Todo da vueltas, donde van pasando historias de un personaje a otro pero donde se puede mantener cierta atmósfera, cierto tono. Si es cierto que dicen que el cuento es un laboratorio para experimentar, usemos ese laboratorio para experimentar.
–Es que siempre se dijo que el cuento tiene que tender a cierta perfección. Algo que no se le exige a la novela. Incluso, Roland Barthes decía que en ciertos momentos el lector de la novela lee de modo automático un párrafo, que se le pierde, se lo saltea, pero eso no impide el desarrollo de la acción novelesca.
–A mí me gusta más que jugar con la perfección, que creo que es una mitología del cuento. Eso que no debe sobrar una palabra ni un renglón. A mí me parece que no es verdad, pero ni para él que lo decía. Si se buscan cuentos de Edgar Allan Poe, de Julio Cortázar, de estos teóricos del navajazo, se encuentra que hacen muchas cosas distintas. Creo que se ha creado una ideología del cuento que es una ideología impostada. A mí no me parece que un cuento deba ser perfecto, lo que busco es la densidad. Una densidad en la atmósfera del cuento.
Creo que se ha creado un ambiente puritano alrededor de todo, no sólo el arte
–Es interesante. No recuerdo que exista un decálogo del buen poema o un decálogo de la buena novela.
–¡No,no! Son los cuentos el género maldito al que todo el mundo le pone los diez mandamientos.
–Igual tienen una dificultad, no sólo en su escritura, sino en su publicación. Pareciera ser que las editoriales no quieren publicar cuentos.
–Igual fíjate que yo creo que eso está cambiando. Por lo menos en España. Durante mucho tiempo ha sido así, el editor mismo decía: "Bueno, te publico estos cuentos porque qué le vamos a hacer, pero esperamos tu próxima novela". Pero creo que muchos editores se han dado cuenta de que si bien no pueden esperar un best seller de un libro de cuentos, sí han descubierto que hay un público de cuentos relativamente amplio y que ese público de cuentos es bastante fiel al género. Eso se puede ver en la Argentina: Samanta Schweiblin lleva siete ediciones de un libro de cuentos. Mariana Enríquez tiene un gran éxito con sus cuentos. En España quizás no tengan un éxito sideral, pero hay libros de cuentos que son notables para que un editor se interese. Y los editores apuestan más. Ves que Patricio Pron saca un libro de cuentos y ves que el editor entonces está apostando. Y hay excepciones en el mundo editorial, como Páginas de Espuma, que deciden desde el principio apostar por la publicación del cuento.
–Usted ganó el premio Alfaguara, que es de una gran editorial, pertenece al grupo Random House, y ahora publica en editoriales más pequeñas. ¿No es pasar de la Primera A a otra división?
–Bueno, yo con Páginas de Espuma voy a publicar relatos. Y tengo otro editor en España, que es Galaxia Guttenberg. Es pasar a una editorial más pequeña, más artesanal. Es cierto que hay una pérdida en cuanto a la difusión en América porque es obvio que Alfaguara está más presente, pero yo no siento ninguna pérdida en el prestigio ni en la calidad del trabajo. Al contrario, el trabajo con un editor comprometido, que no depende de nadie más que de su propio gusto es muy agradable. Cuando me fui con Galaxia había gente que me felicitaba: "Vas a estar con un editor de verdad". No sólo un editor que depende de los libros comerciales y el departamento de marketing. Pero no digo que estuviese mal con Alfaguara, de hecho estaba muy bien. Pero trabajar con una editorial de tamaño mediano o pequeño comprometida con lo que hace es una maravilla.
–Es que las grandes editoriales publican cincuenta libros por mes, que es lo que quizás haga una editorial pequeña en dos años.
–Creo que Páginas de Espuma debe publicar treinta libros por año.
–Pero eso es lo que Random publica por mes.
–Claro, y eso permite que el editor tenga tiempo para dedicarse al libro.
–¿Considera importante el trabajo del editor con el escritor?
–Sí, mucho. Cuando tienes un editor como Joan Tarrida de Galaxia Guttemberg que antes de saber si yo iba a publicar con su editorial me pidió el manuscrito, se lo di, y llegó luego a verme con todo el manuscrito anotado. Yo apenas lo conocía, pero pensé: "Este es un editor de verdad". No sabía si me iba a publicar, pero no podía evitar andar anotando y leyendo en detalle lo que yo había hecho. Entonces el trabajo de edición con alguien así es muy interesante. Me guardé su manuscrito con sus anotaciones. Lo voy a utilizar en algún momento, porque eso es algo que la gente no ve. ¿Para qué sirve un editor? Quiero algún día mostrar para qué sirve. Por ejemplo, un relato llamado Escaparates yo no estaba seguro si incluirlo en el libro, pero luego hay muchos lectores que me han dicho que es el que más les ha gustado del libro. Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, me dijo que lo dejara. Es un trabajo muy interesante. Es muy de agradecer para un autor, luego del trabajo en solitario de la escritura, ese trabajo en comunicación con alguien que aprecia tu trabajo. Y que incluso quiere mejorarlo. El trabajo el editor redunda en mejoras.
–Usted que publica poemas, novelas, cuentos, ¿se siente más cómodo en algún género en particular?
–Va por etapas. En algún momento me sentía más cómodo en la novela porque tenía la impresión de estar creciendo. Era una especie de felicidad en medio de toda la inseguridad y toda esa parte que la pasas mal. Con el cuento pensaba que me había estancado un poco. No tenía esa felicidad. Cuando escribí Mundo extraño pensaba que estaba haciendo algo nuevo, nuevo para mí, que estaba aprendiendo. Entonces volví a sentirme a gusto en el mundo del cuento y escribí este libro de cuentos.
–España está viviendo una situación muy inquieta, en términos políticos. Ese clima, ¿se incorpora en su literatura?
–Yo creo que en mi literatura se incorporan situaciones sociales, más que políticas. Lo que está sucediendo en Cataluña dudo que se exprese en mi literatura, pero la crisis económica, la crisis política, la corrupción generan situaciones sociales y creo que eso sí aparece en mi escritura. Pero yo no quiero reflejar la realidad. Sin embargo, mi novela La invención del amor no podría haber sido escrita sin la crisis. Esa crisis está detrás. Esa brutalidad del mundo capitalista aparece. La realidad siempre anda por ahí, aunque esté deformada u oculta.
–Usted escribe mucho sobre lo siniestro. Pero este mundo hoy avanza hacia lo políticamente correcto. ¿Hoy se podría publicar Lolita, de Vladimir Nabokov, por ejemplo?
–Creo que se podría escribir Lolita, pero que causaría un escándalo. Hemos retrocedido a cuando se publicó Lolita en 1955, que también causó un escándalo. Pensábamos que estábamos en otro lugar que permitía a la literatura abordar lo desagradable, lo oscuro, lo inaceptable. Ahora no, parece que la literatura debe ser constructiva y pedagógica y hacernos buenos ciudadanos. Me parece terrible, parece una dictadura inconsciente de las normas sociales. Pero la literatura está para escarbar en aquello que no queremos ver, en aquello que rechazamos de nosotros mismos, de nuestros instintos más oscuros. Por eso creo que a mis personajes los vemos mucho sentir, porque lo que hacemos no es lo que decimos. Me interesa esa parte que está escondida, que es la parte políticamente incorrecta. ¿Pero quién no ha asesinado en su interior? ¿Quién no ha hecho cosas atroces en su interior? ¿Quién no ha tenido deseos que luego, al pensarlos, se dice: 'no quiero cumplir ese deseo'? La consciencia no es culpable, los culpables son los actos.
–Es que en uno de sus cuentos una mujer, frente a un exhibicionista, se arrodilla. Y el narrador no condena eso. Sin embargo, ¿no es condenable toda esa imagen?
–Sí. Lo que pasa es que yo creo que aunque nadie es inmune a la censura de su época, yo me esfuerzo. Creo que se ha creado un ambiente puritano alrededor de todo, no sólo el arte. Pero me resisto. Y por eso escribo escenas como esa y otras que aparecen en el libro.
–¿Pero se puede dar a leer Lolita a un adolescente hoy en día?
–Yo creo que sí. Es más, creo que con Lolita hay una gran hipocresía social. No es un libro que elogie la pederastia ni la defienda, ni siquiera que la haga aceptable. Ha sido la recepción de ese libro lo que lo ha convertido en una defensión de la pederastia. Anagrama ponía en la contratapa: "Una gran historia de amor". Pero no es eso. No es Nabokov. Somos nosotros los que lo hemos querido interpretar así, pero la niña que aparece en Lolita es una niña violada, maltratada, el violador y maltratador lo sabe, no lo oculta ni espera simpatía ninguna, en algunas escenas en el fondo dice: "¿Os das cuenta de lo que le estaba haciendo a esta chica?". Y sin embargo, lo hacía. La hipocresía es que la sociedad proyecta una serie de expectativas sobre el libro, y luego condena el libro.
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