De un hijo de padre desconocido, una madre prostituta que lo entregó al año a la asistencia pública, y de un cautivo maltratado allí hasta los ocho, fugitivo y vagabundo en los pestilentes barrios bajos de París, no se podía esperar un burgués gentilhombre, un pilar de la sociedad, un candidato a la Legión de Honor…
Pero a pesar de que metió una barra de hierro en la maquinaria e hizo saltar los engranajes, Francia (su Academia) tuvo la decencia –o la culpa–, dos años antes de que lo matara un cáncer de garganta… de colgarle la medalla de Premio Nacional de Literatura.
La dura vida, la escasa comida, los inevitables golpes, no pudieron contra su inteligencia natural. Pero, escolar de altas notas, a los 10 años ya era un ladrón profesional.
Aprendió el oficio desde bastante antes. Apenas a los 8 ya le robó al carpintero de Morvan, que lo alojó y lo alimentó, algunas de sus herramientas, como el Jean Valjean de Los Miserables la platería de sus protectores…
Invariables, todas sus biografías repiten –con razón pero a veces sin claroscuros, sin matices– los ominosos adjetivos: vagabundo, ladrón, homosexual, presidiario, vagabundo, provocador, irredento.
Se murió en 15 de abril de 1986, a los 75 años, un martes. Al otro día en que partió Simone de Beauvoir.
Una simetría de dolor y alto vuelo: el mismo día de 1963 dejaron huérfana a París Jean Cocteau y Edith Piaf…
La adolescencia de Genet fue una monótona y cruel repetición de rejas: las cárceles de Mettray, Fresnes, Tourelles, Santé. Delitos: robo, mendicidad, falsificación de documentos, prostitución, conducta impúdica y obscena. Inapelable. Y mucho más en esa París (¡tan universal y tan provinciana al mismo tiempo!), donde los genios del Impresionismo fueron rechazados por los grandes bonetes del Salón Nacional, y los fauves y su Fauvismo fueron anatema, y muchos siglos antes pasto de la hoguera…
Pero las prisiones fueron su epifanía. De allí sale el poema El condenado a muerte (1942), la novela Santa María de las Flores –primera de cuatro– : la autobiográfica Diario de ladrón, El milagro de la rosa, Pompas fúnebres, Querella de Brest.
De Diario de Ladrón dijo: "Yo buscaba la redención, la luz, a través del crimen". Como Remo Erdosain en Los siete locos y Los lanzallamas. Como Raskolnicov y su hacha sobre la usurera, más allá de los matices…
Y de pronto, en 1947, irrumpe en el teatro con Las criadas –escribirá seis piezas más–. Público y crítica la demuelen, naturalmente. Pero seguirá siendo hasta hoy –y más allá– un texto dramático imprescindible.
¿Qué es? Una descripción del mundo de las sirvientas, del subproletariado de redención prohibida, de débiles y poderosos, de oprimidos y opresores.
Palabras del autor: "Al estenarse, un crítico observó que las criadas no hablan como las de mi obra. ¿Y usted qué sabe? Yo pretendo que sí, pues si yo fuera una criada hablaría como ellas. Algunas noches. Pues las criadas no hablan así más que algunas noches. Hay que sorprenderlas, ya sea en su soledad, ya sea en la de cualquiera de nosotros…"
Semiposdata: ¡por favor, léanla! Si no está en las librerías está en las plataformas digitales. O a lo mejor, en estos días de teatros "pura risa" (con mínimas excepciones) y de un único acto de media hora o cicuenta minutos, alguien se juega… y con suerte, otro Quijote de las tablas se atreve a montar El balcón o Los negros.
Alguien llamó a Genet "Un puritano del mal". Y no está mal…
Como no podía ser de otra manera, fue un sanguíneo entusiasta de Mayo del 68, de los Panteras Negras –lo invitaron y vivió tres meses con ellos– , de Arafat y Palestina (también recaló vivió en campamentos de Jordania y Líbano), del inframundo del hampa parisina, de la Resistencia contra la ocupación nazi de París –uno de los combatientes fue su amante, y mucho antes, un equilibrista de circo, Abdalla, que se suicidó–…
Pero en su otra faz, la de hombre común y genio (si el oxímoron fuera tolerable, diría Borges), pasó por la Tierra con sigilo, alojado en hoteles baratos –jamás tuvo casa–, casi en puntas de pie llegaba a la célebre editorial Gallimard para entregar sus textos… pero también fue el hombre de coraje que se alistó en la Legión Extranjera a riesgo de morir por bala o daga…
Calificación fácil: escritor maldito. Es decir, talento contra toda convención social, galera, frac, leyes amañadas. Resultado natural: desprecio. Y clamor.¡Cuidado con el monstruo! ¡Aléjense de ese maricón! ¡Es un asesino de nuestros altos valores!
Lo que no impidió, además del premio nacional de literatura, que Jean Paul Sarte, en 1952, escribiera el ensayo San Genet comediante y mártir.
Su cuerpo fue enterrado y yace, por su pedido, en Larache, una ciudad del norte de Marruecos.
Père Lachaise no era para él. O era. Pero no lo hubiera tolerado.
Porque el dinamitero sólo cree y confía en su propia dinamita.
______
SIGA LEYENDO