En una historia habitan mil vidas. O viceversa. O las dos. En Fractura (Alfaguara), la última novela del escritor argentino Andrés Neuman, esas existencias se cruzan, se mimetizan y diferencian, pero están allí. Son seres con nombre y apellido o recuerdos, pero sin importar si se trata de amores o fantasmas de la memoria, sus presencias son siempre actuales, aún cuando se intente negarlas.
Neuman regresó a su Buenos Aires natal -una vez más- para presentar hoy su última obra en la Feria del Libro, una "novela de viajes, amores y errores de traducción, con telón atómico de fondo" explica en diálogo con Infobae Cultura.
"Una de las cuestiones que plantea es qué hacer con nuestros pedazos. Es una historia llena de cosas, espacios y personas rotas que buscan algún tipo de recomposición o de negación de esas fracturas", agrega el autor a quien el editor español Jorge Herralde alguna vez llamó "niño prodigio" tras su ópera prima, Bariloche.
Y para recrear esas fracturas, Neuman recorre la vida de Yoshie Watanabe, "desde su infancia hasta su vejez. Y la vida de este personaje, que es a medias imaginaria y a medias basado en mucho sobrevivientes atómicos, se marca entre las dos grandes catástrofes nucleares. La primera, la de agosto del '45 (N. de la R. las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki) y la segunda, la del presuntamente accidente de la central de Fukushima en 2011. Entre estas dos explosiones se dibuja el arco de sus viajes".
En ese arco, el personaje japonés "trata de huir de esa memoria y por otra parte se la encuentra permanentemente en esos distintos países". A través de "cuatro países diferentes, Francia, EEUU, Argentina y España", descubre "cuáles son las fisuras de cada país y cómo las afrontan sus ciudadanos. Tiene cuatro historias de amor, en esos cuatro países y es como que los errores de traducción, el intento de hablar la lengua del otro y, por supuesto, fracasar, se abre a otro tipo de conocimiento, porque creo que de algún modo en los errores que cometemos en una lengua extranjera dejamos traslucir nuestra lengua materna, del mismo modo que en los errores amorosos que cometemos nos autorretratamos con más justicia que cuando acertamos".
Pero la elección de los países no es circunstancial. Cada uno, con sus particularidades, retratan un momento muy especial de sus propias historias, lo que a la vez afecta las humanidades tanto de Watanabe como de las mujeres que lo acompañan en cada destino y que van configurando todo aquello de lo que el hombre busca huir.
"Estos países que están en momentos históricos muy intensos y que tienen su propio dialecto entre memoria y olvido. La París de la Nouvelle Vague, que es fascinante y mítica, pero también es una Francia que está haciendo desastres en Argelia, que no quiere recordar su colaboracionismo con los nazis y que es además la segunda potencia atómica del mundo. Después pasa por la Nueva York de los '70, que es una NY eufórica, llena de conflictos fascinantes, como el Watergate, el final de Vietnam, la contracultura, el punk. Es casi la NY que nosotros soñamos cuando pensamos en esa ciudad. Después, siempre por trabajo, a él lo van delegando por distintas sucursales y llega a la Buenos Aires de la post dictadura, que coincide con mis recuerdos de infancia en éste, mi país natal, y se traslada finalmente a Madrid en los últimos años y se jubila".
-Además de las historias personales, también existen diferentes maneras de vivir el amor en las diferentes etapas de su vida.
-Eso también me interesa, el hecho de que se pueda contar el amor a distintas edades. No son tanto o no solo cuatro historias de amor como cuatro edades del amor y ver cómo alguien va evolucionando. Con respecto a su propia identidad, con respecto a cómo genera y gestiona sus silencios y también cómo va cambiando nuestra idea del deseo, del cuerpo, del amor conforme vamos cumpliendo años. Es decir, cuántos somos a lo largo de la vida. Este hombre es especialmente camaleónico porque además va cambiando de residencia y de idioma y se transforma en una especie de multiplicidad de pedazos que las narradoras, estas cuatro mujeres, van uniendo.
-Al principio y al final de la novela aparece un arte japonés, el Kintsugi, que retrata el concepto de la construcción sin invisibilizar la fractura.
-Hay una metáfora de fondo, que empieza en la propia tapa de la novela que alude a un modo de artesanía muy singular japonés y muy hermoso llamado Kintsugi. El Kintsugi repara objetos rotos, subrayando con polvo de oro cada una de las grietas. De modo que el objeto reparado de ese modo en lugar de ocultar, de disimular, sus fisuras, celebra la supervivencia del objeto y deja fijada para siempre la memoria de su ruptura. Y esta idea de no tener que elegir entre mirar hacia atrás con honestidad y reconstruir el futuro, me parece que es una respuesta hermosa ante conflictos que pueden aplicarse a individuos e incluso a sociedades.
-De forma física o sentimental, las cicatrices personales aparecen una y otra vez, ¿son la esencia de las personas?
-Esa es una de las cosas que plantea la novela. Si la cicatriz es un problema en nuestra identidad o el punto de partida de la misma. Hasta qué extremo uno puede realmente prescindir de sus heridas o fantasear con olvidarlas y los personajes dan distintas respuestas ante esto, discrepan entre sí photoshopear o no su pasado y eso es parte del encanto.
Sobre la literatura contemporánea y las redes sociales
Hace unas semanas el autor argentino César Aira visitó Gutun Zuria, el Festival Internacional de las Letras de Bilbao, donde en una entrevista sentenció: "La literatura hispanoamericana vive un momento flojo, ya no quedan figuras de primer nivel". Pocos días después, en el marco de la Feria del Libro, el estadounidense Paul Auster aseguró que "después de Fitzgerald, Hemingway y Faulkner ya no hay grandes, solo buenos escritores".
–¿Considera que la literatura, no solo latinoamericana, sino global, atraviesa una "crisis de grandes autores"?
-Con todo mi respeto a la obra de quienes opinan así, me parece que uno de los síntomas clásicos de la vejez estética es cuando el gran arte, casualmente, se acaba con vos. Es decir que cuando sentís que todo lo que viene atrás nunca será tan bueno como lo que vos leíste cuando eras joven. Es la pérdida de intensidad en el vínculo con la realidad y eso lo atribuís no a tu pérdida de entusiasmo, sino que a súbitamente Occidente entra en decadencia. Y Occidente está en decadencia desde que nació, esa es la idea de Occidente. Pero creo que en la época de Faulkner seguramente los mayores opinaban que ya no había grandes escritores. Me parece que conviene distinguir entre la muy respetable pérdida de interés por lo que hacen los jóvenes o una cierta caída en la incomprensión de los cambios de paradigma que siempre hay, no solamente ahora. Distinguir entre eso y un dictamen así, solemne, en el que decretás que con cierta generación se acaba la gran literatura, me parece más una limitación entre quien está percibiendo que una mutación repentina de la realidad. La única manera de mantenerse, no joven, porque la juventud es algo fungible e irrelevante. No mantener la juventud, sino la frescura y el asombro, que se pueden mantener con 80 años, es tratar de mantenerse vinculado a la literatura joven, entenderla y respetarla sin ningún tipo de complejo de superioridad.
–Los autores jóvenes toman cada vez más el lenguaje de las redes sociales, y esto generó detractores, que lo catalogan como el "fin de la cultura", ¿es un escenario que considerás real?
-No hay que olvidar que esto no es la primera vez que sucede. En los años '60 la discusión era si la televisión estaba acabando con la cultura, después fue el video. El arte siempre trató de negociar y absorber, a su vez, las influencias de alrededor que en teoría estaban erosionándolo. No es la primera vez que estamos asistiendo a un debate de lo que Umberto Eco llamó "apocalípticos e integrados". Pensar que el advenimiento de X tecnología acaba con la gran cultura, que es la variante apocalíptica, o bien la postura integrada, que es creer que no, que lo de antes ya fue, que es creer que Shakespeare era un boludo porque no tenía Facebook. Esas dos posturas son muy ingenuas. No por la ecuanimidad, sino por la conciencia de la complejidad de esos movimientos, me parece que todo cambio cultural o tecnológico trae determinados excesos, abusos por un lado y también trae genuinos cambios narrativos y mutaciones identitarias que la literatura tiene que recoger en vez de aferrarse al canon. Ahora bien, también creo que es una época en la que nos están obligando todo el tiempo a opinar de lo inmediato sobre todo y a pronunciarse de manera tajante porque el sensacionalismo es una especie de lenguaje -no solo los medios de comunicación, sino que cada individuo que postea, que tuitea. Es como que es un género literario tendiente al juicio absoluto y no matizado y de pronto la literatura se vuelve más sutil que nunca porque es el único territorio del matiz y la reflexión a largo plazo. Entonces, también pensarlo desde la resistencia, no del apocalipsis, sino del contrapeso está bueno. A lo mejor, la literatura y el arte más en general es, si no un oasis porque no creo mucho en la pureza, sí un lugar donde podemos ejercer ciertas libertades que esta presión de lo inmediato ya no permite.
SIGA LEYENDO