Jorge Mario Varlotta Levrero (1940-2004) es el escritor uruguayo más importante de los últimos años, pero obviamente no siempre fue así, no siempre ocupó la centralidad de la literatura uruguaya.
Sus comienzos fueron humildes, pese a que empezó a publicar temprano e influenciado por Franz Kafka (su Trilogía involuntaria, compuesta por las novelas La ciudad, El lugar y París, publicadas entre 1970 y 1982), aunque en 1968 ya había publicado su primer relato, Gelatina. Estos comienzos quedaron registrados en la correspondencia que sostuvo con el poeta rosarino Francisco Gandolfo, y que Osvaldo Aguirre compiló con el simple título de Correspondencia (Iván Rosado, 2015) y que abarca cartas de 1970 a 1986.
Mario Levrero y Gandolfo se conocieron en 1968, es decir hace cincuenta años, a través de la revista el lagrimal trifulca, que dirigían Francisco y su hijo Elvio, y que entre sus colaboradores estaba el autor uruguayo. Sin embargo, se vieron por primera vez en 1969, cuando Levrero pasó unos días en la casa de los Gandolfo, en Rosario. Francisco Gandolfo era veinte años mayor, pero Levrero encontró en él y en su familia amistad y el contacto con Argentina.
Sus comienzos muestran a un autor que se alimenta con sándwiches de miga, que no compra libros, que al igual que al poeta ruso Vladimir Maiakovski le faltan algunas piezas dentales, pero que está pendiente de la creación y de otros fenómenos, como la parapsicología, de la cual escribió por encargo el célebre Manual de parapsicología (1978). No deja de reflexionar sobre el oficio, y en 1976 escribe: "El escritor, en especial, es un jodido solitario o no es escritor. El talentoso queda siempre afuera justamente por ser un fuera de línea y de serie. Que no es innecesariamente un mérito, lo anoto como fenómeno real". Y en la misma carta agrega más adelante a propósito de los ofrecimientos que le habían llegado no sólo de Argentina, sino de Europa, para publicar sus cuentos: "Si llega a publicarse algo y si llego a cobrar algún peso o dólar, por chiquito que sea, tal vez retome la pluma –como dicen los gansos. No es que me haya vuelto mercenario como ustedes –soy facho por naturaleza– sino que fama y gloria han dejado de ser motivaciones". Levrero no es que haya querido dinero, lo necesitaba.
En 1976 Elvio Gandolfo se fue a vivir a Montevideo, y se hicieron amigos con Mario, pero la correspondencia con su padre ya estaba en marcha. Elvio Gandolfo –invitado a la Feria del Libro– cree que al contrario de lo que se podría suponer, cuando lo conoció ya era "totalmente Mario Levrero"; el cambio surgió cuando vivía en los 80 en Buenos Aires, haciendo juegos de ingenio y acertijos; a partir de entonces se fue volviendo "más autobiográfico hasta desembocar en el mar final de La novela luminosa, sin dejar de practicar su otra mano, la de Levrero, como lo atestigua su último libro de relatos, Los carros de fuego". A medida que fueron pasando los años fue más Jorge Varlotta, "a tal punto que los que lo llamábamos 'Mario' lo fuimos llamando cada vez más 'Jorge'".
Y tal como su nombre puede dividirse en dos, su obra también puede partirse en dos, una donde hay un registro menos realista, extraño y delirante y donde están novelas como Nick Carter o Trilogía involuntaria, y la más autobiográfica, donde están El discurso vacío y La novela luminosa, quizá su obra cúlmine. Pero este autor uruguayo también hizo historietas, el año pasado la editorial Criatura las reunió en un libro titulado simplemente Historietas reunidas de Jorge Varlotta, porque él firmaba así estas viñetas, lo que confirma lo dicho por Elvio Gandolfo en relación a su nombre.
Para Nicolás Varlotta, hijo de este autor, no hay duda de que las historietas "forman parte de su obra. Por lo tanto al hipotético lector no es que las historietas lo ayuden a hacerse una idea, sino que es un contacto directo con la obra". Ahora, desde luego que la parte estrictamente literaria tiene "muchos puntos de contacto de las historietas con esa 'zona principal', como el tipo de humor, la sensibilidad general, que podrían servir para que el lector tome contacto y perciba una mayor o menor afinidad con el autor".
No es entonces una mala idea para los lectores que no saben nada de este escritor uruguayo y que quieren empezar a leerlo comenzar primero con las historietas y luego seguir con la zona principal. Para estos lectores primerizos, Varlotta recomienda empezar por el título que más les llame la atención, "sin guiarse por el renombre o la crítica ni por la tapa o contratapa, en lo posible hojeando unas páginas antes de decidirse". Aunque para los más osados y/o amantes del freak se aventura a recomendar Nick Carter, Caza de conejos, Desplazamientos o los cuentos de Todo el tiempo.
¿Pero cómo era Mario Levrero cuando ya ocupaba la centralidad de la literatura de su país? Pablo Silva Olazábal, autor de Conversaciones con Mario Levrero, que retrata las charlas entre un autor ya consagrado y uno que recién empezaba a construir un camino, destaca que él "no se veía a sí mismo, como tantos escritores, en un pedestal; no se sentía obligado a saberlo todo y a cantar la justa de cada asunto. En el libro incluso se lo ve tomando en cuenta mis opiniones y a veces temiéndolas". Tenía un trato horizontal, cosa que muchos han visto en el libro que tiene ediciones en Argentina, Chile, Uruguay y España. Por eso trataba a Silva Olazábal como a su igual, e incluso como colega: "La idea tan extendida de que un escritor debe ser alguien lleno de definiciones y certezas, que siempre sabe más que el común de la gente y se toma muy en serio a sí mismo no parecía ajustarse a él".
Esta horizontalidad en el trato fue lo que más le impresionó al público en una reciente gira por España donde estuvo presentando Conversaciones… Horizontalidad que en ningún caso implicaba modestia, sino más bien sabiduría. Esto se lo atribuye a un rasgo muy uruguayo, que como definió al Uruguay uno de los ensayistas más agudos de ese país, Carlos Real de Azúa, "'un país de cercanías'. No sólo en lo geográfico sino también en lo social, político y cultural". Este rasgo que recuerda al principio de lo plebeyo –presente en la Argentina, tal como ha señalado Beatriz Sarlo y otros intelectuales locales– puede ser muy ventajoso, pero también tiene su contracara, ya que se traduce "en cierto provincianismo que lleva a desconocer valores y calidades, y que a veces raya en el famoso ninguneo". Eso ha hecho, por ejemplo, que Levrero sea, según él, más valorado en Argentina que en Uruguay.
Describir la obra literaria de este escritor no es sencillo: además de la separación que se puede hacer de su obra, incursionó en el policial, como en la nouvelle Dejen todo en mis manos, en un pop muy cercano al lenguaje de la historieta como en Nick Carter, en la no ficción tipo manual. Pero a Silva Olazábal lo que le llamó la atención fue "su prosa diáfana y sobre todo su humor innato, casi diría que involuntario. Es una especie de alegría que recorre todos sus libros, incluso en las zonas de mayor angustia, algo que comparte con Felisberto Hernández. Te pueden contar lo mal que se sienten pero, como si fueran Buster Keaton, al lector le causa pena mezclada con gracia". Y lo otro que lo impresionó fue su intensidad, que se ve reflejada en una de las respuestas que le da en el libro de conversaciones: "Cuando llegás al punto de que te importa un bledo lo que piensen los demás, ahí es cuando todos empiezan a respetarte y admirarte. La inseguridad nos crea huecos por donde se mete inexorablemente el sadismo ajeno, o sus ansias de dominio".
Cuando se habla de que un escritor ocupa la centralidad de la literatura de su país, de inmediato se piensa si eso ha determinado que los escritores más jóvenes lo imiten, lo sigan o lo tengan como una influencia. En este sentido, ¿qué sucede con él? Para Elvio Gandolfo, por el momento está todo muy mezclado: "Más bien se ven numerosas estéticas o tonos distintos. Quien lo sigue demasiado de cerca descubre tarde o temprano que es tan peligroso e inútil como seguir de cerca a Borges. Por suerte la gran difusión de su obra lo ha vuelto fácil de conseguir. El gran beneficiado ha sido por ahora lo que llamaríamos 'el público', de perfil cambiante, dinámico: cualquiera puede conseguir varios de sus libros, que cambian según los avatares de la distribución. A su vez, al saltar 'afuera' (digamos América Latina, España, incluso el mundo) se ha producido una especie de repliegue entre los escritores y la crítica de Uruguay". En ese sentido coincide con Silva Olazábal que Argentina ha reaccionado "con más abundancia y agudeza" que su propio país a la hora de catalogar a Levrero.
¿Pero cómo era como amigo o padre? Nicolás Varlotta tiene una anécdota que lo muestra en cuerpo y alma, como el escritor que era: "En una ocasión me anunció que me iba a hacer un regalo (era mi cumpleaños) y generó un clima de gran misterio en torno al mismo, haciéndome adivinar de qué se trataba. Yo era muy pequeño, no tendría más de seis años; esperaba algo espectacular, como una bicicleta o un perrito. El regalo, en cambio, resultó ser una vulgar birome (tipo Parker, pero birome al fin)". Nicolás quedó, como todo niño de esa edad, bastante decepcionado, pero hoy lo recuerda con una sonrisa.
Finalmente, los libros de Mario Levrero en esta edición de la Feria del Libro de Buenos Aires están repartidos en varios stands. La mayoría de su obra se encuentra en Random House, pero hay otros títulos interesantes que están en stands de editoriales independientes: sus historietas reunidas están en Los Siete Logos, su correspondencia en La Sensación y sus conversaciones en La Coop. Con Montevideo como Ciudad Invitada, comprar un libro de Jorge Mario Varlotta Levrero es una oportunidad que no se puede desperdiciar.
*Durante el sábado 12, a partir de las 16, se realizarán diferentes encuentros y diálogos con respecto a la obra de Levrero, en diferentes espacios de la Feria del Libro.
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