El origen no es del todo claro, pero, por muchos años, tanto en el mundo académico como en el editorial existió una superstición ampliamente difundida, según la cual las novelas –no los cuentos, ni la poesía, ni el ensayo y, mucho menos, la literatura dramática– constituían algo así como el núcleo duro de toda la literatura.
De ahí a pensar que había que concentrarse exclusivamente en esa especie, relegando las otras a su suerte, había apenas un paso que efectivamente se dio. La pereza hizo el resto y propició la arrogancia de profesores mal leídos y de editores soberbios.
Pero un día las estadísticas, al menos en el Reino Unido, revelaron una realidad distinta. El 15 de diciembre pasado, el prestigioso diario The Guardian, publicaba un artículo cuyo título resultaba inequívoco: La ficción literaria, en crisis debido a la drástica caída en las ventas, informa el Arts Council England. Allí, la periodista Alison Flood decía en la bajada de su nota lo que, desde hace un tiempo era un secreto a voces: "Las nuevas cifras indican que son cada vez menos los escritores del Reino Unido que ganan lo suficiente como para mantenerse, mientras que el Council atribuye la caída de las ventas a la recesión y al auge de los teléfonos inteligentes".
A su vez, en el mismo artículo Sarah Crown, la encargada de literatura del Arts Council, confirmaba que, en un informe realizado por la editorial digital Canelo, se habían analizado los datos sobre ventas de libros que publica Nielsen Book Scan –una empresa que se ocupa de medir lo que se vende y el comportamiento de los consumidores de libros en todo el mundo–, comprobando que las ediciones de ficción habían experimentado una descenso estrepitoso, que comenzó a registrarse como dramático a partir de 2008.
Cuatro años más tarde, las ventas británicas pasaron de 162,6 millones de libras en 2011 a 119,8 millones de libras en 2012, y se aclaraba que la leve alza posterior se había debido al auge de los libros de cocina y… para colorear. Luego, de una serie de ejemplos de ventas en picada, el artículo llegaba a una conclusión: "Más allá de los 1.000 autores principales (como mucho), la venta de libros impresos por sí sola no ofrece un ingreso decente. Si bien hace tiempo que se sospechaba esto, los datos lo confirman de manera inequívoca… Es más, ésta es una evaluación generosa. Una vez que el librero, el distribuidor, el editor y el agente se quedan con su parte, 3.000 copias del título que ocupa el milésimo lugar en cuanto a ventas no dejarán mucho dinero. El hecho de que estemos retrocediendo a un contexto en el que sólo los escritores más favorecidos pueden mantenerse debería ser una fuente de mucha preocupación". ¿Para quién? En primer lugar, para los escritores de ficción mismos quienes, a diferencia del pasado, ya no pueden vivir exclusivamente de la escritura; en segundo lugar, para el sistema literario, que, por primera vez en su historia, ve tambalear una de sus mayores mitos.
Ese mismo día, y en el mismo periódico, la periodista Claire Armistead publicaba un segundo artículo sobre el tema. Allí escribía: "A diferencia de las artes escénicas, la industria editorial siempre ha sido un sector comercial que ha tenido que encontrar la cuadratura de sus círculos. Esto se refleja en el hecho de que recibe sólo el 7% de la torta financiera que reparte el Arts Council, a diferencia del teatro, que recibe el 23%, y la danza, que recibe el 11%". Y luego, haciendo gala de una lógica avalada por la ya mencionada superstición, lamentaba: "La mayor parte de ese dinero se ha utilizado para financiar a editores que producen poesía y literatura traducida, que nunca han podido abrirse su propio camino financieramente. De modo que habrá sangre en la alfombra si los recursos existentes se vuelcan a brindar apoyo a los novelistas".
Problemas del primer mundo
Todo lo referido hasta aquí, visto desde estas playas parece una mera ficción porque, salvo muy pocas excepciones –lo que es decir, las que se cuentan con los dedos de una mano–, en Latinoamérica, en general, y en la Argentina, en particular, resulta casi imposible que un escritor viva de los libros que escribe.
Por un lado, el pago de derechos de autor oscila entre un 10% y un 8% del precio de tapa de un libro y se realiza dos veces al año, teniendo la editorial seis meses para anunciar lo vendido y tres meses más para liquidarlo; luego, si se consideran los niveles de inflación a los que nos vemos sometidos, hay una depreciación importante. Por otro, los adelantos –cuando los hay– contemplan la eventualidad de una ganancia prácticamente segura para la editorial; luego, se calculan en función de lo que el editor supone que el autor va a vender. En otras palabras, para superarlos hay que vender muchísimo más de lo previsto, lo cual, en un mercado tan reducido como el argentino (para no hablar del colombiano, peruano, chileno o uruguayo) es mucho.
Consultado sobre estas cuestiones, el novelista y ensayista Carlos Gamerro –acaso uno de los pocos argentinos que conocen bien el funcionamiento del mundo editorial británico–, le comentaba a Infobae Cultura: "Leí lo que decía The Guardian, y la formulación de la noticia corresponde a lo que suele llamarse 'Primer Mundo'. Desde una perspectiva latinoamericana y acostumbrados a trabajar de otra cosa para poder escribir, la preocupación de que los autores de ficción no puedan vivir de sus obras es ridícula".
"Cuando en 2012 estuve en Edimburgo, en un congreso internacional de escritores, los narradores, sobre todo, ya ponían el grito en el cielo y manifestaban su oposición a escribir para el mercado. Yo me limité a aconsejarles que se consiguieran un trabajo para así escribir lo que quisieran. Luego, ¿qué decir de la solución de derivar subsidios, sacándoselos a otras ramas de la escritura o a las actividades performáticas, cuando en la Argentina no hay subsidios para casi nada? Y si los hubiera, uno tendría que enfrentarse con la mala fe del mercado editorial de la lengua castellana, que no diferencia la ficción literaria de calidad de los best-sellers, algo que está claramente separado en cualquier librería de Inglaterra o de los Estados Unidos, pero que en nuestro país se presenta casi sin diferenciación", agrega.
Más tarde, cuando se le pide una evaluación respecto de la supuesta preminencia de la ficción, Gamerro se excusa de no tener cifras, pero aclara que, habiendo escrito tanto novelas como ensayos, a título estrictamente personal, tiene la sensación de que en los últimos años estos últimos han recibido una mayor atención: "Noto que se me convoca más como ensayista que como autor de ficción". Por último, señala que no cree que las series televisivas sean una competencia importante para la lectura de ficciones. "Lo que sí llama la atención –concluye– es que tanto en el subte como en los colectivos prácticamente ya nadie lee libros, pero todo el mundo está atento a su telefonito".
Editores y editoriales
Sobre esto último coincide Víctor Malumián, uno de los dos directores de la editorial Godot: "En general el libro está sufriendo un desplazamiento en la conciencia de los públicos más amplios. Siempre se dijo que el libro tenía, a grandes rasgos, dos caras: una ligada al entretenimiento y una segunda a la transmisión de saber. La primera hace tiempo que se ve afectada por los nuevos formatos de series, así como los diarios gratuitos en el subte se vieron afectados por los juegos en los celulares y whatsapp. Hace un par de años que, salvo excepciones, las novelas ya no venden las cifras que solían tener y tanto las grandes editoriales como las pequeñas están trabajando en torno a nuevas audiencias. Del lado de las editoriales más chicas el cambio más notable que veo es que ya no esperan a que el lector los descubra en algún punto de venta sino que salen a buscarlo con festivales, lecturas y ferias".
Ahora bien, ¿es realmente cierto que retrocede la ficción? "No podría afirmar que existe un retroceso neto de la ficción frente a la no ficción –responde Mercedes Güiraldes, experimentada editora general del Grupo Planeta, especializada en ficción–. Son fenómenos que van y vienen. En momentos coyunturales específicos, gana una u otra. Por ejemplo, entre los libros más vendidos del año pasado tuvimos libros de ficción (Sí, de Viviana Rivero; La herida, de Jorge Fernández Díaz; Escrito en el agua, de Paula Hawkins; Patria, de Fernando Aramburu; La uruguaya, de Pedro Mairal) y de no ficción (Así me cuido yo, de Marina Borensztein; Emoción y sentimientos, de Daniel López Rosetti; La vida por la patria, de Felipe Pigna; El cerebro argentino, de Facundo Manes; Ñam-ñam, de Narda Lepes).Podría decir que hay un empate ahí".
"Pero, lo que sí creo es que, cada vez más, la no ficción 'contamina' la ficción. Con el auge de la literatura del yo, de la crónica y del testimonio, se produce una especie de hibridación entre géneros y los límites entre ficción y no ficción se desdibujan, en desmedro de cierto tipo de ficción. Por supuesto que hay excepciones, libros de ficción pura donde la imaginación y la inventiva son protagonistas absolutas", explica Güiraldes.
Coincide con esto Santiago Tobón, director editorial en España de la mexicana Sexto Piso, quien responde: "Periódicamente se vuelve sobre el tema del fin de la novela. Quizás estemos en un nuevo momento del asunto, con algo de tono apocalíptico. Pero si me preguntan si eso es algo preocupante, creo que no lo catalogaría de esa forma. Sí llamativo, quizás, por matizar. Pero no creo que vaya a desaparecer la novela, si eso es lo que está de fondo. Ahora, el libro más vendido del año pasado en la editorial fue Apegos feroces, un libro de autoficción de Vivian Gornick. Son las memorias de la autora, con especial atención a la relación con su madre. Y decidimos publicarlas en la colección de narrativa".
"Creo que la no ficción –para no llamarlo ensayo, que quizás haga pensar en otro tipo de textos– puede llegar a ser tan rica como la novela. Presenta además historias tan maravillosas, que está superando quizás la calidad de muchas de las obras de ficción. Y la manera de contar esas historias está llegando más al lector. Hay una especie de boom de la autoficción y/o de la no ficción: los libros sobre la madera (El libro de la madera), sobre la mente de los pulpos (Otras mentes), sobre la relación con un azor (H de halcón), el relanzamiento de Thoreau… o, en nuestro caso, un libro como el de Vivian Gornick, por citar unos cuantos ejemplos rápidos, son muestra del auge de la no ficción y la autoficción".
Por su parte, Catalina González, directora editorial de la colombiana Luna Libros, es categórica: "La novela por muchos años estuvo en el pedestal editorial. Creo que parte de su agotamiento se debe a las editoriales comerciales, que la privilegiaron sobre los otros géneros con premios y estrategias de mercadeo, produciendo novelas por encargo con el único fin de vender en grandes cantidades. Todo esto ha ocasionado desconfianza en los lectores. Hay, por supuesto, novelistas con una voz propia que destacan del montón, pero son excepciones y, curiosamente, no son los más famosos, pues las fórmulas son más exitosas. En Colombia la novela se sigue vendiendo mucho, pero en los últimos años la venta de derechos de la novela frente a los de no ficción ha perdido terreno en ferias internacionales. Me parece sano que otros géneros cobren relevancia, tanto para los lectores como para el mundo editorial".
El genero en sí
Los editores, claro, tienen un ojo puesto en el mercado, pero cuando son buenos y el sello editorial lo permite, también consideran la calidad del género en sí. Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, sostiene que no nota una falta de interés de los lectores en el género.
"Me preocupa más la crisis que está viviendo el sector editorial por la crisis general en el consumo. Por otro lado, los géneros están en plena mutación: algunos viejos géneros vuelven a cobrar protagonismo (la ciencia ficción, por ejemplo) al tiempo que se borronean los límites genéricos en otros libros".
Luego, afirma: "Me parece que la narrativa pasa por un momento de mucha vitalidad, al menos en nuestra lengua en la región: nuevas apuestas de géneros, estilos, tonos y también una gran atención por parte de los lectores sobre las nuevas escrituras. Esto se traduce también en términos de traducciones a otras lenguas (Hernán Ronsino, Julian Lopez, Federico Falco, por poner algunos pocos ejemplos de nuestro catálogo) y también, en relación con los premios y distinciones que los narradores están recibiendo en el exterior".
Por su parte, Santiago Tobón añade: "En la editorial contamos con diversas colecciones, y no vemos el problema de publicar obras de autoficción en una colección de narrativa. La no ficción y la autoficción se están leyendo como narrativa. Y se están escribiendo obras de altísima calidad". Mercedes Güiraldes, a su vez, opina que hay una gran proliferación de autores: "No todo lo que se publica tiene la misma calidad, por supuesto, pero escribir y publicar pareciera cada vez más fácil, más al alcance de cualquiera, menos de ghetto. Otra cuestión es cuánto de eso que se publica es leído. En lo que se refiere específicamente a la literatura argentina, la muerte de autores como Piglia, Castillo, Fogwill, Bodoc deja vacíos difíciles de llenar. Sin embargo, todavía nuestra literatura cuenta con figuras de peso, como sería el caso de César Aira, frecuentemente mencionado para el Premio Nobel, entre otras. Hay un proceso de renovación en curso".
Luis Chitarroni, novelista, crítico y director editorial de La Bestia Equilátera, no coincide con estos juicios: "No tengo datos estadísticos, pero es una comprobación de lectura advertir que la calidad de la ficción ha decaído. 'Calidad' parece una categoría tan pesada y pasada de moda como 'estilo'. ¿De qué deberíamos hablar? No queda más remedio que pasar al territorio trémulo de los ejemplos. Desde Cervantes, la novela nos asoma a privilegios alternativos que desconocen otros artificios, otros géneros. Se puede advertir en escritores tan distintos como Aira y Pynchon. Ambos dieron curso y cabida a sistemas coherentes y consistentes. Es necesario interrogarlos desde el interior mismo para advertir de qué manera los autores los estilizan o los hacen más complejos. Comenzar por la enseñanza de que la lectura es un gusto. Es imprescindible que el placer no sea trabajoso. Como dijo Chesterton: 'La literatura es un lujo; la ficción, una necesidad'".
Otras voces, otros formatos
Dada la necesidad de ficción, cabe preguntarse por el formato que la transporta. De hecho, no son pocos quienes se plantean que una serie de ésas que pasan por Netflix, escrita conjuntamente por unos cincuenta escritores, nos evita todos los ripios que, según Borges, son parte constitutiva de cualquier novela, por buena que ésta sea; vale decir, todas esas escenas en las que "alguien abre una puerta, se da vuelta, piensa y dice", ocupando varios renglones del libro y apenas un par de segundos en la pantalla.
"Pensando en voz alta el avance de Netflix –dice Santiago Tobón–, se me ocurre que no es una cosa por la otra; que está pasando lo mismo en la televisión. Cada vez hay más series de 'no ficción' o que mezclan historia y ficción (pienso en Narcos o en The Crown), y que quizás, como en el caso de los libros, esos ejemplos sean parte de la configuración de un nuevo gusto por la autoficción y la no ficción. Quizás estemos hablando de lo mismo".
Para Güiraldes, "sin ninguna duda, los consumos culturales se diversifican cada vez más. La batalla a dar es por el (escaso) tiempo de ocio que nos permite la vida moderna en las grandes ciudades, y el libro compite con las series, con Internet, con la televisión, etcétera. Esa competencia se hace sentir con fuerza".
A ello, el novelista Hernán Ronsino observa desde Zurich, donde está escribiendo un nuevo libro: "Es verdad que hay nuevos formatos audiovisuales que acaparan mucho la atención en el público; nuevas formas masivas de contar historias. Pero no creo que eso predomine porque las versiones de la narrativa actual estén desactualizadas o sean vetustas. Son ámbitos distintos que en cierto modo también se conectan. Distintos en cuanto a los medios de producción y de circulación (no podemos comparar una novela con el efecto multiplicador de una serie) y, en cierto modo, digo que se conectan porque para que haya una buena serie tiene que haber un buen autor (y en algunos casos también son buenos escritores como, por ejemplo, Nick Pizzolatto el autor de True detective, que además tiene unas muy buenas novelas policiales). Por otro lado creo que la narrativa no necesita de ese público masivo para existir. Me gusta pensar al territorio de la narrativa y la poesía como un espacio de exploración, de búsqueda. Y creo en ese sentido que la narrativa argentina tiene un amplio y diverso abanico de posibilidades".
Chitarroni, en cambio, puntualiza: "Por ser un arte, la novela había previsto la mayoría de los desenlaces a que la someten los vértigos, cambios, relevos y exigencias (hoy las tecnologías, y la monserga de trivialidades que a menudo acarrean, nos parecen le dernier cri, expresión también pasada de moda) de esa inmadurez exigida por Gombrowicz con cierta impaciencia y cierta beatería poco menos que senil. Shakespeare ya había expuesto lo suyo ("Ripeness is all"), y no es posible sostener que el garabato y el balbuceo reemplacen el sentido de la forma, a menos que un hechizo suspenda cualquier ejercicio crítico".
Cifras
Las cifras que se manejan a uno y otro lado del Atlántico responden a mercados diferentes, cada cual con sus propios usos y costumbres, para no hablar de las dimensiones. La principal diferencia es que en el mercado británico las estadísticas son públicas y aquí se ocultan con un celo tal que las ubica en la misma línea que la información reservada del Pentágono.
Súmese a esto la dimensión de los mercados, que no debe medirse en razón de la población, sino en función de los puntos de venta. México, por caso, tiene más de 120 millones de habitantes y sólo 250 librerías; Chile, 16 millones y unas 100 librerías; Perú, casi 32 millones de habitantes y 20 librerías.
Suponiendo que las librerías son la mayor boca de expendio de libros en un país, ninguno de los mencionados podría compararse con la Argentina, que en proporción con su población tiene uno de los mayores índices de librería por habitante del mundo, que, con un mercado sensiblemente más pequeño y un poder adquisitivo mucho menor que el de ingleses, escoceses y galeses, aventaja el número de librerías británicas. Dicho de otro modo, todo es relativo. El resultado de las ventas confirma esta aseveración.
Por caso, Adriana Lorusso daba cuenta en el suplemento cultural del diario Perfil el caso de Los mejores días de Magalí Etchebarne. Allí decía: "tiene 34 años y su primer libro de cuentos es un éxito. (…) El volumen ya tuvo dos reimpresiones y vendió 1500 ejemplares, una cifra menor si se la compara con 'tanques' como Dan Brown o J. K. Rowling, pero un número muy apreciable para cualquier autor de ficción nacional o extranjero, con o sin trayectoria".
A quien la afirmación de que 1500 ejemplares es un número "apreciable" le suene curiosa, habría que aclararle que, en un mercado pequeño como el argentino, progresivamente maltratado por la marcha de la economía del país, vapuleado por la acumulación editorial de los grupos multinacionales y prácticamente abandonado por el Estado, un novelista establecido suele vender durante el primer año de edición de su novela entre 500 y 700 ejemplares. Esas cifras, del todo ridículas, se corresponden perfectamente con el número de ejemplares vendidos en el mismo lapso por un libro de poesía, género apenas considerado por los editores, en el que no se invierte ni en prensa ni en publicidad y al que raramente se comenta en los pocos medios que se ocupan de mantener la ficción del "suplemento cultural".
No obstante, muchos metros más abajo está la denigrada literatura dramática, a la que la mayoría ni siquiera considera literatura (y ahí está Rafael Spregelburd, acaso uno de los mejores escritores argentinos actuales, para demostrar lo contrario).
Volvemos entonces al principio, para decir que, lamentablemente para ellos, los escritores británicos tendrán que trabajar en otra cosa. También, que la literatura es una cosa y la administración que de ella hacen las editoriales, aquí o allá, otra. Luego, que el trabajo literario incluye otras especies que, como todo –porque todo puede venderse si hay empeño–, también pueden ofrecerse a la aprobación de los lectores. Por último, que efectivamente, creer que la novela es el género principal de la literatura –y no apenas un género más– es una superstición, a la que el diccionario define como "propensión a la interpretación no racional de los acontecimientos".
SIGA LEYENDO