La idea era empezar hablando de Taxi (Salamndra), la novela que Carlos Zanón (Barcelona, 1966) vino a presentar a Buenos Aires. Y que cuenta siete días en la vida de Sandino (un alias de Jose), un taxista insomne a la deriva que recorre la zona oscura, poco visibilizada de una Barcelona "sin Gaudí y sin Plan Cerdá". "Una Barcelona mirada desde fuera, desde los barrios al centro. La mirada del bárbaro que quiere llegar a la ciudad y conquistarla", dirá luego Zanón. Todo, con tal de no volver a su casa porque supone que su mujer, Lola, va a dejarlo por infiel. Y como en la fábula de la rana y el escorpión, está en su "naturaleza" masculina buscar refugio en otras mujeres.
Pero la idea cambió en la presentación de la novela en la Feria del Libro, el lunes 30 de abril a la noche, a cargo de Claudia Piñeiro. ("Ser presentado por Claudia Piñeiro en la Feria del Libro es como ser músico en Nueva York y tocar con Bruce Springsteen", dirá). Cuando la escritora argentina le preguntó a su par español por el personaje de la abuela, que en el libro aparece en forma de cenizas de las que el protagonista siempre está a punto de deshacerse, y que en vida, por haber sido víctima de violencia de género, mató a su marido, Zanón admitió que ese dato era autobiográfico. Sí, su abuela mató a su abuelo.
Esa confesión ocurrió el día anterior a la entrevista en un hotel de la zona de la Catedral, la lluviosa mañana del martes 1° de mayo. Afuera se armaba el escenario del acto por el Día del Trabajador. Había policías por todos lados: bajo tierra, en la boca del subte, franqueando la salida a Plaza de Mayo, arriba, en la calle, en cada esquina. Había vallas y la circulación estaba restringida.
Carlos Zanón usa pantalón y remera negra. Está sentado a una mesa en el lobby del hotel. Es su cumpleaños. Está de gira y durmió poco. Viene de Bogotá, donde presentó su libro en el Filbo, y se va a Montevideo. Le encanta Buenos Aires. Estuvo en esta ciudad en hace dos años, cuando fue entrevistado en la Biblioteca Nacional para hablar de Quién mató a Johnny Thunders (Premio Salamanca Negra 2014 y Dashiell Hammet 2015), después de las también premiadas Tarde, mal y nunca y No llames a casa, libro que le valió el mote de "el Jim Thompson español", por ubicarse en esa "otra" tradición del género: la novela negra sin detective.
Zanón tiene, además, pasión por la música, compuso temas y libros de crítica musical como Bee Gees. La importancia de ser un grupo pop (1998). Y es guionista. Pero cuando empezó, fue poeta (El sabor de tu boca borracha, En el parque de los osos), y eso se nota en su capacidad de sintetizar una escena completa en una metáfora de doce palabras (como "en una de esas peleas con sabor a saliva, arena y pullover", en Taxi).
La pregunta original era cómo estaban tomando sus lectores, los que lo seguían como autor de novela negra, que se alejara del género. Pero la idea cambió porque era mucho más interesante saber si su abuela mató a su abuelo.
"Es una historia familiar, un poco tragicómica", dice Zanón, y reflexiona, con algo de humor negro: "Desde el punto de mi abuelo, trágico. Está basado en el personaje de verdad de mi abuela, aunque nunca sabías si lo que estaba contando era verdad o era mentira, incluso en relación a ese hecho. Cuando mi abuela murió, nos enteramos de cosas increíbles. Y en la novela hay algo que a mí me gusta mucho, que es la idea de trabajar sobre recuerdos inventados. Uno va elaborando su propia fantasía."
–¿Ese crimen familiar influyó en tu posterior dedicación a la novela negra?
-Pudo haber sido real. Pero lo que ha pasado en la realidad tampoco es tan importante. En la novela negra lo que importa es cómo te lo explicas tú, cómo lo construyes, cómo te haces un relato para explicarte. Pero sí me influyó. Mi abuela era muy fantasiosa y muy mentirosa.
–Podría haber sido escritora.
-Perfectamente. Yo vivía con mis padres y mis cuatro abuelos, y me crié con las historias que contaban ellos. Mi madre no era religiosa, pero le encantaban las películas de romanos, de Jesucristo. Y yo creía que Ben Hur era parte de la Biblia. Me gustaban mucho esas historias.
–Siguiendo con la "línea autobiográfica", tu papá era taxista, como lo es el padre de Sandino en Taxi.
-Sí, y mis dos abuelos. Era como una saga. Heredabas la licencia. Pero mi padre nunca quiso que yo fuera taxista, quiso que estudiara porque para él era una profesión muy dura.
El hijo obedeció: es abogado penalista, profesión que ejerció hasta el año pasado, cuando se decidió por dedicarse a full a la literatura.
-Eso me permitió conocer a gente que vive el presente inmediato. Es muy difícil de entender para nosotros, que siempre estamos instalados en lo que haremos mañana, el fin de semana. Encontrarte con gente así, que genera vínculos muy bestias y muy fuertes. En nuestras relaciones no le pasas a tu pareja que no baje la basura, en cambio una señora casada con un señor que ha matado a alguien y lo va a ver cada domingo, eso me impresionó mucho. Y su mirada de la sociedad, cómo intentan sobrevivir y aferrarse a la vida.
–¿Sandino sería el taxista que Carlos Zanón no fue?
-Lo hice taxista por la idea de que está a la deriva por dentro y por fuera. No tiene ningún control sobre su vida. Cuando mi padre venía de trabajar, olía a máquina, a gasoil. Y Sandino no quiere que la máquina se lo coma. Por eso lee, por eso escucha música. Quiso ser escritor, contar las historias que escuchaba en el taxi. Pero ahora no quiere nada de eso: quiere ser alguien. Cuando viajas en taxi, los taxistas parece que te quisieran decir: "No soy un robot, sé de futbol, sé de política y tengo mis opiniones, soy una persona que tiene cabeza, tiene corazón, tengo una familia y los domingos salgo con mi mujer y mis hijos. No te creas que estoy aquí todo el día". En el fondo te están recordando que uno no es lo que hace sino lo que es. No juzgues el libro por la tapa.
–Ok, porque la tapa negra de Taxi establece una continuidad con tus novelas negras, cuando estás decidiendo cambiar de género.
-Sí, yo quería cambiar de género, probarme, cambiar de editorial. El sello RBA, donde publicaba, era muy serie negra, y quería una colección literaria. ¿Qué pasó? Pasó que estuvimos mirando muchas portadas de colores. En Barcelona los taxis son negros y amarillos, y al final acabamos haciendo una portada negra que quizás no aclaró la situación de que esto es de un autor que ha escrito un libro que no es una novela negra.
–Pero la confusión te puede beneficiar, para no perder a tus seguidores.
-Creo que no he perdido ningún lector por eso. También porque he escrito novelas negras muy raras: nunca hay policías, nunca hay procedimiento. No me interesa nunca quién mató a quién. Me interesa preguntarme por qué a veces cualquiera puede cometer un acto de violencia. A veces la violencia es un lenguaje porque no sabes expresarte de otra manera. O la sociedad no te deja. Aquí el personaje es astuto, o es torpe, o es infiel, pero no es violento.
–Taxi empalma tus dos pasiones, la literatura y la música. Cada capítulo es el título de un tema de Sandinista, el álbum doble de The Clash, que también explica el nombre del protagonista, Sandino.
-Yo cuando pienso una novela tengo que saber cómo suena. Hasta entonces no puedo empezar a escribir. En un momento determinado me sonó la música de The Clash. Los discos tenían punk, tenían reggae, tenían rock. Sonaban muy compactos, eran muy potentes, pero tampoco se daban mucho en afinarse. Podían ser expresivos, estar descolocados. Y me gustaba que fuera una novela desmedida, que estuviera desafinada a veces, que estuviera presente la idea de la búsqueda y de la pérdida. Luego me gustaba tener unos raíles sobre los que asentarla. Dije: haré 33 capítulos, uno por cada tema del disco. Y me gustan los libros que tienen puertas que te llevan a otros sitios. Por ejemplo, yo leí Lolita porque un tema de The Police hablaba de Nabokov.
–Hay que leer Taxi con Youtube al lado para aprovechar las referencias musicales en el libro, que son muchas: Lou Reed, Nico, Amy Winehouse, un descubrimiento: Hope Sandoval…
-Una cosa que teníamos los chavales era que, cuando te gustaba mucho algo, se lo pasabas a tu amigo para que lo escuchara, no era suficiente con disfrutarlo tú, tenías que compartirlo. No me gusta nada la gente que cuando encuentra algo, se lo guarda. Y lo camufla.
–Hay algo muy generacional en tu novela, no solo en la música de los 70, sino también el cine: sobre todo Taxi Driver, de Martin Scorsese.
-Bueno, hay mucho de esa película porque mi libro es la odisea de un insomne, como la de Travis en Taxi Driver, pero también en Homero, donde el héroe no puede volver a casa. Y el Ulises de Joyce: lo cotidiano como la gran odisea del hombre moderno. Las cosas que pasan las magnificamos, pero nuestra vida no tiene nada de épico. Luego otra película que está allí es La dolce Vita, de Fellini, que también transcurre en siete días. Es Marcelo Mastroianni en Taxi. Cuando termina la película te preguntas: ¿dónde he estado? He estado en un castillo, en la playa, en una fiesta súper rara. Hay un montón de personajes y yo intenté hacer algo así. Me gusta esa idea de que cuando terminas el libro piensas: he estado en un montón de sitios.
–¿Y por qué tantas referencias a los 70s?
-Porque es mi mundo. Es un territorio en el que me siento cómodo porque lo conozco. Luego te van entrando cosas, pero no de una manera tan apasionada y tan vehemente. Yo de pequeño me sentía muy aislado y tenía la sensación de que no encajaba ni con tus amigos ni con tu familia. Ponías la radio y escuchabas a unos tipos que vivían a doscientos kilómetros o más, en un idioma que no entendías, pero te estaban hablando a ti. Te estaban diciendo: "Eh, no estás solo. No estamos allí, pero estamos contigo".
–El rock de los 70 hoy sería el movimiento de mujeres, el #NiUnaMenos, que en España también es muy fuerte y se ve muy favorecido por las redes sociales. En función de esa irrupción, ¿cómo pensás que pueden evaluar las mujeres a Sandino, un hombre que está a punto de ser dejado por su mujer por sus infidelidades y que busca refugio en otras mujeres, un mujeriego?
Carlos Zanón se levanta. Tal vez necesite masticar la respuesta, aunque el motivo es justificado: ha entrado una ráfaga de viento frío y él va a cerrar la puerta de vidrio que da al hall de entrada del hotel. A los pocos segundos vuelve.
-Bueno, el universo de Sandino es muy femenino: su madre, su abuela, su mujer, sus líos, su amiga taxista. Él entiende el código de las mujeres y sabe que es lo único que lo puede salvar. El vínculo con una mujer es el único sitio que puede llamar "casa". Yo me esmeré mucho en no hacer un depredador sexual. El Casanovas me parece un imbécil. A Sandino no hay una sola mujer salvo la propia que le pueda decir "me estás engañando". Y todas las historias que tiene, que son como islas en la ciudad a las que en algún momento puede llegar y agarrarse o quedarse, son historias que se han quedado en ningún sitio. Él no trata mal ni tiene un comportamiento más allá de los tics machistas y misóginos que puede tener un hombre, eso es inevitable lamentablemente. Las mujeres siempre son sus iguales, con ellas puede interactuar.
–Lo que él no quiere escuchar es que Lola lo deja porque él fue infiel.
-La contradicción del personaje es que es leal pero infiel. Valiente con su deseo, pero cobarde con sus sentimientos. Tiene la sensación de que, si se le corta ese vínculo, va a chocar contra las rocas. Lo único que tiene en la ciudad para no volverse invisible es eso. Es un poco la idea de la madurez: si tú no eliges nada, no pierdes nada, pero nunca tienes nada. Elegir es me quedo contigo y renuncio a todo lo demás. Lo pierdo.
–En la novela familiar, el hogar de la infancia de Sandino pasa de ser la "Casa encantada" a la "Casa Usher", una clara referencia a Edgar Allan Poe.
-Si, porque lo mismo que te define o te ata, te hunde. Cuando eres más jovencito, el hogar familiar es el de los recuerdos de infancia, y a medida que te haces mayor es el hogar de la decadencia, de aquello que no te deja ser otra cosa. Estás atrapado por ese barrio, por esa casa.
–Lo que postula Freud: lo familiar que se vuelve siniestro.
-Bueno, yo creo que todos los novelistas tendríamos que pagarle a una fundación Freud porque ha sido el mejor guionista y escritor del siglo XX. Quizás en el fondo es eso: alguien que inventó el personaje que somos nosotros mismos.
–¿Por qué te bautizaron el Jim Thompson español?
-Bueno, creo que es demasiado. Pero eso tiene que ver con que en mis libros la violencia es vista desde los ojos de la víctima o desde el que ejerce la violencia. El detective no deja de ser alguien que restablece un orden que existe y tú te quedas tranquilo. Jim Thompson representa la idea de que esto es mucho peor, no hay orden, esto es el caos. Es el mal. Pero si hay una novela con la que me identifico, es El cartero llama dos veces, de James M. Cain. Mi novela No llames a casa es eso. Me interesa saber si en un momento determinado sería capaz de cargarme a alguien para quedarme con mi amante. Si no me pillan, podría hacerlo. Por robar no, pero por quedarte con alguien con quien estás, sí. Me gusta esa especie de locura porque no ves nada más. Ese tipo de obsesión.
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