Libros en el Paraíso: secretos literarios de las islas del Mediterráneo

Autores como Robert Graves o Lawrence Durrell eligieron destinos aislados para construir algunas de sus mayores obras. Qué las hace tan especiales

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Por Santiago Bardotti

El encanto de las islas
El encanto de las islas mediterráneas permanece sin importar la época

Las islas producen fascinación desde el mundo antiguo por muy variadas razones. Especialmente en niños y escritores por igual. Pude comprobar recientemente en primera persona una característica entre muchas de las otras que las hace especiales: las islas aparecen y desaparecen.

En eso se parecen a las grandes montañas, esas montañas que tienen nombre propio como el Tronador, el Cerro Torre o muchas otras. Se dejan ver o se esconden. Los turistas acuden en procesión a visitarlas y ellas se ocultan entre las nubes.

Pero las islas parecen ir más allá y pueden desvanecerse por completo. Son mundos que están y no están. Aparecen al amanecer y unas horas más tarde la luz del mediodía las difumina en el aire. Quienquiera que mire en ese instante ve solo la superficie del mar. Cuando el sol comienza a retirarse su contorno empieza otra vez a dibujarse lentamente y cuando las tenemos allí de a poco son devoradas otra vez por la oscuridad.

La isla de Cerdeña
La isla de Cerdeña

Hubo una época incluso donde los barcos podían ver desde lejos islas a las que nunca llegaban a aproximarse. Islas cuyos vientos parecían defenderlas de los visitantes indeseados y expulsaban a los barcos. Islas así parecen más bien inventos de la literatura o de los mitos. O de las series de televisión como Lost.

El asunto es que emprendí un viaje a Italia desde España por el Mediterráneo y pude ver aparecer y desaparecer a Mallorca como también pude después ver aparecer y desaparecer a Cerdeña y a Sicilia. En verdad vi muchas otras islas porque esa es otras de sus características: las islas se multiplican.

En una isla se podía ser desterrado o a una isla podía uno escaparse como fue un poco el caso del poeta y escritor inglés Robert Graves en Mallorca, España. Descendiente del famoso historiador alemán Leopold von Ranke, había huido de Inglaterra en 1929 en compañía de la escritora estadounidense Laura Riding por problemas de índole privada y, siguiendo el consejo de la influyente poeta y crítica Gertrude Stein, se instaló en la mayor de las islas baleares.

La casa de Robert Graves
La casa de Robert Graves en Mallorca

Allí, Graves creo su paraíso privado en una sólida casa de piedra construida en 1932 a la salida del pueblo de Deià, apenas por encima del sendero que conduce a la cala. Encontró en este pequeño pueblo de pescadores todo lo que un escritor necesitaba como telón de fondo para su trabajo: sol, mar, montañas, manantiales, árboles frondosos, ausencia de política y unos cuantos lujos de la civilización, como luz eléctrica y un servicio de autobuses que lo llevaba a Palma, capital y metrópoli de la isla.

Como el mismo Graves cuenta en Mallorca observada, no fue menor en la decisión tener un costo de vida muy inferior al inglés que le permitía costearse unos cuantos criados así como la existencia en la isla de una montaña tan alta como cualquier montaña inglesa.

La isla ya no es la que encontró Graves. Mientras tomaba un café en la elegante ciudad de Palma luego de dejar el Ferry leía en el diario mallorquín que durante 2017 circularon en la isla un millón de vehículos. No es tan malo como parece. Graves, quien estaba confortablemente establecido, tuvo que abandonar con mucho pesar la isla en 1936 a causa de la guerra civil española. Vagó entonces por Europa y EE. UU. durante nueve interminables años hasta el fin de la guerra, tras la cual pudo regresar y encontrar su casa así como la había dejado, con los papeles sobre el escritorio y la pluma lista para continuar escribiendo, por así decirlo.

El estudio se encuentra tal
El estudio se encuentra tal como lo dejó

Dice Graves, el celebrado autor de Yo, Claudio, que durante esos primeros siete años toda clase de veraneantes acudieron a Deià: profesores de literatura, dipsomaníacos, pianistas, pervertidos, sacerdotes, geólogos, budistas, parejas en exilio, vegetarianos, adventistas del séptimo día, pero especialmente, pintores.

La casa del novelista es ahora un museo. El turismo no puede disimular lo imponente del emplazamiento ni la belleza del pueblo de piedra confundido con la montaña. Todo él descansa al pie de unas paredes de piedra que dan el marco ideal para la aparición de los frecuentes cielos estrellados y en especial la luna llena, de quien Graves era especial devoto. Abajo un mar transparente.

Durante sus últimos años, Graves vagaba por los cuartos de la casa y preguntaba a su familia si en efecto era él el que había escrito todos esos libros. Su cuarto de trabajo es hoy lo que era entonces. En los estantes de la biblioteca descansan los volúmenes de su Encyclopaedia Britannica y un artículo exhibido del Times informa que Graves no había muerto en una batalla como previamente se había informado.

Borges visitó Mallorca en 1981
Borges visitó Mallorca en 1981

A esa casa llegó Borges. Dejó sus recuerdos en "Graves en Deià", un texto de su libro Atlas,  La llegada de Borges en 1981 fue un encuentro bastante improbable entre el poeta perdido por el ocaso de la demencia y el poeta ciego. Por algo habrá sido de esta manera. Se decía que en la antigua Roma dos arúspices, especies de adivinos de Estado, no podían cruzarse y mirarse a la cara sin comenzar, en caso contrario, a reír a carcajadas.

A Mallorca llegué con un ferry desde la ciudad de Valencia. Para llegar a Cerdeña, mí próxima gran isla, tomé otro ferry desde Palma haciendo una escala de algunas horas en Barcelona. Es curioso pensar a Barcelona no como la ciudad multicultural que hoy es (los paseantes por la rambla hablando toda clase de lenguas le daban la espalda a ese problema conocido como la "independencia") sino como un puerto.

El ferry con escala en Porto Torres en el norte de Cerdeña tiene como destino final la ciudad de Cittavecchia, a no muchos kilómetros de Roma. El Mediterráneo sigue siendo una gran vía de comunicación. El ferry es un enorme crucero de diez pisos que al fin del invierno y fuera de temporada con su discoteca despoblada y su pileta en la cubierta vacía parecía un circo abandonado vagando por el mar.

Borge también visitó en Palma
Borge también visitó en Palma de Mallorca la celda de la Cartuja de Valldemossa, que durante muchos años ha sido mostrada como el lugar donde residió y compuso Fréderic Chopin

La mayoría de su pasajeros en esta época son ahora camioneros y pequeños transportistas que evitan realizar manejando todo el sur de Francia y prefieren un día entero en alta mar. También aquellas personas que viajan con sus mascotas y pueden llevarlas consigo o quienes que tienen miedo de los aviones. Por último, algunos románticos con más tiempo que dinero.

¿Qué tienen en común las islas y la cultura del Mediterráneo? El Olivo. Así dice Lawrence Durrell en El Quinteto de Avignon. Lo dice por todas partes en verdad. Tal es la fuerza de este árbol que llega a pensar que la Provence es por ello menos una parte de Francia que una nación mediterránea separada. El olivo no es solo una fuente de alimentación sino la fuente de una actitud espiritual pagana inocultable, dice el escritor británico que nunca vivió en Inglaterra.

Durrell en Corfu
Durrell en Corfu

Fui a Durrell como fuente de consulta antes de visitar la que sería mi próxima gran isla, Sicilia. Otros acudirán a los libros de Andrea Camilleri y su paciente inspector Montalbano, o a la más popular serie con el mismo personaje. Para ello podrán tomar los numerosos tours temáticos que ofrecen las agencias de turismo visitando las locaciones de los libros o la serie por igual. De igual manera se puede visitar Corleone, el pueblo que dio origen a El Padrino.

Durrell, al final de su carrera de diplomático, algunos dicen agente secreto, y por supuesto escritor nómade, habiendo vivido en las islas de Corfú y Chipre (entre tantos otros lugares, incluso en la Córdoba argentina) se convirtió en un "especialista" en islas del Mediterráneo y como tal escribió Carrusel siciliano. El libro es una guía apócrifa. O una novela verdadera, si algo así resulta posible. Los lugares son reales, no así sus compañeros de viaje y las peripecias, pero quién puede creerle a un escritor.

Las obras de Durrell, según
Las obras de Durrell, según su escenario mediterráneo

Muchos visitan Sicilia (y tienen razones para hacerlo) porque se dice más griega que la propia Grecia con su gran cantidad de templos, teatros y ciudades tan legendarias como Siracusa, Agrigento o Taormina. Pasaron por allí nada menos que Platón y Esquilo. Arquímedes nació y murió en la isla. Griegos, cartagineses y romanos dejaron allí su huella imborrable.

Otros visitan Sicilia para acercarse al islam cuando era sinónimo de ilustración y no de fanatismo. O por su pasado normando, con sus numerosos castillos y fortificaciones, siempre en lugares estratégicos, que no decepcionarían a un espectador de Games of Thrones. Durrell termina diciendo que Sicilia no pertenece ni a una ni a otra cultura. Ni siquiera a Italia, se pertenece a sí misma.

Cefalu, Sicilia
Cefalu, Sicilia

Para ver aparecer y desaparecer las islas hay que llegar desde el mar. No lejos de Palermo, salí de la ciudad normando árabe barroca de Castellamare del Golfo junto al mar remontando una serranía hasta llegar a las termas Segestane. Aguas de más de 40 grados que bajan por un río donde se bañaron griegos y romanos. Vi desde lejos el enorme templo de Segesta (del siglo V antes de Cristo y el mejor conservado que existe) elevarse imponente en la serranía y después estuve al pie del templo mismo. Como está más alejado que los complejos de las ciudades de Agrigento o de Taormina, estaba casi vacío y fue un regalo.

Todos los viajeros tienen sus fantasías. A partir de Heráclito, queremos pensar que visitamos las mismas islas; que a pesar de los siglos visitamos el mismo templo y que nos bañamos en el mismo río.

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