Elizabeth Costello ha vuelto y está en Buenos Aires. Pero: ¿existe Elizabeth Costello? Y en ese caso: ¿quién es? Hay más de una respuesta para esas preguntas.
Primera: es una mujer que nació a los 66 años a fines del siglo XX, defensora de los derechos de los animales, profundamente moral; una mujer que cuestiona el racionalismo, escritora australiana de fama internacional, premiada autora de un best seller, La casa de la calle Eccles, que tiene como protagonista a Marion Bloom, "extraída" del Ulises de James Joyce; madre de dos hijos, Helen y John, que hoy están empecinados en sacarla de la aldea española en la que decidió pasar el resto de sus días junto con sus gatos "asilvestrados" y el tonto del pueblo, un tal Pablo".
Segunda: Elizabeth Costello salió de la cabeza de John Maxwell Coetzee, el Nobel sudafricano, en 1997, cuando el escritor nacido en 1940 ya era un bestseller: su libro Esperando a los bárbaros, publicado en 1980, había invadido Occidente. Ya, por entonces, Coetzee había recibido el Premio Booker por Vida y Obra de Michael K (1983). Volvería a recibirlo en 1999 por la que tal vez es su novela más célebre, Desgracia.
En una serie de conferencias que dio en la Universidad de Princeton, el autor novelas imprescindibles como la trilogía Infancia, Juventud y Verano; Foe, La edad de hierro, Diario de un mal año y El maestro de Petersburgo, entre otros títulos publicados en español por Random House, "utilizó" el personaje ficticio de Elizabeth Costello para hacer una defensa de los animales. Fue, aquel, un acto de ingenio del escritor y licenciado en matemática y lengua inglesa en la Universidad de Ciudad del Cabo y doctorado en lingüística computacional en la Universidad de Texas, Austin, en Estados Unidos, título que obtuvo con una tesis basada en el análisis computarizado de la obra de Samuel Beckett, para luego dedicarse a la docencia de Lengua y Literatura inglesa en Estados Unidos y en Sudáfrica. Y radicarse en Australia.
Tercera: Elizabeth Costello es un personaje de ficción que atraviesa la obra de J.M. Coetzee. Aparece por primera vez en La vida de los animales (1999), libro basado en aquella ponencia en Princeton, texto que retoma en Elizabeth Costello, publicado en 2003 (el año en que Coetzee recibió el Nobel), ocho lecciones donde la cuestión animal se profundiza; vuelve a irrumpir en Hombre lento (2005). Y en Siete cuentos morales (El hilo de Ariadna, Random House, 2017, traducción de Elena Marengo), volumen que se presentó el martes 1 de Mayo a las 18, en una sala Victoria Ocampo colmada, en la Feria del Libro, en un diálogo del autor con Anna Kazumi Stahl, escritora, autora de Castástrofes naturales (cuentos, 1997) y Flores de un solo día (novela, 2002), y doctora en Literatura Comparada.
Es tentador pensar que Elizabeth Costello es la alter ego de Coetzee, una escritora detrás de la que su creador se esconde para expresar ciertas cosas (hay algo vagamente anagramático en esos nombres). Pero no. O al menos, no del todo. Tal vez él no pueda decir, como lo hizo Flaubert con Emma Bovary, "Elizabeth Costello soy yo". Tampoco es la representación de la madre "real" de Coetzee (apenas le lleva doce años y no se parece en nada a la madre de su autobiogáfica Infancia), aunque en las ficciones, el hijo se llame John, como él. Quizás es más comparable a un Quijote, un Sherlock Holmes o una Mafalda.
No es posible preguntárselo: Coetzee no da entrevistas. Pero sin dar una respuesta definitiva (una dosis de suspenso es necesaria), el martes por la noche Coetzee propuso algunas pistas para encontrar la respuesta:
"Unos años atrás, un amigo mío viajó a la India para dar una serie de conferencias sobre literatura australiana contemporánea y le preguntaron por la escritora Elizabeth Costello. Eso demuestra que un personaje ficticio escapa el control de su creador. No estoy seguro de haber tenido alguna vez control sobre Elizabeth Costello. En mi libro Hombre lento, un fotógrafo que pierde una pierna en un accidente se enamora de su enfermera. Elizabeth Costello aparece de pronto hacia la mitad del libro y empieza a tomar decisiones sobre la vida de este hombre. Bueno, del mismo modo ha aparecido en mi vida. ¿Qué estoy buscando explorar y comunicar a través de Elizabeth Costello? Lo que ella desea comunicar lo hace a través mío: yo soy el vehículo."
Se podría decir: y viceversa.
John, el hijo, es "el interlocutor necesario" en los diálogos en que la madre expone sus puntos de vista. Diálogos filosóficos, platónicos.
En veinte años de vida (Elizabeth Costello ya superó los 80), "se expandió su biografía", señaló Coetzee: "supimos que tiene una hermana monja, muda su residencia a una aldea española. Su hija se preocupa por ella y hablan de moverla a un 'lugar donde la cuiden', un eufemismo para no decir 'geriátrico'. En definitiva, es la lucha entre hijos y padres, y algo que vuelve a ser común hoy, que los padres se queden con sus hijos cuando envejecen". Elizabeth Costello representa, también, la vejez tan temida (¿por Coetzee?).
El autor británico David Lodge escribió en The New York Review que las palabras clave de la escritora australiana de ficción son "creencia" y "alma". El martes, en la Feria, Coetzee agregó: "empatía". "Ella defiende ese concepto, aunque no es simpática o empática. Es arrogante y se lleva el mundo por delante. Pero es la empatía lo que vuelve la vida del resto de los seres vivos comprensible a nosotros. La racionalidad, para Elizabeth Costello, puede llegar a ser destructiva. El abordaje puramente racional con respecto a los animales nos lleva a una crueldad a gran escala".
Pero Elizabeth Costello no es una persona "lisa". Es contradictoria. Humana.
En el libro que lleva su nombre, su hijo John, que acompaña a su madre recién llegada de Australia, a recibir un premio en Pennsylvania, reflexiona:
"¿Qué clase de criatura es en realidad su madre? No es una foca, no es lo bastante amigable. Pero tampoco es un tiburón. Es una gata. Una de esas gatas grandes que hacen una pausa mientras evisceran a su víctima y te miran con sus ojos amarillos y fríos desde el otro lado del vientre abierto en canal". Una gata cruel.
En ese viaje, en sus conferencias Elizabeth Costello habla de "la esclavización de toda la población animal del mundo. Un esclavo: un ser cuya vida y cuya muerte están en manos de otro. ¿Qué otra cosa son el ganado, las ovejas y los pollos? Nadie habría soñado siquiera con los campos de exterminio si antes no hubieran existido las plantas de procesamiento cárnico…. La matanza de los indefensos se sigue repitiendo a nuestro alrededor, día tras día, una matanza que no es distinta en escala ni en horror ni en importancia moral a lo que llamamos 'el' Holocausto. Pero decidimos no verlo." La homologación de campos de concentración y mataderos había sido planteada por una escritora real (vegetariana y defensora de los animales), Marguerite Yourcennar, en el libro de entrevistas Con los ojos abiertos, en 1980.
En la novela de Coetzee, Elizabeth Costello ha levantado polvareda entre judíos, antisemitas y defensores de los derechos de los animales. Lo que hace ese libro es ficcionalizar la polémica que provocaron otros autores en la década del 80. En particular, otro Premio Nobel, el escritor polaco Isaac Bashevis Singer, que escribió: "Se convencieron a sí mismos de que el hombre, el mayor transgresor de todas las especies, es la corona de la creación. Todas las demás criaturas fueron creadas solo para proveerle de comida y pieles, para ser atormentadas, exterminadas. En relación a ellos, todas las personas son nazis; para los animales, es un eterno Treblinka".
Los argumentos esgrimidos por los representantes de la comunidad judía que se opusieron a la comparación de Singer se dio incluso entre sobrevivientes del exterminio nazi y apuntó mayormente a la cuestión de la racionalidad, la diferencia jerárquica entre humanos y no humanos. Sobre esa polémica vuelve Elizabeth Costello, que analiza el simbolismo de las expresiones referidas a los judíos en la Alemania nazi ("iban como vacas al matadero"), y hace una doble lectura del discurso del mono Pedro el Rojo en el Informe para una Academia de Franz Kafka, literal y simbólica: el simio que representa al judío encerrado y discriminado, el judío que representa a los animales esclavizados y maltratados.
Pero volvamos a Buenos Aires. En la charla con Anna Kazumi, Coetzee aclaró que los Siete cuentos morales no pretenden ser moralistas sino cuestionar algunos preceptos morales y creencias religiosas. Lo que hacen esos cuentos es subir a escena las contradicciones. Además de la cuestión animal, el libro es una puesta en crisis de determinados valores morales como el de fidelidad, en el cuento "Una historia", sobre una mujer infiel a su marido. O el de crueldad, como en el primero del volumen, "El perro", que el autor eligió leer en la presentación. En esos dos cuentos, Elizabeth Costello está ausente (aunque cabe preguntarse si, de ahora en adelante, su presencia se impondrá cada vez que se escriba sobre un animal).
Tampoco estuvo presente el lunes 30 de abril en el Malba, en la proyección del documental Aquí y ahora, basado en el libro homónimo, un intercambio de cartas entre Coetzee y Paul Auster, quien vino a la Feria a presentar su libro 4321, editado por Seix Barral. En esta ópera prima de Teresa Constantini, los escritores "leen" esas cartas en distintos escenarios (Nueva York, Buenos Aires, el sur de Francia), en las que desarrollan en forma muy personal pero muy literaria, tópicos como el juego de ajedrez, la amistad, Beckett, la lengua inglesa, los acontecimientos mundiales. En una escena, Coetzee escribe en su laptop una carta al autor de La trilogía de Nueva York, en la que expresa sus dudas sobre si su obra perdurará. Curioso, viniendo de un premio Nobel. ¿Y Elizabeth Costello, que ya transita el último tramo de su vida, perdurará? ¿La mujer de ficción es una garantía de inmortalidad?
En la película, en ese intercambio epistolar entre John y Paul, se muestran las diferencias. Un Coetzee deportivo (se lo ve montado en su mountain bike con casco y uniforme de ciclista) contra un Auster bohemio neoyorquino. John escribe en su laptop, Paul en su máquina de escribir.
Luego de la proyección, los dos escritores ocuparon sus sitios en un sillón de dos cuerpos en el auditorio del Malba. A un costado, la directora Teresa Constantini. Al otro, Anna Kazumi, quien coordinó la charla. Coetzee vestía saco y camisa blanca. Auster, jean negro y pullover escote en v. Coetzee se mantuvo erguido. Auster se acomodó en el sillón y se fue deslizando como en el living de su casa. Contaron cómo se gestó la idea de hacer un libro epistolar a partir de un encuentro "real", cómo escribieron "editando" porque siempre supieron el destino final de esas cartas, y cómo el formato permitió equivocarse en la evaluación de algunos aspectos de la realidad que no podían corregir. Coetzee dio como ejemplo de este error el colapso financiero de 2008, que en una carta calificó como "ilusorio". Cada uno habló de su vínculo con Buenos Aires y de la diferente percepción que tuvieron en un encuentro previo, en la Feria del Libro de 2014.
Coetzee ya es un visitante asiduo de esta ciudad. Y mucho más que eso. En la Feria anunció que el director argentino Tristan Bauer hará una adaptación cinematográfica de Los días de Jesús en la escuela. Pero además, dirige la cátedra que lleva su nombre, en la Universidad Nacional de San Martín, que propone un intercambio entre autores sudamericanos, sudafricanos y australianos. En palabras de Coetzee, una forma de "contrabalancear la hegemonía cultural de las metrópolis del Norte". Por eso, también, el autor decidió que Siete cuentos morales se publicara en español antes que en inglés, y se distribuyera en el Sur antes que en el Norte. Todo un gesto político del Nobel. Tal vez, aunque no la veamos, Elizabeth Costello esté detrás de esa decisión.
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