Este año se cumplen 110 años del nacimiento de José Bianco, el célebre jefe de redacción de revista Sur por casi veinticinco años. En 2007, cuando estaba a punto de cumplirse el centenario, la editorial de Casa de las Américas publicó una compilación de sus ensayos bajo el título de Diarios de escritores y otros ensayos, donde demuestra su amor por la tradición francesa de la que no sólo era un lector, sino casi el especialista del Grupo Sur y tal vez el mayor conocedor de la obra de Marcel Proust en Argentina.
En el prólogo, Modesto Milanés consigna la importancia de Bianco cuando señala que, al igual que la chilena María Luisa Bombal y el mexicano Juan Rulfo, fue "creador de una breve pero al mismo tiempo de las más personales de Hispanoamérica", cosa que hace recordar las palabras de Borges: "Haber escrito un librito muy breve, hace muchos años, asegura una posición muy firme". Y es que La amortajada, de Bombal, Pedro Páramo, de Rulfo, y Las ratas, de Bianco, son libritos breves, pero que avanzan hacia la consolidación de proyectos narrativos tan personales como potentes.
Milanés observa que el desconocimiento relativo en que permanecen sus ensayos "se debe, quizás, a su tardía publicación: Ficción y reflexión aparece en 1977, cuando el autor bordea los setenta años, y Homenaje a Marcel Proust: seguido de otros artículos, así como Páginas de José Bianco seleccionadas por el autor, aparecen en 1984".
En el volumen editado por Casa de las Américas en Cuba no sólo hay una selección de los ensayos publicados, sino también una selección de los dossiers publicados por Gustavo Cobo Borda en Cuadernos Hispanoamericanos.
Para los que han leído sus ensayos sobre Proust no debe sorprenderles la calidad, profundidad y conocimiento que maneja del autor de En busca del tiempo perdido y de Los placeres y los días, pero para quienes no los conocen serán una clase y a la vez una aventura. Bianco echa mano de la correspondencia de Proust y de ensayos que se han publicado, entre ellos el de Arnaud Dandieu (1930), quien descubre el papel de la metáfora en el autor francés: "Dandieu señala que la metáfora conserva en Proust el carácter religioso de las fórmulas primitivas: ha dejado de ser una figura retórica; es un angustioso intento de yuxtaponer el pasado al presente". Lo que hace Proust es unir dos tiempos narrativos –un presente, digamos, con un pasado a través de la memoria involuntaria que va evocando– y la metáfora funciona como puente.
Otro aspecto interesante es el papel que cumple la madre en Proust, o más bien su muerte; es la madre quien se ocupaba de todos los detalles domésticos del joven Marcel: le fija regímenes alimenticios así como la cantidad de alcohol y cigarrillos que podía consumir; "se ocupa de comprar regalos cuando se casan los amigos de su hijo". En vida su madre sólo ve la publicación del libro de cuentos Los placeres y los días, pero cuando ella muere Proust se siente liberado para fracasar y por tanto para intentar con todo lo que había venido pensando.
"Entonces", observa Bianco, "aborda temas, estudia naturalezas y pasiones humanas y llega a muy osadas y aventuradas conclusiones que la habrían apenado, escandalizado". En otras palabras, muerta su madre en 1905, comienza el Marcel Proust que conocemos hasta hoy.
Pero José Bianco –simplemente Pepe para los amigos– además de abordar de una manera clara y profunda temas en apariencia difíciles era muy querido. En la presentación de Citas de lectura, Sylvia Molloy se acordó de él y recordó una anécdota entre Victoria Ocampo, Bianco y ella, dando a entender que Bianco era la cara amable de Sur.
En Disparos en la oscuridad, Edgardo Cozarinsky lo recuerda con la misma calidez, cuando relata la primera vez que charló con él en la librería Letras hace sesenta años. Cozarinsky vivía, como le gusta aclarar, su primera juventud y en esa librería se atrevió a manifestar su desprecio por Balzac, autor que Bianco nombra en Las ratas. A su lado un desconocido le respondió preguntándole si había leído a Balzac y le recomendó dos títulos. En el momento en que el desconocido abandonó la librería se enteró de que se trataba de Pepe.
Por eso años Cozarinsky ya había leído Las ratas y Sombras suele vestir, por lo que el efecto de ese primer encuentro tuvo sus consecuencias. Para empezar, leyó a Balzac, y semanas después, cuando volvió a encontrárselo en esa misma librería, se lo confesó, a lo que Bianco dijo. "¡Qué suerte tiene, descubrir tan joven a un autor casi infinito!". Más tarde lo invitó a Sur y, cuando fue, le propuso que escribiera una reseña. Después de entregársela, recibió el siguiente consejo: "Una reseña hay que contarla, como cualquier otro escrito: empezar con algo que capte la atención del lector, irse luego por otro lado, volver al principio enriqueciéndolo con esa digresión y hacer como que dejás descubrir al lector una conclusión que voz conocés de antemano".
En el Borges, de Bioy Casares, aparece Bianco en varias oportunidades charlando de libros y de lecturas en casa de Borges o de Bioy. En una de ellas, sucedida dos años antes del encuentro con Edgardo Cozarinsky, hablan de Eduardo Mallea, quien para esa fecha estaba por partir como embajador argentino ante la UNESCO. "Me dijo antes de irse", cuenta Bianco a través de Bioy, "que estaba en una situación afligente. Había escrito un novelón de setecientas páginas; escrito a mano, con su letra confusa y que parece pintada. Su amanuense se volvió demasiado importante para estos menesteres: es abogado, etcétera. Entonces nadie puede pasarlo a máquina. Yo le dije: 'Páselo usted mismo. Le va a convenir, porque así lo corrige'. Por la manera en que me miró comprendí que yo había cometido un gaffe. ¿Corregir? ¡Nunca!". Borges le responde que "la gente cree que si lee a Mallea va adquirir una llave para comprender el país, la Argentina invisible". Luego, en esa misma velada charlan del escritor inglés Samuel Johnson. En esta ocasión Bianco ignora que Johnson había escrito varias biografías de poetas ingleses, sólo conoce la célebre Vida de Samuel Johnson, escrita por James Boswell.
Bianco podía desconocer libros de literatura inglesa, pero si se trataba de literatura francesa la dominaba muy bien. En Diarios de escritores no sólo habla de Proust, sino también de Paul Léautaud. En El ángel de las tinieblas, incluido en el volumen y que ganó el Premio La Nación en 1973 junto a Edgardo Cozarinsky, hace un contraste entre Proust y Léautaud; para él, son "amigos literarios", pese a que Proust no sentía ningún aprecio por Léautaud, mientras que éste "le envidia a Proust el ocio, la libertad de vivir a su antojo, la posibilidad que tuvo de aislarse y gozar del silencio".
Léautaud solía vestir en harapos y vivía en compañía de cien gatos y perros a las afueras de París. Son tan distintos estos escritores, que cuando muere Proust hay un gran homenaje en la prensa especializada y cuando el régimen nazi de Vichy difunde la noticia de su muerte, él aún estaba vivo.
El alejamiento de Bianco de revista Sur es relativamente conocido. A principios de los 60, Casa de las Américas lo invitó a ser jurado del concurso que cobraría prestigio por varias décadas, cosa que lo tenía muy entusiasmado, aunque no tanto a Victoria. En una entrevista realizada por Hugo Beccacece para Tiempo Argentino en 1982 Bianco contó que "Victoria quería que publicara una aclaración donde constara el carácter personal de esa invitación. Me lo mandó decir desde Mar del Plata, a último momento, antes de mi viaje. Me negué porque consideraba que la aclaración era innecesaria".
Bianco viajó y, cuando ya estaba en Cuba, Victoria publicó la aclaración de que la invitación nada tenía que ver con la revista "donde trabaja, desde hace años, con tanta eficacia". En esa entrevista reflexionó sobre las consecuencias de ese viaje: "En 1961, Cuba no era todavía marxista-leninista. Había libertad. Parecía el país de la esperanza para los que teníamos la ilusión de que la libertad pudiera coexistir con una democracia social".
Este tono de desilusión se condice con su segundo viaje a la isla en 1968, donde fue testigo de la persecución de la que eran víctimas sus amigos escritores: Virgilio Piñera y José Lezama Lima. A su regreso sus relaciones con Victoria ya se habían reestablecido, pero era la dictadura de Onganía y Pepe había renunciado a la dirección de la colección Genio y Figura de Eudeba, cargo en el que permaneció cinco años.
Pero además de la mirada hacia la literatura francesa, también estaba atento a la literatura latinoamericana, como atestigua su viaje a Cuba. Fue él quien introdujo a Octavio Paz en Sur y lo ayudó a publicar su primer libro de ensayo, y fueron él y Victoria responsables de la publicación de la segunda novela de María Luisa Bombal.
Otra de las rarezas se encuentra en el hecho de que presentó en 1984 Canto castrato, una de las primeras novelas de César Aira, a la que comparó en ese momento con esas novelas de aventuras "tan características del siglo XVIII y principios del XIX, desde Cándido, del genial Voltaire, hasta La novia del hereje o La inquisición en Lima, que escribió para divertirse y divertirnos Vicente Fidel López, un historiador argentino por el que siento especial devoción".
No fue entusiasta la presentación pero al menos fue amable, cosa en la que concordó Aira en una entrevista veinte años más tarde; sin embargo, Aira, como lo conoció viejo, lo recordaba triste y decadente. Pese a ello calificó a Las ratas como "el mejor ejemplo de una novela de la inteligencia, ambigua e insondable pese a su límpida realización, o gracias a ella".
Y como ensayista señaló en su reciente Evasión que Bianco, "fino lector, adivina oscuramente el suplemento oculto de la obra de (Raymond) Roussel, ese Procedimiento que se revelaría un año más tarde: 'Es necesario un terrible talento para hacer soportable un poco de genio', dice en su artículo de 1934, en La Nación. Y luego Aira concuerda con él cuando observa que Roussel está "por encima de la literatura, está más allá de la crítica". Quizá estas mismas características –expresadas de otra forma– tengan la obra de José Bianco: está más allá de la literatura argentina y, desde luego, por encima de la crítica. Este año puede ser el perfecto pretexto para leerlo, ya sea en ficción o en ensayo.
MÁS SOBRE ESTE TEMA