Luis Pescetti: "Si le das oportunidad, todo chico va a preferir siempre la voz de sus padres"

El reconocido escritor y músico para niños acaba de publicar "Una que sepamos todos", un libro con ideas y consejos para adultos que trabajan con los más chicos. En entrevista con Infobae, habló de su propia experiencia, de los secretos para reconocer cuáles son los recursos con los que cuenta cada uno y de las dificultades que hoy entraña el concepto de autoridad en sociedades como las nuestras

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Es posible que a usted no le importe demasiado, querido lector, pero es domingo, para muchos es el día de la familia, y algo me dice que está bien que le cuente que en mi casa, con hijos ya grandes, sigue habiendo un santo y seña, un código propio por el cual si alguno de nosotros arranca cantando de pronto y a propósito de la nada misma un tema que dice: "Era una noche…", alguno de los otros completará la frase con la misma música entrañable y dirá: "…oscura y tenebrosa. Me encontré con una casa abandonaaada". Y esto será -entre sonrisas nostálgicas- el comienzo del recuerdo común de años y años de discos y espectáculos de Luis Pescetti, posiblemente uno de los mayores artistas dedicados al mundo de los niños en la Argentina y en todo país donde se hable español.

Pescetti, el argentino que vivió 12 años en México y que ya hace tiempo regreso al país, es un escritor, músico y cantante creativo y talentoso, siempre preocupado por el entretenimiento, la diversión y la educación de los chicos. Sus shows pueden ser una experiencia entre padres e hijos inolvidable: hay algo en el cóctel de ternura e inteligencia de este señor de anteojos y sonrisa pícara que a poco de leerlo o escucharlo lo convierte en ídolo de los pequeños pero también en aliado de los mayores. Autor del personaje de Natacha, una de las más inolvidables criaturas de la literatura infantil argentina que recientemente llegó al cine, Pescetti es también la firma detrás de una larga lista de títulos -unos 30- que incluyen historias para chicos pero también, como en el caso que hoy nos ocupa, libros para los mayores.

Estos días lo encuentran alumbrando Una que sepamos todos (editorial Siglo XXI), un libro destinado a docentes, padres y políticos de diferentes niveles dedicados a la infancia, en donde Pescetti incluye juegos, estrategias, sugerencias y recursos para poder estar al frente de una audiencia infantil sin morir en el intento. Los chicos como "detectores de entusiasmo", la "bolsa de juglar" que todo adulto dedicado a los chicos debe llevar consigo, la presencia de múltiples culturas y la autoridad como concepción a la que no hay que perderle el rastro aparecen así en un texto especialmente dedicado a los que sienten que no van a poder enseñar o entretener. A ellos Pescetti les dice: "sí, vas a poder pero solo si esto es lo que te gusta". Todos sus textos pueden verse en su página, www.luispescetti.com.

Lo que sigue es la reproducción de una charla encantadora que tuvo lugar días atrás en los estudios de Infobae TV, en la que el gran artista, docente y didacta que es una de las postales favoritas de la infancia de tantos, se ocupó de dejar en claro por qué sus palabras siguen resonando siempre, aún cuando esa edad temprana -la propia y también la de los hijos de uno-, esté cada vez más lejos. Y en la que también habló de su propia paternidad, que llegó no hace tanto y que, como cuenta, le restó acidez a sus creaciones y le sumó a cambio una dosis de sensibilidad por la cual, asegura, vive la vida y la entiende "a través de dos vidas más".

—Acaba de aparecer Una que sepamos todos, tu último libro, que en realidad no es un libro para chicos sino un libro para grandes que están o que trabajan con chicos.

— Claro. Los que trabajan con niños, sean educadores, promotores culturales, secretarios de Cultura de una comunidad más o menos mediana, pequeña, porque el libro tiene actividades para distintas dimensiones, instituciones o grupos de gente.

— Hay falta de formación en los docentes pero también hay temor a enfrentarse a los chicos, ¿no?

— A ver, falta de formación… lo que hay es más demanda que cantidad de gente que la puede ocupar. Digamos así: tenés muchos chicos, muchos grupos de chicos, mucha posibilidad de organizar actividades, más de la que gente que puede estar atajando todas las pelotas, ¿no? Entonces a veces te encontrás, por distintas razones, con lugares en donde faltan docentes, falta un animador sociocultural o falta un profe de música, o faltan recursos. Y el libro apunta a eso, a resaltar todas las cosas que se pueden hacer como metiche, metiche dicen en México, sin el título o con el título, pero no está el profe de música. Bueno, ¿qué podés hacer de música?

— Mencionaste México, ¿esto de lo que estamos hablando es algo que ocurre en general en la región?

— Sí, y en España también. Claro, ocurre en muchos países donde por distintas razones la música o distintas actividades lúdicas no tienen un espacio en la institución y se puede acompañar o enriquecer el ambiente en el que crecen los chicos.

“Una que sepamos todos”, el
“Una que sepamos todos”, el libro del músico, cantante y escritor Luis Pescetti

— No todos los docentes se ocupan de la música. A muchos de ellos a lo mejor les encanta la música, escuchan y son fans de la música, pero creen que no pueden acompañar o educar ese oído y ese gusto de los chicos.

— Bueno, pasa desde la casa. Desde la casa pasa que "No, yo qué le voy a cantar, le voy a arruinar el oído" ¿no? Entonces todos cantamos en la regadera, en la ducha. Y una de las cosas que señalo en el libro es que pocas actividades se híperespecializaron tanto como la música. Entonces, vos podés tener un restaurante gourmet del mejor cocinero del mundo pero una cocina de tu mamá o de tu abuela le emparda. Y si vivís fuera de la Argentina, fuera de México, fuera de Colombia, durante diez años, y volvés a tu país y te ofrecen una comida de tu infancia o una comida del último restaurante de comida nanotecnológica, seguro esto último lo preferís el segundo día. "El primero me gustaría ir al de…" Es así. Y con la música pasa lo mismo: si le das oportunidad, todo chico va a preferir siempre la voz de sus padres.

— Qué bueno ese concepto…

— Claro, todos, ¿cuánto no darías vos por la voz de tu vieja o tu viejo cantándote algo, grabado o donde fuera? Yo, un toco (risas).

— ¿Y cómo se hace para animarse? Vos utilizás un concepto muy interesante que es el de la "bolsa de juglar". ¿Qué es esa bolsa de juglar?

— ¿Te acordás en la película esa del Apolo 12, creo que era, que en un momento tiraron sobre la mesa a ver lo que había en la nave, qué era lo que podía hacerse con eso para salvarlos? Bueno, tirá sobre la mesa de tu casa cuáles son todos tus recursos. Una rima que te enseñó una compañera de trabajo. Una canción que aprendiste de algo. Otra que ves que a los chicos les gusta. Lo que sea. Vos tenés que armarte un montón de recursos para compartir un día de lluvia, en un lugar de playa en el que nadie puede salir y se van a quedar encerrados en casa -esto es una metáfora-, para ver cómo vas a entretener a los chicos. Bueno, con todo lo que tengas a la mano y sea divertido.

Entonces la verdad es que hay muchas más cosas a la mano de las que uno reconoce o está habituado a hacer valer como estímulos para los chicos. Entonces, las canciones que vos sepas, una propaganda que sepas cantar y que la hagas como coreografía antes o después del momento va a ser divertido, va a ser un pequeño número muy divertido con tus hijos. Ellos lo van a recordar seguramente diciendo "qué bochorno, papá, no vuelvas a hacer eso". Pero por adentro van a estar felices.

No quiere decir que hay que hacer esto y que el que no hace esto está mal. No. Yo lo que quiero sobre todo es llamar la atención: mira, hay riqueza en lo que ya sabés, no sos una bolsa de "me falta, me falta, me falta", sos una bolsa de abundancia si sabés jugar con eso. Si pensás que la cultura es algo que se da en ciertos lugares estamos sonados. Y eso es culpa de los que hacemos cultura. Estoy hablando mucho Hinde ¿no? (risas).

— No, no, estás hablando muy bien, me encanta escucharte.

— Pero si abrís el juego, si vos decís mirá, alimento es solo lo que venga envasado en lata, nos morimos todos de hambre. Si vos decís alimento es lo que se puede sembrar en tu huerta, está la huerta familiar, está el programa de INTA que favorece las huertas familiares, y entonces ya hay comida en abundancia. Algo parecido pasa con la cultura, hay mucha, mucha cultura. Vos decís -vamos a decirlo así a lo bruto-, "en mi casa somos pobres, no hay cultura". Yo podría haber dicho eso en mi infancia ¿no? Mi papá era mecánico, esto y lo otro. Ahora, yo te digo una cosa, si yo hubiera tenido oportunidad de hacer un video de mi papá trabajando como mecánico o un video de mi mamá cocinando una de las cosas que cocinaba y en esa época hubiera existido YouTube, lo subía a YouTube y alguien en la India o en China hubiera dicho "ah, mira cómo trabajan en esa cultura". Y hubiera sido algo de mucha sorpresa para ellos, por la diferencia con su manera de hacer las cosas.

— ¿Qué cocinaba tu mamá?

— Pastas, en abundancia, cocinaba mucho en abundancia (risas).Pastas, carnes, pollo, cosas así.

— Comían bien.

— Sí, comíamos muy rico y muy abundante. Y como no le gustaba levantarse de la mesa ponía primero, segundo y tercer plato todo al mismo tiempo.

— Y ustedes comían todo al mismo tiempo.

— En desorden, sí.

— Una cosa que mencionás en tu libro es esa idea de los chicos como los grandes testeadores de entusiasmo. ¿Lo primero que uno tendría que tener, entonces, es entusiasmo por lo que hace, para poder transmitir eso?

— Sí, pero el entusiasmo no es una obligación, al deseo no se lo obliga. O sea, no estás obligado a mostrar entusiasmo, a querer: no estás obligado. Entonces lo que hay que tener como papás, como docentes, es a atender qué es lo que te entusiasma y eso compartirlo buenamente con los chicos. Porque yo ahí en el libro digo que la naturaleza, muy sabiamente, nos dio el entusiasmo para guiarnos por la vida. Porque si vos vas a un país nuevo como inmigrante y el que te enseña, el que te da un curso para inmigrados, lo que sea, es alguien desencantado, vos vas a decir "me lo quiero sacar de encima cuanto antes porque este salame me va a abrir puertas, pero al fracaso". Ahora, si el chico detecta que el maestro está entusiasmado va a decir "este desgraciado algo sabe que le fue bien", ¿no? Y va a querer ir por ahí.

— Muchas veces uno escucha de la gente cuyo camino profesional vino a partir de la enseñanza puntual de un profesor en quien percibió ese entusiasmo y eso funcionó como estímulo.

— Y, sí. Sabés el caso de algunos que siguieron matemáticas porque el profe de matemáticas era un apasionado. Borges decía que uno transmite amor por ciertos libros. No podés enseñar literatura así, abstracta, vas a transmitir cierta pasión, cierto amor. Entonces yo hago mucho hincapié en volver sobre eso. A ver: qué te entusiasma, qué te gusta. Incluso una vez escribí un poema, "Hacé lo que te gusta". ¿Cómo "hacé lo que te gusta"? Sí, hacé lo que te gusta. "Hacé lo que te gusta aun cuando te cueste eso que te gusta. Aun cuando tengas que aprender mucho sobre eso que te gusta. Aunque no siempre te salga bien eso que te gusta. Vuélvete un buen aprendiz y el mejor en el oficio de eso que te…" Etcétera, etcétera, etcétera ¿entendés? El gusto no es una pavada. Y el entusiasmo, menos. Hay que seguir ese hilo. Parezco un predicador, cada vez que me escucho a mí mismo digo "retiren, retiren".

(Risas). Estamos hablando de entusiasmo como estímulo y en tu libro hablás también de paciencia y confianza.

— Sí, porque son cosas que me faltan, atributos que me faltan, sí.

Entrevista al músico, cantante y
Entrevista al músico, cantante y escritor Luis Pescetti

— ¿Y cómo se consiguen? Estás en la búsqueda…

— Estoy en la búsqueda, totalmente, sí Confianza yo salí a buscarla subiéndome al escenario. De a poquito. Y yo digo que tengo la suerte de no haber tenido un éxito temprano. Salí, como todos, a buscar un éxito lo más temprano posible, es decir, pegarla con la primera canción, pegarla con el primer escenario, cosas así. De haberlo conseguido, me hubieran quedado muchas menos canciones y una búsqueda mucho más corta. El otro día me atendió en un bar un chico que había ganado en un concurso de televisión. Y volvió a trabajar en un bar. Entonces yo pensaba, todos pensábamos en la mesa, lo duro que debe haber sido el pico de gloria… no es que esté mal trabajar en un bar, no es eso… sino el tema de cómo se maneja el éxito temprano. Entonces, el éxito tardío o la pegada con algo tardío lo que te da es un gran tiempo de búsqueda. La paciencia, en mi caso, la aprendí de  insistir en lo que quería lograr, a pesar de que no se daba.

— Confianza había…

— Había más necesidad que confianza. O sea, es como que, mirá, yo iba por un aplauso, iba por algo y no se daba. No tenía paciencia, era un cabeza dura. Después, llamalo paciencia si querés, porque mientras era cabeza dura trataba de tener buenos modales, "ay, mira qué paciente que es". No bueno, trataba de que no me echaran.

— ¿Te acordás de cuál fue la primera vez que escuchaste en la audiendia como una especie de carcajada general y dijiste "ohhhh"?

— Bueno, es muy bueno eso que decís porque generalmente uno se olvida de qué guía es la respuesta del público y que el público es el primero en descubrir algo que uno no descubrió del todo todavía. Sí, fue en La Plata, en un lugar que se llamaba La vizcachera, de Guillermo Masi, un director de un coro, Procanto, de allá. Entonces yo cantaba canciones infantiles y una vez me invitaron como profe de música a que suba a cantarlas para todo el público, porque se lanzaba un coro infantil. Entonces, escucho la respuesta y digo: "ah, ¿y eso?" Bueno, obviamente me subí al escenario con ganas de mostrar y de que sea bien recibido. Pero lo que el público vio lo vio antes de que yo lo viera.

— También mencionás que uno tiene que ir preparado, con un guión, pero que hay momentos donde de repente tiene que cambiar ese guión.

— Bueno, Marcelino Cereijido, que es un científico argentino que vive en México, él dice "manejar es esto (N. de la R: y mueve un volante imaginario para un lado y para otro), ir derecho es esto (toma fijo el mismo volante imaginario). Porque si vos vas derecho, te desvías. Entonces, eso es un poco ¿no? Hay un momento de las clases o de los shows, siempre que la obra lo permita, una obra clásica no lo permite, pero hay momentos en donde surge un emergente, algo que pasa. Y tenés que estar atento y tomarlo porque si no es muy distractor. Porque digamos que el foco tiene una silla, ahí está, vamos a decir así: la atención tiene una sola silla. Y después tiene varias sillas como el segundo lugar, tercera fila. Pero realmente hay una silla. Entonces, cuando está empujando al de esa silla o se cruza, se sienta enfrente, hay que hacer algo, hay que hacer algo.

— ¿Es como una especie de pálpito, de sentimiento? ¿Mirás los rostros? ¿Qué es lo que te señala que hay que hacer algo?

— En mi caso supongo que es una mezcla de sensibilidad con paranoia, con "no quiero que nada escape de control". Yo siempre digo lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno. O sea, lo que te sirve para estar alerta, estar atento. Y de repente algo llama mucho la atención. ¿Cómo corrijo yo un libro por ejemplo? Yo leo, leo normalmente, algo que yo escribí. Leo, leo. Cuando algo me salta de la atención, corrijo. Si no me salta de la atención no, sigo, sigo, sigo.

— Claro.

—Bueno, yo estoy haciendo un show y oigo un llanto. Como pasó una vez en el teatro ND Ateneo, di varias veces este ejemplo. Un llanto de bebé. No puedo ver, en la platea alta todo oscuro, y oigo que el llanto se corre, o sea la señora se estaba llevando al bebé. Toda la sala en silencio. Entonces yo digo "no, no, no, esperá, esperá, es un show para chicos, vienen con hermanitos pequeños, se impacientan, a menos que él esté incómodo, quedate, no pasa nada". Se hizo un silencio y el bebé paró de llorar instantáneamente. Entonces yo gané más show, no lo hice por eso, pero gané más show en ese momento.

Otra vez, estoy dando el show y había un mocosín en primera fila, ponele 3 o 4 años, yo actuaba y él hacía cof, cof, cof. Sigo actuando y él cof, cof, cof. Y al rato yo también me puse a toserle. O sea, lo incluí en el show. Y entonces empezamos a hacer un duelo de toses que fue muy gracioso y celebrado por el público.

Bueno, otra vez tuve que parar porque pasaban cosas serias, importantes, unos chicos se pegaron y los papás no hacían nada. Paré el show. Al mismo tiempo, uno no siempre tiene que atender a los emergentes porque si no… "Yo también quiero llamar la atención, yo también quiero llamar la atención", y se te va el show.

Luis Pescetti
Luis Pescetti

— La idea de autoridad es algo de lo que vos hablás y que me parece importante porque señalás que en este momento todo lo que tiene que ver con la palabra autoridad se ve como entre comillas. Uno empieza a ver que se pasó de sociedades autoritarias a sociedades en donde cualquier cuestión que tiene que ver con la jerarquía o con la autoridad que puede dar la profesión, el oficio, lo que sea, también puede llegar a ser mal visto. ¿Cómo se maneja el tema de la autoridad?

— Bueno, es lo que vos decís ¿no? Quizás en parte porque venimos de sociedades que sufrieron dictaduras y padecieron todo ese tipo de gobiernos o instituciones muy autoritarias hubo otra forma de pensamiento más libre de primera instancia -porque cuando rascás, también ves que tienen autoritarismo-, y que cuestionan la autoridad. Y yo aprendí a valorar mucho la autoridad como concepto a partir de algunas lecturas y trabajos que leí de Miguel Espeche, es decir, empecé a poder formularlo conceptualmente. Pero incluso antes de eso, para mí es muy claro, cuando estoy arriba del escenario mi responsabilidad es llevar un show adelante. Entonces quinientas personas, mil personas, las que sea que hayan venido…, vos ahora sos responsable de este momento al aire. Si yo me pongo a hacer algo que sale de eje vos no sos solo responsable ante mí y mi derecho a la libre expresión, hay una cosa por arriba que es lo que vos querés que tu público reciba. Y eso lo vas a tener que cuidar por encima de mí unipersonal derecho a la libertad de expresión ¿me entendés?

— Sí, sí.

— Así lo creo yo. O sea yo, como docente frente a un grupo, si me siento bien asentado en mi oficio, por así decir; vale decir que trato de perfeccionarme, que estudio, que estoy comprometido con mi grupo de chicos, viene la directora, el director, la inspectora, el inspector, un papá, una mamá a decirme cosas y yo lo escucho pero lo escucho desde un lugar de buen hacer, de buen oficio. Es decir, yo soy el que está cuatro horas de lunes a viernes todo el año frente a los chicos, soy el que mejor los conoce en esa circunstancia. Voy a oír la opinión pero soy el único que está todo ese tiempo frente a esos chicos.

— Pero vivimos en sociedades en las cuales el respeto a los maestros y a los directivos dejó de tener cierto valor. ¿Cómo se hace para que los padres entiendan que, si están dejando a los chicos a cargo de esos docentes, es porque esos docentes tienen la autoridad?

— Qué sé yo, ahí es difícil responder esa pregunta de manera genérica pero te lo voy a responder de ésta manera. El otro día yo veía una entrevista al creador de Wikipedia y él hablaba de la importancia de la educación informal. Impresionante, buenísima la entrevista. Y es cierto, la educación informal va a decir, la que se nutre de Wikipedia, un chico quiere aprender bajo y toma este video de este bajista de esta banda, otro video de otro bajista de otra banda. Va a avanzar a la velocidad de la luz. Ahora, el día que vos te operes vas a querer que tu cirujano tenga un título que haya sido validado por ciertos parámetros o que te subas a un avión y el piloto de tu avión… Y no estoy haciendo un argumento tramposo de "entonces esto es válido para todas las circunstancias", no, no. Te quiero decir que hay oficios…

— Circuitos de legitimación.

— Exactamente. Porque vos no podés estar atrás de todas las horas que vio este tipo, no podés. Si no, es imposible. ¿Por qué vengo yo hoy acá? Bueno, porque vos tenés un previo de legitimación, tu director lo tiene, el que instaló esa cámara lo tiene.

— No, no, vos venís acá porque vos tenés esa legitimación (risas).

— Bueno, gracias, gracias, gracias por las flores. Pero a lo que voy es que sin eso la vida diaria no podés salir de casa, no podés salir de casa. Entonces yo parto de la base de que llevo a mi hijo a una escuela que tiene un circuito previo de legitimación y además lo vas viendo en el día a día. Y ahí, salvo que yo viera algo que me salta la aguja y voy a hablar, a lo que yo como papá me siento con derecho, vía cuadernito de comunicaciones y no me presento y le digo: "Antes de que usted empiece a dar la clase, yo…" No, porque estamos rompiendo todo.

— Claro, claro. Ahí hay códigos que respetar.

— Hay códigos. Y no, si no, hay 30 como yo que van…

— ¿Qué cambió la paternidad en tu manera de pensar estas cosas?

— David Trueba, que es un cineasta y novelista español, escribió un artículo pequeño en El País cuando supo que yo fui papá por primera vez y decía: "sonaron los chicos, Pescetti se va a dar a la ternura, adiós al humor ácido". Y yo hoy escucho mis propios discos y es verdad (risas). Pero no sé a qué cosas se deben las otras. También me pasa que ya no puedo seguir haciendo el chiste de "ah, qué público de porquería", pero porque ya lo hice muchos años ¿no?

¿Entonces qué cambió en mí con la paternidad? La sensación de fragilidad se hizo más grande. Antes a vos te podía ir bien a vos, ahora no solo a mí. O sea, es como si yo tuviera más piel, se suma la de mis hijos. Aunque ellos dirán "no papá, gracias…"

— Pero la piel es mía.

— Claro, gracias pero no. "Sí, lo sé mi amor, pero cuando seas papá me entenderás".

— ¿Pero hubo cosas que vos dijiste "uy, tantos años que yo había pensado esto y la verdad no era así"? ¿O fueron confirmaciones?

— No, no lo recuerdo ni como confirmación ni como discusión. Sí lo siento más como esto que te acabo de decir, como si hubiera nacido otro órgano sensorial y la vida la entiendo y la veo a través de dos vidas más. O la vida me llega no solo por mi vida, mira cómo te lo digo así. Entonces, el latido de la vida con lupa y multiplicaciones. No lo siento como una discusión de lo anterior.

— No puedo no preguntarte esto: cuando llega la noche y les tenés que leer o cantar, ¿estás cansado como todos los demás padres?

— Obvio, sí. Como papá soy papá, entonces voy manejando y lo miro por el espejo y me dice "papá, basta". O voy cantando y "basta de cantar" o "papá, ¿por qué siempre regalamos libros nosotros?". Totalmente, como papá viste que ningún curandero se cura a sí mismo.

— ¿No sos tampoco el que más los entretiene?

— No, no creo, no creo. No apunto a eso, no creo, no. Es más, mi mujer me tuvo que llamar la atención y decirme "¿por qué no les enseñás los juegos y las canciones?. Yo dije: "ah, cierto". Pero está bien que pasara eso porque yo no me veo a mí mismo como showman en casa ni ellos me ven. Sí me han visto en el escenario pero no, papá es papá.  

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