Suzanne Valadon, la musa que salió del cuadro

Hace exactamente 80 años, un 7 de abril de 1938, murió esta excéntrica pintora, hedonista y bohemia. Aquí, en esta nota, la historia breve de la dama libre de la Belle Époque

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Mirada desafiante y belleza implacable:
Mirada desafiante y belleza implacable: Suzanne Valadon en su juventud

Muchas amantes tuvo Zeus, muchísimas, y entre ellas estaba Mnemósine. Tuvieron nueve hijas, todas mujeres: las musas. En la mitología griega —así lo narró Plutarco—, las musas son las divinidades inspiradoras de artistas y filósofos, una idea que caló hondo y funcionó como un esquema fijo de adoración. Con el correr del tiempo y la lenta desacralización del mundo, las musas se volvieron más cotidianas, aunque no por eso menos poderosas.

De este lado de Cristo, en el siglo XIX, Suzanne Valadon era una musa infalible, pero no siempre lo fue, o mejor dicho, jamás imaginó que terminaría siéndolo. Como todas las almas sensibles de este mundo, había nacido en el lugar equivocado.

Suzanne Valadon en “La trenza”
Suzanne Valadon en “La trenza” de Pierre Auguste Renoir (1886)

"El siglo XIX fue el siglo en el que quedó plenamente establecida la moral, la legislación y la política burguesas. Ella tuvo la suerte, digamos, de pertenecer a una clase social inferior y probablemente eso fue lo que le permitió vivir su vida tal como quiso", dijo la escritora y catedrática española Ángeles Caso en una ponencia de marzo de 2012 llamada Arte y Libertad. Las mujeres de la Belle Époque —está en YouTube— al referirse a la época que le tocó a esta excéntrica figura del mundo artístico que, además de artista y bohemia, quedó inmortalizada en la historia por varios pintores como la gran musa.

Del trapecio al óleo

Como todas las buenas historias, esta empieza con un zarpazo. A los 14 años —corría el 1880— dejó su casa en Bessines-sur-Gartempe, un pueblo de Limosin, y se fue a probar suerte a París. Su madre —costurera y criada— la tuvo sola y nunca se supo de su padre, al menos no hay datos.

Suzanne Valadon, en cuatro pinturas
Suzanne Valadon, en cuatro pinturas

Aún conservaba su nombre de nacimiento, Marie-Clémentine Valade, cuando, dos años después, la encontró un acróbata moreno haciendo malabares con unas manzanas que había robado y se la llevó con él al circo. Duró poco como trapecista: el apuro, la valentía arrebatada, un mal giro en el aire y el dolor en el suelo. Esa caída, que le dejó secuelas permanentes, la expulsó del delirio, al menos momentáneamente. Los golpes son necesarios, habrá pensado.

El almuerzo de los remeros
El almuerzo de los remeros (1881) de Pierre-Auguste Renoir. Suzanne aparece doble: la mujer de la izquierda y la del centro

Fue en una de sus presentaciones en el circo Mollier que estaba el pintor Toulouse-Lautrec entre el público. ¿Cómo no maravillarse frente a su belleza? Se acercó amistoso después del show, con su barba, su bastón, su metro cincuenta y la miró de arriba abajo, la estudió minuciosamente y comprobó lo que había visto desde la tribuna: era preciosa. Entonces le dijo que quería pintarla, que fuera su modelo, su musa, que posara para él.

En ese momento, el mundo circense y el artístico estaban pegados. En los bares y tabernas, los acróbatas, los pintores y los poetas bebían juntos y brindaban por una Francia más libre. La bohemia era una forma de vida, requería ética y estética, y Suzanne Valadon tenía ambas cosas. Así fue que posó para Edgar Degas, Pierre-Auguste Renoir y Pierre Puvis de Chavannes, entre tantos otros. No había pintor en todo París que no soñara con el desafío de poner en el óleo su belleza irreproducible.

“La lavandera” de Henri de
“La lavandera” de Henri de Toulouse-Lautrec (1884-1888)
Henri Toulouse Lautrec, “Retrato de
Henri Toulouse Lautrec, “Retrato de Madame Valadon, artista y pintora”, 1885

Suzanne Valadon solía encaminar ese momento de tensión, en que el artista pinta y la modelo posa, hacia el dulce sexo francés. Con muchos de sus pintores ella mantenía una relación. A veces amorosa, otras solo sexual. Ejercía con firmeza su derecho a la libertad erótica. Era de esas mujeres que pisaba fuerte en un mundo de hombres y siempre dejaba una huella.

Suzane Valadon es “La bebedora”
Suzane Valadon es “La bebedora” (1888) de Henri de Toulouse-Lautrec

Una noche en el atelier de Toulouse-Lautrec, mientras bebían vino desnudos, recostados sobre el parqué, Suzanne Valadon le mostró sus dibujos. Aunque posiblemente haya pasado así: ella se levantó y se fue a algún sitio —el baño, la cocina, la biblioteca—, y él revisó su bolso. Allí, un cuaderno con hojas lisas y dibujos a lápiz con formas maravillosas. Toulouse-Lautrec quedó encantado. Tal es así que un día, bebiendo con sus amigos pintores, mostró uno de estos dibujos y, sin decir quién los había hecho, les pidió que adivinaran.

La sorpresa fue saber que la musa, la gran musa guardaba dentro de sí una artista prometedora. Entonces salió del cuadro.

Hermoso y maldito hijo

Tenía 18 años cuando se convirtió en mamá y, al igual que la suya, no sabía quién era el padre. Maurice nació en plena Navidad, un 25 de diciembre de 1883. Su madre se fue para París y le ayudó con la crianza del niño. Luego, a los 6 años fue reconocido por el ingeniero y pintor catalán Miquel Utrillo, quien le dio el apellido.

“Lanzando la red” (1914) es
“Lanzando la red” (1914) es una de pintura de Suzanne Valadon, una de las primeras que se animó a pintar desnudos masculinos

No le cambió la vida. Suzanne Valadon pintó y pintó hasta que su nombre empezó a engordarse, a volverse algo más que una musa y una pintura: una figura emblemática, un personaje. Dueña y señora de la bohemia toda. Y eso traía problemas: a los 12 años, el hermoso y maldito Maurice se volvió alcohólico. Ella ya no estaba con el catalán, vivía con un empresario llamado Paul Moussis que no soportaba al muchacho conflictivo. En la casa de campo a la que se habían trasladado, Suzanne la pasaba muy mal, se aburría. Entonces decidió irse con su hijo —a partir de ese momento lo lleva a varios centros de desintoxicación— de vuelta al barrio de Montmartre, donde empezó todo, donde sucedió todo. Entonces las cosas se acomodaron.

Un día Maurice llegó con un amigo a la casa. Pintor también, o intento de eso. Tenía 23 años y se llamaba André Utter. Suzanne se enamoró —le llevaba 21 años; otra vez la libertad— y lo invitó a vivir a su casa.

Suzanne Valadon, Maurice Utrillo y
Suzanne Valadon, Maurice Utrillo y André Utter (1926)

Algo perdido pero ya no tanto, Maurice Utrillo que venía pintando desde hacía rato, siguiendo el oficio de su madre, empezó a tomárselo más en serio. De tanto pintar souvenires como buen artista callejero, se volvió conocido. Es, como suele decirse, el pintor de Montmartre por excelencia. De su obra vivió Suzanne hasta el final de sus días, de su hermoso y maldito hijo.

Dama libre de la Belle Époque

Entre la guerra franco-prusiana y la Primera Guerra Mundial, Europa se afrancesó. La vida de Suzanne Valadon no es otra cosa que un pequeño recuerdo de la Belle Époque, los chispazos de un siglo que estaba por dar vuelta la historia.

En su estudio de la calle Cortot, barrio de Montmartre, París, Suzanne Valadon dibuja algunas ideas en un cuaderno: cuerpos, gatos, flores, ese tipo de cosas. Sus ojos azules miran fijo el trazo, tiene el ceño fruncido y la punta de la lengua asomando. Concentración. De repente hace una especie de chasquido —hay enojo— y arranca la hoja del cuaderno con violencia impostada. Estira la mano y se la da a una cabra que hay a su lado. La cabra, agradecida, mastica el papel y se lo traga mientras Suzanne Valadon manotea el saco colgado en el perchero y se va al bar de la esquina a tomar un trago con sus amigos, casi tan bohemios como ella.

“Adán y Eva” (1909) de
“Adán y Eva” (1909) de Suzanne Valadon, donde ella es Eva y André Utter es Adán

Murió el 7 de abril de 1938, hace exactamente 80 años, de una hemorragia cerebral camino al hospital. Tenía 72 años y una enorme cantidad de amigos artistas. Todos fueron a despedirla al Cementerio de Saint-Ouen, donde fue enterrada.

 

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