A Leonardo Padura le gusta conversar. Tiene una voz grave y agradable, cantarina como la de todos los cubanos. Habla como quien se ríe. Es generoso en la respuesta incluso en una entrevista telefónica, como en este caso. Padura vive en La Habana y la comunicación debe hacerse como en los viejos tiempos, ya que en Cuba el acceso a internet es accidentado.
Dicen que El hombre que amaba a los perros (Tusquets), la novela de 2009 que le dio fama a nivel mundial, enfureció a Fidel Castro. Es la historia de Ramón Mercader, el hombre que asesinó a León Trotsky y vivió sus últimos años en La Habana. La novela salió con una tirada bajísima y cuando se presentó en la Feria del Libro de aquella ciudad —pese a que la sala desbordó de público—, ningún medio oficial dio la noticia: todo un síntoma. Ya por aquel entonces, Padura era el escritor más reconocido del país, no sólo por la cantidad de premios que iba acumulando —fue distinguido en España, Francia, Alemania, Estados Unidos, México— sino por el impacto que había logrado con la serie de novelas policiales del detective Mario Conde.
El motivo de esta entrevista, de hecho, es la aparición de una nueva novela de Conde. La transparencia del tiempo —gran título— es la novena entrega de este personaje que lo acompaña desde hace casi 30 años, y quien, desde Adiós, Hemingway, la quinta, dejó el departamento de policía para convertirse en un comerciante de libros usados, pero que sigue resolviendo crímenes y misterios en el tiempo libre. Mario Conde es cada vez más el alter ego de Padura: tienen la misma edad, comparten puntos de vista, vivieron en el mismo barrio y hasta estudiaron en las mismas escuelas.
“A través de Conde expreso preocupaciones personales”
"A través de Conde expreso preocupaciones personales", dice Padura, "pero él tiene una vida y yo tengo otra. Afortunadamente, la mía como escritor ha sido diferente, pero la de él, como un cubano común y corriente de mi generación, enfrenta los conflictos y decepciones que se dan desde 1989, cuando comienzan a desarrollarse las primeras novelas de la serie".
Las novelas de Mario Conde no son livianas. La trama policial rápidamente se fragmenta y avanza, laberíntica, a través del retrato de los conflictos sociales que convulsionan a la Cuba actual. Hay una mirada irónica y un humor cáustico, pero nunca cinismo ni menosprecio: Conde, como Padura, es un fervoroso cubano que ama a su país.
En La transparencia del tiempo (Tusquets), Conde recibe el encargo de un antiguo compañero de estudios, ahora un exitoso galerista y anticuario que, después de una vida desdichada, pudo, por fin, salir del clóset. Bobby, así se llama, le pide ayuda para recuperar la estatua de una virgen negra que un amante le ha robado. La búsqueda lo lleva a Conde por las zonas más lúmpenes de La Habana, donde miseria y violencia se funden en un mismo horizonte sin futuro.
—¿Por qué en las novelas de Mario Conde la religión cobra tal importancia?
—En Cuba, la religión no se practica con el mismo fervor y fanatismo que en otros países, pero es una práctica muy extendida. Durante 30 años, entre los 60 y los 80, tener una creencia religiosa —y mucho más: practicar una religión— era mal visto políticamente. Esa percepción empezó a cambiar a partir de los años 80, y en los 90, con la crisis, explotó una religiosidad como forma de encontrar alivio para los conflictos personales y sociales que se estaban viviendo. Hubo un crecimiento importante del protestantismo, que nunca había tenido un espacio notable en Cuba. Y, sobre todo, un crecimiento exponencial de las religiones de origen africano.
—¿Más sincretismo?
—Hay un babalao, que es como se llama el sacerdote de la religión yoruba, que tiene la teoría que estas religiones deben llamarse "religiones cubanas de origen africano" porque se han cubanizado tanto que solamente conservan una relación de origen con África, y siempre aparecen asociadas a imágenes, creencias y ritos del catolicismo. Un elemento muy interesante es que tú no puedes recibir ninguna dignidad en la santería cubana si no estás bautizado en la iglesia católica. Eso es algo que a los curas los horroriza, pero no les queda más remedio que bautizar a la persona que se presenta. Aunque sepan que lo están bautizando para una ceremonia en la cual van a recibir a Yemanyá, a Changó, a Orula, a cualquiera de estas deidades africanas.
Si eras homosexual no solo sufrías los prejuicios de carácter familiar, social, ético, sino que también eras estigmatizado políticamente.
—Además de la religión, otro tema importante de la novela es la homosexualidad. ¿Cuánto le debe La transparencia del tiempo a una película como "Fresa y chocolate"? ¿En qué momento se dejó de estigmatizar el sexo en Cuba?
—Con la homosexualidad hay un proceso paralelo, pero a la vez confluyente, con la religión. Si eras homosexual no solo sufrías los prejuicios de carácter familiar, social, ético, sino que también eras estigmatizado políticamente. Un homosexual no era una figura políticamente confiable. Afortunadamente eso también cambió. En ese sentido, fue importante una serie de obras literarias y, la más visible de todas, una obra cinematográfica, que fue "Fresa y chocolate". Pero "Fresa y chocolate" está antecedida por varios relatos, entre ellos, el propio relato que da origen a la película, escrito por Senel Paz. La homosexualidad hoy aparece en la literatura y en el arte cubano de una manera muy natural, como una parte de la trama social en cuanto a las preferencias sexuales. Yo escribí Máscaras, que cuenta cómo fue la represión de los artistas homosexuales en los años 70. Y ahora, en La transparencia del tiempo, hay un personaje, que, si bien en algún momento fue víctima, en el presente de la novela, puede ser victimario por ciertas características personales que no tienen directamente que ver con el hecho de que sea homosexual.
—Es interesante la relación de Mario Conde con su amigo gay, porque no deja de ser problemática. Conde tiene una mirada generacional y, de alguna forma, se siente incómodo. En algún momento dice que es "machista leninista".
—Durante muchos años vimos al homosexual como alguien diferente, como alguien que podía ser peligroso. En mi barrio de La Habana, cuando un niño tenía algún rasgo de afeminamiento, lo llevaban al médico para curarlo. Y nosotros nos burlábamos de él. Eso está prácticamente en los genes de un personaje como Mario Conde, que, a pesar de entender intelectualmente y tener una postura desprejuiciada, carga con los prejuicios atávicos de la cultura cubana.
CUBA, LIBRE
—Lo que uno recibe sobre la realidad cubana es que el aparato político es cercano al totalitarismo y, para un gobierno totalitario, el humor es incómodo. Pienso, por ejemplo, en la novela La broma, de Milan Kundera, cuando el protagonista hace un chiste sobre Stalin y lo condenan a Siberia. En sus novelas, la política cubana se toma con humor y desparpajo. Pero, ¿cómo se maneja el humor?
—Es una pregunta compleja.
—Antes que nada, le pido perdón por el prejuicio sobre el gobierno.
—No, no. En Cuba había un humorismo muy blanco y, a partir de los 90, se hizo mucho más social. De hecho, el programa de televisión de más rating —incluso está la leyenda urbana que era el programa que le gustaba a Fidel— se llama "Vivir del cuento" y tiene un humor con una intención social muy fuerte. Ese tipo de humor se representa también en obras de teatro, en shows, en cabarets; hay una práctica bastante extendida. En el caso de mis novelas, el humor es el escudo de Mario Conde: su defensa contra el absurdo, la agresión, la incomprensión de lo que le rodea. Conde trata de encontrar en la ironía una manera no trágica de referirse a determinados sucesos, aunque hay otros casos en los que es incapaz de asumir la ironía porque el conflicto resulta muy dramático. Ocurre, por ejemplo, cuando visita los asentamientos de los inmigrantes del oriente de la isla en La Habana.
Cuando escribo mis novelas, no puedo preocuparme por la reflexión oficial que va a tener
—Habla de los asentamientos: algo sorprendente, respecto de las anteriores novelas de Mario Conde, son los olores nauseabundos. Conde siempre nos regalaba platos apetitosos y aquí hasta consigue tomarse un malbec argentino, pero la novela está llena de lugares fétidos y de una pobreza extrema. Una observación que marqué: "En la isla, en realidad, todos eran más o menos pobres". De nuevo, una mirada incómoda de la realidad.
—Cuando escribo mis novelas, no puedo preocuparme por la reflexión oficial que va a tener. Debo respetar la esencia de una realidad. Mi verdad no es la verdad absoluta, pero puedo garantizar que en mi libro no hay ninguna mentira sobre Cuba. La Cuba de la que hablo existe y es comprobable; que sea más o menos visible es otra cosa. El estado de pobreza en el que viven algunas personas actualmente en Cuba ha sido el resultado de una prolongadísima crisis económica, y de una ineficiencia en las estructuras productivas y económicas que no han permitido superar la crisis que se generó cuando desapareció la Unión Soviética y con ella la subvención que mantenía una normalidad en la sociedad.
—¿Cómo está compuesta la sociedad cubana actualmente?
—Se ha dilatado el tejido social cubano. Hay bolsones de pobreza, pero también hay unos destellos de enriquecimiento. Y digo "destellos" porque, en comparación con otros enriquecimientos, estos son cuestión de centavos, pero que se hacen muy notables en una sociedad en la que se practicó de manera absoluta el igualitarismo. Todos teníamos derecho a lo mismo, todos recibíamos lo mismo, todos teníamos las mismas obligaciones. Ese estado de homogeneidad se ha quebrado como parte de una necesidad de evolución social y económica y es algo que, se sabe, preocupa profundamente a la dirección del gobierno.
El gobierno cubano ha tratado de evitar políticas de choque
—¿Esto significa que buscan la manera de salir del sistema económico sin caer en el shock que vivió Rusia y el resto de los países de la Unión Soviética?
—El gobierno cubano ha tratado de evitar políticas de choque. Hay una cosa muy importante: a lo largo de estos años, la estructura política cubana no ha cambiado. Fidel primero se alejó del poder, y luego murió, hace poco más de un año. Antes había asumido su hermano Raúl, pero la estructura política del país siguió siendo la misma. Lo que comienza a cambiar es la estructura económica con la entrada de la pequeña —realmente muy pequeña— propiedad privada. También, ocurre que los tiempos son diferentes. Por ejemplo, en la época en que yo era estudiante preuniversitario, usábamos los zapatos que se podían encontrar en las tiendas cubanas, que eran todos iguales.
—Los zapatos que menciona Mario Conde.
—[Se ríe] ¡Él siempre está obsesionado con los zapatos porque quiere tener unos mocasines italianos! Pero en nuestro caso, un funcionario del Ministerio de Comercio Exterior iba a un país socialista, vamos a poner Checoslovaquia, y compraba dos millones de pares de zapatos: había dos millones de cubanos que iban a usar el mismo modelo de zapatos. Eso era lo normal. Hoy en día, hay toda una serie de manifestaciones que hablan de la heterogeneidad de la sociedad cubana. Y en medio de eso, como el sistema político no ha cambiado, la economía no ha funcionado para todos los sectores. Por eso, Raúl Castro, que dentro de un mes dejará de ser el presidente de Cuba, ha dicho una y otra vez que la economía es la asignatura pendiente del proceso cubano y ha pedido la llegada de capitalistas extranjeros como la manera de encontrar una vía para la sostenibilidad de la economía cubana.
El futuro de Cuba es un interrogante
—El primero de enero se cumplen 60 años de la Revolución: ¿cómo se imagina el futuro de la revolución —si es que lo tiene— y el de la isla?
—El futuro de Cuba es un interrogante. Oficialmente se habla de continuidad, pero no sé qué puede ocurrir: son muchas las variables y es difícil definirlas, porque no tenemos suficiente información. Ahora mismo el proceso de apertura de la pequeña empresa privada está detenido. Hace años se habla de la necesidad de unificar las dos monedas y no acaba de ocurrir; se piensa que ocurrirá pronto pero no se sabe cómo, y es muy difícil predecir qué consecuencias va a tener. Y va a haber un cambio de figuras en el gobierno, pero tampoco es predecible hasta qué punto vayan a traer nuevas visiones y nuevas prácticas políticas, económicas, sociales en los próximos dos o tres años.
—Imagino que la política internacional, con el cambio de administración en Estados Unidos, debió afectar notablemente la política interna.
—La relación con los Estados Unidos, desde el siglo XIX, es una relación traumática. Ahora mismo, si un cubano quiere viajar a los Estados Unidos y necesita un visado, tiene que desplazarse fuera de Cuba —a Colombia, sobre todo— porque el consulado de la Embajada Norteamericana en Cuba no tramita esa solicitud. Eso crea un problema para la población cubana, más que para el gobierno. En cuanto a las relaciones internacionales, era predecible que las relaciones con Cuba iban a atravesar un período crítico con la llegada de Trump, porque se ha visto que una de sus políticas más coherentes, más homogéneas, es el desmontaje de todas las políticas seguidas por el presidente Obama. Entonces, oímos que es posible que se reúnan Trump y Kim Jong-un, y, sin embargo, las relaciones con Cuba están pasando por un punto bajísimo a partir de la existencia de unos supuestos ataques sónicos, de los cuales se habló mucho y no se ha probado nada. Pero eso significa, sin duda, un estancamiento en un proceso que pensábamos que iba a conducir al final del embargo.
MARIO CONDE Y LA ESCUALIDEZ
—Volvamos a Mario Conde. Él tiene un gusto por la cultura: sabe de cuadros, habla de literatura, de mitos griegos. Pero cuando se encuentra con una manifestación de la cultura popular como el reggaetón, se siente completamente descolocado y hasta amenazado. ¿Por qué?
—[Se ríe] Es que, en el caso específico del reggaetón, es una descolocación y una amenaza. La visión de la cultura de Conde comprende también la cultura popular. Es un consumidor de música rock y boleros, por ejemplo. Pero el reggaetón es la consecuencia de una desintegración social que se ve en estos otros aspectos de los que ya habíamos hablado: esa dilatación del tejido social, ese empobrecimiento, la frustración de determinados sueños. El reggaetón es una expresión de esa relación con la sociedad a través de un arte en el que la vulgaridad, lo soez, lo promiscuo, el machismo agresivo tiene un espacio demasiado importante. Y no solo lo tienen hacia adentro de la manifestación musical, sino que lo expanden hacia afuera, hacia la sociedad. Eso es algo que realmente horroriza a Conde. Su problema es con el reggaetón, no con la cultura popular.
El reggaetón es una expresión de esa relación con la sociedad a través de un arte en el que la vulgaridad, lo soez, lo promiscuo, el machismo agresivo tiene un espacio demasiado importante.
—Conde es un fanático de los Beatles: ¿hubiese ido a ver a los Rolling Stones cuando tocaron en La Habana?
—¡Ni Conde ni yo! Hay principios que uno tiene que respetar. Y uno de esos principios es que, si tú fuiste siempre del equipo de los Beatles, no puedes pasarte ahora al de los Rolling.
—¿Por qué Salinger es una presencia continua en sus libros?
—Me importa reconocer y homenajear a los autores que me han influido. Son autores con los que he aprendido a escribir. Yo creo, y lo digo siempre, que la mejor escuela de escritura que puede existir es la lectura de los escritores que escriben bien. En mis libros hay constantes menciones y homenajes al Alejo Carpentier, a García Márquez, a Vargas Llosa, a Cortázar, a Fernando del Paso, a Manuel Vázquez Montalbán, a muchísimos autores. Y también a escritores norteamericanos con los cuales tengo una relación de empatía. Ahí están los homenajes a Hemingway, a Faulkner, a John Dos Passos. El concepto mismo de las novelas de Conde es muy cercano al de John Updike y su serie de Conejo Armstrong. Y, por supuesto, está el espíritu de Salinger. En La neblina del ayer, Conde queda medio inconsciente y tiene un "encuentro" con Salinger y le reprocha que cómo alguien capaz de crear tanta belleza había dejado de escribir. En todas las novelas hay una relación de cercanía con el mundo de Salinger y con los personajes de Salinger.
—Recuerdo que una de las novelas, parafraseando el título de un cuento de Salinger, está dedicada a su mujer con "amor y escualidez".
—Esa dedicatoria en determinadas traducciones ha significado un problema, porque es muy difícil encontrarle el sentido que le dio Salinger cuando la utilizó en "For Esmé —with love and squalor".
—Yo lo leí en una traducción como "Para Esmé, con amor y sordidez".
—Pero está mal traducido: es con escualidez, porque tiene que ver con el concepto del budismo zen de la esencia última de las cosas. Cuando desaparece el cuerpo, el esqueleto, queda esa esencia última de las cosas que es el alma inmortal. Esa escualidez tiene que ver con la esencia última de las cosas, y por eso está tan presente en mis novelas. Flaubert dijo que cuando escribió Madame Bovary pretendía llegar al alma de las cosas: pues, con mi literatura, lo que pretendo, desde mi capacidad y mis posibilidades y mi contexto, es llegar al alma de las cosas.
—Como Flaubert sobre Madame Bovary, usted bien podría decir "Mario Conde soy yo".
—Mario Conde c'est moi! [Grita] Pero él es más borracho que yo.
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