Daniel Day Lewis, el artista que se convirtió a sí mismo en una obra de arte

Ganador de tres premios Oscar, considerado por muchos como uno de los mejores actores de las últimas décadas, Daniel Day Lewis se retira de la pantalla con “El hilo fantasma”, recientemente estrenada. En esta nota, un recorrido por su obra y su intensidad interpretativa

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Daniel Day Lewis, entre sus grandes personajes
Daniel Day Lewis, entre sus grandes personajes

Esta semana se estrenó en salas argentinas El hilo fantasma. Hay muchas cosas que pueden volver a esta película especialmente memorable: la extraordinaria banda de sonido de Johnny Greenwood, la historia de amor y crueldad de sus protagonistas y la precisa puesta en escena del director Paul Thomas Anderson, capaz de construirnos un verosímil donde los límites entre lo real y lo imaginado no son del todo claros. Así y todo, quizás la característica más importante por la cual puede llegar a recordarse El hilo fantasma es por la posibilidad de que sea la última actuación de Daniel Day Lewis. Allí interpreta a Johnny Woodcock, un diseñador de modas de enorme talento y un carácter impredecible.

El 20 de junio de 2017, Leslie Dart, el representante del actor, anunciaba a los medios que Woodcock sería el último personaje al que veríamos representar en pantalla. Entre las razones que esgrime el propio Day Lewis para explicar el motivo de esta decisión es que haberse puesto en la piel de Woodcock le había causado tal nivel de depresión que nunca más podría volver a ejercer ese oficio.

En la boca de prácticamente cualquier otro actor, semejante declaración podría pensarse más como una estrategia de marketing para la película o una forma de autopromoción. En el caso de Daniel Day Lewis, esta opción parece genuina, y hasta irrevocable. Nunca le interesó el divismo o la fama (rara vez concede reportajes y cuando lo hace habla poco y nada de su vida personal), ni aprovechar la herencia de su apellido (es hijo de Cecil Day-Lewis, uno de los más importantes poetas de lengua inglesa) para ganar aún más prestigio o atención.

Por otro lado, actuar no parece ser una necesidad vocacional para él. Entre 1997 y 2002, llegó a alejarse por completo de las pantallas para vivir en Florencia y aprender hacer zapatos. Además, el modo de abordar sus actuaciones es tan intenso y comprometido que no parece raro pensar que, a sus 60 años, ya está demasiado desgastado como para querer seguir ejerciendo como actor.

Daniel Day-Lewis con su Óscar a Mejor Actor, junto a Meryl Streep en la ceremonia del 24 de febrero de 2013 en Hollywood (Foto: AFP/Archivos – JOE KLAMAR)
Daniel Day-Lewis con su Óscar a Mejor Actor, junto a Meryl Streep en la ceremonia del 24 de febrero de 2013 en Hollywood (Foto: AFP/Archivos – JOE KLAMAR)

Por sólo mencionar algunos ejemplos de lo que llegó a hacer para abordar distintos personajes: para prepararse para interpretar a Lincoln en la película de Spielberg, leyó más de 100 libros sobre el político americano; para ponerse en la piel de un irlandés en En el nombre del padre, ensayó con tanta obsesión el acento de ese país que, arrastrado por la costumbre, siguió hablando de esa manera seis meses después de terminado el rodaje; para la mencionada El hilo fantasma, llegó a comprometerse tanto con el papel de un diseñador de moda que adquirió la habilidad de diseñar él solo un vestido de alta costura.

En su ejemplo más conocido, llegó a vivir meses en una silla de ruedas simulando durante horas tener parálisis cerebral para poder meterse en la piel del pintor Christy Brown para actuar en la película Mi pie izquierdo. De hecho, es común que durante el rodaje, Daniel Day Lewis pida que sea llamado con el nombre del personaje que interpreta y que incluso se comporte como éste, incluso fuera del set de filmación. Es tan célebre su manera de encarar su método que el presidente Obama llegó a hacerle una parodia/homenaje consistente en imaginar que Day Lewis protagonizaría una biopic sobre él y llegaría al punto tal de la perfección actoral que sería físicamente idéntico al propio presidente.

No es la primera vez que ocurre una excentricidad así en el mundo de la actuación. Robert De Niro aprendió a dominar el instrumento de la trompeta para hacer New York, New York; Adrien Brody se fue a Europa para vivir con muy poco dinero y sentir así sensación de soledad y supervivencia del personaje de El pianista y Dustin Hoffman bajó varios kilos -al punto tal de poner en riesgo su salud- para poder hacer Marathon Man. No por nada, todos estos actores abrazaron el Método Strassberg, aquella técnica actoral en la cual se recomienda que el actor en alguna medida se mimetice con el personaje y genere una conjunción entre su personalidad y la que tiene que interpretar.

Curiosamente, Day Lewis recibió su formación en la British Old Vic, escuela de teatro fundada por Laurence Olivier, quien siempre miró con desconfianza el método Strassberg que se enseñaba en institutos como el Actor´s Studio de Nueva York. Sin embargo, Day Lewis, quien desde el colegio secundario se caracterizaba por ser un alumno de mal comportamiento, decidió ir contra sus maestros y abrazar la vía contraria. De hecho, la abrazó tanto que terminó superando en rigor a prácticamente cualquiera de los alumnos salidos del Actors Studio.

Actores como De Niro o Hoffman fueron especialmente dedicados para unos pocos roles, mientras usaban sus talentos interpretativos con menor rigor para guiones que ellos consideraban más hechos para, digamos, pagar las cuentas. Day Lewis en cambio decidió ser un perfeccionista obsesivo en casi todos los papeles protagónicos que le tocaron, de ahí que en comparación con otros actores importantes de Hollywood, este intérprete haya aparecido más bien poco. Así es como desde Ropa limpia, negocios sucios (su primer papel importante, en esta gran película de Stephen Frears de 1985) Day Lewis sólo actuó en 17 largometrajes.

Daniel Day Lewis en “Pozos de ambición”(2007)
Daniel Day Lewis en “Pozos de ambición”(2007)

En pocas ocasiones hizo dos largometrajes en un año; y ya desde 2003 para acá llegó a tomarse de dos a cinco años para volver a filmar una película. Más aún, Day Lewis no sólo se preparó intensivamente para cada papel, sino que además eligió sólo aquellos que le interesaban más. De este modo, por su interés por la historia de los Estados Unidos, decidió en los últimos años transformarse en todo un representante de la historia americana: sea la marginal, en Pandillas de Nueva York, la económica, en Petróleo sangriento o la política, en Lincoln. Pero así es como también decidió transformarse en lo menos parecido a una estrella que haya conocido la historia de Hollywood.

Seré más claro. Según el pensador francés Edgar Morin, una estrella de cine es aquella que carga con la historia de sus papeles anteriores, y a quien el público siempre verá acordándose de la imagen que tienen de ellos. Por más que Jim Carrey haya hecho un excelente papel dramático en The Truman Show, nunca podemos dejar de pensar en su rol de comediante y contrastarlo con lo que estamos viendo; el tono sobrio que maneja Jack Nicholson en Las confesiones del Sr. Schmidt no puede disociarse nunca de los papeles desquiciados que más emblemático hicieron a este actor. Esa suerte de identificación de un actor con un personaje o con un tono actoral es lo que hace que el público se familiarice con ellos.

Pero en Daniel Day Lewis, cada papel parece único en sí mismo, como si el actor se hubiese esforzado por hacer una transformación completa que nada tiene que ver con lo que se vio antes. De esta forma, en Petróleo sangriento pronuncia las palabras con una lentitud, una fuerza y una musicalidad propia de quien parece calcular meticulosamente cada discurso; por el contrario, en El hilo fantasma, desarrolló una voz más bien tímida y susurrante como quien en el fondo tiene más temor de lo que su presencia señorial aparenta; y su expresividad ambigua en las escenas amorosas de La insoportable levedad del ser -basada en la célebre novela del checo Milan Kundera- hacen que sospechemos siempre de las intenciones y sentimientos reales del personaje.

Ante tanta variedad y tantas transformaciones, no es raro que cuando le preguntaron el motivo por el cual se transformó en actor dijo "porque me encanta la creación". Lo expresó en un sentido general, como quien crea un poema, un vestido, o un trabajo de carpintería. En algún punto, su idea de actuación está a años luz de tener como fin la fama, quizás incluso, ni la interpretación misma, sino que es para él una forma nueva del crear; y por sus declaraciones no parece ser menos importante para él su oficio de actor como lo que en algún momento fue su oficio de hacer zapatos, vestidos, o trabajar con la madera (que él mismo confesó que es a lo que se hubiera dedicado de no haber sido actor).

Si alguna vez Oscar Wilde dijo que el hombre debía hacer una obra o convertirse en una, Daniel Day Lewis logró tallarse a sí mismo y ser y hacer una obra de arte al mismo tiempo; algunas veces, como en su oscuro Daniel Plainview de Petróleo sangriento; su melancólico Newland Archer de La edad de la inocencia o su asombroso Christy Brown de Mi pie izquierdo, generó con su cuerpo y su voz verdaderas obras maestras andantes. El desgaste físico y mental que produjo hacerlas generó que este legado actoral sea muy intenso pero también breve. Y aún cuando lo que nos dio fue enorme, hubiéramos querido que fuera más.

 

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