En los últimos años se multiplicaron las novelas japonesas traducidas al castellano. Ya no se trata solo de clásicos, como Kawabata o Dazai, que siempre estarán cerca de nuestro corazón. Por primera vez llegamos a Japón sin excesivas demoras, leemos a autores con una obra inacabada, todavía en construcción. Y con una variante más, un elemento novedoso que lo cambia todo, porque algo está sucediendo en las letras japonesas: lo mejor de la literatura japonesa de hoy hay que buscarlo en las novelas escritas por mujeres. Una "sintonía de época" que a esta altura habría que pensar como un fenómeno global.
Alfaguara acaba de publicar a Hiromi Kawakami; Galaxia Gutenberg a Mitsuyo Kakuta. Aunque tienen estilo diferentes, ofrecen elementos comunes que nos mueven a pensarlas en sintonía: ambas se valen de varios narradores para contar una historia única, varios puntos de vista que necesitan entrar en conflicto y tensionarse –con esa tensión suave, invisible, que es propia de la literatura japonesa–, hasta que por fin se acomodan las piezas del rompecabezas. Y todas esas voces que colman las páginas corresponden a mujeres.
Es interesante esa elección de voces femeninas. Son las mujeres las que mejor pueden explicar este tiempo, porque son ellas las que lo están protagonizando.
Quizá Banana Yoshimoto fue la primera, con Kitchen. Sería injusto no invocar el nombre de Yoshimoto si hablamos de la literatura japonesa moderna escrita por mujeres. Algo de la frescura de Yoshimoto se advierte en la levedad y las maneras ligeras de Kawakami. Una prosa ágil que recuerda a una conversación entre amigos. Ya sabemos que en esa aparente sencillez reside una de las formas del arte. Kakuta, en cambio, tiene una prosa más compleja.
Hiromi Kawakami nació en Tokio, en 1958. Es una de las escritoras más populares de Japón. Se consiguen varias novelas suyas en castellano.
Los amores de Nishino es su última novela traducida. Como anticipamos, se trata de una pieza polifónica: cada capítulo está contado desde el punto de vista de una mujer diferente. Vamos a saber de Nishino, un dandi, un donjuán, a través de lo que ellas nos cuenten. Diez capítulos, diez amantes.
Pero también podríamos hablar de cuentos, porque cada relato se presenta como un universo cerrado. Sin ningún orden, pasamos de Natsumi, que siempre lleva a su hija cuando se encuentra con Nishino, al tiempo del colegio, cuando Yamagata sorprende a un Nishino adolescente prendido de la teta de una mujer mayor. Vamos de un Nishino de treinta y cinco años, que compite con un gato por el amor de su vecina Eriko, a cuando es gerente en una compañía y acostumbra escaparse y atar a Ai para retenerla y fantasear con matarse juntos. Ese es el tenor de cada historia, todas proponen aventuras para estas diez mujeres.
El título carga con una ironía, porque Nishino es incapaz de amar, sin importar cuánto lo intente. "¿Qué problema habrá conmigo?", le pregunta a una de sus amantes –a cualquiera, lo mismo da–, al cabo de tres meses. "Pretendía estar contigo el resto de mi vida", le dice Nishino. Pero tres meses es el período que ellas lo soportan. Después empiezan los problemas.
Mitsuyo Kakuta nació en Yokohama, en 1967. Vendió más de un millón de ejemplares en Japón con La cigarra del octavo día. Lleva publicados más de cincuenta libros y solo nos han llegado dos en castellano.
Ella en la otra orilla, su última novela traducida, también es un texto sobre la incomunicación. La imposibilidad de acceder al otro y tener un vínculo real. Y también propone un juego con las voces narrativas, los puntos de vista y los tiempos alterados. De nuevo son voces de mujeres. Dos, esta vez: Sayoko y Aoi.
Cuando habla Sayoko, la narración es puro presente. Sayoko quiere volver a trabajar para relacionarse con gente y poner otra vez en marcha su vida. A su marido y su suegra no les gusta que deje a Akari en una guardería. Tampoco le ofrecen otras soluciones. Mitsuyo Kakuta sabe mostrar el conflicto de la mujer moderna, con sus necesidades personales en tensión con su entorno familiar. Ella en la otra orilla es un perfecto fresco de época. Y una denuncia. Sayoko tiene suerte a la hora de conseguir ese trabajo que necesita: la entrevista de admisión la toma una mujer, Aoi, que encima asistió con ella a la misma universidad, tantos años atrás. Cuando habla Aoi, retrocedemos a ese tiempo de la universidad, ese pasado compartido que no recuerdan.
Las voces se alternan. Un capítulo para Sayoko, en el presente; el siguiente para Aoi, en el pasado. Las historias corren paralelas hasta encontrar el punto preciso en que necesitan converger.
Pero hay más que la pelea de la mujer en una sociedad que está cambiando en Ella en la otra orilla. En la universidad, Aoi se hizo famosa por saltar de una azotea con una amiga. Trató de matarse, escapando del bullying. Quizás el único vínculo verdadero puesto en escena en estas novelas sea el de estas dos adolescentes que saltan juntas al vacío –saltar como una salida–, y sobreviven tomadas de la mano. Sayoko recuerda ahora esta historia, de grande, y tiene la posibilidad de tratar con una de las protagonistas. Se acerca a Aoi, quiere llegar a ella, quiere ser su amiga. ¿Acaso anhela algo de esa antigua historia?
Me guardé para el final el episodio más bello de estas novelas. Sucede en el primer capítulo de Los amores de Nishino. Es tan potente que tiñe la lectura de todo lo que viene después: cuando eran amantes, Nishino le contó a Natsumi que quería que ella lo vele al morir. Ahora que acaba de morir, tantos años después, su fantasma se le presenta en el jardín.
No hay otro evento igual en la novela. Nada que nos haga pensar en una historia fantástica. Un recurso que quizá solo sea posible en una novela japonesa.
La conversación que el fantasma de Nishino tiene con Natsumi, es de lo más natural, la misma que podrían tener dos ex que se reencuentran: ¿Llegaste a casarte? ¿Tuviste hijos al final? Hay algo muy japonés en el fantasma de Nishino. Los fantasmas japoneses no tienen fatalismo.
En un momento, Natsumi vuelve a la cocina, saca los manojos de fideos de la gran caja de madera que usa para guardarlos y arranca los clavos de las cuatro esquinas. Desmonta la tabla más pequeña y con un pincel grueso escribe: "Aquí yace Nishino". Cuando sale al jardín y clava la tablilla, cumpliendo con su vieja promesa, percibimos que hay un sentimiento entre ellos que no erosionó el tiempo, ni la muerte.
Todos nos merecemos un nuevo comienzo. Incluso los fantasmas.
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