Ryszard Kapuscinski pasó casi un año en Oxford, en 1986, para escribir lo que sería el tercer volumen de su serie Los Dictadores, que incluía los libros ya publicados El Emperador (sobre Haile Selassie) y El Sha (acerca de Mohammed Reza Palhevi), y uno más sobre eI ugandés Idi Amin, que nunca terminó o ni comenzó.
También tenía el propósito de escribir una biografía sobre el Che Guevara que no concretó, escribe el periodista mexicano Gilberto Meza en su libro San Jorge y el dragón, de editorial Luna Media, en el que narra precisamente aquellos meses de enero a septiembre que compartió con el periodista polaco en Oxford y una semana en su casa de Varsovia.
Así, Meza brinda el primer relato sobre esos días de Kapuscinski en Oxford, en los que hasta ahora ninguno de sus biógrafos o críticos había recalado.
En diálogo con Infobae, el periodista mexicano cuenta sobre la experiencia de aquel breve período en el que compartió con Kapuscinski extensas charlas, largas caminatas y horas de compañía y cerveza en los bares de Oxford hablando del lenguaje. "Es curioso pero nuestro tema principal siempre fue el lenguaje y de ahí partía todo lo demás".
Lo demás era el estilo, la literatura, la historia y, por supuesto, el periodismo. También la poesía, recuerda Meza. "Él era un poeta vergonzante y yo era un poeta no tan vergonzante. A Ryszard le gustaban mucho mis textos y a mí me gustaban los suyos entonces, pero jamás hablábamos de nuestros libros. Es decir, no nos echábamos loas. Cuando hablábamos de los libros, hablábamos de cómo se escribieron".
En San Jorge y el dragón hay pasajes que recrean estas charlas donde el hilo común es la palabra, el lenguaje, el estilo, su batalla por escribir el mejor texto en sus reportajes. "Hay que apostarle al tono que sea capaz a un tiempo de describir y transmitir y de impactarnos de tal modo que quedemos anonadados ante la obra". Eso le dice Kapuscinski a Meza en su libro, donde insiste en "sacarle a las palabras el brillo que esconden, opacado por el uso".
Los cinco años en América Latina
Meza conoció a Kapuscinski en enero de 1986. Ya era entonces un periodista reconocido y dueño de una obra sólida, recuerda. El autor y periodista polaco tenía 53 años y estaba en Oxford invitado por el Consejo Británico a una estancia de 6 meses para investigar y escribir sobre Idi Amin. Meza, a su vez, era un joven periodista de 30 años, becario de la Fundación Reuters. "Pese a tal diferencia de edades, desde el primer día se estableció entre nosotros una corriente de simpatía".
Esta creció, a juzgar por el libro, cuando Meza lo ayudó a cambiar su residencia estudiantil en el Queen Elizabeth House a un amplio departamento de la calle Bradmore Road que le había conseguido el University College. Meza los convenció para le otorgaran uno también a él. "Tres días después ocupó el departamento que estaba abajo del mío. No podí creer en su suerte. La verdad, yo tampoco", recuerda Meza en libro.
Allí se gestó entre ellos un ritual secreto, narra Meza. A las 7 en punto Kapuscinski tocaba a su puerta y le preguntaba en español "¿estás listo para nuestra cervecita?". Estas eran las "muy raras" ocasiones en que hablaban en español. "Hablábamos en inglés porque era el lenguaje local y nos sentíamos cómodos en ese momento de charlar en inglés, pero él era un políglota". Kapuscinski había vivido en México 5 años, a finales de los años sesenta, y este país fue de hecho su pista de despegue como corresponsal en Latinoamérica.
"Aprendió español en Chile y en México lo perfeccionó", recuerda Meza, quien llama la atención de los pocos textos que de él hay sobre el continente. "Casi pasa desapercibido, pero en toda su obra escribió tres o cuatro textos sobre América Latina, entre ellos un pequeño libro sobre el secuestro del cónsul alemán en Guatemala. Es curioso al haber vivido tantos años en México y visitado toda América Latina…", dice Meza. Y lo sorprende porque de verdad sentía afecto por el continente y particular predilección por Brasil, por Chile, Argentina, Bolivia. "Admiraba México y del país siempre tuvo referencias, y eso también influyó en nuestra amistad".
Su estancia en México y Latinoamérica además cerró su capítulo como corresponsal, después de cinco años previos también en África, advierte Meza.
El reportero de su tiempo
Gilberto Meza también compartió con Kapuscinski algunos días durante la semana que pasó en su casa en Varsovia, cuando lo acompañaba al mercado y lo veía platicar con las vendedoras, preparar comida, andar por la calle, visitar a los amigos. "Todo en medio de esa sencillez y esa solidaridad que lo distiguían", dice.
Meza cree que, a pesar de la fama que rodea el nombre de Ryszard Kapuscinski, su obra se alaba mucho pero se conoce poco. "Hay que leerlo y hay que aprenderlo. Sí, era un gran reportero, un periodista comprometido con su tiempo, pero era sobre todo un escritor. Tenía muy claro que escribiera lo que escribiera, la única diferencia que podría marcar sería a través del estilo. Es decir, un estilo propio, reconocido, arriesgado, que confrontara el statu quo y que permitiera una mirada distinta sobre la realidad. Buscaba su propio estilo y dejar huella, y creo que lo consiguió".
Pero a él no le gustaba el reconocimiento, lo incomodaba. Era un un hombre tímido, callado, que le gustaba pasar inadvertido y observar, sobre todo, afirma Meza. "En las reuniones en las que coincidíamos no hablaba, era muy silencioso, le costaba comunicarse con los demás porque pensaba que siempre tenía que responder a algo, que la gente esperaba de él respuestas cuando lo que tenía eran preguntas… hablábamos mucho de eso".
Como periodista, todo lo nutría. "Se comprometía con cada tema. Agotaba todo lo que veía en documentos, libros, películas, antes siquiera de atreverse a mirar la máquina de escribir".
Esa manera de ser, considera Meza, es lo que describe más al hombre que al personaje. "Con el paso de los años irán surgiendo más testimonios, más libros acerca de él. No que nos digan que era brillante porque eso es algo evidente y hasta tautológico, sino que nos muestren la profundidad de su pensamiento".
Para Meza, una frase puede rubricarlo: "Era un hombre comprometido con su tiempo y con la humanidad".