Esta es la historia de un tributo que resultó espantosamante mal. De un
regalo concebido como ofrenda de gratitud que tuvo una recepción agria y lapidaria. De un retrato llamado a preservar un legado eterno que terminó corriendo el destino fatal de los herejes. Es también la historia de un hombre que se niega a aceptar el paso del tiempo, de una esposa que se parapeta como cancerbera de su memoria, del ineludible jardinero presente en todo buen misterio y de una buena dosis de secretos, escándalos y especulaciones. Y en medio de todo eso, un artista cuyo momento de mayor notoriedad sería producto de la profunda aversión que su trabajo despertó en el modelo que daba razón de ser a esa obra. Una pintura que para muchos representa una de las grandes joyas perdidas del arte británico.
Corría 1954 y Gran Bretaña estaba decidida a celebrar el 80º cumpleaños de Winston Churchill a lo grande. Por eso, la Cámara de los Lores y la de los Comunes acordaron encargar un retrato de aquel Primer Ministro que mantuvo en pie a la nación en los difíciles días en que la amenaza nazi atenazaba a Inglaterra. Fue Lord Beaverbrook, magnate de la prensa, ex ministro de la Producción aeronáutica, amigo íntimo de Churchill y ávido coleccionista de arte, quien sugirió el nombre de Graham Sutherland, un pintor que comenzaba a ganar prestigio como retratista.
El 30 de noviembre de 1954, las festividades comenzaron al mediodía. Una audiencia de 2.500 personas, incluidos ministros del gabinete y líderes de la oposición, se congregó en Westminster Hall para presenciar la ceremonia, que sería televisada por la BBC.
Una "V" en código morse saludó la entrada de Sir Winston y Lady Churchill. El Líder de la oposición, Clement Attlee, rindió homenaje a su formidable oponente y lo llamó "el último de los grandes oradores que puede tocar las alturas". Y entonces llegó el gran momento: el de descorrer el velo que cubría el retrato del homenajeado. Los videos que documentan ese día dan cuenta del automático disgusto de sir Winston. Y cuando le tocó hablar, volvió a hacer gala de su habitual sorna: "El retrato es un notable ejemplo de arte moderno". Hubo una pequeña pausa, y luego una ráfaga de risas barrió la sala.
El episodio del cuadro aparece recreado en The Crown, la serie de Netflix, para la cual los investigadores pasaron dos años compilando posibles historias. Finalmente optaron por centrarse en esta porque entendieron que era un evento que, sacando a "los círculos nerds de la Historia", había pasado bastante desapercibido.
Para desgracia del pobre Sutherland, la cosa fue bien distinta en aquellos días donde la prensa popular se ocupó profusamente del tema. La opinión generalizada era que la pintura era demasiado vulnerable y poco favorecedora para un hombre con una posición tan relevante. Se dijo que representaba más un bulldog asustado que al estadista que se había enfrentado a Hitler. Pero la verdad es que, para entonces, el Primer Ministro estaba chamuscado por los años, debilitado por la apoplejía que había sufrido tres años atrás y una década de guerra y huelgas. Sin embargo, esta realidad colisionó cruelmente con la imagen que a Churchill le gustaba proyectar de sí mismo: la del hombre de acción, el líder indomable de tiempos de guerra.
El destino que comunes y lores habían imaginado para el retrato era que, tras la muerte del Primer Ministro, colgara en la Abadía de Westminster- la iglesia contigua al Parlamento-. Mientras tanto, la obra fue a parar a la residencia campestre de los Churchill, en Chartwell, donde nunca fue exhibida ni se la volvió a ver. Pero de eso, al menos durante varios años, sólo se enteró el círculo íntimo del PM, que en más de una ocasión lo escuchó decir que su postura en el cuadro le recordaba vagamente a la de estar sentado en un inodoro. "Parece que estoy teniendo una deposición complicada" comentaba con desdén.
El tema del cuadro caído en desgracia recién agitaría a la opinión pública en 1977, cuando Clementine Churchill muere y el Parlamento reclama la obra que, cabe recordar, había sido pagada con fondos públicos. Los herederos dijeron haber dado vuelta la casa sin encontrar rastro del maldito retrato. Y finalmente afirmaron que, tras la muerte de su esposo, en 1965, la señora de la casa había ordenado al jardinero que lo quemara. Nacía así el escándalo y una surtida cantidad de especulaciones, profusamente difundidas por la prensa de la época. En una de esas intrigas que apasionan a los ingleses y teniendo en cuenta que la cotización estimativa de la obra en los años 70 era de un millón de libras, crecieron los rumores que descreían de la obediencia de Ted Miles, el jardinero y, en cambio, especulaban con que el hombre la tuviera guardada en espera del momento propicio para forrarse de por vida. En 1978, el Sunday Telegraph entrevistó a Miles, quien juró y perjuró que había sido la señora quien había destruido el cuadro mientras limpiaban un sótano y que él, simplemente, se había deshecho de la basura. Peor aún: aseguraba que el exterminio había tenido lugar en 1955, lo que inculpaba tanto a lady como a sir Churchill.
Así, el suceso se convirtió en uno de los casos más resonantes de destrucción de arte y provocó grandes debates, a saber: ¿qué derecho es el más importante, el del propietario y su libertad para hacer lo que se le antoje con su posesión o el interés público que busca preservar las obras de arte para futuras generaciones? A Sutherland no le interesó ni un poco sumarse a la polémica y se limitó a declarar que el suceso era "un acto de vandalismo".
Más allá de estas discusiones, la depredación del cuadro enemigo calzaba a la perfección con el rol histórico que Lady Churchill se había reservado para sí misma. "Con el mismo celo con que había promocionado la carrera de su marido, el trabajo de Clementine en los últimos años de su vida estuvo dedicado a proteger el legado de Sir Winston", sostiene Sonia Purnell, autora de la biografía First Lady: The Life and Wars of Clementine Churchill.
Y lo que ella vio en la pintura no era ni por asomo aquella heroica imagen de estadista aguerrido que ella quería preservar. Así que fue implacable: "el retrato tiene que desaparecer", dictaminó.
Fue precisamente Purnell quien en 2015 dio con la clave definitiva de lo que había pasado. Revolviendo archivos, la periodista y escritora encontró algo que los biógrafos del Primer Ministro habían pasado por alto. Se trataba de una grabación hecha por Grace Hamblin, la "muy amada y eficiente secretaria privada de Winston y Clementine Churchill durante más de 40 años".
"¿Qué vamos a hacer, Grace?", pregunta, retóricamente, Clementine en la cinta. "Tenemos que deshacernos de eso ". Porque hasta ahí, "eso" había estado escondido en un sótano de la propiedad. Entonces, la fiel Grace pidió ayuda a su hermano- a quien el folklore también imagina jardinero- para sacarlo de Chartwell en medio de la noche y quemarlo a varias millas de la residencia campestre de los Churchill. Al día siguiente, la secretaria comunicó que la faena había sido cumplida y Clementine aseveró: "Nunca le vamos a decir a nadie una palabra de esto porque no quiero que cuando yo muera alguien te culpe. Pero créeme, hiciste exactamente lo que yo hubiera querido".
Mucho antes de que su nombre se convirtiera en mala palabra, los Churchill parecían encantados con Sutherland y su esposa Kathleen, que a veces lo acompañaba a las sesiones. Según el historiador Martin Gilbert, biógrafo oficial del PM, Clementine Churchill le escribió a su hija Mary: "Graham Sutherland es increíble. Realmente es un hombre muy atractivo y uno apenas puede creer que los diseños salvajes y crueles que exhibe provengan de su pincel. Papá le ha dado tres sesiones y ha quedado muy impresionado con el poder de su dibujo". Sin embargo, era muy poco lo que Sutherland dejaba ver en realidad. Garabateaba en un pedazo de papel y decía "esto es lo que va a ser" pero no permitía a los Churchill ver la imagen en sí. Cada vez que el artista dejaba la casa de campo, el retrato estaba tapado. Cuando al fin lo terminó, lo retiraron sin que nadie pudiera echarle un vistazo.
Sutherland firmó el retrato después de largas jornadas de dibujos preparatorios y algunas discusiones con el político, que era pintor aficionado en sus ratos libres. Primero hizo una serie de bocetos con carbonilla en un puñado de sesiones en Chartwell concentrándose en sus manos y en su cara. Después se abocó a los estudios al óleo.
En su libro Churchill, su vida como pintor, Lady Soames, la menor de los hijos del Primer Ministro, cita a varios contemporáneos que presenciaron los acontecimientos y corroboran la buena relación entre retratista y modelo. Pero también consigna la constante inquisitoria de su padre al artista: "¿Vas a pintarme como un bulldog o un querubín?", a lo que Sutherland respondía: "¡Eso depende de lo que Ud. me muestre!".
Por eso, todo parece indicar que la polémica, el escándalo y sobre todo la aversión que despertó el retrato tomaron del todo por sorpresa a Sutherland, quien se consideraba un artesano y un artista comprometido.
Para mediados de los 50, Graham Vivian Sutherland (Londres, 1903 – 1980) era un artista inglés muy respetado, cuyo trabajo surrealista con acuarelas y óleos, principalmente aquellos con paisajes de la costa de Pembrokeshire, lo establecieron como un artista moderno líder. También pintó toda una serie de objetos y formas naturales con un estilo próximo a la abstracción, más cercano al surrealismo. En 1936 expuso en la Exposición Surrealista Internacional de Londres.
"La mirada de Sutherland se había consolidado desde el principio y nunca pareció cambiar demasiado", sostiene el pintor George Shaw, quien en 2012 seleccionó y escribió sobre 80 obras en pequeña escala del artista para una muestra en el Modern Art Oxford.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue contratado como artista oficial para trabajar en el llamado frente interno y ocuparse de la memoria visual del conflicto. Así, ilustró con sus pinceles la minería del estaño en Cornwall, la del carbón a cielo abierto, la explotación de canteras de piedra caliza, los daños de las bombas en Londres y Gales del Sur y, más tarde, el daño causado por la RAF en los depósitos de bombas en la Francia ocupada.
Después de la guerra produjo una Crucifixión(1946) para la iglesia de San Mateo, en Northampton, y el imponente Cristo en la gloria (1962) para la catedral de Coventry.
Había formado parte del consejo de dirección de la Tate Gallery, pero dimitió en 1952 por discrepancias acerca de los criterios artísticos. Se han realizado grandes retrospectivas de su obra en el ICA en 1951; en la Tate Gallery de Londres- que alberga una importante muestra de sus obras- en 1982; en el Museo Picasso de Antibes, Francia, en 1998, y la Dulwich Picture Gallery, en 2005.
Pero en aquellos años, el nombre de Sutherland comenzaba a sonar sobre todo gracias a sus retratos. El primero que se le encargó fue el de Somerset Maugham y su singularidad consolidó el lugar de Sutherland en círculos artísticos. Tampoco hay idealización en este retrato, pero de ningún modo eso acarrea falta de dignidad o gracia. Maugham, bien entrado en sus 70, aparece como lo que es, un hombre de edad avanzada porque el artista no necesita idealización para consolidar la fuerza de su personaje. Mientras que su cuerpo puede aparecer frágil, su mente y espíritu reflejan cualquier cosa menos eso.
De Sutherland se ha dicho que captura lo mejor y lo peor de sus modelos. En lo que parece ser una búsqueda continua de la verdad, sobre todo de una verdad interior, no vacila en representar patas de gallo o papadas. Para él, un movimiento de la cabeza o del cuerpo, un cúmulo de arrugas o la propia expresión facial son suficientes para revelar las penas, los problemas de la vida. Divinos argumentos que no conmovieron ni un poco a algunos de sus retratados, que consideraban su falta de inclinación a la adulación como una forma de crueldad o ninguneo.
"La adulación ha sido todo un tema para el retratismo desde el comienzo mismo del género", anota la crítica de arte Kristy Mac Farlane. "En muchos retratos hay un elemento de idealización que hace que prevalezcan las fachadas de piel suave y sin poros y los ojos que brillan rozagantes. La debilidad y la vulnerabilidad no son un rasgo definitorio, sino algo que debe ocultarse y ocultarse a través de la pintura". Precisamente esa es la concepción que el personaje de Churchill deja en claro en The Crown: la pintura existe para embellecer la realidad. Porque, para mostrarla tal cual es, ya está la fotografía.
Se podrá "acusar" a Sutherland de mostrar a sus modelos con una honestidad intransigente. Pero, en el caso de Churchill, esa visceralidad en la mirada no parece haber estado reñida con una moderada admiración, sobre todo teniendo en cuenta que, de acuerdo a sus propias palabras, quería pintarlo "como una roca". Su manera de plasmarlo se establece, de acuerdo a Mac Farlane, en su pose robusta, que transmite una sensación de fiabilidad y fuerza en el líder. En las décadas anteriores, la guerra y el descontento social pesaron sobre los hombros de Churchill; él emerge de la oscuridad del fondo tal como lo había hecho en una era de agitación. Está viejo, los años no han sido amables con él, como tampoco lo habían sido en Gran Bretaña. Sin embargo, su carácter audaz e intransigente, capturado por Sutherland a la perfección, eclipsa la posible vulnerabilidad de los años.
También Simon Schama, profesor de Historia e Historia del Arte en la Universidad de Columbia, considera que la pintura, aunque aún moleste a la familia Churchill, representa un extraordinario homenaje. "Lo que Sutherland vio frente a él fue una ruina magnífica, pero no hay por qué disculparse", sostiene. "Recuerdo Londres en ese momento: estaba lleno de magníficas ruinas de las cuales estábamos orgullosos. Churchill dijo que lo hacía parecer un pobre infeliz. No es así. Es sólo un hombre de mucha edad".
Cuando Churchill vio su retrato por primera vez, se vio a sí mismo y eso lo turbó. Vio lo que Sutherland consideraba una fortaleza y lo tomó como una debilidad. Vio un legado manchado en lugar de uno creíble, vio a un hombre débil acercándose al final de su vida, en lugar de un hombre que había sobrevivido y permaneció como piedra angular de la política británica a través de la gran adversidad.
En la serie de Netflix, cuando el Primer Ministro acepta que en realidad sí es el viejo acabado que ve en el cuadro, decide que ha llegado el momento de retirarse de la política. En la vida real, Sir Winston renunció como primer ministro menos de un año después, el 5 de abril de 1955, debido a su creciente mala salud.
Lo cierto es que ni la aversión a primera vista del Primer Ministro ni el destino fatal del cuadro lograron impedir que el retrato, al que se hicieron numerosas fotografías y fue filmado por televisión, se haya convertido en uno de los más conocidos del político británico.
Eso, sin mencionar que el más famoso de los bocetos preparatorios cuelga en la National Portrait Gallery, amén de 19 estudios de bocetos de dibujos al carbón y pequeños trabajos en óleo que se exhiben en la Beaverbrook Art Gallery, en Fredericton, condado de York.
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