¿Qué son esos seres, los gatos? ¿Animales del más puro narcisismo e indiferencia o esfinges perfectas que sólo causan deslumbramiento? ¿O tan sólo mascotas que existen en oposición a los entusiastas perros? El libro El tigre en casa, un clásico del fotógrafo y escritor estadounidense Carl Van Vechten que por primera vez es traducido al español y publicado por la editorial Sigilo, ofrece algunas respuestas a estas preguntas escritas con el más elegante estilo y a través de historias que harán de la delicia de cualquier amante de los felinos. Además de que brindarán motivos de reflexión a los amigos de los perros.
Publicado por primera vez en 1920, sus reediciones en inglés son infinitas y bien se podría asegurar que responden al flemático estilo de los británicos, cuestión comprobable desde el comienzo mismo del texto, cuando el autor -un bon vivant que vivió en París y formó parte del círculo de Gertrude Stein– da cuenta de algunas anécdotas ocurridas a gatos de excéntricos de aquella isla que demostrarían la gran variedad de caracteres de los gatos.
"El reverendo J.G. Wood nos habla de un gato que era tan aristocrático que 'nada –ni siquiera la leche cuando tenía hambre– lo inducía a asomar la cabeza por la cocina, o a entrar en la casa por la puerta de servicio'. Wynter tenía un gato que un día se levantó de súbito y subió por el tubo de la chimenea, y eso que el fuego ardía en la rejilla. Un par de siglos antes habrían quemado en la hoguera al escritor por narrar este incidente. Este gato comía pepinillos, y le gustaba el coñac con agua. William Lauder Lindsay menciona un gato que tenía afición por la cerveza negra, y Jerome K. Jerome escribe en sus Novel Notes de una que bebió de la gotera de un barril de cerveza hasta intoxicarse".
El autor remite a W. H. Hudson, uno de los fundadores de la literatura argentina, que narra en El diario de un naturalista: "Durante la visita a un amigo en la Patagonia quedé atónito un día que salimos con un arma para cazar un poco, seguidos por los perros y un gato negro que los acompañaba, y al disparar mi primer tiro lo vi salir volando antes que los perros para recuperar el pájaro y traérmelo". Desmiente así la enemistad entre perros y gatos, y luego agrega que Hudson en ese mismo libro fue testigo de la amistad entre un gato y una rata. Seres que no resisten, entonces, al prejuicio que se tenga sobre ellos.
"Los animales son las mejores personas del mundo o tal vez los únicos seres humanos del mundo y sin duda los gatos tienen un sentido del humor extraordinario y son gente que no cede a la extorsión de nada". Quien humaniza así a los felinos es el escritor y poeta Julián López, que vive junto a Catita, "un gato increíble y de una dulzura y timidez grandísimas, a la vez que es pura historia".
-¿Lo acompaña Catita en su creación literaria?
-El teclado es calentito. En una época ella escribía novelas, se subía al teclado y luego yo encontraba que el word tenía varias intervenciones suyas. Así que puedo asegurar que tiene su propia obra.
Van Vechten continúa su descripción taxonómica de los gatos: "El amor por la etiqueta es muy marcado en este animal fascinante –dice que escribió Champfleury–; se siente orgulloso del lustre de su pelaje y no puede soportar que un solo pelo esté fuera de lugar. Cuando ha comido, pasa la lengua varias veces por ambos lados del hocico y por sus bigotes con el fin de limpiarlos minuciosamente; mantiene su pelaje impecable con una lengua espinosa que cumple la función de una almohaza; y aunque a pesar de su ductilidad le es difícil alcanzar la parte alta de la cabeza con la lengua, usa una pata humedecida con saliva para pulir esa parte".
Graciela Melgarejo, periodista, escritora y viuda de Isidoro Blaustein es una de las más notables amantes de los gatos. "Isidoro era amante los gatos -cuenta a Infobae Cultura-. Tenía uno que se llamaba Carlitos, aunque en realidad era una gata. De todos modos le quedó Carlitos". Sobre la eterna lucha entre los amantes de los perros y los amantes de los gatos, dice: "A la gente de los perros les gusta mandar y tener una actitud activa, ejecutiva. En cambio, el que elige a los gatos tiene una personalidad más interior, es más solitario y le gusta el silencio nocturno". Melgarejo revela que en la actualidad la acompañan cinco gatos en su hogar. "Me resisto a llamarlos 'mascotas' porque es una palabra zonzota", indica. "Yo llego a la noche y siempre me esperan dos o tres en la puerta. '¿Cómo estuvo todo?', les pregunto. Como me gusta mucho leer en la cama, es un momento muy especial porque les encanta venir a todos y juntos nos hacemos compañía".
Van Vechten describe el miedo a los gatos, que denomina ailurofobia: "La forma más simple de esta afección es la ailurofobia asmática; las personas que sufren de asma o rinitis alérgica ven agravados sus síntomas en presencia de un gato. La otra forma es más seria. Tengo una amiga, por lo demás bastante sana, que exhibe síntomas del terror más violento ante la visión de un gatito de cuatro semanas; si es un gato adulto podría llegar a tener convulsiones. Su padecimiento no es tan raro ni se limita a las mujeres. Scott escribe sobre un galante cacique de las Highlands por cuyo rostro habían visto 'pasar todas las tonalidades de su tartán' al verse frente a un gato".
Cuenta que el hombre que conquistó las Europas para Francia y se hizo nombrar embajador, temía a los gatitos: "Napoleón debe de ser el ailurofóbico más célebre de la historia. Cuenta la leyenda que, poco después de la batalla de Wagram y la segunda ocupación de Viena, cuando el corso y su séquito ya ocupaban el palacio de Schönbrunn, uno de sus ayudantes de campo se retiraba a dormir a altas horas de la madrugada cuando, al pasar junto a la puerta de Napoleón, lo sorprendió el ruido más singular, así como los reiterados llamados de ayuda del emperador. Abrió la puerta sin vacilar, entró como una tromba y vio al mayor genio militar de todos los tiempos, semidesnudo, el semblante agitado, la frente salpicada de sudor, dando estocadas convulsivas con su espada a través del tapiz que forraba las paredes, detrás del cual se había escondido un gato. Madame Junot era consciente de esta debilidad y se sabe que obtuvo una importante ventaja política simplemente mencionando a un gato en el momento preciso".
La escritora Selva Almada no les teme, sino todo lo contrario. "Tengo tres gatos, una es la loca del altillo, vive en un cuartito de arriba y no baja nunca. No se deja tocar por nadie salvo por mí y sólo si estoy en estado horizontal. Con Grillo, mi marido, pensamos que debe tener una fobia porque cuando estamos en la cama se sube y se deja acariciar, pero cuando nos incorporamos sale corriendo. Se llama Ceniza. Corazón es el gato más pegote que tuve en toda la vida, se mete dentro del pelo de la gente ya que los pelos y las barbas son su fascinación. Y la Negrita es herencia de Alberto Laiseca. Vivía con él todo el día llena de humo, entonces la gata empezó a estar desquiciada y Lai me llamó y me dijo que le tenía miedo, que no podía vivir más con la gata y que me la llevara. Al venir a casa pasó de ser una loca que mordía a todos a ser la gata más zen que he tenido. Yo creo que la falta de oxígeno la tenía muy loca".
El autor británico se refiere a la asociación de los gatos con el ocultismo: "A veces, en los silencios muertos de la noche, estando solo junto a un gato, he observado cómo sus ojos se dilatan de pronto, las orejas apuntan hacia atrás y la espalda se arquea antes de una inesperada e inexplicable cabriola, después de la cual el gato vuelve a ponerse cómodo y reposar sobre la pila de la ropa como si nada hubiera pasado. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha despertado este ataque de extravagancia? ¿Algún ruido inaudible para los humanos, un olor desagradable, alguna reminiscencia de esas terribles noches medievales en que acompañaba a la bruja en sus viajes en un palo de escoba y se cruzaban por la cara de la luna?".
Para Van Vechten, los gatos serían un buen ejemplo a imitar por los humanos: "Podemos dominar a los perros, pero a los gatos nunca, a no ser por la fuerza. Pueden ser aniquilados, pero nunca serán serviles o banales. El gato jamás es vulgar. Ni a Dios le permitirá que interfiera en su libertad, y si sufre, aunque sea un dolor de muelas, rechazará todo alimento; preferirá morir que soportar el dolor. De este modo, como el espartano, conserva la fuerza de su especie. En cualquier momento puede cambiar su lema: de Libertas sine labore o Amica non serva a Quand même. No hay una sola cualidad del gato que el humano no pueda emular para su ventaja. Es limpio, el más limpio, sí, de todos los animales, enteramente desprovisto de olor y suciedad cuando está en su poder que así sea. Es silencioso, gracias a sus patas acolchadas con las garras ocultas, y no emite el menor sonido a menos que quiera decir algo definitivo, y en ese caso se puede expresar libremente. Cree en la libre expresión, y no solo cree en ella sino que se complace en ella. Nada hará que un gato pare de hablar cuando quiere hacerlo, excepto la pesada mano de la muerte".
La periodista y escritora Florencia Etcheves -que es considerada en la red social Twitter como la monarca de las locas de los gatos- confiesa: "Yo soy de las que pertenece al grupo de las cat people. Soy fanática de los gatos, es el animal que más me gusta y le atribuyo condiciones mágicas. Uno no elige al gato y cuando uno es elegido por una criatura tan maravillosa no puede negarse de ninguna manera. No recuerdo vivir sin un gato. Mi madre siempre me cuenta que la primera palabra que dije no fue 'papá' o 'mamá', sino 'gata'. Yo dormía en la cuna con una gata, a pesar de las quejas del pediatra. Ahora tengo tres y medio, ya que Tomás O'Malley es un gato de los vecinos de mi cuadra. Le puse ese nombre en honor a los Aristogatos. O'Malley viene a comer al mediodía y a la noche y es un maleducado por todos los vecinos. Soy una convencida de que alguien los manda, no creo en dios, pero sí creo que algo los manda. El epígrafe del libro de Van Vechten dice: 'Dios ha creado a los gatos para que el hombre pueda darle a comer a los tigres de su propia mano' y creo que es así". Si lo dice Etcheves, quizás un caso único de edipo felinesco, entonces debe ser así.
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