En su última película, La forma del agua, nominada a 13 categorías en los Premios Oscar, incluyendo mejor director, mejor película, y mejor actriz, Guillermo del Toro apuesta al imaginario del Hollywood clásico para contar una historia de amor entre una criatura anfibia -un monstruo que no es tal, como muchos de los que pueblan su cine -y una mujer muda.
El resultado es una película sensible y emotiva, pero a la vez cargada de erotismo, violencia y crueldad, de texturas múltiples que se superponen para crear un mundo extraordinario, cargado no sólo de la magia de un ser fantástico sino de la propia magia del cine.
En La forma del agua se entrecruzan dos historias de amor: una, la que ocurre entre dos amantes imposibles, y otra entre Guillermo del Toro y el cine, particularmente el cine de horror clásico de Universal de los '50s pero también el musical, la televisión de los años '60, las épicas bíblicas y el melodrama.
La película cuenta como una mujer muda, Elisa Esposito (Sally Hawkins) se cruza en su trabajo de limpieza en un edificio de investigación científico con lo que el personaje de Michael Shannon, Strickland, llama un 'activo'.
Situada en los años sesenta y con la guerra fría en pleno auge, el film combina el intenso romance que se desarrolla entre Elisa y el 'activo', que se revela como un anfibio humanoide de capacidades extraordinarias, con una trama de espionaje y violencia entre Strickland -a cargo de la seguridad del edificio- científicos, espías rusos, y la propia Elisa.
Finalmente, la película se muestra como una suerte de manifiesto en favor de la necesidad de empatía para todo aquel que representa un Otro, pero está lejos de ser declamatoria o de tener una agenda forzada por la corrección política: La forma del agua sale airosa de un tono extravagante que la acerca a películas como Amélie de Jean Pierre Jeunet, gracias a la capacidad de Del Toro de incluir momentos grotescos y extraños que no le hacen asco a nada. Hay espacio para la devoción cinéfila pero también muestra lo que muchos cuentos de hadas deliberadamente ocultan, tanto la crueldad de los verdaderos monstruos -siempre otros hombres- como las fantasías sentimentales y también sexuales de los protagonistas.
La referencia más clara en la cinta es la película de 1954, La criatura de la laguna negra, que impactó a Guillermo del Toro a la temprana edad de seis años, y lo llevó a tener el profundo deseo de ver concretado el amor imposible entre la criatura marina y la mujer.
El romance entre una criatura inusual y una mujer bella es un tropo clásico del cine fantástico.
King Kong o La Bella y la Bestia son algunos ejemplos, pero en ellas siempre la criatura encontraba un destino cruel, o bien debía humanizarse para poder concretar su romance. Para Del Toro, La forma del agua fue una forma de subvertir esta necesidad, y desde el primer momento, su criatura aparece como co-protagonista, como un objeto de deseo y no sólo de amor romántico, y como una criatura que ejerce una influencia transformadora sobre el mundo de la protagonista humana, y no a la inversa.
La criatura de la laguna negra es un film que a su vez tomaba algo de la versión de La Bella y La Bestia de Jean Cocteau, hecha en 1946, y la mezclaba con ideas míticas de criaturas anfibias de la selva amazónica. El resultado fue un personaje emblemático del cine de terror clásico, que junto a monstruos como Drácula, Frankenstein, el Hombre Invisible o La Momia, conforman el panteón de Universal Studios. Recientemente, hubo un intento de realizar una versión contemporánea de estos monstruos, pero el fracaso de la nueva versión de La Momia, con Tom Cruise, dejó trunca este nuevo universo cinemático y la posibilidad de un remake de La criatura de la laguna negra a manos de Del Toro.
Los monstruos y las criaturas extrañas son una presencia recurrente en el cine de Del Toro, desde los insectos humanoides de Mimic y los vampiros de Blade II, al hombre pálido de El Laberinto del fauno, los imponentes Kaijus de Titanes del Pacífico, o los fantasmas de La cumbre escarlata.
En 2004, Guillermo del Toro se hizo cargo de llevar al cine el cómic de Mike Mignola, Hellboy, que también tenía una criatura acuática con alguna que otra característica similar al hombre anfibio de La forma del agua. Hellboy es un serial que cuenta las aventuras de un grupo de investigadores de lo paranormal, y entre sus miembros está Abraham Sapien, una criatura de un origen enigmático. "Descubierto por unos plomeros que trabajaban en el sótano del hospital St. Trinian, en Washington DC. Abrieron una puerta sellada y descubrieron una recámara largamente olvidada".
En su primera aparición en el cómic, ese texto acompaña una sugerente imagen del hombre anfibio posando en un tanque de agua, la figura flotando entre las sombras. En La forma del agua tampoco se dan muchos detalles, salvo algunas referencias al pasar como "un lugar en sudamérica donde los locales lo adoraban como un dios". Es una sabia decisión de Del Toro, la de ahorrarse la exposición que suele abundar en los blockbusters que inundan de datos y referencias al espectador. Del Toro apuesta a construir sus mundos de otra forma, ya sea en el perfeccionismo de la dirección de arte o a partir de detalles visuales en el comportamiento de la criatura, soberbiamente interpretada por el genial performer Doug Jones, que le da vida al ser anfibio debajo de una gran capa de maquillaje como hiciera en Hellboy con Abraham Sapien.
Pero más allá de algunas similitudes cosméticas y del actor compartido, no hay muchos elementos en común entre la saga épica de Mignola y la nueva película de Del Toro. Si Hellboy es un serial de aventuras que encuentra su inspiración en el ocultismo y las historias de H.P. Lovecraft, Del Toro se nutre del imaginario del Hollywood clásico y la estructura arquetípica del cuento de hadas. Además, aunque ambos seres fueron interpretados por Doug Jones (que también trabajó con Del Toro en otras 4 ocasiones), otras diferencias los separan. El Abe Sapien de Hellboy habla de forma elocuente, es educado y locuaz, mientras que el hombre-anfibio de su último film no habla y se comporta más como un animal, aunque uno muy inteligente capaz de entender el lenguaje y las emociones humanas.
Para crear el look de su hombre-anfibio, Del Toro tomó inspiración en el pez Koi, de origen japonés, y le dió indicaciones a Doug Jones de pararse como un torero, de acercarse a una idea de masculinidad fuerte pero también no despojada de cierta elegancia. Es raro pensar que una criatura con piel de colores que vive bajo el agua pueda tener sex-appeal, pero la posibilidad del romance no solo en un plano espiritual y emocional sino en un plano físico es central. En una entrevista en Vanity Fair a propósito del diseño del hombre-anfibio, Del Toro cuenta como el momento en que La criatura de la laguna negra nada por debajo de Julie Adams como un momento "seminal". "Había algo inaprehensible en esa película que no podía expresar. Me sentí abrumado por la belleza. Sentía algo en mi corazón, un anhelo que no puedo describir. Pensaba que debían estar juntos, y esta es mi manera de corregirlo".
También hay paralelismos con La Bella y La Bestia, aunque aquí el ideal de la princesa de Disney también aparece subvertido, y tenemos a Elisa, una mujer que lleva una existencia rutinaria (desayuno y masturbación cronometrada, un trabajo de limpieza). Y aunque Sally Hawkins es indudablemente una actriz evidentemente bella, aquí enamora al hombre-anfibio y la audiencia por su determinación, su sensibilidad y su gran capacidad de amor, de empatía y comprensión. Strickland, el intenso villano, trata al hombre anfibio como una cosa y una bestia, pero es evidentemente un ser con humanidad, que no es más que un outsider como Elisa, en una película llena de ellos (una protagonista muda, una amiga negra, un vecino y amigo gay).
El amor por el cine aparece expresado directamente en el personaje de Elisa, que vive sobre un cine y que pasa su tiempo libre mirando viejos musicales de Hollywood. Números musicales de Betty Gable y Carmen Miranda ilustran la película, y el personaje de Elisa tiene una escena de baile que es una referencia directa a Fred Astaire en Bodas Reales (1951). Y su nombre, claro, alude a la heroína de Mi Bella Dama, basada en Pigmalión de George Bernard Shaw. Pero acaso el momento más entrañable de la película es un homenaje a Sigamos la flota (1936) que no describiré en detalle para no spoilearla.
En el cine debajo de la casa de Elisa, un cartel anuncia la proyección de La historia de Ruth. Los films y programas de la época no solo sirven para situar la época, sino también se reflejan en la trama. Como en la épica bíblica del '60, La forma del agua es una reflexión sobre el poder trascendental del amor. La conocida cita "No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque dondequiera que tú fueres, iré yo; y dondequiera que vivieres, viviré", resuena en la historia de amor de Elisa y el hombre-anfibio. Y hay más, desde la historia de Sanson y Dalila, los melodramas de Douglas Sirk, o incluso el programa de televisión Mister Ed, con un caballo que habla.
Nada parece librado al azar, ni las referencias cinéfilas, ni los detalles intrincados del arte, el vestuario y la escenografía, como una paleta de 100 colores elegida entre 3500, supervisados uno por uno. Por supuesto predomina una gama de verdes y azules dado que el agua es el principal elemento temático de la película e incluso hay una connotación religiosa en el origen de la propia Elisa, encontrada huérfana al costado de un río. Si bien funciona como un mashup contemporáneo de sensibilidades y géneros, el agua es el elemento unificador y recurrente de la película.
Hay también infinitos detalles imposibles de notar a primera vista, como un estante de zapatos que en realidad se usa para sostener rollos de fílmico. Claro, Elisa vive arriba de un cine, y tal vez su viejo departamento de paredes gastadas a lo mejor fue alguna vez el depósito de un cine. Pero para Guillermo Del Toro, esta combinación de perfeccionismo y erudición cinematográfica no están al servicio de la autoconciencia o un espíritu posmoderno. La forma del agua es un melodrama extraño, políticamente relevante y profundamente conmovedor que ya podemos destacar como un punto alto en su filmografía y debajo del sensacionalismo de la especulación por el miembro viril de su extravagante hombre oceánico, hay una gran historia de amor que nadie debería perderse.
LEA MÁS
_____________
Vea más notas de Cultura