Algunos libros te abren la cabeza al mismo tiempo que te hacen doler el estómago y el corazón. Este es uno de esos libros. Se llama Laëtitia o el fin de los hombres y es una lectura ineludible para toda persona que quiera entender esa frase que asegura que el femicidio es el capítulo final de un ciclo de violencia. Porque todo empieza siempre mucho antes.
Laëtitia Perrais tenía 18 años cuando la asesinaron, en enero de 2011, en una localidad de pueblo chico, cercana a Nantes. Según el resultado de la autopsia, fue violentamente golpeada, estrangulada, y en el momento en el que estaba muriendo, fue ferozmente acuchillada. Aunque la policía detuvo muy pronto al asesino, demoraron semanas en encontrar el cadáver. Tony Meilhon, un ex presidiario de treinta y pico y adicto a las drogas, había descuartizado el cuerpo para luego repartir las piezas, de modo de dificultar su hallazgo. Durante esas semanas que Laëtitia estuvo desaparecida, comenzó una gran movilización social y política que se continuó luego, en lo que fue un caso resonante por diversos motivos. El entonces presidente Nicolas Sarkozy hizo una utilización política del caso y se enfrentó a los jueces, a quienes acusó de no haber hecho bien su trabajo y amenazó con sanciones.
Aunque la policía detuvo muy pronto al asesino, demoraron semanas en encontrar el cadáver.
El pedido de mano dura fue el centro la retórica populista del mandatario, quien buscó erigirse en una suerte de padre de la patria y puso a disposición recursos que habitualmente no se ponen para un caso que, por lo general, se considera menor. Mientras los jueces respondieron con el llamado a una huelga inédita, considerando que el problema no estaba en su laxitud sino en la falta de recursos para poder llevar adelante la tarea que requiere monitorear la conducta de los reincidentes, los medios se concentraron en acompañar la búsqueda del cadáver y en registrar -con mayor o menor celo, con mayor o menor respeto- todo lo vinculado a un crimen escalofriante. Estaban dadas las condiciones para una cobertura larga y de alcance desconocido. El día que aparecieron los restos, la revista satírica Charlie Hebdo publicó un dibujo que representaba a Sarkozy como un buitre, con un brazo de la joven asesinada en el pico. El epígrafe decía: "Asesinada por un bárbaro, hallada por un carroñero".
El rostro del duelo fue -y sigue siendo- el de Jessica, la hermana melliza de Laëtitia, la persona que más la conocía, con quien compartió los padres biológicos y también los padres adoptivos, quienes las recibieron en su hogar aunque no con una adopción plena sino como familia sustituta, cuidadores pagos por el Estado francés.
Las chicas nacieron en 1992 en el seno de una casa dominada por la violencia. El padre era un hombre intempestivo e incontrolable, irritable, maltratado por la vida, con problemas con el alcohol y siempre bestial en el trato con su mujer. Aunque siempre dijo y aún sostiene que ama a sus hijas, ya desde la infancia se las agarraba también con ellas. Franck Perrais solo entendía el mensaje de los golpes. Sylvie, la madre de las mellizas, es desde muy joven una mujer desvalida. Enferma psiquiátrica, ha pasado más tiempo internada en hospicios que fuera de ellos. Es por este estado de cosas que las autoridades les quitaron la tenencia de sus hijas: ahí comenzó el periplo que terminó en la noche más oscura.
Vigilante y represivo, el señor Patron -padre adoptivo de las hermanas Perrais desde que tenían 13 años- fue a la vez la persona que les ofreció cierta clase de seguridad y de certezas. Claro que detrás de tanta disciplina, se encontraba un perverso. Meses después del asesinato de Laëtitia, Jessica se animó a denunciar ante la Justicia que su padre adoptivo abusaba de ella desde hacía varios años. Junto a ella, otras hijas adoptivas de la familia hicieron lo mismo. Gilles Patron se encuentra preso desde entonces por esta causa.
Como tantas otras jóvenes de clase trabajadora, Laëtitia amaba la música popular, le gustaba sacarse selfies para subir a su muro de Facebook y se comunicaba con todos sus amigos por mensajes a través del celular. Trabajaba como mesera y había tenido dificultades con el estudio. Tenía novio. Tenía, también, ganas de experimentar cosas nuevas. Tenía, sobre todo, 18 años, esa edad en la que todos pensamos vivir para siempre.
Ivan Jablonka es un historiador francés, descendiente de judíos polacos. Doctorado en la Sorbona y docente universitario, Jablonka es investigador de temas de infancia y autor de Historia de los abuelos que no tuve, un libro en el que repasa la corta vida de Mates e Idesa, sus abuelos asesinados en Auschwitz, quienes habían sido atrapados por los nazis en París, aunque habían conseguido poner a salvo a sus hijos, enviándolos con unos amigos. En 2011, como todos los franceses, siguió el caso Laëtitia. Unos años después, decidió que iba a escribir sobre ella.
El resultado es un libro estremecedor y que ha sido considerado "imprescindible" por lectores como la escritora española Elvira Lindo. Se trata de un trabajo de no ficción elaborado con documentación, a la manera de cualquier texto de ciencias sociales, pero con los mejores recursos de la literatura. Jablonka reconstruye el asesinato de Laëtitia pero fundamentalmente se propone mostrar el recorrido de orfandad social que llevó a la joven hacia ese dramático final. También deja al descubierto todas las fallas del sistema, que permitieron que un hombre como Meilhon estuviera libre, aunque también se detiene en las condiciones familiares y sociales que convirtieron a Meilhon en lo que es: una bestia capaz de asesinar a una mujer que le dice que no, descuartizar su cadáver, esconder sus restos, negarse a revelar el escondite, burlarse de la policía y de todos en cada aparición pública y desafiar a la nación entera.
En su libro, Jablonka -que además es padre de hijas mujeres, un dato que seguramente no es menor- consigue rearmar un rompecabezas desgarrador y complejo, una trama de frustraciones, fracasos, misoginia, violencia y odio. Lo hace por medio de una estructura frondosa, generosos recursos narrativos y con la dosis exacta de emotividad que habilita en el lector un acercamiento a la vida de una muchacha que podría ser la hija de cualquiera de nosotros y a los diversos actores de esta historia.
Infobae Cultura entrevistó por mail al autor de Laëtitia o el fin de los hombres. En sus respuestas, Jablonka explica por qué eligió un tema tan duro, habla de las diferentes experiencias femeninas y cuenta qué se propuso a la hora de investigar esta muerte y esta vida. "Quise arrancar a Laëtitia del crimen que la destruyó", dijo, a la vez que aseguró que a diferencia de otros autores, no experimenta fascinación alguna por los asesinos.
-En su libro, usted trata de entender todas las piezas del puzzle Laëtitia: el ambiente social en el que creció, el uso político que se hizo del caso, el sistema legal francés, el comportamiento de los medios… ¿Cuánto aprendió con su investigación? Quiero decir, como resultado de su trabajo ¿confirmó sus prejuicios o se sorprendió con algunas conclusiones?
-El caso policial es un prisma que envía su luz en todas las direcciones: remite a las instituciones, a las relaciones de poder, a las relaciones sexuales, pero también a la miseria, a los jóvenes de clases populares, al sistema educativo, etc. Todo crimen contiene en miniatura al resto de la sociedad. A partir del caso Laëtitia traté de entender las imperfecciones de nuestra democracia. Es un caso policial fuera de la norma por la violencia del crimen, por el odio que contiene, por lo que demoraron las investigaciones para encontrar el cuerpo y por la onda de shock que se propagó por todo el país. Pero, sobre todo, lo que lo hace diferente es que este caso policial se convirtió en un asunto de Estado, algo que es muy poco frecuente. El presidente Sarkozy se adueñó del caso públicamente y les reprochó a los jueces sus fallas, sus errores, y su supuesta laxitud. Esto tuvo como consecuencia la salida a la calle de 10 mil jueces en un movimiento de huelga completamente inédito. Algunos crímenes se convierten en asuntos nacionales o son ultramediáticos pero es excepcional que las más altas autoridades del Estado tomen para sí un crimen para transformarlo en un objeto político. Hay muy pocos equivalentes en la esfera europea, el affaire Dutroux en Bélgica (N. de la R.: Marc Dutroux es un asesino en serie belga condenado por haber secuestrado, torturado y abusado sexualmente a mediados de los 90 de seis niñas y adolescentes de entre 8 y 19 años, de las cuales cuatro fueron asesinadas) o si no hay que remontarse al siglo XVIII con el caso Calas (N. de la R. Jean Calas era un comerciante protestante de Toulouse que fue acusado de asesinar a su hijo, que quería convertirse al catolicismo). La muerte de Laëtitia conmovió tres grandes pilares de nuestra sociedad: los medios, el Poder Ejecutivo y la Justicia. El caso Laëtitia es entonces una suerte de concentrado de problemas de envergadura colectiva, todos nos sentimos afectados en términos emocionales y también como ciudadanos. Una joven de 18 años asesinada luego de una vida como la que ella tuvo es un acontecimiento colectivo. La muerte de Laëtitia es algo que nos pasó a todos.
Todo crimen contiene en miniatura al resto de la sociedad
-¿Cuánto tiempo trabajó en este libro y qué tipo de vida hacía durante ese tiempo? ¿Escribirlo lo afectaba en su vida cotidiana?
-Trabajé dos años en este libro, si contamos desde desde el momento en que contacté a la abogada de la hermana de Laëtitia en 2014 hasta que terminé de escribirlo, en 2016. Mientras lo hacía, conocí a todas las personas allegadas a ella: su hermana, sus padres, sus tíos, sus amigos, sus compañeros. Toda esa gente confió en mí, me hablaron libremente y a corazón abierto de lo que seguramente seguirá siendo para ellos uno de los grandes dramas de su vida: la pérdida de Laëtitia. También conocí a los protagonistas de la investigación y asistí al juicio del asesino, en octubre de 2015. Para escapar por momentos de esta tragedia, escribía en paralelo un libro sobre mi infancia, más específicamente sobre mi aprendizaje de la libertad durante mis vacaciones en camping.
-En cierto momento del libro, apelando a la famosa frase de Flaubert, usted escribe: "Laëtitia soy yo". ¿Qué quiso decir exactamente?
-Soy al mismo tiempo alguien cercano y distante de los temas que investigo. Es crucial mantener el equilibrio entre la empatía y la distancia. Laëtitia tenia veinte años menos que yo, era una chica de su generación. Era como nuestros hijos y nuestros nietos, pasaba su tiempo delante de la televisión, en Facebook o con su celular. Laëtitia ES nuestra hija. ¿Por qué este interés de mi parte? Porque, sencillamente, un historiador ama su objeto de estudio. Cuando uno ve la biografía de los investigadores, comprueba que tienen frecuentemente un lazo personal con su objeto de estudio. Por ejemplo, Benjamin Stora, especialista en el Magreb colonial, creció en Argelia. Saul Friedländer, experto en la Shoah, pasó su infancia escondido de los nazis. François Furet, un antiguo comunista, ha trabajado sobre el comunismo. Afortunadamente, un historiador mantiene un lazo singular e individual con su tema, si no, nos entregaría exclusivamente un trabajo de erudición. Por otro lado, es importante mantener la distancia en relación con nuestro objeto de estudio. Un historiador no hace libros que glorifican o denigran; hay una distancia necesaria en las ciencias sociales. Por mi parte, tengo un interés existencial que me empuja hacia el recorrido de Laëtitia pero tengo con eso un tratamiento distante. En mi libro hablo de ella en términos sociológicos. Se me podría, incluso, reprochar mi frialdad porque ubico a Laëtitia en el contexto de una generación, de un medio social, de un país. Cuando digo que ella ha vivido siglos, es una manera de decir que ella podría haber sido cualquier otra chica joven como ella.
-En su libro, ya desde el título, en varias oportunidades usted hace consideraciones acerca de la condición masculina. Me gustaría saber si su manera de pensar era diferente antes de este libro o si usted ya era consciente y sensible a propósito de los diferentes tipos de abusos que sufren las mujeres.
-En Francia, actualmente muere una mujer cada tres días a manos de su pareja o ex pareja y el 15% de las mujeres han sufrido alguna tentativa de agresión sexual. Y no hablo de lo que pasa en Latinoamérica, donde han tenido que acuñar el crimen por femicidio. Como historiador, uno de mis objetos de estudio fueron los niños abandonados. Y quien dice niños abandonados dice también madres que sufren: maternidad difícil, desprecio social, precariedad económica, etc.. Es un tema que me ha interesado siempre y que es muy pocas veces abordado por investigadores hombres. Laëtitia o el fin de los hombres es un libro sobre las mujeres o, más bien, sobre las diferentes condiciones femeninas. Hay aquí dos experiencias femeninas. La primera es la de la mujer como víctima de los hombres: es la de Laëtitia, la de su hermana Jessica, la de su madre. Cuando uno mira el recorrido de Laëtitia uno se da cuenta de que la violencia masculina y la misoginia estuvieron siempre, aunque en un plano secundario. Esta perpetuación de la violencia, año tras año, generación tras generación se convirtió en la normalidad para Laëtitia y su hermana. La segunda experiencia femenina de la que hablo es la de las mujeres que me ayudaron a lo largo de mi investigación: una abogada y una periodista. Es una experiencia completamente diferente, la de la emancipación de las mujeres del siglo XX, especialmente con el acceso a puestos de responsabilidad y a profesiones intelectuales superiores. Esas mujeres son las hijas de Simone de Beauvoir.
-Usted sostiene que buscó poner el foco en Laëtitia, en un gesto opuesto a lo que llama la fascinación que sienten periodistas y escritores por los criminales. ¿Nunca se sintió atraído por Meilhon, el asesino de Laëtitia?
-Muchos escritores han tenido la idea de trabajar sobre los casos policiales pero pero lo han hecho siempre desde el lado del crimen y muchas veces con fascinación por el criminal. Una de las grandes obras maestras del siglo XX, A sangre fría, de Truman Capote, es contada desde el punto de vista de los criminales. En El adversario, de Carrère hay también una fascinación por Jean-Claude Romand, incluso con una relación en espejo entre el artista y el criminal. Por mi parte, no experimento ninguna fascinación ni por el crimen ni por los asesinos, y esto se debe sin dudas a mi historia familiar. Quise invertir la perspectiva habitual: no interesarme ni por la muerte, ni por la sangre ni por el crimen sino por la persona desaparecida. No digo víctima, porque es una palabra devaluada, que devuelve siempre a la persona a lo más terrible que le ha ocurrido. Por el contrario, quise arrancar a Laëtitia del crimen que la destruyó. Antes de mi investigación, Laëtitia era un conjunto de piezas de un cadáver recuperados de un estanque. Quise que ella fuera importante no por su muerte sino por su vida. En ese sentido, mi libro no es un relato policial sino el retrato de una mujer.
-Algo que me parece interesante en su trabajo es que usted entiende que hay una suerte de patrón de víctima y que Laëtitia fue, en cierto sentido, un modelo perfecto de víctima. Me refiero a que, con la clase de vida que tuvo y con las experiencias que vivió, es como si hubiera ido directo hacia su muerte. ¿Qué pueden hacer las diferentes sociedades para evitar esta clase de "destino"?
-Muy rápido entendí que la tragedia de Laëtitia no comenzó el día en que conoció al hombre que a terminar asesinándola sino que hubo un proceso de fragilización y destrucción q comenzó mucho antes, ya desde su nacimiento. Su asesinato es, en cierto sentido, la culminación de ese proceso. La vida de Laëtitia estuvo modelada por las violencias masculinas. Cuando tenía 3 años, su padre violó a su madre. Luego, su hermana melliza sufrió agresiones sexuales en la familia adoptiva en la que habían sido reubicadas. Finalmente, Laëtitia fue salvajemente asesinada a los 18 años. En el relato clásico de un caso policial, la víctima está ahí para ser violada, masacrada, despedazada. Una prueba de esto es que se habla del criminal y de "su" víctima. Creo que ese posesivo, "su", es horrible. Hay algo de obsceno en asociar a la víctima con su asesino. Es como si fuera una última injusticia para con Laëtitia. Contar la vida de Laëtitia entonces es comprender el conjunto de violencias que sufrió pero es también contar todo lo que no fue violencia en su vida. Laëtitia era una chica alegre, positiva, optimista, apasionada, alguien que hacía bien a los demás. En este sentido, no se identifica necesariamente con la figura de una víctima. Amaba tomar coca en las mesas de afuera de los cafés, meterse en el mar, cantar en el karaoke con sus amigas.
-Recién mencionaba a los países latinoamericanos que incluyeron leyes que contemplan la figura del femicidio. ¿Lo considera un avance, socialmente hablando?
-El derecho es una mecánica intelectual extraordinaria, algo que puede ser muy abstracto, alejado de lo real. Me resultó sorprendente entender que el asesino de Laëtitia había sido acusado de "secuestro seguido de muerte". Al principio no sabía que existía esa figura. Luego, considerando todo lo que le hizo a Laëtitia, me parecía que el "secuestro" parecía algo secundario. Yo esperaba que se lo juzgara por "asesinato" y "mutilación del cadáver". Pensaba también que existía la posibilidad de que se lo juzgara por femicidio. Usted sabe que en el derecho francés no existe esa figura pero existe en los códigos penales latinoamericanos. En todos los casos yo no paraba de decirme que "secuestro seguido de muerte" no correspondía a lo que que Laëtitia había vivido. Pero es así: hay que aceptar que el derecho es una abstracción que intenta aprehender lo real en cada país y según cada cultura. Con todo, las mujeres sufren violencias físicas y sexuales en todo el mundo. Esas violencias son milenarias. Un tipo miserable y alcohólico en una favela puede ser violento, pero un productor de Hollywood también puede ser violento, igual que un ministro o un dirigente empresario. La ley también puede ser violenta cada vez que considera a las mujeres como seres menores, incapaces de conducir su vida. Sudamérica no se salva de esto y todo el mundo tiene en la cabeza el destino horrible de Lucía en Mar del Plata en 2016 (N. de la R. Jablonka se refiere al caso de Lucía Pérez, la joven argentina de 16 años que fue drogada, empalada y torturada hasta la muerte).
-¿Qué piensa del movimiento Ni una Menos?
-El movimiento Ni Una Menos es revolucionario ya que muestra a la vez una toma de conciencia y una revuelta de la sociedad civil. Este es un momento importante en la defensa de los derechos de las mujeres. La vida de Laëtitia, que duró menos de 20 años, encarna encarna dos hechos sociales más grandes que ella: la vulnerabilidad de los niños y la violencia contra las mujeres. Mi libro es un homenaje a todas las Laëtitia y a todas las Lucías del mundo. Un homenaje que no pasa por la indignación, el enojo o las lágrimas sino por un trabajo histórico y sociológico sobre lo que les pasó. Para luchar contra la violencia que sufren las mujeres hace falta primero entender la sociedad y los modelos de masculinidad que producen.
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