Hace ya un par de años que una fotografía circula por internet, una instantánea sin fecha -salvo el año, 1937- ni lugar preciso, pero que sí fue tomada durante la Guerra Civil española (1936-1939). En la imagen un soldado con un perrito en brazos mira a la cámara, acompañado por otros tantos, que ríen, hablan. Ese soldado, dice el tweet viralizado, sería George Orwell, mientras que por detrás se ve una figura que resalta en su 1,83 metro, y de esa persona no quedan dudas, es Ernest Hemingway.
Si los escritores llegaron a cruzarse o no durante el conflicto ibérico es y seguirá siendo, mientras no aparezca documentación fidedigna, un misterio, pero lo cierto es que ambos participaron, uno como soldado -haya o no sostenido un perrito para una foto- y otro como periodista.
La experiencia de Hemingway es más conocida: Por quién doblan las campanas (1940) terminó de colocarlo como una de las grandes plumas estadounidenses, fama que ya había ganado tras la publicación en 1929 de Adiós a las armas. Sin embargo, el devenir de Orwell es menos conocido como la manera en que la guerra afectó para siempre su vida personal y literaria.
"La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo", escribió en 1946.
Era la Navidad de 1936, Orwell, nacido como Eric Arthur Blair, ya había publicado Los días de Birmania (1934) y La hija del clérigo (1935), entre otras, pero todavía no había creado los clásicos que lo convirtieron en un autor eterno. Viajó a París, donde se encontró con su hasta entonces amigo por correspondencia Henry Miller, a quien había defendido tras la salida de Trópico de Cáncer (1934), novela que que le había otorgado cierto estatus de "escritor maldito" gracias a la censura del gobierno estadounidense. Sentados, vino mediante, el británico espetó los ojos difusos del estadounidense y sentenció: "Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo".
En el inicio del capítulo 3 de Dentro y fuera de la ballena (1940), el libro de ensayos donde analiza el clásico de Miller, recuerda: "Conocí a Miller por primera vez a fines de 1936, cuando pasaba por París camino a España. Lo que más me intrigó de él fue descubrir que no sentía ningún interés en la guerra española. Simplemente me dijo con mucha determinación que ir a España en ese momento era un acto de idiota. Podía entender a cualquiera yendo allí por motivos puramente egoístas, por curiosidad, por ejemplo, pero mezclarse en tales cosas por un sentido de la obligación era pura estupidez. En cualquier caso, mis ideas sobre la lucha contra el fascismo, la defensa de la democracia, etc., etc., fueron tonterías. Nuestra civilización estaba destinada a ser barrida y reemplazada por algo tan diferente que apenas podríamos considerarlo humano, una perspectiva que no le molestaba, dijo".
La guerra civil comenzó luego a un golpe militar contra el gobierno democráticamente elegido de la Segunda República y para algunos historiadores fue un "ensayo para la Segunda Guerra Mundial". Durante el enfrentamiento, los gobiernos de Gran Bretaña, Francia y EE.UU. no tomaron partido, debido a un pacto de no agresión luego de la Gran Guerra, sin embargo eso no detuvo a Adolf Hitler ni Benito Mussolini, también elegidos por los votos, para financiar con armas a los ejércitos del Generalísimo Francisco Franco. Los Republicanos, por su parte, solo recibieron ayuda de la Unión Soviética.
Orwell va la guerra
Un día después de Navidad ya estaba en Barcelona. Gracias a una carta de presentación del izquierdista Partido Laborista Independiente (ILP), esa misma tarde ya era un brigadista uniformado del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), listo para combatir a los Nacionales franquistas. En su obra Homenaje a Cataluña (1938), que resume su tiempo en el frente, sostiene: "Ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible".
En este libro, Orwell se presenta casi como un testigo presencial, con una estructura bien clara: en la primera parte relata las experiencias de un miliciano en "un sector tranquilo de frente tranquilo" en Aragón, en el que recorre las emociones y las circunstancias, el temor y la miseria, las letrinas y las ratas, el frío y la desolación. Mientras que en la segunda, realiza una descripción de sus días y noches en el techo del teatro Poliorama, durante las Jornadas de Mayo de 1937.
"Una experiencia esencial en la guerra es la imposibilidad de librarse en ningún momento de los malos olores de origen humano. Hablar de las letrinas es un lugar común de la literatura bélica, y yo no las mencionaría si no fuera porque las de nuestro cuartel contribuyeron a desinflar el globo de mis fantasías sobre la Guerra Civil".
Allí se traslado con su primera esposa, Eileen O'Shaughnessy, quien ejercía de secretaria en la sede española del ILP, el partido marxista no comunista, que apoyó a la República a través de las milicias del POUM.
Su relación con la política no era nueva, ni correspondía a delirios de juventud. Con 33 años, era una suerte de anarquista díscolo, que había estudiado en un colegio elitista Eton College. Orwell no estaba feliz con su designación al Poum, su ideal era unirse a las Brigadas Internacionales, lo que revela una mayor simpatía con los socialistas, los republicanos liberales y los comunistas. Sin embargo, Harry Pollitt, secretario general del Partido Comunista Británico, lo había rechazado. A pesar de su relativa fama literaria, los milicianos británicos también mostraron rechazo a su "acento de cristal tallado en Eton".
En Mi Guerra Civil Española (1942) sostiene: "Es curioso, pero lo que recuerdo más vivamente de la guerra es la semana de supuesta instrucción que recibimos antes de que se nos enviara al frente".
A pesar de sus ideales, Orwell adolecía de conocimiento profundo sobre la contienda. No existe registro en su obra de que antes de viajar a España se haya interiorizado sobre la guerra más allá de los periódicos. En el tiempo, lamentaría: "Mi partidismo, mis errores de hecho y la distorsión inevitablemente causada por haber visto solo un rincón de los acontecimientos".
El coraje -o inconciencia- de Orwell en la contienda, esa obstinación por "matar fascistas" lo llevó a tomar algunas decisiones arriesgadas, sino directamente idiotas, como le dijo Henry Miller. Uno de los relatos más conocidos, que podría haber sido un sketch de los Monty Phyton, relata que una noche en un campamento vio una rata cerca de su litera y en un ataque de pavor y fobia comenzó a disparar sin medir las consecuencias, que no fueron otras que el cese del alto al fuego que reinaba bajo el cielo español.
Barcelona roja
115 días transcurrieron hasta que recibió un permiso para viajar a Barcelona, donde lo esperaba su mujer. Allí tampoco tuvo un reparo del derramamiento de sangre. Su destino lo llevó al epicentro de las Jornadas de Mayo de 1937, una guerra civil dentro de la Guerra Civil. Los enfrentamientos duraron cinco días y dejaron más de mil muertos, si se cuenta a los ejecutados. Orwell, como narra en Homenaje a Cataluña, se dispuso en el tejado del teatro Poliorama para defender la sede de su partido en la Rambla.
Luego de Cataluña todo cambiaría para Orwell. La alianza entre la CNT-FAI y el POUM desapareció. Mientras los primeros mantuvieron se estructura, gracias al poder que aún poseían gracias al apoyo popular, el PUOM fue declarado ilegal el 16 de junio y sus principales dirigentes detenidos, entre ellos Julián Gorkin -quien descubrió años luego la verdadera identidad del asesino de León Trotsky, Ramón Mercader- y Andrés Nin -luego ejecutado-. Era el fin del POUM en la guerra.
Con respecto a la interna entre anarquistas y comunistas, en una carta de octubre del 38 a un pariente, explica: "No sabes lo mucho que desprecio a los imbéciles que creen que primero pueden empujar a la nación a una guerra por la democracia y luego, cuando la gente se harta, cambiar y decir: 'Ahora hagamos la revolución'".
En Mi Guerra Civil Española, el autor de 1984, reconoce que la derrota era inevitable: "La tesis trotskista de que la guerra podría haber sido ganada si la revolución no hubiera sido saboteada era probablemente falsa. Nacionalizar fábricas, demoler iglesias y emitir manifiestos revolucionarios no habría hecho que los ejércitos fueran más eficientes. Los fascistas ganaron porque eran los más fuertes; tenían armas modernas y los otros no".
Su despedida se produjo en Huesca, con una herida en la garganta que podría haber sido fatal. El voluntario estadounidense Harry Milton describió a la prensa, muchos años después, que la actitud temeraria de Orwell, sumado a su 1,88 metro, lo llevaron a ese final: "Escuché el sonido nítido de un disparo a alta velocidad y Orwell inmediatamente cayó de espaldas". Milton detuvo el sangrado y le dio primeros auxilios, hasta que pudieron retirar al escritor a un hospital.
El traidor
La publicación en marzo del '37 de El camino a Wigan Pier no le concedió mayor popularidad entre sus camaradas del frente, al contrario. La obra está dividida en dos. Al principio analiza la vida de los obreros del carbón -desde su economía a su pensamiento-, luego expresa sus ideas socialistas, pero con una crítica a los partidarios de entonces, a quienes acusa de ser los culpables de que la sociedad no quiera acercarse a ese sistema. Esta postura le generó más enemigos dentro del estalisnismo -como si los necesitará- y tras la tortura y el asesinato de Nin estaba convencido de que era el próximo.
A Owell, el tiempo le daría la razón. Documentos desclasificados del Kremlin revelaron que la "purga trotskista" había comenzado por orden de Stalin durante la guerra civil española. El y su esposa estaban en la nómina. Décadas más tarde, realizó un exilio autoimpuesto con destino a la isla escocesa de Jura. En la tranquilidad de la hoy célebre granja Barnhill, donde escribió 1984, temía sufrir el mismo destino que otro exiliado, Trotsky.
Aquí comienza una nueva etapa, la de la paranoia que lo acompañaría toda su vida. En mayo de ese año, la NKVD, la organización soviética que manejaba desde el transporte a la seguridad del Estado, requisó una gran cantidad de cuadernos personales a su esposa, que se hospedaba en el Hotel Continental de Barcelona. En junio, decide finalmente escapar de España. Sin embargo, para él la guerra no había terminado.
París, Hemingway y una pistola
La Segunda Mundial Guerra había finalizado y los fantasmas de la contienda española aún lo perseguían. En marzo de 1945 se muda a París, para trabajar como corresponsal. Sus días marcados por la sospecha de que los comunistas lo estaban espiando para aniquilarlo, tal como sucedía con otros, apenas lo dejaban dormir.
Necesitaba protección, un arma, pero como era un civil no tenía forma de acceder a ella sin alertar a sus perseguidores. Recurrió a alguien que de armas entendía -y tenía- como Ernest Hemingway. Carlos Baker, autor de la primera biografía del Premio Nobel de 1954 Ernest Hemingway: A Life Story (1969), asegura que el encuentro se produjo en una habitación del Ritz.
En una carta que Hemingway envió al crítico Harvey Breit en abril de 1952 -más de dos años después de la muerte de Orwell-, confirma el encuentro. La historia aparece en las memorias de Hemingway, True at First Light (1999), publicadas de manera póstuma durante el centenario de su nacimiento, como también en la autobiografía, Dante Called You Beatrice (1960), del poeta y amigo de Orwell, Paul Potts. Sin embargo, Orwell jamás hizo mención a aquella reunión en sus cartas ni cuadernos.
Orwell, dice Hemingway, tenía una actitud paranoica, todo le producía desconfianza y eso le pareció un poco triste. Entonces, ante el pedido de un arma, se la entregó. De un cajón sacó una Colt .32. Orwell partió "como un fantasma pálido". Lo que nunca le dijo es que estaba rota.
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