Poema 520
Me fui temprano -me llevé a mi perro-
a visitar el mar.
Las sirenas del sótano
salían a mirarme
y, en el piso de arriba, las fragatas
extendían manos de cáñamo,
creyéndome una rata
encallada en la arena.
No huí, con todo. Hasta que el flujo
me llegó a los zapatos
y al delantal y al cinturón
y enseguida al corpiño,
tal como si intentara devorarme
como a una gota de rocío
en una flor de diente-de-león.
Entonces salí huyendo.
Él me siguió. Venía detrás, cerca.
Sentía su tacón de plata
en mi tobillo y mis zapatos
rebosaron de perlas.
Los dos llegamos hasta el pueblo firme.
No parecía conocer a nadie.
me miró con dureza
y se fue, haciéndome una venia.
Emily Dickinson, Estados Unidos
Marino
Lo bueno del mar es
cuando nadie se ahoga.
Pasó ayer pero
lo cuento hoy
mientras escriben
ellas un nombre
en la arena
con un palo que vino
flotando entre bolsas
y hojas y pipas.
Escriben hoy
lo que conté ayer
la monotonía tiene un borrador
que llamamos olas.
Son estas que te hacen
cosquillas en los pies
y luego se van.
Son estas que borran
los pies o lo que alcancen.
Lo que el mar toca
le pertenece.
Luis Chaves, Costa Rica (poema inédito)
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