El grito, unánime, rebotó en las paredes de esa pequeña sala del centro de Los Ángeles:
—¡¡¡La Garbo habla!!!
Era el 12 de febrero de 1930. Se estrenaba el film Anna Christie, basado en la pieza teatral homónima de Eugene O´Neill.
Y había sobrada razón para ese grito. Por primera vez desde 1926, año de su debut en Hollywood, La Divina, La Esfinge, La Mujer Enigma, le ponía voz a esa belleza demoledora.
Y con catorce palabras inmortales:
—Give me a whisky. Ginger ale on the side. And don't be stingy, baby.
(Dame un whisky con ginger ale y no seas tacaño, cariño.)
Ahora vayamos hasta Södermalm, un modesto barrio de Estocolmo, y hasta el 18 de septiembre de 1905.
Ha llegado a nuestra minúscula esfera azul de la Vía Láctea una niña: Greta Lovisa Gustafsson.
Familia pobre. Padre, madre, dos hermanos… Padre que se muere cuando Greta apenas ha cumplido 14 años. Bellísimo, perfecto, desde la frente hasta los pies, metro setenta y uno que bien pudo esculpir Miguel Ángel…
Pero papá Gustafsson no ha dejado media corona en el cofre, de modo que Greta abandona la escuela, se emplea como ayudante de un barbero —sí, la chica del jabón—, y más tarde en unos grandes almacenes de la capital: Pub, cuyo dueño la elige para una campaña publicitaria.
Una cosa trae la otra… Eric Petscher le da un mínimo papel en un cortometraje —corre 1922—, y Greta, de 17 años, recibe una beca para la Escuela de Drama de Estocolmo. La primera baldosa del camino hacia Hollywood.
Pero antes, un descenso al infierno…
Diana McLellan, una periodista chismógrafa de Los Ángeles, bucea en aguas profundas. Lleva su hocico ávido de mugre hasta el Berlín de 1925, exhuma la relación lésbica entre Greta y la enorme seductora Marlene Dietrich, y escribe: "Fue una bailarina de cabaret quien atrajo a Greta al garito más salvaje del lesbianismo berlinés: el cabaret del Ratón Blanco. Pero otra mujer excitante hizo mucho más… Era una joven madre de pelo negro, piel blanca…, una atrevida mundana y sexualmente voraz chica de 23 años, feliz de poder llevar a Greta por aquel nuevo mundo de bares de gays y lesbianas. Esa mujer era Marlene Dietrich. Una joven Marlene que interpretó delante de Greta un tango marcadamente sexual… La escalofriante danza nupcial de Marlene debió subyugar a la joven sueca, porque convenció al director del film Bajo la máscara del placer, el sueco Mauritz Stiller —descubridor de Greta—, que le diera un pequeño papel… Y si fue así, se arrepentiría amargamente. Porque lo que ocurrió entonces echaría a perder el resto de su vida, ya que Marlene era la bisexual más ocupada y apasionada del Berlín teatral, y Greta, en cambio, a la que Marlene estaba seduciendo abiertamente, creía que la esencia del sexo era la discreción".
Corolario: durante las siguientes seis décadas, Marlene y Greta fingieron no conocerse. Nunca. Ni antes, ni durante, ni después del rodaje…
Pero con venganza. Treinta años después, Marlene, en una entrevista, describió groseramente cierta intimidad de Greta: "Era…¡grandísima allí abajo! Llevaba ropa interior sucia, y siempre fue estrecha de mente, ignorante y provinciana".
Pero a la Garbo —sí, ya era "la": ese título honorífico que muy pocas estrellas alcanzan— nada podía derribarla.
Le bastaron unos pocos títulos de las veintiocho películas que filmó el sello MGM para subir los tres escalones dorados: estrella, leyenda, mito…
Esencialmente, Grand Hotel, Reina Cristina (de Suecia…), Anna Karenina, Camille, Ninotchka, Mata Hari.
Cuatro nominaciones, y un Oscar de honor en 1954. Y según el American Film Institute, la quinta estrella femenina más importante de la historia del cine.
Pero en este punto termina el primer tomo de su vida, el iluminado por los spots, y empieza el segundo: extraño, sombrío, enigmático, inexplicable para los parámetros convencionales.
Según el semiólogo francés Roland Barthes (1915-1980), "su rostro es el más perfecto que haya pasado por la pantalla. Es un arquetipo. Representa ese momento inestable en que el cine extrae belleza existencial de una belleza esencial".
Filmó con los más grandes: Robert Montgomery, Clark Gable, Melvyn Douglas, John Gilbert (que quiso casarse con ella, pero la novia lo dejó plantado, y nunca ocultó sus amores lésbicos con la actriz mexicana Dolores del Río y con la escritora hispana y norteamericana Mercedes de Acosta).
Pero algo silente y acaso destructivo reptaba por el alma de ese perfecto animal humano.
Algo mucho más profundo que la timidez o el desencanto.
O que el desdén.
Pero tan fuerte, tan brutal, que la impulsó a bajar el telón en 1941, apenas a los 36 años, cuando en su escritorio se apilaban guiones y precontratos, mudarse a un gran departamento neoyorkino frente al Central Park, y recluirse hasta el final de su vida, sucedido el 15 de abril de 1990, a los 84 años, vencida por una insuficiencia renal y una neumonía.
Dejó una fortuna: 20 millones de dólares, su departamento, cuadros de Renoir, Bonnard, Kandinsky.
Jamás aceptó una entrevista ni asistió a fiesta ni acto público alguno. Rechazó el Oscar honorífico. Huyó de los fotógrafos y sus eternas guardias. Según una gran amiga sueca, dijo:
—Mi vida ha sido una travesía de escondites, puertas traseras, ascensores secretos, y todas las posibles maneras de pasar inadvertida para no ser molestada por nadie…
Dos de sus pocos amigos de ese largo exilio fueron Aristóteles Onassis y el fotógrafo Cecil Beaton, que definió: "Vestía con absoluta sencillez, apenas se maquillaba, y ostentó sus canas, sin teñir, hasta el último día".
Y completaba el arte de esfumarse cubriendo su cara con grandes anteojos negros y enormes sombreros…
Precauciones que sin embargo fueron vencidas más de una vez. La peor, en 1976: la revista People la mostró nadando desnuda por obra de un poderoso teleobjetivo de 400 milímetros…
En cuanto a su apellido artístico, Garbo, obra de Stiller, surgió de un juego de letras tomado de Gabor Bethlen, rey de Hungría.
Sin embargo, hubo en esa impenetrable cortina… algunas rasgaduras.
Por caso, su relación con el gran director de música Leopold Stokowski (1882–1977), a quien Greta describió como "el hombre soñado".
Famoso, de cierta edad, mucha experiencia, personalidad muy fuerte… En ese momento, Leopold tenía 55 años, y Garbo, 32. Pero el hombre de la batuta confundió realidad con fantasía. Le dijo que estaban destinados a vivir un amor histórico, como Wagner y Cósima. Se refugiaron, fugados, en Ravello, un pueblito italiano. Ella lo obligó a bajar de peso y a seguir una dura rutina de ejercicios… pero la proximidad de la Segunda Gran Guerra —era 1937— la enloqueció. Se propuso enfrentar a Hitler…: "Y si no logro cambiarle sus ideas y evitar una horrenda carnicería… me queda la alternativa de pegarle un tiro".
Pidió la entrevista, pero el Führer no la recibió. Ni el más loco de los guionistas de cine se hubiera atrevido a tanto…
Otra rasgadura de la cortina eran sus escapadas a Suecia. Allí, con una amiga de toda la vida, la condesa Marta Wachtmeister, Garbo hachaba árboles, caminaba por la nieve con zapatones especiales, y se reencontraba "con la melancolía de la nieve y la lluvia".
Tal vez parte del enigma se devele a través de sus frases:
-Quisiera ser bárbaramente fuerte para cambiar todo lo que está mal.
-Cualquier persona con una sonrisa perpetua… oculta una maldad aterradora.
-No soy una persona fácil de dirigir, ni de digerir.
-Nunca dije "Quiero estar sola". Solo dije "Quiero que me dejen sola". Hay una gran diferencia.
-Hacer de femme fatal… ¡me da risa!
-Mis personajes siempre mueren… ¡Muero al menos tres veces al año!
-Nunca develo mis alegrías ni mis tristezas: me abarata…
-La vida sería maravillosa… ¡si supiéramos qué hacer con ella!
-Cuando alguien me pregunta en la calle si soy Greta Garbo, contesto: "Fui Greta Garbo".
Y como en el final de Hamlet… el resto es silencio.
Porque los monstruos sagrados no necesitan explicación.
Bien lo dijo Nietzsche: "Dí tu palabra y rómpete".
Eso es lo que hizo Greta Garbo. A su manera…
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