En filigrana, tal vez todavía algo más lateral que su obra como cronista y narrador, e incluso como figura pública (mejor dicho, como figura en el espacio público), los ensayos literarios de Juan Villoro están entre lo mejor que se publica hoy en día en ese género.
En un pasaje de La utilidad del deseo -su más reciente compilación de ensayos, que llegará en febrero a la Argentina- escribe: "El único sistema de medida para el talento es lo que llamamos 'tradición'". Hay allí una clave de lectura para la escritura del ensayo: Villoro se sabe parte de una tradición. ¿De cuál? De la que piensa al ensayo literario -al ensayo a cargo de un escritor- como un banco de pruebas, de tanteos, de encaminamientos -frase a frase, cita a cita- para desembocar en un modo específico de conocimiento hecho de erudición y buenos modales.
Si tuviera que marcar un hito en esta tradición bien podría ser Manual del distraído, de Alejandro Rossi, o también, lo que Villoro mismo llama, para organizar su libro, "La orilla europea y la orilla latinoamericana": los escritores de aquí y allá, lanzados a la aventura de reflexionar literariamente. Villoro escribe desde México, pensando en esa tradición de ensayistas de un lado y otro del mar, en esas líneas de continuidades pero también de bifurcaciones, de conflictos y secretos acuerdos.
Lo hace con cierto desparpajo ecléctico: por mi parte, prefiero el Villoro que lee a Karl Kraus o a ciertos raros mexicanos, antes que el que opta por el elogio de García Márquez o el que, como antes Bolaño, se inscribe sin conflictos en la herencia de la obligatoriedad narrativista de la literatura latinoamericana de los 60. Prefiero al vanguardista discreto que al que tiene demasiada conciencia del valor en el mercado de lo latinoamericano.
Homme de lettres en el ojo de la mediatización, Villoro discurre sobre temas estrictamente literarios (no hay en La utilidad del deseo ensayo alguno sobre la vida cotidiana, los medios, los autos, la política, etc.) a base de una prosa seductora, como un reservorio límpido de una inmensa biblioteca que se ha leído por placer antes que por cualquier otra razón. En su anterior libro de ensayos -"De eso se trata"- Villoro defendía la traducción de Tomás Segovia del monólogo de Hamlet, al que hace culminar no con la traducción habitual de "Ser o no ser, esa es la cuestión", sino con otra fórmula tan justa como provocadora: "Ser o no ser, de eso se trata". Villoro elogia ese gesto vanguardista, pero a la vez lo hace con una tranquilidad pasmosa, casi discreta (de nuevo el vanguardismo discreto).
Ese tono domina La utilidad del deseo, que bien puede leerse, también, como un collar de citas preciosas. Aquí una, de Italo Calvino: "La mayoría de las ferias del libro se celebran en otoño porque es cuando los árboles cambian las hojas". Aquí otra, de Karl Kraus: "¡Quién tenga algo que decir, que dé un paso adelante y se calle!". Y también una, de Nina Berverova: "En la poesía rusa no encontramos ningún rostro sereno".
Verdadero libro dentro del libro, es crucial el ensayo que Villoro le dedica a Carlos Monsiváis. A mitad de camino entre la carta de amor y el ajuste de cuentas, "El género Monsiváis" es lo mejor que hasta hoy se haya escrito sobre Monsiváis, seguramente el más grande cronista latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX. El ensayo comienza con una frase perfecta de Monsiváis ("O yo no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo") y, poco a poco, va rodeando la obra de un escritor inabarcable: la influencia del protestantismo, su malicia ("Los espero en mi casa para una reunión que comenzará a las 16 horas y acabará a las 16 horas"), la fascinación por su propia figura pública, su anecdotario (incomparable con cualquiera de los nuestros, tal vez Borges podría ser el único: yo mismo, que apenas lo traté, podría contar dos o tres anécdotas geniales de Monsiváis), su defensa de la izquierda, de los nuevos movimientos sociales y de la diversidad sexual, la curiosidad impertinente.
Hace algunos años se publicó en la Argentina una "Antología esencial" de Monsiváis, prologada precisamente por Villoro. El libro reúne lo mejor de su obra, por cierto bastante difícil de conseguir entre nosotros. Obtuvo muy buenas reseñas, comentarios elogiosos, pero fue un fracaso de ventas. ¿Por qué habrá sido? Quizás porque Monsiváis encarna al cronista anterior a su profesionalización estandarizada. Era dueño de una biblioteca majestuosa, su prosa no hacía concesiones al sentido común, sus textos no respetaban la extensión habitual del periodismo cultural, sus columnas semanales eran irónicas y oscuras.
Ahora, en el tiempo en que se hacen posgrados en crónica, se dictan talleres de crónicas en instituciones multinacionales, y todos sueñan con publicar sus libritos de crónicas de 250 páginas en editoriales mainstream, Monsiváis parece volverse, día a día, una pieza de museo. El mismo como objeto de colección en el Museo del Estanquillo. Villoro, como nadie, se las ingenia para devolverle a Monsiváis su dimensión loca, su excentricidad constitutiva, y al mismo tiempo su increíble erudición. Está claro que de las tradiciones de la que se nutre Villoro, Monsiváis está entre las mejores.
Y además, está la otra colección de grandes frases. Ya no las que cita de otros, sino las del propio Villoro. Una: "Karl Kraus es un mito que esconde a un escritor". Otra, también sobre Kraus: "Después de escribir la noche entera, Kraus se iba a la cama antes del amanecer para no presenciar el momento en que el día era mancillado por la llegada de los periódicos". Finalmente, sobre Jorge Ibargüengoitia: "La distancia inteligente de la ironía transforma los desastres nacionales en risibles desventuras". Son como pinceladas de inteligencia, frase que describe ajustadamente a "La utilidad del deseo", y que bien podría ser el título de su próximo libro.
Fuente: Telam
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