Como un cazador. Agazapado entre el público, confundiéndose en la masa, oculto detrás de su lente, pasa las horas el fotógrafo austríaco Stefan Draschan. Es un hombre que espera, sin importar las horas, una extraña alineación que le permita disparar y seguir ampliando su extraña colección de personas mimetizadas con el arte.
Draschan recorre los museos europeos, especialmente en París, Viena y Berlín, a la búsqueda de visitantes que, por casualidad, vistan atuendos que tengan un gran parecido con las tramas, los colores y las formas de diferentes obras, desde pinturas a mosaicos, desde tapetes a estructuras arquitectónicas del pasado.
Por sus ojos, el cubismo puede aparecer en una camiseta y un cuadro a la vez, el color de pelo puede fundirse con una trabajo psicodélico e, incluso, en algunos casos, el visitante parece convertirse en uno con las obras.
Pero esta no es la única obsesión de Draschan en los museos. Tantas horas en los establecimientos despertó su curiosidad para otros "fenómenos" que también suelen repetirse en las salas de todo el globo, como las personas que duermen una siesta en medio de un recorrido o aquellos que no pueden evitar posar sus manos sobre las obras.
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