No son muchas las grandes películas navideñas. De hecho, si uno lo piensa, la Navidad ha funcionado casi siempre mejor en el cine para potenciar a modo de contrapunto irónico situaciones que parecen ser todo menos alegres. El clima de festividad navideño deja más en evidencia la sensación de soledad de los personajes en el final de Los Paraguas de Cherburgo, y las lucecitas de adornos festivos vuelven todavía más extraña y retorcida la aventura erótica del protagonista de Ojos Bien Cerrados. Cuando la película navideña quiere ser en cambio emotiva o religiosa, es común que se vuelva sentenciosa y espantosamente sentimental. Hay, sin embargo, una excepción a esta regla y es la película navideña por excelencia, su título es ¡Qué bello es vivir! y fue dirigida por Frank Capra en 1946.
La historia de este largometraje comenzó con un cuento breve llamado "El mayor de los regalos", escrito por Philip Van Doren Stern. Si bien no es un gran cuento, su argumento principal (un hombre llamado George Bailey que, a punto de suicidarse, recibe la visita de un ángel guardián que le muestra como sería el mundo si él no hubiera nacido) fue lo suficientemente interesante como para que la productora RKO quisiera comprarlo para hacer una película protagonizada por Cary Grant. Sin embargo, Grant no pudo aceptar por razones de agenda, y la RKO descartó hacer la película. Así es como el director y productor Frank Capra compró a través de su productora Liberty Film los derechos del cuento y llevó el relato a la pantalla con James Stewart como protagonista.
Como Capra era uno de los directores más populares del momento, y Stewart una gran estrella, el realizador se animó a hacer una película costosa y espectacular. Así es como filmó ¡Qué Bello es Vivir! en un estudio gigantesco en el que se construyó un pueblo entero; ambientó la película en un invierno nevado mientras filmaba todo en pleno verano (los actores tenían que usar ropa invernal pese a que en el estudio hacía un calor insoportable) e hizo una película superior a las dos horas de duración.
Respecto de cómo adaptó el cuento junto a sus guionistas, Capra se quedó con una parte de su argumento y le agregó un contexto mucho más sofisticado. Por empezar, le sumó una historia original que explica lo que provocó que Bailey quisiera suicidarse e hizo transcurrir el relato en un pueblo de los suburbios estadounidenses. De hecho, ¡Qué bello es vivir! es quizás una de las películas que más hermosamente refleja la vida de los barrios americanos, con sus ambiciones modestas y la vida trabajadora, pero también con una idea de la película de reflejar lo que podría llamarse una "épica del hombre común".
Seré más claro, en ¡Qué Bello es Vivir!, Capra trata uno de los temas más recurrentes en su filmografía: la idea de que alguien de clase media, con problemas tales como una deuda, una crisis amorosa o familiar, puede estar luchando en el fondo una pelea tan heroica como un aventurero en tierras extrañas. De hecho, esta es una de las ideas centrales de ¡Qué Bello es Vivir! Acá Bailey sueña con hacer un vida épica en la que viaja por el mundo y se vuelve millonario y termina quedándose en el pueblo haciendo una vida que él cree convencional, por el simple hecho de ser un padre de familia que mantiene un negocio familiar. Su descubrimiento a partir de ver como hubiera sido el mundo si él no hubiera nacido es contemplar que esa vida supuestamente común y que él cree fracasada tuvo un discreto heroísmo que posibilitó que muchas vidas prosperaran y se salvaran.
¿Suena todo demasiado cursi? Bueno, esa es la primera apariencia de ¡Qué Bello es vivir! y es una de las razones por las cuales al momento de su estreno en 1946 la película tuvo varias críticas negativas que calificaban a la película de simplista y excesivamente sentimental. Si la película se reivindicaría después de varias décadas fue porque comenzaron a advertir que la película era mucho más sofisticada de lo que aparentaba en una primera mirada.
Por empezar, hay una cuestión formal que a uno se le escapa cuando la ve primera por primera vez, y es que el manejo de lo sentimental es mucho más sutil de lo que puede llegar a pensarse. Capra deja muchas cosas con las que podría pegar golpes bajos (como la muerte del padre de Bailey) fuera de campo y casi nunca cede a la tentación de poner música sentimental para agregarle emoción a la fuerza a una situación. En una escena extraordinaria por ejemplo, vemos la forma en la que Bailey decide abandonar su sueño de ir por el mundo para quedarse con Mary, la chica que ama. Para resolver esta situación Capra necesita solamente de tres cosas: a sus dos personajes escuchando una conversación telefónica que le da a Bailey la oportunidad de irse del pueblo para hacerse rico; las extraordinarias expresiones de sus dos personajes (la de Mary esperando que el hombre que ama no se vaya y la de George fingiendo sin éxito que Mary no le importa demasiado y que lo único que quiere es irse del pueblo) y un movimiento elegante de cámara que va sutilmente acercándose a los rostros de los dos. Todo termina finalmente con Bailey abrazando a su futura novia y decidiendo resignar un futuro para quedarse con ella, y con un Capra que en ningún momento cede a la tentación de usar música para remarcar lo que ya tiene la suficiente carga emotiva.
Con esta situación surge también otra cuestión clave de ¡Que Bello es vivir!: y es una constante en la vida de Bailey: su tendencia a dejar proyectos de vida espectaculares de lado por amor o por un sentido de deber. Así es como poco a poco va perdiendo cosas con cada decisión altruista o amorosa. En algún punto, es como si uno de los temas principales de esta película fuera los posibles costos de ser bueno. No sé si conozco muchas películas que traten ese asunto, y una de las cosas más perturbadoras de ¡Que Bello es vivir! es que detrás de toda su emotividad, no parece ser demasiado optimista al respecto. Ser bueno a Bailey no sólo no parece traerle mucha recompensa sino que más de una vez no le da otra cosa que dificultades.
Tampoco la suerte parece estar del lado de George, quien en momento llega a ver cómo puede llegar a ir a la cárcel por una torpeza de un empleado.
Cuando uno nota esto es imposible no darse cuenta de una cosa: que la potencia emotiva de su final feliz viene de la necesidad de ver algo alegre luego de una concepción del mundo que se pinta demasiado oscura. La tremenda emoción de ver a Bailey bien al final de la película, sólo puede surgir porque antes el director nos hundió en el pozo más terrible de la desesperanza. Y acá es donde entra también otra característica de ¡Qué Bello es vivir!, y es que en una segunda visión uno se da cuenta que la desesperanza se ve en la película más creíble que la esperanza. Si la desesperanza es construida desde un verosímil más bien realista de los suburbios americanos, la esperanza necesita de un ángel que cae del cielo, una realidad paralela sobrenatural, y un gesto de generosidad vecinal extrema que la propia Mary define como "un milagro". O sea, sólo con intervenciones fantásticas o divinas puede llegarse a un final feliz, sin eso esta cuestión del sacrificio y la ética personal no pareciera funcionar con demasiada efectividad.
No es raro pensar que hay acá una lógica de religiosidad desesperada. Capra, director católico, dijo haber hecho ¡Que Bello es Vivir! preocupado por lo que él percibía que era una ola de ateísmo en Estados Unidos. Uno podría pensar que lo que parece decirnos Capra es que más vale confiar en un Dios para compensar con milagros nuestra bondad porque la humanidad no pareciera estar ayudando para que esto del altruismo termine valiendo la pena.
Esta oscuridad fue viéndose con los años y a partir de revisiones (en los 60 ¡Qué Bello es Vivir! empezó a pasarse en televisión a cada rato tanto en su versión original como en una coloreada) y no son pocos los críticos o cineastas hoy que se sienten perturbados por una película que supuestamente debería ser un canto a la vida navideño. Un director como David Cronenberg, por ejemplo, ha acusado a ¡Que Bello es vivir! de sádica e incluso hay una reflexión así en un chiste de la serie Friends, cuando el personaje de Phoebe -que no ve la última media hora de la película en la que el personaje recibe el milagro- queda horrorizado con la cantidad de desgracias que le pasan a Bailey.
Yo no sé si llegaría tan lejos. Es evidente que la película es mucho menos optimista de lo que aparenta. Aún así, sin el milagro, ¡Que bello es vivir! es una película que termina mostrando que, más allá de que no siempre la bondad beneficia, es evidente que uno sigue instintivamente queriendo ser Bailey antes que cualquier otro personaje. O sea, es una película que termina mostrando que aún cuando puede ser ingrata, la bondad sigue siendo algo que uno prefiere hacer poner en acción antes que cualquier otra cosa.
Ese tipo de sentimientos encontrados se sienten también y sobre todo en el final, ya que uno no sabe exactamente porque es que uno termina llorando a mares: o porque Bailey ha encontrado la alegría, o porque la película tuvo que hacer un esfuerzo de ficción gigante para llegar allí. Creo que este tipo de –llamémosle- emotividad ambigua es también la que han buscado otros directores admiradores de Capra, quienes también trataron filmar los barrios de clase media con una sensibilidad similar al de ese gran realizador, desde Spielberg, pasando por el nipón Yasujiro Ozu y el argentino Campanella (acaso el director más claramente "capraiano" de la actualidad).
Milan Kundera dijo una vez que las grandes obras cómicas no son aquellas que más hacen reír sino aquellas que encuentran nuevas formas de comicidad. De manera similar, ¡Que Bello es vivir! no es sólo una película que emociona, sino una que crea una nueva forma de emoción, una extraña e intensa, hecha de milagros, arbolitos navideños y deux ex machinas tan enormes como el cine del que está hecho esta película genial.
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