El 7 de noviembre de 1775 fue una fecha bisagra. Un joven Johann Wolfgang Goethe llegaba a Weimar, que sería su residencia hasta el final de sus días, para formar parte del consejo privado del duque Carlos Augusto. Atrás quedaba su morada en Frankfurt y se llevaba con él una obra ya reconocida en todos los ducados de lo que en la actualidad es Alemania y Europa, como Götz von Berlichingen (1773) o Las penas del joven Werther (1774) o simplemente Werther.
Goethe venía de una familia acomodada. Su abuelo materno fue alcalde de Frankfurt y el paterno, el principal modisto de la ciudad, a su vez se casó con la acaudalada viuda del propietario de Weidenhof Inn, hotel que aún sigue en funcionamiento. Su padre, Johann Caspar, invirtió gran parte de la fortuna familiar en su educación. Junto a su hermana Cornelia fueron los únicos de los cinco hermanos que llegaron a la adultez, por lo que resultaba lógico -entendiendo que era el siglo XVIII- que todas sus esperanzas estuviesen puestas en él.
Tuvo una docena de tutores para cada tema, aprendió en sus primeros años desde idish hasta chelo y ya en edad universitaria una enfermedad pulmonar lo obligó a abandonar la Universidad de Leipzig y cuando retomó los estudios, en Estrasburgo, su disertación fue rechazada porque criticaba el control estatal sobre la religión. Pero todo esto, palabras más o menos, puede encontrarse en su autobiografía, Poesía y verdad (1811), un documento elevado a la categoría de obra de arte sin renunciar por ello a su carácter documental. Sin embargo, este libro llega hasta 1775, cuando se muda definitivamente para formar parte de la corte de Carlos Augusto.
Las razones de la elección del ducado de Sajonia-Weimar no son del todo claras, aunque los especialistas aseguran que el encanto de Carlos Augusto tuvo mucho que ver. En ese momento, Weimar no era una ciudad grande -ahora tampoco lo es- y llegar no era nada sencillo, los caminos estaban tan llenos de surcos que los carruajes debían desviarse a través de los campos. Sin embargo, ninguna otra ciudad podría jactarse de tener entre sus pobladores a Christoph Wieland, Johann Herder, Jacob Lenz y, sobre todo, a Friedrich Schiller. Aquella comunidad de genios dieron vida al Clasicismo de Weimar, un importante un movimiento cultural y literario europeo.
Como no hay peor biografía que una autobiografía, lo que sucedió antes de 1775 es en gran parte una obsesión que atrajo a biógrafos de todas las épocas. Quizá el trabajo más conocido corresponde al escritor alemán Rüdiger Safranski, Goethe: la vida como obra de arte, quizá debido a que el también filósofo realizó excelentes trabajos cuando indagó en la vida de otras genios teutones como Schopenhauer, Heidegger, Nietzsche y Schiller. El trabajo de Safranski se suma a la copiosa obra de otro especialista, el británico Nicholas Boyle, quien ya lleva publicados dos volúmenes -sobre 3- que ahondan en la vida de a quien se considera el padre del Romanticismo en Alemania. Además, la figura de Goethe también fue analizada por otro grupo de historiadores en temas más específicos, como sus romances, así como también por psicoanalistas y ensayistas.
La estela de Goethe parece eterna y su legado sigue despertando controversias, polémicas pero, sobre todo, admiración.
Poeta que huye
Durante sus años mozos, tuvo varios amores. El primero, a los 16 años, fue Anna Katharina Schönkopf, "Käthchen", la hija de un posadero de Leipzig, quien es retratada en su autobiografía como una "pequeña santa": "joven, bonita, alegre, cariñosa, recatada y digna de ser honrada" y que fue inspiración para los poemas de Annettenlieder. Por lo conflictivo que era el romance secreto entre un patricio y una plebeya, Goethe renunció a ella y se marchó, comportamiento que repitió a lo largo de toda su vida.
Con 21 años, cuando estudiaba en Estrasburgo conoció a Federica Brion. La historia es curiosa. Un amigo lo invita a visitar a un clérigo que vivía a seis horas de la ciudad, allí conoce a su hija Federica. Para esta visita, Goethe, sin razón aparente, decide disfrazarse con las ropas acordes a un estudiante de derecho, dejando en la ciudad la suntuosidad y la elegancia que le gustaba cultivar.
"En ese instante apareció en aquel cielo rústico una estrella verdaderamente luminosa (…) Una faldita blanca corta y redonda, una sobrefalda que dejaba al descubierto hasta el tobillo los pies, lindísimos; un corpiño blanco ajustado y un delantal de terciopelo negro; estaba así vestida en el límite entre las señoritas de ciudad y las campesinas. Esbelta y ligera, se movía como si no soportase peso alguno; y casi parecía demasiado delicado el cuello para las espesas trenzas rubias de la graciosa cabecita. Sus claros ojos azules miraban lealmente y su naricita aspiraba el aire con tal desembarazo que parecía que en el mundo no pudiera haber preocupaciones; llevaba colgado del brazo su sombrero de paja. Y así tuve la dicha de verla por primera vez en toda su gracia y encanto".
Una paseo a la luz de la luna, charlas, risas y un juego son suficientes para enamorarse, por lo que a la mañana siguiente se odia a sí mismo, detesta esas ropas, ese disfraz, como haber armado una puesta en escena. Y huye.
El 9 de junio de 1772, en Wetzlar, conoce a "Lotte", Charlotte Buff, segunda de dieciséis hermanos del funcionario público administrativo del principado y quien fue la musa para el personaje femenino homónimo en Werther. La pasión por Lotte, comprometida con su colega Johann Kestner, lo fue consumiendo, así que, carta de despedida mediante, volvió a escapar.
A los 25 años conoció a Lili Schönemann, de 16, hija de un banquero rico de Frankfurt. Fue una relación intensa pero conflictiva. Sus familias se opusieron a la unión, por diferentes razones, desde religiosas hasta sociales. Era 1775 y luego de haber estado comprometidos, Goethe recibe la invitación para partir hacia Weimar y escribió que era la mejor manera de olvidar "a la joven que paralizaba mi voluntad". Ya en la vejez, en correspondencia con su amigo suizo Frédéric Soret, erudito en física y numismática oriental, declaró que Lili fue su "gran amor".
Historia de un suicidio
Christel von Lassberg era una de esas jóvenes que cosechaban pretendientes a su paso. Bonita e inteligente, era hija del coronel von Lassberg, uno de los terratenientes más importantes de la época en el distrito de Kleinkromsdorf, Weimar. Tenía 17 años cuando un desencuentro amoroso con el Barón von Wrangel la llevó hasta un puente sobre el río Ilm para lanzarse a las heladas aguas que la llevaron a su muerte. Cuando rescataron su cuerpo, encontraron en su bolsillo una edición del Werther. Era el 16 de enero de 1778.
A pocos kilómetros, Goethe -todavía sin el "von" antes del apellido, preposición indicativa de que la persona es miembro de la nobleza y que obtendría en 1782 gracias a los servicios prestados al Duque-, patinaba sobre el hielo rígido de una laguna congelada junto a su protector. Se dirigió hasta la escena fatídica e inmediatamente ordenó cavar una gruta en memoria de la joven.
Tomó el mismo un pico y una pala y estuvo toda la noche trabajando en la gruta, para luego escribir en una carta a su amante platónica Charlotte von Stein: "Al final, continué solo hasta la hora en que ella murió; ese es el tipo de noche que era. Orión estaba tan bellamente en el cielo… Hay algo peligrosamente atractivo y tentador en este dolor, como el agua misma y el reflejo de las estrellas del cielo que brillan en ambos".
De acuerdo a especialistas en la vida y obra del poeta, novelista, dramaturgo y hasta científico, esta anécdota resalta algunas de las características principales de su personalidad. Lo que parece un acto altruista, compasivo, deriva en una apreciación del cielo, de sí mismo, y en una apropiación de los sentimientos de la joven Christel al convertirlos en suyos. El trabajo en la gruta nunca finalizó, aunque las obras se mantuvieron en el tiempo y hoy es un paso obligatorio para los admiradores y turistas que llegan a la región. Más allá del costado turístico, aquella experiencia también fue clave en la construcción de su poema A la luna (1789), que dirige tanto al río Ilm como a Charlotte.
Para ese entonces, Goethe no era un autor más, sino una de las grandes luces literarias de toda Europa. Werther, su tercera obra, lo había convertido en un referente. Si bien toma gran parte del tono y la técnica epistolar de Julia, o la nueva Eloisa (1761) de Jean-Jacques Rousseau y de Clarissa o la historia de una joven dama (1747-1748), de Samuel Richardson -que también fueron sucesos literarios-, Goethe se centra en la visión de su personaje, que no difería demasiado de su público lector, como un amante de la naturaleza, de vida sencilla y admirador de Homero. La gran innovación de Werther fue que no había una respuesta a sus cartas, era un gran monólogo epistolar, en el que se bordeaba el suicidio de manera constante.
De acuerdo a la leyenda, Werther fue determinante en una ola de suicidios de jóvenes en la época, pero diferentes biógrafos no encontraron evidencia sobre si existía relación, más allá del caso Christel, aunque nada pudo evitar que varios siglos después el sociólogo David Phillips llamara "Efecto Werther", a lo que sucede cuando una persona imita algún personaje -de ficción o de la realidad- para terminar con su vida.
Un hombre de ciencias
Luego de los 30 años, Goethe intentó acaparar cuanta ciencia naturales estuviese a su alcance: mineralogía, geología, botánica, anatomía y química, por nombrar algunas. Sin embargo, su pasión por el descubrimiento, por el conocimiento, era ralentizada por su terquedad a utilizar los últimos instrumentos de medición.
Ese espíritu amateur no le jugó a favor y pronto surgió un encono entre él y los científicos de la época que se negaban a tomarlo en serio. Por ejemplo, Emil du Bois-Reymond, el fundador de la neurofisiología, llamó a su teoría del color, que intentó refutar a Newton, "la bagatela nacida muerta de un autodidacta diletante".
Sin embargo, el tiempo le daría algunas razones para sentirse orgulloso o por lo menos a sus descendientes. En en 1784 descubrió un hueso intermaxilar en el cráneo humano, lo que habría establecido un vínculo hasta ahora perdido con otras especies animales. Entonces, los expertos, liderados por el osteólogo más destacado de la época, Petrus Camper, despreciaron su teoría. En la actualidad, se sabe que estaba en lo cierto: existen vestigios de un hueso entre los maxilares humanos y, lógicamente, se lo conoce como el Hueso de Goethe.
¿Una amante en la realeza?
Hace unos años, el investigador italiano Ettore Ghibellino publicó Goethe y Anna Amalia – Un amor prohibido, en el que plantea un cambio radical con respecto a la vida amorosa del autor.
Existen múltiples evidencias de que en Weimar mantuvo una relación por correspondencia con Charlotte von Stein, una ex dama de honor de la duquesa Ana Amalia de Brunswick-Wolfenbüttel, madre del duque Carlos Augusto. Sin embargo, para Ghibellino era al revés, su verdadero interés era Anna Amalia. Para los biógrafos Safranski y Boyle el hecho de que solo se hayan conservado los escritos de Goethe, y dado que von Stein era considerada una mujer distante, fría, no ayuda a establecer si el amor documentado en las cartas era meramente platónico o también físico. Sin embargo, sí sostienen que el objeto de deseo era von Stein.
A esta idea también se suma el respetado germanista Helmut Koopmann, quien en 2001 publicó la investigación exhaustiva Goethe y la Sra. Von Stein: Historia de un amor, en el que asegura que von Stein fue el gran amor del poeta y que todas las otras mujeres en su vida eran solo amouren (affairs en alemán), incluso su futura esposa Christiane Vulpius.
Sin embargo, para Ghibellino existe evidencia, aunque no abundante, de que las cartas fueron dirigidas a una mujer altamente educada: "Esta fue Anna Amalia en lugar de Charlotte von Stein". En los dibujos, dice el italiano, Goethe pintó repetidamente las letras AA, y Anna Amalia envió cartas muy cordiales a la madre de Goethe. Debido a esa evidencia, para Ghibellino "la biografía de Goethe tendría que ser reescrita, sus obras tendrían que ser en parte reinterpretadas".
Virgen a los 40
Para los biógrafos de Goethe no existen dudas. Si bien el escritor no vivía bajo los efectos de la "culpa cristiana" -al contrario era un pagano confeso, que rechazaba cualquier tipo de religión-, lo presentan como un personaje casto. Safranski y Boyle nombran sus coqueteos allí y allá, y le adjudican -como la mayoría- un amor incondicional por Charlotte von Stein.
Sin embargo no hay en su vida epistolar referencias claras sobre su vida sexual hasta antes de 1788, cuando ya transitaba su cuarta década de vida y realizaba su segundo viaje a Roma. En Elegías romanas puede leerse:
"¡Qué felicidad es! cambiamos besos seguros,
Respiración y vida que chupamos y flotamos.
Así que disfrutamos de las largas noches, escuchamos,
Senos pegados a los senos, las tormentas, la lluvia y el yeso"
Kurt R. Eissler, psicoanalista austríaco y seguidor de Sigmund Freud, fue el primero en sostener la teoría del debut sexual tardío en Goethe, un estudio psicoanalítico. Y cita una serie de cartas a Carlos Augusto como prueba, en las que plantea su temor a la sífilis y su sorpresa por encontrar libertad de encuentros sexuales entre hombres, entre otros tópicos.
"Las chicas, o más bien las mujeres jóvenes, que vienen a los pintores como modelos, están muy felices de estar abajo y obligadas a mirar y disfrutar. Por lo tanto, sería un placer muy cómodo, si las influencias francesas [enfermedades venéreas] no hacen que este paraíso sea inseguro", dice en una carta al Duque.
En total, solo se reconocen dos personas con las que tuvo encuentros sexuales en toda su larga vida. La primera fue Faustina, una joven viuda con un hijo que trabajaba como camarera en la taberna romana Osteria alla Campana. La otra es Christiane Vulpius, con quien convivió desde 1788 -luego de su experiencia romana- hasta su muerte en 1816.
Para el biógrafo Boyle, de la correspondencia puede desprenderse que antes de Faustina no hubo ninguna mujer. El biógrafo plantea que las cartas escritas al Duque en las que plantea experiencias sexuales tienen un registro diferente y rozan una fanfarronería que revela un grado de inocencia sexual que "hace improbable que haya muchas predecesoras". Por su parte, para Safranski, no hay dudas, antes de Faustina no hubo otra mujer.
En estas cartas se jactaba, por ejemplo, de llevar "una vida bastante salvaje" en Weimar y, dicen los expertos, que era de público conocimiento que una de sus tareas junto al Duque consistía en asistirlo para conseguir chicas, aunque dudan de que Goethe también haya sacado ventaja de aquellas compañías. Más allá de las pocas pruebas sobre su vida sexual o la ausencia de esta, Goethe creía sobre todo que la naturaleza debía seguir su curso y no tenía ninguna pizca de reverencia por la castidad cristiana.
Del rechazo a poeta nacional
Durante su paso por Estrasburgo, Goethe conoció a Johann Herder, un filósofo, teólogo y crítico literario alemán, quien fue esencial para la creación del movimiento Sturm und Drang, pieza clave para el surgimiento del romanticismo alemán. Herder, el inventor del nacionalismo alemán, y para muchos de todo el nacionalismo moderno, solía decir que disfrutaba la obra de Goethe, porque "hay una cantidad poco común de fuerza, profundidad y veracidad alemanas". A principios de la década de 1770, Goethe colaboró con Herder en la recopilación de canciones populares alemanas. Incluso, su encantadora "Heidenröslein" fue incluida en la colección como si fuera un soneto tradicional.
En su época fue reconocido y admirado, eso está fuera de discusión. Pero el camino de Goethe hasta convertirse en el poeta nacional de la resurgente Alemania de finales del siglo XIX no fue sencillo. Después de su muerte, Goethe fue denunciado como un obsecuente del Duque, su imagen había sido estigmatizada hasta que fue necesaria para el resurgimiento nacional. De hecho, en la década de 1870, luego de la unificación, el canciller Otto von Bismarck consideraba como buena "no más de una séptima parte de los cuarenta y dos volúmenes de las obras completas de Goethe".
En 1849, durante el centenario de su nacimiento, no hubo grandes eventos, ni homenajes y fue el historiador, crítico social y ensayista escocés Thomas Carlyle, quien resaltó su figura: "Cierra a tu Byron; abre tu Goethe ".
Uno de sus grandes admiradores fue Friedrich Nietzsche quien, en El crepúsculo de los ídolos, sostiene: "Goethe es el último alemán ante quien siento reverencia". Es que para Goethe la Revolución Francesa y la doctrina de la igualdad no eran de su agrado, para nada.
Por ejemplo, Goethe utilizó su refugio en Weimar para evitar opinar sobre la Revolución Francesa. Durante los seis meses posteriores a la caída de la Bastilla no realizó ningún comentario político, escudado en trabajo científico.
"Goethe concibió un ser humano fuerte, muy culto, hábil en todos los logros físicos, que se mantiene a sí mismo bajo control y que tiene reverencia por sí mismo, se atreve a permitirse toda la brújula y la riqueza de la naturalidad, que es lo suficientemente fuerte para esta libertad … un hombre a quien nada está prohibido, excepto que sea debilidad, ya sea que esa debilidad sea llamada vicio o virtud", escribió el autor de El Anticristo.
Luego de gran derrota prusiana en Jena (1806) ante el ejército francés bajo el mando de Napoleón, escribió: "Cuando la gente llora a una entidad que supuestamente se ha perdido, una entidad que ningún alma en Alemania ha visto en su vida, y mucho menos se ha preocupado por ella, entonces tengo que ocultar mi impaciencia para no volverme descortés".
Para entonces ya había dejado en claro que estaba en contra de cualquier sistema político que se pareciera a una constitución popular. Apoyó los Decretos de Carlsbad del príncipe Klemens von Metternich (1819), que introdujeron la censura a la prensa, la investigación policial de los disidentes y el control estatal de las universidades.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler nombró a la 17 División de Granaderos Panzer como la División de Götz von Berlichingen, por la obra de 1111, inspirada en el caballero imperial célebre por su participación en la guerra de los campesinos alemanes (1524 y 1525). Luego de la contienda global, la figura de Goethe permanecía visiblemente erguida en medio de las ruinas como fuente de autoridad moral nacional. Así, en todo el mundo, las más de 150 academias alemanas que existen en la actualidad fueron renombradas como Instituto Goethe.
LEA MÁS
_______________
Vea más notas de Cultura