Hace poco el escritor y traductor español Andrés Barba (1975) obtuvo el Premio Herralde 2017, y casi en simultáneo se publicó en sudamérica La risa caníbal: humor, pensamiento cínico y poder (Fiordo).
El volumen, que ya había sido publicado en España (Alpha Decay), contiene nueve ensayos que reflexionan sobre algo tan natural y espontáneo como la risa: desde Charles Chaplin y la parodia que hace de Adolf Hitler en El gran dictador hasta el payaso involuntario en que se convirtió George W. Bush, con sus desopilantes declaraciones, pasando por los filósofos cínicos, los ventrílocuos, el arte contemporáneo y aquella película seudo porno titulada Garganta Profunda, en todos ellos Barba trata de rastrear la risa en todas sus manifestaciones. Todo esto enmarcado, como él mismo consigna en la introducción, en un mundo donde se cuestiona la legitimidad de cierto humor, y desde luego de la risa. "Todas las campañas en contra de la legitimidad del humor como instrumento dialéctico, político o filosófico se hacen", advierte, "esgrimiendo como bandera 'argumentos' totalmente puritanos, biempensantes y razonables: el respeto a los más débiles, a los desprotegidos, la abolición de los prejuicios, el derecho a la elección de la religión propia" y muchos más. ¿De qué nos podemos reír en la actualidad?, es la pregunta que desliza y luego agrega: "¿Somos verdaderamente mejores ahora que tememos reír, hemos ganado algo, hemos crecido como sociedad democrática y como individuos al alistarnos colectivamente a la policía del buen gusto?". Las respuestas atraviesan los textos de este libro.
En el primero de ellos analiza la película El gran dictador, donde Charles Chaplin parodió a Hitler. ¿Pero qué fue lo que lo llevó a parodiarlo? ¿Qué relaciones se establecen entre el objeto de la parodia y quien la hace? Barba señala que "sólo algo verdaderamente importante puede convertirse en el objeto de una narración paródico" y que hasta bien avanzada la era moderna la parodia legitimaba el objeto parodiado. Lo revolucionario de Chaplin es que su parodia no la hace desde el reconocimiento de la importancia de Hitler, "sino que está convencido de que puede enarbolar la parodia como una verdadera arma política". Eso en lo formal; en lo banal el cómico estadounidense no estaba para nada contento de que al líder alemán lo conocieran en el mundo por usar su bigote, cosa que se consigna su Autobiografía: "Ese hombre cometió el error imperdonable de elegir mi bigote".
Hitler y Chaplin nacieron el mismo año, 1889, con menos de una semana de diferencia, tenían además una constitución física "casi idéntica", y antes de que Chaplin eligiera parodiarlo, Hitler había elegido un bigote en una época "que sólo utilizaba Chaplin". Además el cómico estadounidense fue famoso en el mundo antes que él llegara a ser Führer. ¿Qué sucedió entonces? ¿Chaplin se sintió herido en su orgullo y quiso poner en su lugar a Hitler? Según se ha podido establecer el líder alemán vio El gran dictador, no una vez, sino dos veces en su residencia de Obersalzberg, en 1941. Lo que Chaplin hace en la película es parodiar "la actuación de otro hombre"; él ya había dicho que Hitler era "el mejor actor que había visto jamás". Para Andrés Barba, lo más probable es que el parodiado no se haya reído con el filme, sólo el miedo explica a que lo haya visto por segunda vez. Miedo al ridículo, miedo de alguien que era un fan del cine y que consideraba a Clark Gable como "el mejor actor de Hollywood".
En La risa caníbal también se aborda lo que a esta altura es un cliché, esto es la tristeza del cómico, o "la necesidad de contraste que impone la misma experiencia de la risa". Resulta imposible imaginar a un cómico, como Chaplin pero también como Jerry Lewis, Seinfeld o cualquier otro, que pase todo el día riendo y haciendo reír. En este punto se recuerda algunos episodios, por decirlo así, trágicos de la vida de ellos: la vez que Richard Pryor se prendió fuego mientras fumaba cocaína y bebía; en general "el alcoholismo, las drogas y otras adicciones más o menos confesables han puesto a los cómicos en muchos casos en un lugar ambivalente entre el personaje antisocial y la popularidad absoluta".
Basta recordar la película El rey de la comedia, de Martin Scorsese, con la genial actuación de Jerry Lewis, donde se le observa por primera vez como un sujeto serio. Sin embargo, en el cómico, al igual que en cualquier otro actor, hay una marcada relación con su cuerpo, que lo hace dedicar una "extraordinaria cantidad de horas al 'entrenamiento' y ejercitación física que son necesarias para hacer con naturalidad algunos de los sketches". Muchos cómicos aprenden a caminar de nuevo: Groucho Marx caminaba "a grandes zancadas, con la mirada fija y los hombros encogidos", y en el caso de Cantinflas y Chaplin es su indumentaria –pantalones caídos y zapatos muy grandes– los que definen sus movimientos.
Hay veces en que la risa no es provocada por profesionales y por lo general es el resultado de un fracaso o de una no-intención. Es el caso de la célebre película Garganta Profunda, de Gerard Damiano, que trató de hacer una porno. Hay que recordar que él era un cineasta sin experiencia, pero sentía que haber trabajado como peluquero para mujeres y como técnico en rayos X podían ser herramientas suficientes, ya que en un caso escuchaba "las confesiones privadas de sus clientas" y en el otro había penetrado "en la intimidad más invisible de sus cuerpos". Entonces, ¿por qué no una porno? Según el autor de este libro, Damiano con esta película, por un lado, liberaliza "la imagen pornográfica", pero por otro lado construye más una comedia que una película porno, ya que el argumento en sí es risible: trata de una mujer liberal y soltera que con el sexo "no siente más que un 'simpático hormigueo'", en suma jamás ha tenido un orgasmo.
A lo largo de varios encuentros se verifica en imágenes lo que fue una confesión a una amiga. Algo pasa, así que va a un médico "y tras la terapia y la exploración se descubre que no tiene el clítoris en el lugar natural, sino en la garganta". Lo que le responde la protagonista al médico sitúa definitivamente al filme en el terreno de la comedia: "¿Cómo se sentiría usted si le dijeran que tiene los huevos en las orejas?". De este modo si bien Garganta Profunda tuvo una poderosa "energía catalizadora" a comienzos de los 70, esa energía sólo podía canalizarse a través de la comedia y no a través del porno. O dicho en palabras del autor, "si tenemos algo que activa constantemente nuestra conciencia social (la risa) es casi imposible que se active nuestra conciencia de lo privado (lo pornográfico)". Y una prueba de esto es la cantidad de gente que vio esta película; sólo para dar una idea, en las primeras semanas recaudó un millón de dólares en algo así como veinticinco salas de cine X.
En La risa caníbal, Barba indaga en todas las áreas donde se manifiesta la risa. Además del cine la rastrea en el arte contemporáneo, y es ahí donde encuentra el pensamiento cínico, aquella escuela que inició Diógenes de Sinope, el filósofo perro, que escandalizaba a la Grecia antigua orinando y defecando a la vista de todos. Diógenes no pretendía explicar una filosofía ni acumular poder o reconocimiento, ni mucho menos escribir, ya que "la primera obligación del cínico" era "la representación", la performance. Diógenes apelaba a la risa. Barba, con estudios en filosofía, señala que en la historia de esta disciplina "hay una tradición de la literalidad y de la carcajada que la tradición idealista nunca consiguió ocultar. El mundo civilizado siempre ha intentado protegerse de esa risa destructiva y demoniaca de Diógenes". El idealismo siempre se ha enfrentado con el discurso cínico que tiende a descreer, y la lucha de ambas tradiciones, con sus triunfos y derrotas, puede comprobarse, por ejemplo, en que "el arte y el pensamiento del siglo XIX son un arte y un pensamiento eminentemente idealista", de hecho ese siglo estuvo empeñado en "otorgar sentido incluso allí donde no parece haberlo". Sin embargo, a comienzos del siglo XX aparece un arte y un pensamiento más cínico, muchas de las vanguardistas, por no decir todas, lo fueron. En el primer manifiesto dadaísta se decía que "todo hombre debe gritar. Hay una gran tarea destructiva, negativa por hacer. Barrer, asear". Es más, tanto el dadaísmo, el expresionismo y el primer surrealismo eligen el espectáculo, es decir la performance, tal como hizo Diógenes, el primer cínico.
Pero sin duda el ensayo que causa más risa es el dedicado a George W. Bush titulado simplemente 'George Bush, o el payaso involuntario'. Aquí queda en evidencia cómo un líder político, el más importante del mundo, puede causar hilaridad. Quizá el único empeño que pone Barba en reflexionar cómo fue que un Presidente de los Estados Unidos llegó a convertirse en un payaso es cuando hace la comparación con la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski, en la que un jardinero llamado Chance, por azares del destino "y sin dejar de hablar ni un segundo de plantas, raíces, helechos y podas" termina convirtiéndose en el principal candidato a la Presidencia de ese país.
"En la fábula", escribe el autor español, "todos acababan hablando de Chance por mucho que nadie supiera a ciencia cierta de qué estaba hablando el propio Chance". Es decir, no se sabe si es simplemente lo que parece (un jardinero) o está diciendo algo más al hablar de plantas, raíces y helechos: "Con Bush, a diferencia del jardinero de la fábula, no podía haber duda alguna de su idiotez. Ni siquiera el propio Bush tenía duda alguna de su idiotez". Y desde aquí Barba cita algunas de las declaraciones que hicieron a Bush famoso en su época: "Si esta fuera una dictadura tomar decisiones sería mucho más fácil, siempre y cuando yo fuera un dictador", "Creo que todos coincidirán conmigo en que el pasado ha terminado", "Queremos desarrollar defensas que nos defiendan, pero no sólo eso, también queremos defensas que defiendan a los demás", "Hemos decidido luchar contra los terroristas en el extranjero para no tener que hacerlo en casa, y eso implica viajar".
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