Odiamos amar a los malos pero la literatura así lo ha propuesto. Desde Drácula hasta Heathcliff, todos ellos logran hechizar con sus retorcidas intenciones. Por qué, se preguntarán los lectores. Y es porque el autor logra fundar ese odio sobre el amor y, así, los personajes más crueles, oscuros, conquistan libro en mano. Bienvenidos al área negra de la literatura, el sustrato cultural mismo de la conducta humana.
En rigor de verdad y con precisión quirúrgica, deberíamos separar a los personajes malvados en la literatura por género pero coincidiremos seguramente en que la literatura infantil se lleva todos los laureles. Porque qué seríamos sin los traumas de la infancia, convengamos, y son esas -en apariencia- inocentes historias para niños quienes logran la mejor analogía de temores y dolores. Las madrastras de Cenicienta y Blancanieves, el Lord Voldemort de Harry Potter, la bruja de Hansel y Gretel, el desalmado que dispara a la madre de Bambi, Cruella de Vil, Capitán Garfio. Malísimos todos. O el pirata con una pata de palo, John Silver en La isla del tesoro de Stevenson, la Bruja Blanca de C.S. Lewis que no solo deja a Narnia en un eterno invierno sino que mata la Navidad, el villano Shere Khan de El libro de la selva de Kipling, ese tigre cojo que ni Borges vio venir. Barbazul, qué miedo…
El malvado shakespereano bien podría ser otro género: perturbadas, oscuras ánimas habitan las obras del prolífico inglés. Desde los padres de Romeo y Julieta que arrastran a sus hijos a la muerte hasta Enrique III, Yago y Lady Macbeth, los conspiradores de la muerte de Julio César; o Claudio, el tío de Hamlet que mató a su propio hermano para conseguir la corona de rey, el monstruo Calibán de La Tempestad o la reina de Cimbelino. Los personajes malignos de la literatura shakespereana tiene también a su vez sus subgéneros: malvados, perversos o vengativos. Pero eso es otro informe.
Hacedores del mal todos ellos, se ven envueltos en historias donde sin estos personajes, nada tendría demasiado sentido. Cathy se apoya en la oscuridad de Heathcliff para resaltar: lo borrascoso de las cumbres es el emperamento de él, la inalcanzable de la cima, es ella. En esa oda a la esquizofrenia que es El extraño caso del Dr Jekyll y Mr. Hyde, el bien y el mal están representados por la misma persona y quizá por eso mismo es que se le permite redimirse una y otra vez. Robert Louis Stevenson hace beber a su Doctor Jekyll una poción que lo transforma en el malvado Señor Hyde y así personaliza a la maldad con una perversión tal que todo aquel que se tope con el monstruo, se horrorizará con la figura. Escrito en 1886, el libro había vendido medio millón de copias hacia el 1900. Satán, el diablo mismo pero en El Paraíso perdido de John Milton, es el ángel más malvado que no podía pintar ni la misma Biblia. Hay una línea de estudio miltoniano que sugiere que este personaje es en realidad Dios aunque el autor nunca haya suscripto esto.
¿Es Moriarty el más cruel de todos?, se preguntará el lector. Considerando que la némesis del astuto detective Sherlock Holmes lo iguala en inteligencia y astucia intelectual, pues bien podría ser el peor de tanto personaje fastidioso. Conan Doyle retuerce al protagonista frente a las adversidades que le genera el Profesor Moriarty quien, insensible, cruel, se ganará el mote del mismo detective que lo apodó "El Napoleón del crimen".
Ambrosio, el protagonista de El monje, la novela gótica de Matthew Gregory Lewis, es la representación del ala más sucia de la Iglesia. Altanero, "el hombre santo" lo llaman sus súbditos, no es más que un hipócrita que sucumbe frente a la carne y abusa en cuanto el poder concedido le permite. Probablemente sea ésta la novela donde se expone a un miembro de la Iglesia como un canalla por primera vez y es una crítica al cristianismo con sus pesadas culpas y enclaustramientos.
Y no es el querido y atormentado Raskólnikov el malo de Crimen y castigo, por más asesino de viejitas que resulte. Svidrigailov, el acosador de su hermana, lo chantajea a sabiendas del crimen y hasta intenta violar a Dunia, -la hermana de Rodia, nuestro protagonista-. Abrumado por el peso existencial, Dostoievski le confiere al asesino un perfil humanista desligándolo de la asquerosa especie a la que pertenece Svidrigailov.
En El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad no escatima maldad; en rigor, los europeos en sus misiones al África no dosificaron horrores. Así, Kurtz, una personalidad misteriosa en principio, un académico comprometido para casarse, resulta un perverso maltratador y asesino de indígenas. Las alusiones a las atrocidades cometidas por el hombre blanco en el continente negro no son más que acusaciones al accionar del conquistador, una crítica a la moralina europea y una larga reflexión sobre la brutalidad humana.
En Rebelión en la granja, Orwell representa en Napoleón, el cerdito, al propio Stalin: le tira los perros a Snowball, el otro candidato a líder que vendría a personificar a Trotsky, para que huya y así establecerse como único adalid. Toma el control del levantamiento bajo el contexto de un Estado dictatorial. Su tiranía es infinita y comete todo tipo de atrocidades en nombre del poder. George Orwell logra en esta publicación una gran alegoría al régimen ruso y hasta se atreve a satirizar sobre el zarismo: "Todos los animales son iguales pero algunos animales son más iguales que otros".
De todos los malos narrados en los libros de Stephen King nos quedamos con Annie Wilkes, la protagonista de Misery, quien atormentará al escritor Paul Sheldon hasta la tortura. Aprovechándose de un inoportuno accidente donde el autor se rompe ambas piernas, esta fanática de sus obras revela casi inmediatamente una inestabilidad mental muy profunda. Lo toma de rehén, lo obliga a cambiar el curso de su novela según su antojo, le rebana un pie de un hachazo, y asesina además a un policía de modo sangriento. Caracterizada por la gran Kathy Bates, la novela fue llevada al cine con gran éxito.
Pinkie Brown está convencido de que es la maldad misma. El Brighton Rock de Graham Greene necesitaba un sociópata, un ser nefasto que asesina y abusa sin distinción. Misógino, fascinado y asqueado por igual del sexo como detonante psicopatológico, Pinkie es el líder de su pandilla (todos rondan los diecisiete años) y a quienes todos temen. Un villano con todas letras.
Y reservamos para el final una de las malvadas favoritas de la literatura: la Señora Danvers. En Rebeca, la autora británica Daphne Du Maurier, escenificará en esta ama de llaves, toda la perversidad. La nueva esposa de Maximilian de Winter, una inocente joven sin mundo, se verá enfrentada a una épica del tormento en Manderley, la casa de campo de los Winter. Viudo de Rebeca, Maxim dejará entrever cierta obsesión por su primera esposa muerta aunque no es nada comparado con la actitud de la Señora Danvers. Danvers había sido niñera de Rebeca y luego la acompañó en su matrimonio y desde el primer momento de la llegada de la nueva señora de Winter, la hostigará de los modos más ruines para lograr disolver la alianza entre los amantes. Ya se adivina que Rebeca, escondida bajo un manto de belleza abrumadora, era por igual encantadora y manipuladora, una mentirosa sin remordimientos. La señora de Winters, de la cual no se sabe su nombre de pila en toda la novela, es víctima de la malicia de la Señora Danvers, donde se retuercen temores reales y fantasmales. El gran Hittchcock supo llevar el libro a la pantalla grande de la mano de Lawrence Olivier como Maxim, Joan Fontaine como la torturada segunda esposa y Judith Anderson como la misma Señora Danvers.
El mal pareciera no tener un cariz filosófico per se, un verdadero carácter relativo, sino que aparece como contraposición del bien. Así, la literatura echa mano de los dos valores morales que rigen la conducta humana, se hunde en la vacuidad ética y crea los protagonistas más execrables con los que uno se puede topar. Y por eso mismo los amamos.
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