Un extraño paseo por Vitebsk en busca de los esquivos rastros de la aldea de Marc Chagall

El pintor creció en ese pequeño shtetl ruso, cuyos paisajes inspiraron su obra. Infobae persiguió sus huellas en la que es hoy una gris ciudad bielorrusa

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Desde Vitebsk, Bielorrusia.

Cae el sol en una ciudad que no existe, que supo ser pero ya no, aunque el río sea el mismo, y los trenes acerquen las laderas al agua, el puente al que ella alguna vez describió como paraíso, que lo que queda es nimio junto a lo que fue, como el sol que cae y es imposible atraparlo. Vitebsk no es. O quizás fue tan sólo un sueño y Vitebsk nunca fue lo que alguien dijo que era. Claro que la ingravidez de los amantes pudo haber sido un sueño, él y ella no podían volar, como tampoco volaban las cabras o los violinistas ante los atónitos ojos de un meditabundo rabino. Tal vez nada de eso era y nada de eso se perdió. Pero quedan los colores que son metamorfosis o recuerdos de un nunca más, el dibujo hecho metáfora y viceversa, enmarcado junto a tantos otros. Y la firma de él, él que volaba sobre los tejados junto a Bella, que amaba el puente. El puente de Vitebsk, la ciudad del pintor Marc Chagall.

Marc Chagall
Marc Chagall

A fines del siglo XIX la pequeña ciudad rusa tenía unos 50 mil habitantes y casi la mitad de ellos eran judíos. Había sinagogas, una estación de tren cercana, una vida tranquila, conservadora, sin sorpresas ni sobresaltos, con pequeñas casas de madera, cierto carácter rural, pocos o ningún lujo. Chagall vivió sus primeros veinte años en una zona con rasgos típicos de shtetl, esa palabra en yiddish que definía a las aldeas predominantemente judías de Europa oriental antes del holocausto. Se crió en un mundo estrecho, donde el futuro estaba definido, y pronto decidió romper con los esquemas. Primero ingresó a la escuela municipal de la ciudad pese a que no estaba permitido que estudiaran allí judíos, luego estudió pintura y pronto recibió la autorización especial del Imperio Ruso que todo judío requería para viajar a San Petersburgo, poco antes de marcharse a París. Al menos por ahora, Chagall dejaba Vitebsk. Pero Vitebsk ya nunca dejaría a Chagall.

Marc Chagall y su esposa
Marc Chagall y su esposa y musa, Bella Rosenfeld

Hoy el río Daugava sigue fluyendo por el medio de una ciudad que ya no pertenece al Imperio Ruso, ni siquiera a Rusia ni a la Unión Soviética. Hoy, con algo menos de cuatrocientos mil habitantes, es la cuarta ciudad más grande de Bielorrusia y tiene poco de aquellos coloridos cuadros tan bucólicos, tan entrañables. La ladera que asciende desde la orilla está coronada por un enorme monumento con tres altos picos que representan tres bayonetas apuntando al cielo simbolizando la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. Hay un fuego eterno, dos largas fuentes, imágenes de campesinas agradeciendo con flores a valerosos soldados. Muy cerca se acumulan tanques, helicópteros y pesados cañones que son monumentos y juegos infantiles por igual. Y, claro, la Plaza Victoria y la céntrica avenida Vladimir Lenin. El color de la nostalgia que se refleja en los cuadros de Chagall es hoy una sucesión de edificios grises, cuadrados, monolíticos. Sobre sus techos no hay vacas ni amantes.

Los paisajes de Vitebsk pintados
Los paisajes de Vitebsk pintados por Chagall

Bella Rosenfeld fue la mujer que hacía flotar a Chagall. Ambos habían crecido en el mismo universo de caminos marcados por antiguos ritos judíos y conservadoras tradiciones sociales. Ambos buscaban escapar de tal encierro, no por desprecio ni rencor sino por simples ansias de más. Ella fue su todo, su compañera, su musa, sus alas, y también su razón para volver a Vitebsk en 1914. Pero también era su aliada en el descubrimiento de una libertad que parecía tan ajena al destino signado para todos los hijos de vecino de aquella suerte de shtetl. Bella encontró esa primera libertad en el Daugava, y escribió alguna vez que el puente era un paraíso: "Nos escapábamos de las casas pequeñas con sus techos bajos para mirar al cielo. Y allí estaba el río bajo el puente, el aire se purificaba entre el cielo y el agua". Pero el puente, como casi toda la ciudad, fue destruido durante la Segunda Guerra.

Vitebsk estuvo tres años bajo control nazi y alrededor de veinte mil judíos murieron masacrados en el ghetto local en 1941. Sus cadáveres flotaban bajo el puente que tanto le gustaba a Bella. Para fines de los '40, cuando la ciudad comenzó a ser reconstruida con hoces y martillos por doquier, poco quedaba de aquella que había pintado y amado Chagall, sus animales y campesinos y colores y viejos ritos. Él estaba muy lejos, al otro lado del Atlántico. Y Bella ya había muerto en Nueva York.

Plaza central de Vitebsk, hoy
Plaza central de Vitebsk, hoy (Fotos: Ignacio Hutin)

La independencia de Bielorrusia trajo consigo un redescubrimiento de la historia e identidad de la ciudad. En el último cuarto de siglo se han reconstruido iglesias que fueran destruidas bien por el régimen soviético o durante la invasión nazi. Quizás la más bonita sea la Catedral de la Asunción, ubicada en una colina junto a la confluencia del Daugava y el pequeño Vitba. La vista desde allí hacia el otro lado es imponente. Se alcanza a ver la remodelada estación de trenes, las chimeneas de alguna fábrica, los grandes edificios de tiempos stalinistas y, si se pone mucha atención y se recurre a la ayuda de un mapa, a lo lejos también se vislumbra el vecindario de la calle Pokrovskaya. Ese es el barrio en donde Chagall nació y pasó parte de su infancia y juventud, esas son las calles y aceras que lo inspiraron, sus recuerdos y nostalgias con los que conversaba durante las solitarias noches parisinas. Desde allí siempre miró al mundo, allí habitaron las añoranzas que inmortalizaría en sus cuadros hasta el final de sus días.

El reconstruido puente que le
El reconstruido puente que le gustaba a Bella y, al fondo, la catedral de la Asunción
 
El río y el monumento
El río y el monumento soviético a la victoria en la Segunda Guerra Mundial.

En el número 11 de Pokrovskaya está la casa de su familia, un edificio de ladrillos de una sola planta, junto a una casita de madera en donde se venden entradas y recuerdos. En el amplio patio trasero se levanta un monumento al pintor: en él se lo ve muy joven, con una sonrisa tranquila y tranquilizadora en el rostro. Sostiene un violín cuyo mango es la Torre Eiffel y cuyo cuerpo es una aldea que bien podría ser el Vitebsk de principios del siglo XX. El edificio alberga un pequeñísimo museo en donde se exhiben muebles y otros objetos de la familia Chagall, aunque muchos son evidentemente ajenos y se ven realmente fuera de lugar, especialmente en una habitación que ha sido ambientada como si fuera un almacén antiguo.

La Casa natal de Marc
La Casa natal de Marc Chagall, hoy, convertida en museo.

Algunos artefactos y algunas fotografías podrán ser originales, pero en el contexto de artificial reconstrucción terminan viéndose tan baratos como los souvenirs que vende una señora bajo una sombrilla en la vereda del museo. Parece aburrida y se decepciona al ver que los pocos visitantes del día no hablan ruso. Tanto dentro como fuera de la casa toda la información estará únicamente en ese idioma, algo muy común a lo largo y ancho de Bielorrusia. Casi frente a la casa, en una pared se leen diversas frases en las que Chagall recuerda a su ciudad, su tranquilidad, su parsimonia, su paz. Pero detrás de la pared se levanta el galpón de una fábrica. Y en la esquina, un prisma rectangular con cuatro monótonos pisos de departamentos. Nada más lejano a lo que fue.

Interior de la casa de
Interior de la casa de Chagall

Todo el barrio es gris, muy gris. Soviético, aburrido, silencioso, no pasan coches ni transeúntes. Muy cerca de allí hay un enorme edificio de tres niveles en ruinas. Tiene una fachada relativamente en pie pero detrás hay poco más que escombros y un sótano repleto de basura. Son los restos de una sinagoga construida durante la niñez de Chagall. Incluso es probable que esta fuera la sinagoga a la que asistía su padre a diario, aunque para la época había decenas de edificios religiosos en la zona. No hay cartel que informe con mayor precisión su historia, como tampoco hay cartel que advierta el evidente peligro de derrumbe.

Monumento en el patio trasero
Monumento en el patio trasero de la Casa de Chagall

Durante los cuatro años que pasó en París, Marc Chagall se sumergió constantemente en sus propios recuerdos, haciendo de su ciudad y su gente la mayor de las inspiraciones. No se enfocó en las luces refulgentes de la capital francesa, sino en la autorreflexión que lo llevó a crearse una imagen cariñosa, íntima e incluso idílica de Vitebsk, imagen que rememoraría una y otra vez en sus cuadros.

El barrio de Chagall, hoy
El barrio de Chagall, hoy

Poco antes de la Primera Guerra regresó con la idea de visitar a Bella por algunas semanas, pero pronto se cerraron las fronteras y las pocas semanas se convirtieron en casi nueve años. El conflicto lo encontró recluido en un ambiente netamente rural, enamorado, ajeno a todo lo que fue y será, sólo con la mujer a la que desposó en 1915. Por esa época su trabajo se volvió optimista y soñador, lleno de un profundo afecto por todo lo que lo rodeaba. Sus cuadros eran un mundo intacto al que la guerra no podía acceder, escenas atemporales de gente sencilla: todo aquello con lo que había soñado noche tras noche en París. En una suerte de carta de amor, Chagall le confiesa a su ciudad: "Como un triste vagabundo, durante todos estos años he conservado tu aliento en mis pinturas. De esta forma te he hablado y te he visto como si se tratara de un sueño".

La Revolución de Octubre lo encontró en San Petersburgo y, pese al terror que le despertó por entonces la violencia, pronto se declaró partidario del comunismo basándose en las proclamas utópicas de un nuevo mundo. A los pocos años, asqueado por las exigencias que el régimen le hacía para utilizar políticamente su arte y sumido profundamente en la pobreza, abandonó la ya por entonces Unión Soviética. Esta vez sí, Vitebsk quedaba atrás para siempre.

Monumento a Chagall sobre la
Monumento a Chagall sobre la calle Pokrovskaya, a pocas cuadras de su casa natal

Sobre la calle Pokrovskaya, a algunas cuadras de la casa en que nació Chagall, se levanta un segundo monumento que parece servir de respuesta a aquel optimista y sonriente joven del violín, lleno de calmas esperanzas y una ambición que no desespera. Aquí el pintor es ya un anciano recostado en un sillón y se toma la cabeza en un gesto entre el dolor y el desconcierto. Está cansado, agotado. Es un hombre que ha sufrido el destierro, que ha sido perseguido, que ha perdido al amor de su vida y también a su adorada ciudad natal. Sobre él hay un alto arco en el que se sostiene una figura femenina que vuela como alguna vez volaron amantes, cabras y violinistas. La figura sonríe con ingrávida ligereza, con parsimonia bucólica, y su sonrisa es también el largo vestido tan rural que lleva ¿Es Bella? No. O sí. Es y no es. Es todo lo que Vitebsk nunca fue y siempre será en la mente de Chagall, el recuerdo casi infantil de un mundo idílico, perenne, inocente que nada tiene que ver con guerras ni masacres y todo tiene que ver con el amor de un hombre que nunca quiso dejar su ciudad.

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