Cómo construyó Frida Kahlo su propio mito a fuerza de inteligencia, impostura y creatividad

El crítico estadounidense James Oles, especializado en la historia del arte mexicano del siglo XX, charló con Infobae sobre el contexto en que surgió y se afianzó esta singular pintora. También se refirió a la elevada dimensión de su figura por encima de su obra y contó detalles de lo que llama su “travestismo cultural”, con sus virtudes y sus picardías

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“Autorretrato con chango y loro” de 1942
“Autorretrato con chango y loro” de 1942

Como el Che Guevara, como Albert Einstein, como Sigmund Freud, la figura de Frida Kahlo (1907–1954) cayó en los tentáculos del consumo masivo. Un copy & paste enérgico y acrítico la llevó a dar vueltas por el mundo, por cada rincón del planeta. La compleja obra que construyó con meticulosidad durante sus 47 años de vida se fue perdiendo detrás de un mito que tiene su rostro como vidriera. Pero, ¿qué significa realmente en el mundo del arte Frida Kahlo? ¿Cuál es su peso y su relevancia en el arte mexicano y latinoamericano del siglo XX? ¿Cuáles son sus virtudes, cuáles sus imposturas? ¿Por qué incluso hoy, en pleno siglo XXI, ese mito sigue firme y cada vez más viralizado?

México moderno. Vanguardia y revolución es el nombre de la muestra que está en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) hasta el 19 de febrero de 2018. Allí hay pinturas y esculturas de muchos artistas, entre ellos cuadros de Frida como Autorretrato con chango y loro de 1942 y Fulang-Chang y yo de 1937. La mayoría provienen del Museo Nacional de Arte de México / INBA (MUNAL), por eso la curaduría es conjunta entre Victoria Giraudo, Ariadna Patiño Guadarrama y Sharon Jazzan Dayan. ¿Qué público es el más proclive a estas exóticas obras?

"No es ninguna sorpresa encontrar a un norteamericano interesado en el arte mexicano". El que habla es James Oles, crítico estadounidense, especialista en el arte mexicano del siglo XX. Su visita a Buenos Aires tiene que ver con una serie de charlas y una conferencia que dio esta semana en el MALBA sobre la mencionada muestra. ¿Es posible hacer nuevas lecturas sobre un tema tan repetido y acabado?

James Oles está sentado en un banco de madera en el medio de una de las salas donde esta muestra se erige múltiple y colorida. Delgado, serio, rasgos duros, ojos pequeños, anteojos redondos, mentón cuadrado y vestimenta discreta. Su español es impecable: nació en Connecticut, Estados Unidos, en 1962 pero vive en México desde hace más de 25 años. Más que español, habla mexicano. Sin embargo, cada tanto, se descubre y dice "¿you know?" ¿Es posible hacer nuevas lecturas sobre un tema tan repetido y acabado como es Frida Kahlo? Ante esta pregunta, confiado, asegura que sí; de hecho, considera necesario salir de la obviedad, de la reiterativa historia del accidente y de su relación con Diego Rivera, para ver más allá de lo ya visto. Hay que contextualizar y reflexionar, dice.

James Oles (Lihue Althabe)
James Oles (Lihue Althabe)

— Empecemos por el contexto: ¿cómo logró el arte mexicano instalarse mundialmente en las primeras décadas del siglo XX?

— El chiste es que en los años ochenta en la academia de Estados Unidos nadie sabía del arte argentino, ni hablaban de Berni, pero el arte mexicano sí, es mucho más familiar, mucho más presente. No sólo por la cercanía; el interés de muchos estadounidenses por el arte de mexicano ha tenido que ver con lo político. México es el único país que tiene una revolución a principios del siglo XX que representó realmente cambios profundos en el proletariado, reforma agraria y todo eso, aunque no haya alcanzado todas sus metas. Parte de lo que pasa en México en los años veinte es la orientación de los artistas hacia el pueblo. No están pintando para el pueblo, porque nadie del pueblo va a comprar obras de caballete, tampoco los murales están pintados en lugares populares; muchos son para burócratas, turistas y políticos. Así, el poder del país se reorienta a otras culturas. Muchos artistas mexicanos exponían y trabajan en Estados Unidos. No sucedió con otro país, apenas uno que otro artista cubano era conocido en Estados Unidos para los años cuarenta. No podría pensar una exposición de, por ejemplo, Xul Solar, hasta no ser los ochenta. Diego Rivera ya estaba exponiendo su obra en Nueva York en 1915. Hay que entender que desde los años veinte, cuando en la Ciudad de México no había ninguna galería comercial dedicada exclusivamente al arte, aquí en Buenos Aires sí se importaban obras de Europa para los adinerados argentinos. Sin embargo en México, muchos coleccionistas y curadores iban directamente a la casa de Diego Rivera a comprar obras.

Frida Kahlo (Lihue Althabe)
Frida Kahlo (Lihue Althabe)

— Claro, un fuerte nacionalismo oficial…

— Y eso sigue hoy. Basta con ver que acá, en Buenos Aires, en el Museo Nacional de Bellas Artes hay cuadros de Monet, Manet, Degas, obras de Rodin. El Museo Nacional de Arte en México no tiene un sólo cuadro extranjero. Creo que sólo una, de Cavalcanti, el brasileño, porque fue parte de una colección que se donó de arte mexicano. Esto es una enorme diferencia entre los dos países.

— ¿Y cómo juega la figura de Frida Kahlo en este contexto?

— Hoy en día Frida es un fenómeno, pero en el 38 tuvo una exposición en Nueva York, en el 39 en París. A finales de los treinta y más en los cuarenta ella ya es famosísima. No tanto como Diego Rivera. No hay que decir que las obras de Frida Kahlo son biográficas: las obras de todos los artistas tienen referencias biográficas. En su caso, el autorretrato domina su obra, y es interesante porque hay muchas lecturas de sus obras, pero una de las cosas que quiero enfatizar es cómo se inventa o se autopresenta a través de sus retratos y sus trajes como una mujer esencialmente mexicana. ¿Qué es ser mexicana? En los años veinte nadie estaba de acuerdo en eso. Ahora los mariachis son mexicanos pero eran en realidad de Guadalajara, por ejemplo. Había mucho regionalismo. Para esa época los artistas se van a involucrar en la creación de una cultura compartida nacional que va a unir al país después de la revolución. Frida forma parte de eso.

James Oles (Lihue Althabe)
James Oles (Lihue Althabe)

— ¿Y en cuanto a la imagen que ella da, esa que trasciende la obra, la de figura pública?

— Hay una visión popular de que Frida Kahlo se viste como indígena y que es una pionera y una luchadora en eso, porque es la mujer mexicana más conocida del siglo XX. Pero la ropa que está escogiendo tiene una historia complicada. Incluso en ese cuadro —señala, detrás suyo, el cuadro de Diego Rivera, Baile en Tehuantepec, de 1928—, esas mujeres que tienen camisa de tela roja, que se llama huipil, tiene unos bordados amarillos que fueron hechos con máquinas de coser norteamericanas importadas a esa zona rural del sur de México desde finales del XIX. Esas mujeres no están viviendo en la selva primitiva. A lo mejor no tienen electricidad, pero tienen máquinas de coser. Frida quiere que imaginemos que esas mujeres viven en un paraíso tropical, son matriarcas, controlan a los hombres, dominan el mercado y las finanzas. Esa es una construcción nacionalista de la época. El vestido es una construcción de años de intercambio entre costumbres indígenas, importaciones europeas, vendedores de tela de la ciudad de Juchitán que querían vender más tela. Mucho de nuestra identidad, incluso hoy, se construye sobre bases, no falsas, pero si mitológicas. Mitologías, no realidades. Es muy fácil pensar que Frida pintaba su propia realidad. Ella sí se ponía estos vestidos pero no fue la primera, de hecho es la última de todas las artistas de los años veinte en usar ropa indígena: Rosa Rolando, la novia de Miguel Covarrubias; Blanca Luz Brum, que andaba con David Alfaro Siqueiros; Tina Modotti. Muchas de esas mujeres son extranjeras o medio extranjeras, como Frida. Obviamente Frida Kahlo es mexicana, pero su padre es alemán. En Argentina esto es irrelevante, pero en México uno no es mexicano si tu padre es alemán. Tú eres alemán o medio alemán. Está ese prejuicio, puede interpretarse como una cosa étnica. Entonces ella toma un cliché de muchos extranjeros de vestirse, de exagerar, y lo convierte en moda. Ha sido muy influyente para la industria de la moda, los anuncios, porque ella misma inventaba su propio mito de manera creativa.

“Fulang Chang and I” de 1937
“Fulang Chang and I” de 1937

— ¿Habla del travestismo cultural?

— Sí, el travestismo cultural es usar la ropa de otra cultura. Si bien hay indígenas que se visten con ropa europea desde el siglo XIX, en general el travestismo cultural va en el otro sentido: las personas con poder se visten con ropas de países más exóticos. Por ejemplo, ingleses vestidos de hindúes, mujeres francesas vestidas de turcas. Eso tiene una larga historia y Frida está en el medio, porque todavía existe. El hombre mexicano se puede vestir de charro, del caballero campesino con sus espuelas, su sombrero y sus chaparreras. Es como acá en Argentina, cuando vas a ver a alguien rico que se viste como gaucho en su estancia cuando en realidad no es un gaucho, pero se viste como un gaucho elegante. Y de hecho en Buenos Aires tienes esas tiendas de gaucho elegantes y caras, ¿no? Esa ropa que usaba Frida Kahlo es ropa de gente con dinero. Frida Kahlo no usaba ropa de su muchacha, usaba ropa de gala de mujeres con dinero en una sociedad muy poco igualitaria. Cuando ella tiene esos tocados de encaje, no todas las mujeres de Juchitán o Tehuantepec tenían dinero para hacerse esos peinados importados de Holanda. Era una evidencia de la riqueza. Ella tiene un collar de oro, ¿tú crees que todas las mujeres de Juchitán tenían collares de oro?

Frida Kahlo (Lihue Althabe)
Frida Kahlo (Lihue Althabe)

— Se podría decir que hay un sobredimensionamiento de la figura de Frida Kahlo…

— Lo curioso es que, por muchos años, ella y el arte mexicano figurativo dominaban las exposiciones y el discurso sobre qué es el arte latinoamericano. El prejuicio en Estados Unidos es que eso era el arte latinoamericano y el Madí no lo era, era una mala copia. Se podría decir que tenía que ver con los intereses de muchos coleccionistas y museos que querían ver en el arte latinoamericano una diferencia con el arte de las metrópolis. También con una política agresiva del gobierno mexicano en mandar colecciones de arte a Estados Unidos y Europa. Promocionar, promocionar, promocionar. Sobre todo Frida Kahlo, porque ella habla no sólo a los que tienen interés en el arte figurativo o en el arte latinoamericano sino que también parece estar hablándonos íntimamente y honestamente de su propia vida difícil y sufrida como si fuéramos sus amigos más íntimos. Eso es lo que la gente piensa, pero no: ella no está hablando contigo, ni siquiera te conoció. Ella estaba creando su propia ficción. Ella no estaba preocupada en hacer terapia para gente que sufrió. Pero hoy en día, en un mundo donde todos queremos confesar, donde todos hemos sufrido o hemos tenido broncas, su supuesta honestidad es ficticia. "Yo soy tu amiga, déjame platicarte". En sus propios cuadros ella parece estar confesándose, y eso tiene que ver mucho con nuestra sociedad actual, el acoso sexual, el poder de la mujer, la flexibilidad de los géneros, la sexualidad y todo eso. Ella nos platica de cosas que son interesantes en nuestros días, pero ella no está hablándole a nadie.

— ¿Cómo jugó eso en la época, donde existían muchísimos pintores?

— El arte figurativo mexicano de la post revolución, sobre todo el muralismo de Diego Rivera y las obras confesionales de Frida Kahlo, llegaron a tener tanta visibilidad que opacaron, como árboles enormes, no solamente muchas propuestas mexicanas simultáneas, también cosas que estaban pasando en Latinoamérica. Eso causó mucho enojo, por ejemplo en Venezuela. Patricia Phelps de Cisneros, la gran coleccionista venezolana, decía: 'si bien eso es un lado de Latinoamérica, eso no es mi Latinoamérica'. Por eso, muchos dijeron que Frida Kahlo no era una artista muy importante. Yo no estoy de acuerdo, yo creo que ella, para muchísima gente, abrió una puerta a Latinoamérica, y luego iban por otros senderos: Leonora Carrington, Remedios Varo, Grete Stern. Ella puede abrir puertas en muchos sentidos.

“La columna rota” de 1944
“La columna rota” de 1944

— ¿Cómo salir de las lecturas obvias sin castigar su obra?

— Su obra es rica y fascina a la gente, pero yo trato de interrogarla más a fondo, no quedarme en los clichés y tratar de intelecutalizarla, porque ella sí era una gran intelectual. Circulaba por varios círculos intelectuales, era trilingüe, no era ninguna artista naif. Diego Rivera tampoco. Su obra merece atención. Siempre hay cosas nuevas que decir de muchas obras de las cuales  pensábamos que ya estaba todo dicho. Para mí siempre es una buena forma de desafiar a mi público que viene preparado a escuchar la misma historia, la del accidente, que Diego Rivera era un hijo de la chingada, que ella triunfó. Ese no es mi discurso. Por eso es necesario contextualizarla.

— ¿Hasta qué punto este sobredimensionamiento de su figura oculta su obra?

— Eso ha sido un problema desde los años noventa. Alguien lo llamó "fridamanía". Sí hay una contaminación visual en nuestro mundo de muchas cosas que se vuelven populares, no sólo Frida Kahlo, también videos que empiezan a circular. Ya no quiero ver gatitos en Facebook. Vivimos en un mundo de sobresaturación de imágenes. Desafortunadamente, pasa eso con Frida, así como con Van Gogh. Cualquier comercialización de un artista tiende interferir con el gozo visual de la obra original. Las mejores obras son obras pintadas de manera súper nítida, con mucho cuidado, vale la pena verlas. Pero ya no hay marcha atrás. Una vez que hay una contaminación visual no es fácil limpiar tu cerebro. Y aunque la familia trata de controlar, también fomenta. Ellos han vendido derechos para los perfumes Frida, mezcal Frida y todo Frida. Y sí, estoy harto, pero no estoy harto de investigar su obra y pensar y reflexionar al respecto.

 

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