Por Osvaldo Aguirre
¿Cómo es posible que una persona se declare culpable por un crimen que no cometió y por el cual puede pasar el resto de su vida en prisión? La serie documental The Confession Tapes, una producción de Netflix dirigida por Kelly Loudenberg, pone al descubierto un fenómeno más común de lo que podría creerse en EEUU a través de la reconstrucción de seis casos que fueron considerados resueltos en base a confesiones falsas.
Karen Boes afirmó que había provocado el incendio donde murió su hija de 14 años, en una pequeña localidad de Michigan. El estudiante Atif Rafay presumió de los asesinatos de sus padres y de su hermana, junto con Sebastian Burns, en Bellevue, Washington. "Debo pagar por el resto de mi vida", dijo Lawrence DeLisle al incriminarse por la muerte de sus cuatro hijos en un accidente ocurrido en 1989 en un suburbio de Detroit. Todos declararon bajo presión de investigadores inescrupulosos y cumplen actualmente condenas de prisión perpetua.
La realizadora Loudenberg (1985) recurre a los protagonistas de los casos, sus abogados y sus familiares, a especialistas diversos (como Ken Klonsky, escritor y activista contra condenas injustas, o el psicólogo Michael Abramsky) y también a los fiscales y policías responsables de las acusaciones, aunque en algunos casos los investigadores no aceptaron ser entrevistados. Además incluye documentación de las causas judiciales, imágenes de noticieros de época, registros en video de los interrogatorios policiales y entrevistas en cárceles.
En la masacre de la familia Rafay, ocurrida en julio de 1994, la policía acudió a una técnica conocida como Mr. Big, utilizada para indagar a personas consideradas sospechosas sin que existan pruebas en su contra. El procedimiento corre por cuenta de agentes que se hacen pasar por criminales relacionados con un jefe mafioso con influencias y tratan de ganar la confianza de los sospechosos.
Rafay y Burns habían llamado la atención por sus desplantes ante la policía y los medios. Se suponía que cometieron los crímenes para cobrar un seguro de vida. El seguimiento de los agentes encubiertos fue reforzado con datos falsos filtrados a la prensa para hacer creer que existían pruebas y la detención de los jóvenes era inminente.
Las falsas confesiones que muestra la serie no fueron obtenidas por policías violentos que acudieron a golpes o torturas. Por el contrario, los interrogadores son funcionarios de aspecto atildado y amables, incluso conocidos de los acusados, que preguntan sin levantar la voz y parecen mostrarse comprensivos.
La técnica para provocar confesiones es más sutil y efectiva a los fines de cerrar el caso. Los interrogadores se ponen en principio del lado del sospechoso y tratan de crear un vínculo de intimidad. No pueden creer que hayan cometido los crímenes de los que se los acusa. Combinan así presiones psicológicas, afirmaciones falsas sobre existencia de pruebas y dispositivos seudocientíficos como el polígrafo (detector de mentiras) y el analizador de voces.
"La gente no puede creer que alguien pueda confesar algo que no hizo. Pero pasa todo el tiempo", dice el abogado Mark Satawa en el episodio Juicio por fuego, sobre la historia de Karen Boes.
El pánico y el temor de las personas comunes ante el contacto con la policía en una situación traumática pueden disparar confesiones falsas, según Satawa. "La policía apunta a esas debilidades", agrega. Lo que empieza como un interrogatorio de rutina, para cumplir con un trámite, termina por convertirse al cabo de una maratónica sesión con preguntas que se repiten una y otra vez en una situación sin salida.
En otro episodio actualizado por la serie, un grupo de jóvenes negros de terminó condenado por la violación y asesinato de Catherine Fuller, en octubre de 1984, a partir de la declaración de un adolescente con retraso madurativo (también sentenciado a prisión perpetua, como los demás), los enfrentamientos que la policía creó entre los sospechosos y las promesas de rebajas de pena a cambio de "tomar una porción de la torta" en la autoría de los hechos.
Las confesiones falsas también surgen de la conmoción de los acusados ante los sucesos, como le pasó a Wesley Myers, un empleado de Texaco que asumió el crimen de su novia en North Charleston. O de profundos sentimientos de culpa. Lawrence DeLisle, cuyos cuatro hijos de 8, 4 y 2 años y 8 meses murieron cuando el auto que manejaba cayó al río Detroit, nunca sonó convincente al explicar que el vehículo había tenido un desperfecto.
En la escena del crimen de Teresa Haugt, por el que fue condenado Myers, se encontró un cabello y un billete ensangrentado. Las pericias realizadas después de la condena judicial demostraron que esos rastros no pertenecían al acusado y determinaron que se revocara la sentencia. Myers pasó 16 años preso por un crimen que no cometió y cuyo autor quedó impune.
La serie dirigida por Loudenberg muestra además que, en cada caso, los investigadores dejaron de lado otras hipótesis. El padre de Rafay se había ganado el odio de un grupo fundamentalista con antecedentes criminales, Al Fuqra, al descubrir que las mezquitas de Canadá no miraban exactamente hacia la Meca, lo que dejaba literalmente mal paradas a las ceremonias religiosas. En la investigación de la muerte de Catherine Fuller, la policía de Washington indagó y dejó libre a un agresor serial de mujeres que fue visto en el lugar del crimen y que sería detenido por otro suceso con características similares.
Los registros fílmicos de los interrogatorios fueron utilizados en varios juicios y resultaron determinantes para los acusados. Las imágenes de las confesiones producían un efecto de verdad indiscutible. Sin embargo, en el caso Rafay, fueron cuidadosamente elegidas para evitar las contradicciones e inconsistencias que surgen del conjunto del registro y en el resto de los episodios considerados por The Confession Tapes también sufrieron algún tipo de edición y recorte.
No solo se trata de prácticas ilegales de los investigadores. Jurados que se declaran convencidos por la buena presencia de los fiscales y no por sus argumentos, presiones de la opinión pública y acusaciones basadas en prejuicios raciales y cuestiones de moral forman parte también de un dispositivo difícil de revertir.
"Pensaban que era una mala persona porque tuvo una aventura extramatrimonial y era alcohólica. Eso la condenó", consideró una amiga de Karen Boes. Sin embargo, los afectos no olvidaron a Karen, que tiene un sitio web en el que se reclama por su libertad.
"Parece que la evidencia principal en nuestra contra son las personalidades arrogantes", se lamentó Sebastian Burns, quien pasó diez años en confinamiento solitario y afronta tres condenas de prisión perpetua consecutivas y sin apelación. "He sido manipulado para contribuir a que los homicidios de mis padres queden impunes", dijo Atif Rafay. Los dos también tienen quien los defienda en la web.
La reflexión final de Karen Boes, a través de un teléfono, mientras la cámara recorre las casas, los árboles, una hamaca, las pequeñas cosas del lugar donde vivió hasta perder la libertad, puede ser la conclusión general del documental: "Confiaba totalmente en el sistema. Me criaron para creer que alguien es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad. La policía estaba para servir y proteger. Eran los buenos".
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