Charles Manson es una de las más potentes representaciones humanas del mal en el siglo XX. Murió el domingo 19 de noviembre en el hospital Mercy de Bakersfield (California) por causas naturales. Tenía 83 años y un pasado que nunca dejó de intimidar al presente, al punto de transformarlo en un mito. Repulsivo y seductor a la vez, su muerte reactivó la iconografía morbosa alrededor de su figura —esa mirada, la esvástica torpemente grabada en su frente, la barba y otros tantos signos vitales—, tanto como para revivir el suceso, bastante reciente, de una novela escrita a los 26 años por una chica californiana llamada Emma Cline. Las chicas (Anagrama, 2016) es un libro que tiene muchos elementos para haberse convertido en best seller. En principio, es una mezcla de novela de iniciación con algunas situaciones narrativas que la transforman en thriller. Además, está inspirada muy libremente en una comunidad similar a la que lideró Manson y, obviamente, en una descripción detallada, vívida, de los crímenes cometidos por esas chicas seguidoras del hippie místico y seductor que quería ser cantante folk en el verano caliente de 1969.
Ahora otra noticia gira alrededor de la novela y del planeta Manson: el pasado miércoles 29, el ex novio de Cline presentó una demanda por plagio en donde denuncia que la escritora se metió en sus mails y archivos personales. La novelista, que niega con vehemencia esas afirmaciones, dijo en una contrademanda que las acusaciones son actos "ridículos" de un hombre que está celoso de su éxito y que son parte de un acoso que lleva 2 años. Las demandas entabladas, presentadas en el tribunal federal de San Francisco, hicieron pública una amarga lucha mantenida en secreto hasta ahora.
Chaz Reetz-Laiolo, un escritor que habitualmente colabora en Harper's Magazine, Salon, The Paris Review y Harvard Review, entre otras publicaciones, alega que Cline le vendió su computadora con spyware instalado que luego usó para obtener acceso a su correo electrónico y otras cuentas privadas, de modo que robó borradores de guiones que estaba escribiendo para escenas de la novela. Su demanda dice que Cline usó el acceso para "vigilar sistemáticamente su correo electrónico privado de forma obsesiva durante un período de años". Cline reconoce que utilizó el spyware para investigar una supuesta infidelidad, pero nada más que eso. Y afirma que el presunto plagio equivale a unas pocas frases extraviadas y pasajes que surgieron de la vida en pareja, conversaciones y lecturas del trabajo del otro, cuando ambos eran apenas aspirantes a escritores.
El caso judicial no hace otra cosa que reavivar el interés por una novela convertida en best seller y que disparó a su ¿autora? al cielo con diamantes de los escritores-estrella a escala global. La profundidad del texto, el atractivo de la historia y la construcción del relato determinan un libro oscuro, sexy y potente protagonizado por mujeres jóvenes que también lo son. Y que no basan su sensualidad en la mirada de los hombres, sino, sobre todo, en el modo en que ellas se miran entre sí. Es la historia de Evie Boyd narrada en primera persona y en dos tiempos: de mujer madura que no puede olvidar aquello que vivió, y de adolescente, a los 14 años, en ese verano, cuando la chica sola y vulnerable ingresó en una suerte de comuna hippie o, más bien, una secta comandada por un gurú psicópata (Russell, en la ficción). El relato parte de esa situación, pero revela que la niña camino a la adolescencia se sintió inmediatamente más atraída por la enigmática Suzanne (Susan Atkins en la historia real, muerta en prisión en 2009), una de las exaltadas seguidoras del iluminado líder antes que por él mismo.
El suceso de Las chicas no llegó sin su generosa dosis de humo alrededor. Cline era una joven y desconocida escritora cuando, en 2014, terminó el manuscrito de la obra por la que Penguin Random House pagó en los Estados Unidos 2 millones de dólares como anticipo de publicación. Luego de publicada, la novela no solo recibió entusiastas elogios de su profesor de narrativa Richard Ford ("brillante e intensamente absorbente", escribió el autor de El periodista deportivo y El día de la Independencia), sino que se subastó en la Feria de Frankfurt y acabó traducida a 35 idiomas. Allí no termina la historia: Scott Rudin, realizador de Sin lugar para los débiles y The Truman Show, prepara su adaptación cinematográfica. "Evidentemente, me interesaba el caso Manson, pero quería ir más allá. Ya se han escrito muchos libros sobre él, y no me interesaba hacer una reconstrucción. En el corazón del relato está esta chica y me pareció que había elementos de su historia que se podían conectar con la mía", explicó la autora que invirtió en la novela siete años de investigación y reescritura, los dos últimos con su versión definitiva. Sin ocultar la búsqueda de inspiración en sus propias experiencias adolescentes y en las de sus cuatro hermanas menores.
Emma Cline creció en California, en una casa que, cuenta, tenía aspecto de comuna. "Somos cinco hermanas y yo soy la mayor", confesó. "Mis padres eran nativos de California y tenían más o menos la misma edad que Evie en 1969, y sus inspiraciones culturales se convirtieron en las mías. Incluso en el condado de Sonoma, de donde soy, había docenas de comunas y comunidades experimentales, muchas de las cuales aún sobreviven de una forma u otra: 1969 nunca se siente muy lejos. Al mismo tiempo, no estaba tratando de hacer un registro preciso de esa época, era importante que no existieran anacronismos que lo distraigan, pero lo que más me preocupaba era hacer que el libro se sintiera emocionalmente potente".
Mientras Quentin Tarantino prepara la que sería su primera película inspirada en hechos reales alrededor de Manson y familia, Aquarius —la serie que protagoniza David Duchovny, disponible en Netflix y en el servicio de streaming de DirecTV— se sostiene en la percepción que aquellas chicas (las chicas del título de la novela, al fin y al cabo, las asesinas) necesitaban por uno u otro motivo de historia personal-familiar, sentirse parte de algo mayor. Estaban solas y se sentían incomprendidas. Ahí entraba en escena el carismático Manson. Algo que flota a lo largo de las 336 páginas de Las chicas. Dice la autora: "Hubo un momento en el que la Familia Manson la formaban entre 50 y 60 personas, en su mayoría, chicas, adolescentes. Leí que en una de sus estancias en la cárcel, antes de que todo esto ocurriera, Manson había leído un libro llamado Cómo hacer amigos e influenciar a la gente. Una especie de best seller para empresarios que en los Estados Unidos se hizo muy famoso durante esa época. Y allí leyó cosas absurdas, como eso de que tienes que repetir una y otra vez el nombre de la persona con la que hablás para hacer que se sienta segura contigo y a la vez importante. Estaba muy preparado en ese sentido y, sobre todo, se preparó para engañar a adolescentes". Detrás de la atractiva combinación de drogas, psicodelia, cultura hippie, sangre y sexo que contiene la historia (real), subyace la probada percepción de que Manson deseaba profundamente ser famoso. "Quería ser más famoso que los Beatles. Hay algo muy arquetípico en su historia. Un niño al que sus padres no quieren, que pasa la vida en reformatorios, que cree que la única manera de que todo el mundo lo quiera es siendo muy famoso. Tiene un punto de cuentos de hadas, pero de cuento de hadas macabro", describe Emma Cline.
Pero a diferencia de la historia inspiradora, Russell-Manson no es el eje de Las chicas, sino un personaje secundario. El tema está en ellas. Todo el relato inicial de la vida familiar de Evie y de su amiga Connie no tiene otro sentido que fijar sus sentimientos antes de fascinarse por Suzanne e incorporarse al grupo. El mundo emocional, personal y social de Evie está expuesto de forma notable, con un estilo de frases cortas que se hilan intuitivamente. No es análisis, es una representación emocional del desconcierto ante el mundo que se abre para ella. Esta introducción necesaria es la que dota de sentido su anhelada integración en el grupo. La fijación es Suzanne, la líder de las chicas. Dice Evie: "Creía que amar a alguien actuaba como una especie de medida de protección, como si los demás entendieran la escala y la intensidad de tus sentimientos y actuasen en consecuencia". Suzanne se erige, a sus ojos, como representación de la libertad.
"En el corazón de la novela está esa admiración femenina, una suerte de sentimiento de enamoramiento que puede darse entre dos chicas que se saben correspondidas. Evie sabe exactamente cómo necesita ser observada Suzanne, y Suzanne sabe que lo que Evie está viendo le gusta, y se siente poderosa frente a ella. Solo las chicas saben el arduo trabajo que supone ser una chica. Desde niñas estamos inmersas en un mundo de comedia romántica, de cuento de hadas, y solo buscamos destacarnos entre las demás. Que nos observen, llamar la atención", razona la novelista, que ahora tiene 28 años y enfrenta ahora uno de los posibles efectos no deseados de su reciente fama. Esta historia, como tantas otras, continuará.
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