Productor: – ¿Cómo empezarías esta película?
Jim Carrey: – Hmmm…
[pausa]
Jim Carrey: Bueno, si fuera por mí, no empezaría en absoluto: Ya habría comenzado. Y no terminaría jamás.
…………………………
Así es el comienzo de Jim & Andy: The Great Beyond, recién estrenada en Netflix. Una apertura singular, a media res y entre dos tiempos. Y lo que sucede luego en este documental dirigido por Chris Smith y producido por Spike Jonze no es un flashback que lo explica todo sino un intento de acaso comprender no a uno, sino a dos actores y lo que a la distancia sucedió entre ellos. Filmado durante el backstage de la filmación de Man on the Moon, donde Jim Carrey interpretó al cómico Andy Kaufman, originalmente iba a ser parte de una muy especial gacetilla de prensa para difundir las excentricidades del detrás de escena. Pero Universal Pictures lo archivó temiendo que el público pensara que su nueva y millonaria estrella era un verdadero estúpido. Así, la estructura de la película intercala footage de todo lo que sucedía fuera en el set de la película de Milos Forman y una entrevista actual a Carrey.
Es difícil determinar a quién retrata más, si a Jim o a Andy. Y ese es uno de los méritos del film. Jim Carrey aparece sereno. Frágil pero no enclenque. Barbudo y hipster como músico de Nick Cave, jamás como hillbillie sureño. Si el cine es, entre otras cosas, la belleza y el realismo fotogénico a través de un rostro, éste es un primer acierto del film. Carrey, casi británico, pausado, toma su té y mira a cámara. Sus ojos hacen pensar en el verso de Pink Floyd sobre el genio de Syd Barrett en Shine on you crazy diamond: "now there´s a look in your, like black holes in the sky". Jim & Andy: The Great Beyond trata, al mismo tiempo, sobre dos gemas locas y brillantes.
Pero para traducir en palabras el documental hay que redescubrir a Andy Kaufman, una persona (¿o personaje? ¿O varios personajes?), cuyo espesor no quedaba del todo claro en Man on the Moon, por lo menos para alguien que no es de Estados Unidos. Proveniente de una familia de clase media judía neoyorquina, Andy no hacía lo que suele llamarse humor judío (si éste, de Woody Allen a Groucho Marx, de Mel Brooks al trío Zucker/Abrahams/Zucker es una sola cosa indivisible). Kaufman fue uno de los artistas más revulsivos y originales de las últimas décadas, alguien que reformuló lo que podía o no hacerse en TV. Y vivió hasta los 35 años, lo cual hizo que se convirtiera en una figura de culto.
Mago absoluto, pero sin trucos, humorista que prescinde de los chistes, barajó de vuelta ese particular humor norteamericano, el televisivo: su fama se acrecentó en programas como Saturday Night Live donde no ofició de conductor, pero fue un habitual invitado. Escritor, guionistas, performer y hasta músico percusionista ("cuando los padres de Andy me dieron sus bongós supe que tenía la confianza de ellos para hacer este proyecto… aún conservaban las manchas de sangre de las palmas de su mano" relata a cámara un Carrey, entre íntimo y orgulloso). Andy fue sacando de su galera, de su mente (con apenas dos años de estudio terciario de TV) un humor casi cerebral, pasto futuro para el jardín abstracto de series como Seinfeld o los talk show de Jimmy Kimmel, Jimmy Fallon o Conan O'Brien. A algunos de sus personajes los llevaría a exitosísima serie Taxi. Uno de ellos era Tony Clifton (de ahí el título completo del documental, Jim & Andy: The Great Beyond – Featuring a Very Special, Contractually Obligated Mention of Tony Clifton). Tony Clifton: imagínese el lector una imposible amalgama de Guillermo Nimo con un imitador clase B de Elvis Presley, bien Las Vegas, traje marrón y hechura de Lyndon B. Johnson. Pura locura de un país que produjo el fanatismo marca Graceland.
Como el documental demuestra, mucha gente pensaba que Clifton era una personal real. Lo que incluso llevó a que gran parte de su público pensara la muerte de Andy Kaufman en 1982, como una más de sus tretas, el acto final de un artista adelantado. Es que Andy tenía un poco de varias cosas maravillosas. Como un Orson Welles joven y radial podía fingir la muerte de una persona de su público en los shows de stand up (su gran educación interpretativa para el escenario) y luego hacer un rito indio para revivirla. Había una chispa surrealista en su humor, a lo Gila ("Hola: ¿Hablo con el enemigo? Que se ponga") como cuando leyó El Gran Gatsby mientras era abucheado por la audiencia. Tal vez algo de Federico Peralta Ramos cuando luego de su consagratorio primer teatro Carnegie Hall alquiló ¡24 micros! para invitar al público a merendar a una confitería de Staten Island.
"Are you having fun?"
Al acto de imitar, de suplantar, en inglés se le dice impersonification. Acaso su forma verbal impersonate sea más perfecto que nuestro "personificar". Su "im" es como un "in" en castellano, pero no de valor negativo, si no un prefijo que remite al adentro, al interior. Es lo más cercano a lo que Carrey realizó todo el tiempo durante la filmación de Man on the Moon: una total inmersión en Andy Kaufman. No una actitud, tampoco, o una hora o dos de "meterse" en el personaje antes de salir a escena. Menos un zapato más chico más que el otro como el que Dustin Hoffmann usó para darle más realismo a su paria Ratso de Midnight Cowboy. Lo de Carrey, muestra este documental, fue un travestismo total: el Método de Lee Strassberg llevado hasta sus últimas consecuencias. Carrey no respondió a su propio nombre y durante toda la filmación, adentro o afuera del set, él simplemente era Andy. Un médium para un actor que luego de Man on the Moon comenzó a desarrollar personajes que, en la ficción, debían justamente actuar para sobrevivir, para no enloquecer del todo. "Lo que sucedía en el backstage era para mí parte del film" confiesa Carrey a cámara. Luego agrega: "Dejame hacerlo a mí, me dijo Andy".
O sea: Carrey puso el cuerpo. Kaufman había desarrollado toda una serie de gags de lucha greco-romana "intergénero" en los que desafiaba a mujeres. En general puede sonar violento. En general resultaba que lo molían a golpes (su amiga, la artista Laurie Anderson fue una de sus compañeras en esta surrealista aventura). En una pelea, pero contra un campeón americano de lucha libre, Andy terminó con una herida en el cuello por no usar dobles. Jim lo imitó y el saldo fue el mismo: cuello ortopédico. ¿Fue cierto? ¿Estaba arreglado? Parafraseando a Coppola cuando declaró "Mi Apocalypse Now no es sobre Vietnam, ES Vietnam", el increíble hallazgo de las cintas que dieron origen a de Jim & Andy: The Great Beyond muestran que Jim fue Andy. Y, se sabe, es difícil saber dónde termina la persona y dónde comienza el personaje.
Lord Jim: el gran Goofy
A diferencia del ratón Mickey o el Pato Donald, Goofy no es uno solo: es varios. Lo sabe cualquiera que haya visto sus cortos de los años 50 y 60, las sagas "How to…" o "Goofy Sports", obras maestras en donde cada uno de los actores animados secundarios es Goofy. Su personaje es, al fin de cuentas, sociología funcionalista pura, ese hombre suburbano que debe convivir en una sociedad de consumo y de masas y ponerle bozal a su neurosis y al mismo tiempo "un verdadero artista" (como dice el conejo Roger Rabbitt en su propio film mientras ve uno de los cortometrajes de su ídolo). Como el Buenos Aires en camiseta de Calé, la teoría social puede venir de la mano del arte. Y acaso si es popular, mejor.
Carrey, como Goofy, es varios. Después de todo: ¿Cuántos Jim Carrey, hombre de dos países -canadiense y estadounidense- y de múltiples personajes hay? En The Truman Show, de Peter Weir, donde el actor Carrey debía interpretar un personaje que justamente debía actuar para evitar que su familia y la sociedad se diesen cuenta de que él se había dado cuenta de que era… un actor en una ficción verdadera, fue el comienzo de los personajes que vinieron luego. Un Goofy expuesto, ya no al ocio y al deporte, sino a la TV, crea al tele-niño alienado de la muy buena Cable Guy. Corrosivo contra una sociedad como la norteamericana, fue sólo luego de Man on the Moon cuando terminó de desplegarse su talento imparable. En I love you Phillip Morris, como ese gay (otrora un aburridísimo y evangeliquísimo padre de familia) que se burlaba de los capitanes de la industria y de la especulación inmobiliaria robándoles y dibujando simpáticos penes al costado de los balances. O en la subestimada Las locuras de Dick y Jane, donde una EE. UU. asaltada por Wall Street lo dejaba en la calle, compitiendo por changas con la comunidad latina y para encontrar el fuego conyugal como ladrón en tándem con su esposa.
El actor versátil que, había tomado desde The Mask los atributos proteicos y físicos de "El lobo" de Tex Avery dejó de ser una marioneta de otros para componer, en películas no dirigidas por él, verdaderos rasgos autorales. Como su antológico trabajo para Irene, yo y mi otro yo y esa increíble transformación facial, de cuello y espalda: todo su cuerpo como punching ball vivo que devuelve las piñas. Su Charlie remataba a una vaca moribunda con cinco balazos en la cabeza o aceleraba una fila en el supermercado haciendo públicos los consumos de sus clientes ("Vagi-clean ¡PRECIO PARA VA-GI-CLEAN EN CAJA 5, POR FAVOR!"). En un país en que los esquizoides del siglo XXI son cada vez menos afines a Philip K. Dick para convertirse en estudiantes o amas de casa que piden armas por correo y apuntan, Jim es lo mejor que nos podía suceder.
Hoy vas a entrar en mi pasado
Que una de las preferidas del público sensible sea Eterno resplandor de una mente sin recuerdos tiene algo de odioso: nos habla de una audiencia que, ciega y sorda ante sus triunfos previos, sólo lo consideró al verlo interpretando un personaje "serio". Pero no menos cierto es que es su película más tanguera. Y acaso uno de los grandes films del siglo XXI sobre el amor. Esta vez de la mano de otro Kaufman en guión: Charlie, especialista en guiones con mucho marco teórico y el prefijo "meta" (discursivo, lingüístico, semiótico, etc.) de torniquetes semánticos como en ¿Quieres ser John Malkovich? o Adaptation: El ladrón de orquídeas. ¿Y sin saberlo la película se hacía eco de nuestros Contursi y Castillo y un pathos tanguero universal? Kate Winslet ya no es un Julieta en el balcón del Titanic, sino acaso una Gricel ("ni te acuerdas de mí…Gricel") que intenta el olvido y Jim, el ex payaso que llora. Y que nos hace llorar. El Eterno resplandor son esas "Nostalgias" atrapadas en la mente de los amantes: pero para "Cuando tallan los recuerdos" ellos se miran "como dos extraños". Un film que demostró como pocos el dolor de recordar, la imposibilidad de olvidar. Una ronca maldición maleva sin un ápice de 2 x 4 en su banda de sonido (sino del genial compositor Jon Brion).
Casi al final del documental, y luego de que hayamos comprobado la metamorfosis Jim-Andy, Carrey esboza algunas palabras sobre su ex-condición de depresivo. Que ya no toma ningún tipo de estimulantes, que no tiene metas sin cumplir en cine. El hombre detrás de la máscara parece sereno y reposado. Como algunos enormes artistas norteamericanos (Keith Jarrett, David Lynch), un tono New Age lo circunda: puede tener la forma de la meditación instrumental o de la Ley de las atracciones (Carrey relata como "visualizó" en sus comienzos su primera fortuna de 10 millones de dólares firmándose a sí mismo un cheque como promesa y objetivo a conseguir: un lustro después, el año de Ace Ventura, The Mask y Tonto y Retonto, pasaba por la caja de Hollywood a cobrar esa suma). Vale la pena acompañar este documental con el cortometraje de apenas 6 minutos I needed color (puede verse en Youtube) que muestra su desconocido talento como artista plástico. Un Jim Carrey 2.0 pinta en el suelo, con brochazos a lo Pollock un lienzo enorme de Jesus: "La energía que rodea a Jesús es eléctrica" dice en un momento. Casualmente o no, al final de Jim & Andy se pregunta con voz humilde, con ego de actor: "¿qué pasaría si yo decidiera ser Jesús?". Tal vez sería un gran papel. En Jim confiamos.
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