No debe existir actualmente un artista chino contemporáneo tan reconocido en el mundo como Ai Weiwei, sin embargo su nombre está prohibido en su propio país. La censura es tal que no aparece en ningún buscador de internet de China. Cero resultados, la no existencia. Una paradoja si se piensa que es un intento de invisibilizar a un artista inmenso, dueño de gestos extremos, controversiales, que no pasan desapercibidos. Tal vez, esto sea justamente la reacción a una acción.
Ai Weiwei es considerado prácticamente un enemigo del Estado, debido a las reiteradas denuncias y críticas que ha hecho sobre diversas medidas del gobierno, tanto desde sus blogs de internet, que fueron cerrados, como desde las mismas creaciones artísticas. Los problemas comenzaron con el devastador terremoto de la ciudad de Sichuan, que dejó miles de muertos (2008). El artista acusó públicamente al gobierno de no haber cumplido con los estándares de construcción de las escuelas, donde se dieron la mayor cantidad de víctimas fatales. La censura pronto se acrecentó y Ai Weiwei pasó 81 días detenido, incomunicado y sin cargos oficiales, hasta que fue liberado y acusado posteriormente de evasión de impuestos.
Cada blog que Ai Weiwei decidía abrir era clausurado por el gobierno. Llegaron a instalar micrófonos y cámaras alrededor de su casa y su taller de Beijing para vigilar cada uno de sus movimientos, tal como él mismo lo denunció. En respuesta, colocó cámaras dentro de su casa y se filmó las 24 horas. Todo lo contrario a lo que esperaban de él. Ahora, además, el artista es un adicto a las redes sociales y postea numerosas veces por día cada uno de sus movimientos, en sus cuentas de Instagram y Twitter, casi como una burla a esa vigilancia extrema y orwelliana que padeció antes de abandonar su país. "Quieren saber lo que hago, yo se los puedo mostrar las 24 horas", es, palabras más palabras menos, lo que pasó por la mente del artista.
El artista y activista chino Ai Weiwei busca el impacto. De eso no cabe dudas. Para comprobarlo, basta detenerse frente a su instalación Forever bicycles, una mole de acero de nueve metros de alto, conformada por 1254 bicicletas entrelazadas entre sí que causan un efecto óptico muy particular y atractivo, como de movimiento fugaz, sin contar la mutación de las luces y sombras a medida que va cambiando la posición del sol. Esta monumental obra recibe al visitante justo en la explanada del espacio cultural Fundación Proa, en el barrio porteño de La Boca, en Buenos Aires, donde se inaugura hoy la primera muestra antológica dedicada a este artista en toda Sudamérica, aunque él, residente en Berlín, no podrá estar presente. Se trata de una oportunidad única de acercarse al trabajo de un aclamado creador que expuso en los principales museos y eventos artísticos del mundo, y que estrenó hace muy pocos meses, en la competencia oficial del Festival Internacional de Cine de Venecia, su primer filme, Human Flow, un documental dedicado al conflicto de los inmigrantes, tan extremadamente bello como conmovedor, un fresco actual sobre la temática que recoge numerosos testimonios en 23 países del mundo.
La muestra en Buenos Aires es breve y contundente, y deja un resabio a ganas de más, lo que la convierte en imperdible. Es un conjunto de no más de 30 obras, desplegadas en la totalidad del espacio de La Boca, las salas, el café, la explanada y la librería. Realizadas en diferentes soportes, estas instalaciones, fotografías, videos, objetos de impacto político y simbólico, brindan un panorama amplio de sus trabajos más icónicos y dan cuenta de sus principales temáticas y preocupaciones, que han sido recurrentes a lo largo de su carrera: las tradiciones, la cultura, las condiciones de vida en su país, la censura, la libertad de expresión, la inmigración, el devenir de la humanidad toda.
En sus obras, el artista se ha fotografiado rompiendo una urna de dos mil años de antigüedad, ha coloreado el logo de Coca Cola en vasijas antiquísimas de su país, se ha retratado extendiendo el dedo medio de la mano -típico gesto de fuck you– frente a templos sagrados y venerados de su país, por dar sólo algunos ejemplos. Efectivo y contundente.
Curada por el brasileño Marcello Dantas, la muestra reúne algunas de sus piezas más emblemáticas y viajará luego a Chile y Brasil. Bautizada Inoculación, el propio artista explicó el por qué en una entrevista que dio recientemente: "Me gusta la palabra. Inocular es inyectar algo para prevenir algo que luego puede ser peor; es utilizar algo peligroso para construir un tipo de sistema de defensa. Creo que el arte funciona, a menudo, de la misma manera".
En la muestra, destacan algunos highlights de su carrera, como Sunflower Seeds (Semillas de girasol), una obra que causó furor en su estreno en la Tate Modern de Londres. En Buenos Aires se pueden ver -tapizando una habitación- quince toneladas de semillas de girasol, cada una de ellas, pintada a mano por miles de artesanos de la ciudad de Jingdezhen. Aparentemente idénticas, pero únicas cada una, las semillas funcionan como una alusión al consumo masivo y a la producción industrial que caracteriza a su país, "Made in China". Pero además, involucró en este proyecto la porcelana, tan característica de la China, y un pueblo entero unido para recuperar una tradición.
Otro de los imperdibles, Dejando caer una urna de la Dinastía Han, se presenta aquí en una recreación, casi como una caricatura, que el artista realizó con piezas de Lego. Un tríptico de fotografías, en el que Ai Weiwei rompe un objeto muy valorado de su cultura, que escandalizó en aquel entonces a los vendedores de anticuarios, que lo tildaron de profanación. Él decidió responder con una frase de Mao: "Solo podemos construir un mundo nuevo si destruimos el anterior". Una pieza similar, de la misma serie, fue vendida recientemente al empresario y coleccionista argentino Jorge Pérez, dueño y fundador del museo Pérez Art Museum Miami.
Por último, se destaca en este itinerario Cangrejos de porcelana (He Xie), una instalación donde se amontonan diez mil crustáceos sobre una tarima blanca. La palabra cangrejo en chino tiene un sonido muy parecido a "armonía", eufemismo que utiliza el Gobierno de ese país como excusa para la censura.
Es curioso el modo en que se repiten los hechos en la vida de un individuo: Ai Weiwei promovió una movida artística de vanguardia durante su juventud en China y llegó a ser el arquitecto encargado de diseñar el imponente Estadio Nacional de Pekín, bautizado Nido de Pájaro, uno de los escenarios centrales de los Juegos Olímpicos en 2008 en China. Pero luego, con las denuncias y críticas al accionar de las autoridades chinas, vinieron los problemas y la censura. De manera similar, su padre Ai Ching, amigo de Pablo Neruda, fue un reconocido poeta revolucionario y miembro del Partido Comunista. Era un prestigioso funcionario del gobierno hasta que en 1956 escribió el poema "El sueño del jardinero", una obra que hablaba sobre una flor discriminada por otras flores en un inmenso jardín, que fue interpretada como contrarrevolucionaria. A raíz de eso, Ai Ching fue confinado al exilio y obligado a limpiar baños públicos en una aldea de 200 personas. Un ostracismo que podía leerse casi como una sentencia a muerte.
"A mi padre lo consideraban un enemigo del Estado, como lo soy yo ahora", deslizó el artista en agosto pasado, durante una conferencia de prensa que brindó en Argentina. Pero el destino, para algunos, no es aquel camino que viene dado sino el que uno escoge. Y Ai Weiwei, como una suerte de Rey Midas contemporáneo, decidió convertir en arte -en vez de en oro-, todo lo que toca: cada momento de su vida, de su cotidaneidad, lo transformó en obra de arte.
* Inoculación
Del 2 de diciembre a las 17 horas hasta el 2 de abril de 2018
Fundación Proa de La Boca, Buenos Aires.
Avenida Pedro de Mendoza 1929 – CABA
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