El 19 de noviembre de 1942 Bruno Schulz, una de las voces más importantes de la literatura europea del siglo XX y un talentoso dibujante y artista plástico, caminaba por las calles del ghetto de Drohobycz, en el este de Polonia y actualmente en Ucrania, con un pan bajo el brazo.
Schulz había logrado sobrevivir a la violencia desencadenada por la Alemania nazi desde la ocupación de Polonia en septiembre de 1939 gracias a un oficial de las SS que estaba fascinado con sus pinturas y le encomendaba murales y frescos para su residencia privada. Algunos de esos murales pudieron verse este año en Kassel, Alemania, durante la última edición de la gran muestra Documenta, que se realiza cada cinco años y marca el rumbo del arte contemporáneo.
Pero Felix Landau mantenía una rivalidad con un colega de las SS que aprovechó la larga caminata de Schulz en soledad y con comida, toda una provocación, para adelantarse: sencillamente lo asesinó de un disparo en el medio de la calle, sin represalias.
"He matado a tu judío", dijo el oficial Karl Günter a Landau, dice un rumor recolectado por Yoram Bronowski, un traductor de Schulz, según reconstruyó la revista The New Yorker en un artículo reciente. "Entonces mataré a tu judío", habría respondido Landau y de alguna manera cumplió: el ghetto de Drohobycz fue liquidado poco después y la mayoría de sus miembros enviados a Auschwitz.
Este domingo se cumplen 75 años del asesinato del escritor y pintor que había nacido en 1892 en la misma ciudad en la que murió 52 años después, y que nunca quiso abandonar.
Entre su corta obra cobraron fama su libro de cuentos La calle de los cocodrilos, publicado en 1934, y la novela El sanatorio de la clepsidra, de 1937. También dejó un libro inconcluso titulado El Mesías, que se perdió tras su muerte y muchos intentan aún hoy encontrar.
Su escritura metafísica y el complejo universo creado en unos pocos libros crearon una fuerte atracción entre los lectores polacos de entreguerras, pero su fama creció al finalizar la Segunda Guerra Mundial, tras lo cual se convirtió en una figura de genialidad interrumpida.
Primero llegaron las traducciones al inglés y el francés, y luego su rescate literario por parte de los escritores estadounidenses Philip Roth y John Updike en la década de 1970, que lo consideraron un genio y una influencia.
También sus pinturas, murales y bocetos, encuadrados en la tradición del expresionismo, completaron la imagen de Bruno Schulz que ha quedado hasta nuestros días.
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