El arte de hacer cine en Venezuela sin morir en el intento (y ganando festivales internacionales)

La venezolana Clarissa Duque estrenó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata el cortometraje "Macanao". Habló con Infobae sobre su nuevo trabajo, sus próximos proyectos y sobre la dificultad de ser artista en medio de la crisis en Venezuela

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La cineasta venezolana Clarissa Duque
La cineasta venezolana Clarissa Duque (Foto gentileza AWA Productions)

Documentales, películas de animación, cortometrajes: para la venezolana Clarissa Duque no importa el formato si hay una buena historia para contar.

La cineasta, conocida por Tambores de agua (2008), un documental sobre los orígenes ancestrales de la música venezolana, y por el corto de animación Galus Galus (2013), participa en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata con Macanao, un cortometraje producido casi sin recursos y con una producción tan accidentada que, cuenta la directora, al final quedó "traumatizada". Hasta que finalmente, después de 4 años de trabajo, la película se estrenó en la competencia latinoamericana de cortometrajes. "Argentina me consiente. Es un lugar de buen agüero", dice Duque, quien vivió en Buenos Aires durante tres años.

En diálogo con Infobae Duque habló sobre su nuevo trabajo, sus próximos proyectos y sobre la dificultad de ser artista en medio de la crisis en Venezuela.

— ¿De qué trata Macanao?

— Es la historia de una ausencia. De esos días después de que una madre no está, dentro de una casa donde la madre lo es todo y cumple todos los factores operativos de una casa. Toda la historia ocurre frente al mar de Macanao, una isla desértica, donde el tiempo tiene otro ritmo; allí no hay nada más que un rancho abierto y vive un hombre, un reparador de barcos al que le toca hacerse cargo de una niña, algo que no estaba acostumbrado a hacer; también habla del duelo, del de él y del duelo de una niña que busca entender la ausencia de una madre. Es una película muy silenciosa, sensitiva. Tiene una mirada casi documental sobre ese proceso por el que padre e hija están pasando que es el duelo.

— Tu primera película fue Tambores de agua, un fascinante viaje a los orígenes de la música ancestral venezolana que tuvo un impacto profundo para recuperar esa práctica que realizaban las esclavas en el río al momento de lavar la ropa. ¿Qué significó para vos haber generado ese impacto?

— Toda mi carrera empezó con ese documental. Y en efecto lo mejor fue el poder de transformación que tuvo la película. Porque la declararon patrimonio cultural y empezó a formar parte del contenido educativo de las comunidades afrodescendientes. Ahora hasta hay cátedras de tambores de agua, otras mujeres aprendieron y en las escuelas de esas comunidades dan clases de tambores de agua. Porque esa tradición se iba a perder con estas mujeres que se iban a morir. En ese sentido el documental como herramienta de transformación funcionó. De verdad es posible hacer películas que pueden generar un impacto social y un cambio. Para mi eso fue los más gratificante de todo, más allá de los festivales y los premios.

— En Galus Galus hay un cambio total de escenario: cuentas el día a día de los habitantes de Caracas visto desde los ojos de un mendigo. Uno podría pensar en alguna referencia a la crisis del país, pero no: al contrario, es un corto alegre y lleno de humor. ¿Qué Venezuela retrata la película?

 Retrata al Venezuela con el que yo crecí, que siempre ha tenido su pobreza, una pobreza que viene arrastrada y donde la gente a pesar de eso es muy alegre, muy feliz, muy echada para adelante. Eso es Galus Galus. Es como la pobreza reinventada. Como el mendigo que agarra cosas de la basura y las convierte en cosas mágicas. Eso, el venezolano tiene esa magia. Incluso ahora, con la mayor crisis en el mundo, el venezolano sigue haciendo chistes, fiestas, es como que el venezolano tiene esa posibilidad de ser demasiado feliz. Y Galus Galus es eso, la transformación en otra cosa.

— Después de esa película, que realizaste durante tu estadía en Argentina, volviste a Venezuela. ¿Cómo es hacer cine en el Venezuela actual?

 Después de años muy buenos, en los que el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) funcionaba muy bien y el cine venezolano comenzó a aparecer en los festivales, la gente sigue haciendo cine, pero sólo porque tenemos una moneda tan jodida que si consigues 5 mil dólares con un crowdfunding montaste la película. Lo que necesitas es muy poco en bolívares, por nuestro sistema de cambio. Pero el CNAC ya no está funcionando porque si te aprueban y te dan apoyo económico, es mejor rechazarlo porque se lo come la inflación. Es más el papelerío burocrático que otra cosa.

— ¿Y eso como afecta la vida de los artistas?

— Lo que ocurre es que nosotros tenemos que seguir viviendo para hacer las películas pero no tenemos dinero para hacer absolutamente nada en nuestras vidas. Por eso yo dejé Venezuela. Me fui para Estados Unidos porque quedarse es saber que nunca vas a dejar de ser un artista pobre, pero muy pobre. Hacer cine no debería significar ser un artista pobre.

— Y sin embargo, uno se esperaría que un gobierno que se define socialista apoye a las artes y a los artistas. ¿No hay nada de eso?

— Es todo muy corrupto. Chávez tuvo muy buenas ideas en cuanto a apoyar la cultura, vino con el discurso del amor a lo nuestro, ningún presidente anterior había tenido ese discurso. El problema es que el gobierno de Chávez nunca funcionó porque es el gobierno de la gente que jamás tuvo poder y que ahora que tiene poder hace como la gente que nunca tuvo comida. La gente que no tiene comida se quiere comer tu comida y la de todo el mundo, aunque ya tenga la panza llena. Están robando todo y eso está pasando en todos los sectores. Cultural, alimenticio, salud. El problema es que ahora hasta robando no les va a alcanzar porque una inflación del 700 por ciento ni los ladrones pueden aguantarla. Entonces tienen que robar más y llegamos a un punto en el que no queda nada. No hay comida, medicamentos, seguridad. Es como una apocalipsis, hay gente de clase media que tiene que comer basura y eso sí es verdad, no es un invento de los medios. Venezuela en este momento es como una película de zombies.

— Ante esta situación, ¿se fueron muchos artistas?

— Se ha ido muchísima gente. Ahora mi productora llegó también a Argentina escapando de Venezuela. Huyendo. Todos estamos saliendo. Hay muchos que podemos volver a estar en nuestro medio. Pero otros -por ejemplo los que se van con hijos- no siempre pueden. Es muy duro emocionalmente. Yo veo que nuestra generación jamás va a estar unida otra vez. Todo mi grupo de gente está viviendo alrededor del mundo, donde pudieron entrar y están luchando. Un amigo era director de la fotografía en las publicidades más chéveres, trabajaba para HBO y ahora pasea perros. Es una emigración obligada muy fea. Y todo aquel que creyó en Chávez está arrepentido.

— Volvamos al cine: ¿Cuáles son tus próximos proyectos?

— Con mi casa productora, AWA Productions, estamos produciendo un corto animado y una película sobre la cantante Teresa Carreño. Además estoy trabajando en un proyecto personal, un "documental de la memoria" titulado Se me olvidó que te olvidé. Es un ensayo poético relacionado a mi miedo a olvidar, porque en mi familia todos pierden la memoria. De ahí, sale este documental que explora la memoria desde todos los puntos.

Macanao. Duración: 12min

Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Domingo 19 de noviembre.  Los Gallegos Shopping – Sala 2, 16:00 horas.

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