Catherine Millet, la autora francesa que supo impactar con La vida sexual de Catherine M (es decir, la suya propia), libro en el que habla abiertamente de su adicción al sexo, se vuelca ahora sobre la vida de otro escritor que en su tiempo causó escándalo por la franqueza con la cual trató la sexualidad femenina: el inglés D. H. Lawrence, autor del clásico El amante de Lady Chatterley.
Aimer Lawrence (Amar a Lawrence; Flammarion, acaba de publicarse en Francia y seguramente pronto habrá una traducción española) es un estudio profundo de la vida y obra del escritor. Millet, que comparte con el autor el deseo de entender y relatar el acto y los comportamientos sexuales, analiza a Lawrence a la luz de su propia experiencia y viceversa. Describe la vida del autor inglés refiriéndose en especial "a las mujeres libres" que, dice, le inspiraron a sus heroínas.
El amante de Lady Chatterley, la novela más emblemática de D.H.Lawrence (nombre completo: David Herbert Richards Lawrence), fue incluida en la selección de grandes clásicos del siglo XX del diario Le Monde y de la prestigiosa librería FNAC, por ejemplo, junto a La montaña mágica, En busca del tiempo perdido, El extranjero o Por quién doblan las campanas, entre otras.
Pero la obra más célebre de D.H.Lawrence estuvo prohibida en su tiempo, por la forma explícita y nada habitual entonces con que se refería a las relaciones sexuales. El libro se publicó por primera vez en Florencia en 1928 pero en Inglaterra hubo que esperar a 1960…
"Me lancé a La vida sexual de Catherine M. -dijo la autora en una entrevista con Madame Figaro– porque me parecía que faltaba un escrito descriptivo preciso del acto sexual y de los comportamientos sexuales desde el punto de vista de la mujer. Escribir, para mí, es describir lo que no ha sido descrito. Y quedé estupefacta al leer a Lawrence, en particular El amante de Lady Chatterley, no sólo por las descripciones del acto sexual desde el punto de vista de una mujer, sino también por las del orgasmo, muy perturbadoras por su precisión". Y deduce: "No pudo haberlo hecho, pienso, sino interrogando a las mujeres que lo rodeaban".
Es que allí radica verdaderamente lo admirable de esta novela: la capacidad del autor para interpretar la psiquis femenina en relación con actos tan íntimos. No se trata sólo de las sensaciones físicas sino de los pensamientos más personales que están reflejados como sólo una mujer puede experimentarlos.
Calificar a El amante de Lady Chatterley como novela erótica es, de mínima, reduccionista, parcial, pero ha sido muy frecuente. Tampoco faltó una versión cinematográfica en esa línea con Sylvia Kristel -cuándo no- como protagonista. En palabras de Catherine Millet: "Contrariamente a lo que algunos imaginan, Lawrence no escribió obras eróticas evocando de modo hedonista el placer sexual, que se puedan leer para responder a los fantasmas y alimentar los deseos propios. Escribió para comprender la sexualidad y procedió con método, empezando por hablar de lo que no estaba funcionando…". Es decir, de la insatisfacción, para luego abordar la satisfacción.
Antes, dice Millet, "se hablaba del placer rodeándolo de poesía, de metáforas, mientras que Lawrence aborda la cuestión sexual desde el punto de vista, si no de la ciencia, al menos de la experiencia, y con una precisión extraordinaria, incluso en los detalles más prosaicos".
"Él reveló -agrega- las dificultades para mujeres muy brillantes de entregarse al amor. El amor es un sometimiento, y una mujer que se encuentra en una situación social, si no de poder o de dominio, al menos de afirmación de su personalidad, puede vivir de una manera muy contradictoria su sentimiento amoroso, ya que puede hacerle sentir temor por perder una autonomía que piensa haber ganado a un alto precio". "Esta contradicción revelada por Lawrence sigue siendo válida hoy en día", sostiene la autora.
En efecto, hay algo que Lawrence percibe muy bien y que Millet describe así: "El placer causa temor porque es un abandono de sí. Y quizás las mujeres son más reticentes que los hombres porque tienen un gran control de sí mismas", inclusive, y aquí hay una gran diferencia con el hombre, "durante las relaciones amorosas o sexuales".
"Se lo ve bien en Lawrence cuando Lady Chatterly, la segunda o tercera vez que tiene relaciones con Mellors, razona mientras abandona su cuerpo a ese hombre. 'Soy una arrastrada, al entregarme tan fácilmente', piensa", ejemplifica.
Un párrafo ilustra muy bien este autocontrol y hasta la distancia de la situación, en uno de los primeros encuentros de Lady Chatterley con su amante: "Se sentía un poco al margen -escribe Lawrence-. Y sabía que en parte sólo ella tenía la culpa. Ella misma había buscado aquella distancia. Y ahora estaba quizás condenada a ella. Se mantuvo inmóvil, sintiendo sus movimientos dentro de ella, su intensa concentración (…). Aquel movimiento de las nalgas era desde luego un poco ridículo. Si se era mujer y se consideraba aquello desde alguna distancia, no cabía duda de que el movimiento de las nalgas del hombre era absolutamente ridículo. ¡No cabía duda de que el hombre era intensamente ridículo en aquella postura y en aquel acto!"
EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY – Tráiler de la versión de la BBC
"Sorprende (en Lawrence) la falta de punto de vista masculino -sigue diciendo Millet-. No hay descripción del orgasmo experimentado por Mellors, el amante de Lady Chatterly, en paralelo con el de ella, y eso se relaciona con el hecho de que el verdadero tema de Lawrence eran las mujeres, en particular esas mujeres que él frecuentaba. Tuvo muchas amigas que vivían de la novela, trabajaban, creaban -era muy cercano a Katherine Mansfield, por ejemplo-. Su tema es antes que nada la emergencia de las mujeres en la vida social, con sus reivindicaciones profesionales, políticas, etcétera, pero también sexuales".
Para escribir este libro, que combina crítica literaria, biografía y autobiografía, Catherine Millet estudió durante dos años las novelas, las poesías, los ensayos y la correspondencia de D.H.Lawrence, "uno de los más vastos inventarios de figuras femeninas y uno de los más escrupulosos observatorios de los comportamientos femeninos de la historia de la literatura".
El suyo es un homenaje a un precursor de la escritura sobre el placer pero también sobre la libertad femenina.
"En vida, Lawrence fue acusado de todos los males: falta de elegancia, inmoralidad, ¡e incluso espionaje! La posteridad no fue necesariamente más indulgente. Desde su muerte en 1930, fue simplemente olvidado, sobre todo en Francia, donde sólo se conoce su famoso El amante de Lady Chatterly, y no necesariamente por las buenas razones", dice en su reseña Rémi Bonnet.
Y agrega: "Su estilo evitaba la gracia y las metáforas complicadas, pero eso no le impedía hacer surgir poesía, allí donde uno no se lo espera. A través de sus líneas, se comprende que su visión del amor y de la sexualidad era muy controvertida ya hace un siglo. Lo más sorprendente es que genera polémica todavía hoy, incluso posmortem. Totalmente inclasificable, su pensamiento nunca pudo ser recuperado por ninguna capilla. Se cierra Aimer Lawrence con la impresión de haber aprendido algo y, sobre todo, queriendo abrir una novela -cualquiera- de este D.H. Laurence decididamente malquerido".
Para Millet, es en la description del goce femenino donde más se luce Lawrence, que además destaca el apresuramiento del hombre, que suele pensar sólo en su propio placer. Un siglo después de que Lawrence escribiera estas cosas, dice la escritora. no hay mucho de nuevo bajo el sol. "Los buenos amantes son escasos", sentencia.
Mini apéndice
Para concluir, un párrafo imperdible sobre las disquisiciones de Constance, antes de ser Lady Chatterley y, antes, mucho antes, de conocer a su amante:
"Las charlas, las discusiones, eran lo más importante; hacer el amor y las relaciones afectivas eran sólo una especie de reversión primitiva y un algo de anticlímax. Después, una se sentía menos enamorada del chico y un poco inclinada a odiarle, como si se hubiera entrometido en la vida privada y la libertad interior de una. Porque, desde luego, siendo chica, toda la dignidad y sentido de la vida de una consistía en el logro de una absoluta, perfecta, pura y noble libertad. (…) Y, por mucho que se sentimentalizara, este asunto del sexo era una de las relaciones y ataduras más antiguas y sórdidas. Los poetas que lo glorificaban eran hombres la mayoría. Las mujeres siempre habían sabido que había algo mejor, algo más elevado. Y ahora lo sabían con más certeza que nunca. La libertad hermosa y pura de una mujer era infinitamente más maravillosa que cualquier amor sexual. La única desgracia era que los hombres estuvieran tan retrasados en este asunto con respecto a las mujeres. Insistían en la cosa del sexo como perros. Y una mujer tenía que ceder. Un hombre era como un niño en sus apetitos. Una mujer tenía que concederle lo que quería, o, como un niño, probablemente se volvería desagradable, escaparía y destrozaría lo que era una relación muy agradable. Pero una mujer podía ceder ante un hombre sin someter su yo interno y libre. Eso era algo de lo que los poetas y los que hablaban sobre el sexo no parecían haberse dado cuenta suficientemente. Una mujer podía tomar a un hombre sin caer realmente en su poder. Más bien podía utilizar aquella cosa del sexo para adquirir poder sobre él. Porque sólo tenía que mantenerse al margen durante la relación sexual y dejarle acabar y gastarse, sin llegar ella misma a la crisis; y luego podía ella prolongar la conexión y llegar a su orgasmo y crisis mientras él no era más que su instrumento."
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