La ola de denuncias de abuso sexual que sacude a Hollywood se volvió parte del paisaje cotidiano de las secciones de espectáculos en los medios del mundo. Podríamos despertarnos cada mañana y jugar a apostar a cuál de nuestros ídolos del cine, de la televisión, de la música, de la literatura o de la pintura vamos a tener que bajar de nuestro humilde -y personalísimo- pedestal de la admiración.
Los testimonios publicados por The New York Times sobre Louis CK fueron un golpe duro para muchos de los que jugábamos con cierta liviandad a hacer esas apuestas. El comediante y guionista era un verdadero genio del humor, un tipo capaz de hablarnos con una agudeza inusual sobre nuestras miserias y nuestros éxitos, de sacudirnos los prejuicios de encima hablando sobre la religión, la muerte y, claro, también y mucho sobre el sexo.
Las denuncias contra él nos descolocaron y nos dolieron más que otras porque durante todo este tiempo nos habíamos recostado en la seguridad que nos daba creerle esa postura que, ante todo, era profundamente crítica del mundo en el que vivimos. Habíamos creído su posición progresista y feminista, y nos habíamos reído a carcajadas de sus chistes sobre tipos a los que cualquier cosa los estimulaba para una buena masturbación. Siempre pensamos -o quisimos pensar- que Louis CK hablaba de un "otro" que no nos gustaba. Que el arquetipo del estadounidense blanco y cuarentón del que nos reíamos tanto no tenía nada que ver con él, sino con algún miserable a años luz de distancia.
Ahora que sabemos que su arte hablaba de él mismo y de sus propias vivencias cuesta volver mirarlo de la misma manera. Porque resultó que su obra no estaba tan separada de su experiencia como nosotros suponíamos, y la paradoja consiste en que, incluso con esa certeza sobre nuestras conciencias, sucede que encontramos un poco ridículo borrarlo de nuestras vidas, romper lazos con nuestro ídolo.
Es lo que hizo la industria del espectáculo con una velocidad de reacción que dice mucho sobre el momento que atraviesa el mundo en relación a los derechos de las mujeres, la violencia sexual, la discriminación de género y tantos otros temas que cada vez aparecen con más fuerza en las conversaciones cotidianas y se cuelan más punzantes en los medios de comunicación.
¿Qué efectos tuvo, en ese contexto, la decisión de Netflix de rescindir el contrato de Kevin Spacey, la de la academia de cine y de televisión de Hollywood de expulsar a Harvey Weinstein, o en el caso de HBO y Louis CK, la de borrar todo el contenido del humorista de sus plataformas online? ¿Acaso vivimos ahora en un mundo con menos violencia?
En principio el objetivo más claro fue el de sacarse el problema de encima en un contexto complejo. Pierre Bourdieu lo explicó años atrás en su libro Sobre la Televisión, en el que relativizaba el poder de las líneas editoriales de los medios de comunicación en relación a lo que él llamaba "el poder de las audiencias". Y no hay dudas de que las mujeres hoy son una audiencia poderosa.
En segundo lugar, es una reacción que habla de la crueldad de la sociedad del espectáculo: la historia de los hombres regresa impiadosa para vengarse de los personajes que montaron sobre ellos. La posición de la industria al desplazar a los denunciados se ve enaltecida ante los casos que se acumulan como piezas de dominó, aún cuando (vamos) estamos ante una estructura inherentemente abusiva, de las más misóginas y violentas para con las mujeres que existen. Quizás, vale arriesgar, para terminar con los abusos en Hollywood es necesario terminar con Hollywood mismo.
Pero algo cambió y difícilmente haya retorno. Apenas unos años atrás, el director de cine Roman Polanski tuvo, ante la denuncia de haber violado a una niña de 13 años, un altercado menor con la justicia suiza, para continuar sin mayores inconvenientes con su carrera en París hasta el día de hoy. Un importante número de directores -entre ellos Pedro Almodóvar, David Lynch y Alejandro González Iñárritu-, pero también figuras femeninas de la industria del cine -como Mónica Bellucci y Asia Argento, por ejemplo- firmaron entonces una carta en defensa del director de El Inquilino en el marco de una campaña contra la posibilidad de que sea extraditado a los Estados Unidos -paradójicamente encabezada por el ahora eclipsado productor Harvey Weinstein-. Una reacción que hoy, por suerte, ya nos resulta difícil de imaginar.
Hay otro aspecto vinculado a la violencia sexual, más profundo y problemático, que tiene que ver con el poder. Así como hay muchos hombres que consideran que tienen un derecho por sobre sus esposas que los habilita al maltrato y al abuso, e incluso están los que, sin ningún tipo de vínculo mediante, consideran que pueden decirle cualquier cosa de índole sexual a las mujeres que se crucen en su camino, las denuncias de abuso en Hollywood pusieron en el banquillo a hombres poderosos. Y aunque muchos de nosotros estemos convencidos de que la violencia de género es un problema social de características estructurales -al que llamamos patriarcado y que existe ineludiblemente en el capitalismo-, también es cierto que estamos ante formas de violencia ejercidas por hombres individuales con responsabilidad sobre sus actos y sobre los efectos que los mismos tienen sobre sus víctimas.
Por eso, vale un pequeñísimo reconocimiento al descargo de Louis CK que está lejos de ser exculpatorio. A diferencia de otras declaraciones de hombres en su misma situación, el humorista reconoció algo que está en el centro de la problemática: la idea de que la violencia sexual está irremediablemente mediada por el poder. "…Más tarde aprendí en la vida, demasiado tarde, que cuando tienes poder sobre la otra persona, preguntarle si puedes mostrarle el pene no es verdaderamente una pregunta", escribió. Y es un buen punto de partida.
Estamos ante un clima de época que hay que celebrar. El ejercicio de la resignificación de episodios pasados que están haciendo muchas mujeres tiene un aspecto profundamente progresivo en la medida en que nos permite replantear(nos) conductas sociales que antes teníamos naturalizadas. Sin embargo, resulta problemático pensar los llamados "escraches" públicos como una especie de solución que nos deje de algún modo satisfechos. Porque si bien se trata de una respuesta muchas veces no pensada, individual y hasta catártica, cuesta creer que un problema social como la violencia de género pueda resolverse por la vía de las "purgas", como si alguna transformación radical del estado de cosas existentes podría llegar por ese camino. ¿A cuántos estamos dispuestos a purgar? El día que los purguemos a todos, ¿estaremos entonces en condiciones de decir que ganamos?
A los que no nos interesa desconfiar de las denuncias, poner en cuestión los testimonios de las víctimas o idolatrar de forma acrítica a los talentosos que nos hacen reír y llorar, pensar, cantar y bailar o, a veces, simplemente contemplar, se nos abre un dilema que, aunque no nos guste, nos habla de la moral. Por ahora y de manera preliminar, preferimos tratar de separar al artista de su obra -¿no lo hicimos ya millones de veces justificando conductas y tratando de explicarlas a través de una época?-. En el caso de Louis CK, no estamos seguros de si podremos con ese ejercicio racional. El contexto y su propia obra nos dejaron la tarea difícil.
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