Algunos suelen creer que las reivindicaciones de género empezaron en los 60 con la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y en Europa, pero lo cierto es que toda lucha tiene su antecedente histórico que puede remontarnos cien años, o incluso varios siglos atrás. Lo histórico es variable: la ley de matrimonio igualitario, decretada en 2010 en Argentina, fue un hito histórico y, para algunos, puede ser igualada al derecho al voto de las mujeres. El periodista Bruno Bimbi sabe de esto: fue uno de los responsables de la estrategia política de esa ley y ahora está haciendo lo mismo en Brasil, donde reside; además el próximo 15 de noviembre presenta su nuevo libro, El fin del armario: lesbianas, gays, bisexuales y trans en el siglo XXI; antes había hecho lo mismo sobre las intrigas, tensiones y secretos que llevaron a la promulgación del matrimonio igualitario. Pero a veces poner excesivamente el ojo en lo contemporáneo puede llevar a eludir ciertos hechos históricos. El pasado, como escribió el escritor y psicoanalista Germán García, es "énfasis"; énfasis sobre lo que queremos decir sobre el presente cuando lo citamos. Y la historia de Elena o Eleno de Céspedes, quizá el primer transgénero que protagonizó el primer matrimonio igualitario del que se tenga memoria, sirva para ello.
Tal como consigna el libro Vidas infames: herejes y criptojudíos ante la Inquisición, de los profesores universitarios expertos en cultura hispánica Richard L. Kagan y Abigail Dyer, entre el siglo XVI y el XVII el tribunal del Santo Oficio obligaba a los acusados a hacer una "confesión completa y exhaustiva" de sus vidas, cosa que no sólo dio inicio a la autobiografía moderna, sino también a que se conservaran historias que de otra manera se hubieran perdido. Una de ellas es la de Elena o Eleno. Pero antes, para dar una idea de cómo se llegaba a juicio, primero había una denuncia anónima, que podía ser hecha por un vecino o incluso un amigo, los inquisidores "comenzaban una investigación sobre las supuestas herejías del acusado. Se entrevistaban con testigos y personas cuya proximidad con el acusado fuera conocida, conduciendo las declaraciones con el máximo secreto". Era tanto el sigilo de estos procedimientos que los testigos juraban no revelar nunca sus testimonios y los investigadores tampoco informaban a los acusados, a no ser que estas declaraciones confirmasen la denuncia inicial, en tal caso se los detenía y eran interrogados con esta primera pregunta: "¿Por qué cree que usted ha sido arrestado?". Jamás se les imputaba un delito y en esta primera audiencia de tres en total "los inquisidores planteaban una serie de preguntas rutinarias a los acusados, entre las que figuraba la petición de un relato de sus vidas", con el fin de obtener esa "confesión completa y exhaustiva". De este modo los inquisidores a través de escribanos iban registrando las autobiografías de los acusados. Después de la tercera audiencia éstos tenían derecho a torturarlos. Gracias a este procedimiento inquisitorial a Elena de Céspedes, que duró entre julio de 1587 y diciembre de 1588, sabemos de su vida, que ha sido material para una novela histórica, Esclava de nadie (2010), del español Agustín Sánchez Vidal, una obra de teatro, una reciente biografía (Elena o Eleno de Céspedes: un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer, en la España de Felipe II, de Ignacio Luis Rodríguez) y una no tan amplia gama de estudios de género.
Hacia 1545, en un pueblo de España de cuyo nombre no me puedo acordar nació una esclava mulata. Su amo, Benito de Medina, pronto la liberó. A la edad de ocho o diez años la hija de Medina se casó y la esclava liberta, aún sin nombre, se fue a vivir con ella como sirvienta; luego de dos años regresó a vivir con Medina y su esposa llamada Elena de Céspedes, pero ella murió y debido a eso tomó su nombre. Decidió entonces ir a vivir con su madre, donde aprendió a tejer. A los quince años se casó con Cristóbal Lombardo. "Con él", como cuenta ella en las actas inquisitoriales, "hice vida [maridable] como tres meses, poco más o menos, y porque me llevaba mal con él, él se ausentó y se fue. Quedé sola, y preñada". Al poco tiempo murió su madre y se marchó a Granada, donde estuvo unos meses en casa del tesorero de la Capilla Real de esa ciudad. Como tejedora –oficio que por esa época estaba emparentada con la cirugía– se dedicó a la sastrería y la calcetería. Peregrinó por varios pueblos practicando estos oficios, en uno de ellos tuvo una riña con un proxeneta y estuvo en la cárcel por amenazas; al salir de ella decidió "andar en hábito de hombre, y dejé el de mujer, que hasta allí siempre traje", pero no está claro si el temor o la protección que imaginó que le daban la ropas de varón fueron las únicas razones para ello.
Elena, ahora sin nombre y con ropas de varón, volvió a su peregrinaje, esta vez trabajando en la labranza y el pastoreo. Fue en esta época cuando alguien sospechó que era homosexual y fue otra vez llevada a la cárcel, donde por suerte un vecino de su pueblo natal dijo que no era homosexual sino Elena de Céspedes. Nuevamente en libertad y como era costumbre entre los sacerdotes, uno de ellos la empleó en su casa, pero la obligó a vestirse con ropas de mujer. En esa casa Elena tuvo una relación con la hermana del sacerdote, relación que le valió la expulsión de ahí. Justo en ese momento los moros de Granada se levantaban y Elena volvió a adoptar las prendas de varón y se marchó a la guerra, haciéndose llamar simplemente Céspede y enrolándose como soldado "con el duque de Arcos en su compañía hasta que acabó la guerra [de Alpujarras, 1568-1670]", luego de lo cual volvió al pueblo de Arcos a practicar su oficio de sastre.
De vuelta en sus peregrinajes y siempre en el mismo oficio y con las mismas ropas de varón, llegó a la corte real que recién se había instalado en Madrid: "Tomé amistad con un valenciano, cirujano y él me llevó a su casa por huésped. Comenzó a darme lecciones de curar, y aprendí bien, dentro de pocos días curaba tan bien como el mismo cirujano". Tenía en esa época poco más de veinticinco años. Dejó el oficio de sastre y comenzó a practicar la cirugía en el hospital de la corte "asistiendo y practicando en él como tres años, al cabo de los cuales me fui al Escorial a curar a Obregón, que era un criado de Su Majestad, y comencé a curar públicamente y andaba por aquellos lugares de La Serranía curando más de dos años". Por esos años la cirugía y la medicina eran prácticas separadas y a la vez complementarias: la medicina se enseñaba en la universidad mientras que la cirugía se aprendía como oficio y tenía un estatus inferior, de este modo los cirujanos se encargaban de las heridas, purgaciones y extracción de muelas. Se fue a otro pueblo donde estuvo practicando la cirugía y donde por primera vez se enamoró de una mujer, de una viuda llamada Isabel Ortiz, a quien le propuso matrimonio, pero ella no aceptó.
Triste, fija su mirada en los soldados y se dedica a sanar sus heridas, como si en esas heridas estuvieran las suyas. Otra vez a la deriva recorre pueblo tras pueblo, hasta que estando en Campozuelos se enferma, y las casualidades del destino hicieron que fuera huésped de Francisco del Caño. La vida de Céspedes iba a cambiar drásticamente, porque allí conoció a la hija de Del Caño, María, de quien se enamoró y "la pedí por mujer a sus padres y ellos dijeron que sí". Como el derecho canónico regía las relaciones entre las personas fue a Madrid para pedir licencia al vicario y así poder casarse, además era muy importante "hacer las amonestaciones", que era el modo en que se avisaba públicamente en las parroquias vecinas del compromiso, con el fin de que si alguien conociera algún "impedimento canónico" para que no se llevara a cabo lo hicieran saber. Cuando se entrevistó con el vicario, éste le preguntó por qué era tan lampiño y si era capón. Eleno, a esa altura ya había asumido ese nombre, fue examinado por tres hombres, que determinaron que era varón y que no era eunuco. El vicario entonces autorizó su matrimonio, y se hicieron las amonestaciones. Transcurrido un tiempo apareció Isabel Ortiz diciendo que él ya le había ofrecido matrimonio. Pero el rumor de que era macho y hembra lo obligó a regresar a la corte, donde dos médicos quisieron examinarlo, pero como era conocido ahí decidió que tal examen ocurriera en Toledo.
Antes de llegar tomó una decisión algo extrema: cosió sus labios inferiores para ocultar su "propia natura de mujer", y así se expuso ante los médicos y autoridades de esa ciudad, y "ninguno de ellos pudo meter el dedo ni conocer que yo tuviese sexo de mujer, y aunque es verdad que tentaban una duraçen del arrugamiento que había hecho, y me preguntaban qué era aquello, yo les respondí que una almorrana que había tenido allí o apostema, me había dado allí un botón de fuego y me había quedado aquella dureza". Sus conocimientos de medicina le ayudaron para que los expertos determinaran que no tenía sexo de mujer y "diciendo que era hombre" volvió a Madrid, le presentó el informe al vicario, quien hizo que la volviesen a revisar. Eleno repitió el procedimiento quirúrgico y con los labios cosidos se presentó ante los expertos de Madrid con idéntico resultado. Con la licencia se pudo, por fin, casar con María del Caño en Campozuelos.
Fue así como casi a la edad de cuarenta años Eleno de Céspedes contrajo matrimonio con María del Caño. Dicen que fue una ceremonia sencilla pero linda. Pronto debido a que en un pueblo aledaño no había cirujano, la feliz pareja se mudó allí, y mientras Eleno trabajaba en su oficio sanador, María se dedicaba a las labores domésticas, pero no fue una pareja de mujer y mujer, porque Eleno se asumía varón, y según se supo después, la penetraba a María con un dildo (consolador) de madera forrado en cuero. María se había casado virgen y era inexperta, y cuando fue interrogada por la Inquisición, señaló que tenía relaciones con su marido, pero que nunca había visto su pene. Podría decirse que la vida sexual de la pareja era, en apariencia, como la de cualquier pareja heterosexual, salvo que no se trataba de una pareja heterosexual. Pero surgieron los problemas, o mejor dicho, el pasado de Eleno se hizo presente. Un día el alcalde de ese pueblo recordó haberlo visto vestido de mujer en la guerra de Granada y le escribió al corregidor contándole que se decía que era macho y hembra. El corregidor tomó nota y tramitó la acusación de sodomía en contra de Elena ante el Santo Oficio.
El delito de sodomía, que incluía todas las actividades sexuales que no estaban destinadas a la reproducción, era un cargo capital, pero además el corregidor agregó a ese cargo el de engaño a su mujer. Eleno se defendió en un tribunal laico de su pueblo argumentando que era hombre y que como tal no había engañado a nadie y que había tenido relaciones con otras mujeres "por naturaleza, no antinaturalmente". En otro momento le preguntaron si había sido hermafrodita y su respuesta fue la siguiente: "En realidad, de verdad, soy, y fui hermafrodita, que tuve y tengo dos naturas, una de hombre, y otra de mujer. Lo que pasó es que cuando yo parí, como tengo dicho, con la fuerza que puse en el parto me le rompió un pellejo que tenía sobre el caño de la orina, y me salió una cabeza como medio dedo pulgar, que parecía en su hechura cabeza de miembro de hombre". Es decir la maternidad la convirtió, según ella, en macho. En el resto de su declaración explica cómo cuando aún era sastre empezó a sentir atracción por las mujeres, específicamente por Ana de Albánchez, a quien no sólo besó sino que también se echó encima de ella. También reconoció haber tenido relaciones con la hermana del sacerdote que lo había albergado tiempo atrás. Sin embargo advierte que sólo su mujer y Ana de Albánchez conocían de su parte femenina.
Según los historiadores Kagan y Dyer, aún para la época, el testimonio de Eleno de Céspedes era poco consistente: "Declara que el corregidor de Arcos descubrió que era mujer y le obligó a utilizar un atuendo femenino y a trabajar como sirvienta en casa del sacerdote. Cuando volvió a Arcos después de haber ido a la guerra, volvió vestido de hombre, pero 'todo el mundo sabía' que era una mujer". De acuerdo a esto, estos historiadores sugieren que las autoridades locales le permitieron vivir como un hombre pero con la advertencia de que en su local debía colgar un cartel que decía "sastra". En este punto vale la pena preguntarse si las autoridades estaban al tanto de la sexualidad de Eleno, ¿por qué en plena Inquisición lo dejaron vivir tranquilo? ¿O es que en un momento hubo conductas que se podían tolerar y en otro no?
Más allá de esto, Eleno era una persona que aprendía rápido y estaba atento a todo: por ejemplo estaba al tanto de los casos de hermafroditismo que la ciencia discutía y tal argumento lo usó en su favor durante su juicio. La poca consistencia de sus testimonios de la que hablan los historiadores era pura sagacidad para adaptarse a los vaivenes del proceso judicial. Por ejemplo, cuando le preguntan por qué no tenía pene, responde que el miembro que le había salido después del parto "se me acabó de caer poco más de quince días, y lo que en esto pasa es que antes de Nuestra Señora de agosto [el día 15] pasado, a mí me dio un flujo de sangre por mis partes naturales de mujer, y por la trasera, y luego me dio un dolor grande de riñones, y me llagó por andar en caballo por la raíz de mi miembro, y me le enmustió el miembro, volviéndose ello como de esponja, y me lo fui cortando poco a poco, de manera que habiendo a quedar sin ello". Cuando le preguntan por sus testículos, responde aún más sagazmente que éstos son internos, es decir, invisibles. La mujer de Eleno declaró no haber tocado nunca su pene, por vergüenza, aunque sí lo había sentido. Las sospechas de los inquisidores era que usaba alguna clase de dildo o consolador, y se lo consultaron a María, quien sólo respondió que de vez en cuando tocaba su "naturaleza" con la mano, justo después de copular.
Pese a su defensa de hermafroditismo, Eleno de Céspedes fue condenado por los cargos de brujería y falta de respeto hacia el sacramento del matrimonio a doscientos latigazos no demasiado fuertes, humillación pública y a trabajar durante diez años en un hospital de caridad como cirujano, "sin remuneración alguna y vestida con atuendo de mujer". En parte tuvo suerte y en otra parte supo llevar el juicio a su favor, ya que el cargo de sodomía lo hubiera llevado a la muerte. Para los autores de Vidas infames, el juicio de Eleno muestra una época "en que las normas sobre conducta sexual estaban estrictamente reguladas en el derecho real, inquisitorial y canónico" y si bien existía una tendencia "a hacer la vista gorda, así como quitarle importancia a transgresiones sexuales moderadas, esto no explica la entusiasta recepción que recibió Elena después del juicio inquisitorial". Y es que Eleno obtuvo una fama no buscada, ya que muchas personas se iban a atender con ella en el hospital donde cumplía su condena; en una carta el administrador de este hospital se quejó de la cantidad de gente que la iba a ver "de forma tumultuosa" y pidió que la trasladasen a otro recinto para volver a trabajar con tranquilidad.
En julio de este año se cumplieron 430 años desde el inicio del juicio a Eleno de Céspedes, esclava, sastre, cirujano, esposo, y todavía hoy se sigue juzgando a personas transgénero, inclusive en algunos países el matrimonio igualitario es mirado de la misma forma. A veces pareciera que los ejemplos que entrega la historia no sirven para nada, porque ciertas sociedades son refractarias a ellos y se resisten a cambiar. Con todo, la figura de Eleno es tan fuerte, tan atractiva, y sus peripecias son tantas, que resulta difícil abstraerse de ella después de conocer parte de su vida.
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