Una delicada y crepuscular canción de amor de Joan Didion, la viuda de todo

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Joan Didion es una maestra
Joan Didion es una maestra de la crónica

Cuando me enteré de que finalmente había salido el cargo que me habían ofrecido en la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes decidí traducir para mis aún desconocidos alumnos "El álbum blanco" de Joan Didion. Era un taller de crónica lo que tenía que dar, y esa era (es) mi crónica favorita del mundo mundial. La primera frase es una de las más conocidas de Didion, un poco gastada quizás para los que ya la escuchamos citada muchas veces, pero irresistible para quien se la cruza por primera vez: "Nos contamos historias para poder vivir". Es casi teatral empezar un texto así. Didion es experta en esos gestos.

Hay autores que escriben como directores de cine o como pintores. Didion, para mí, escribe como una actriz. En la conciencia de la teatralidad, en esa sensación de que sabe lo que produce cada frase y cada pausa (trabaja, como los actores, también en los silencios, en los blancos de la página), pero también en esa especie de falsa revelación a la que nos somete en cada texto. Didion se expone: nos muestra todas sus cartas. No retacea información, no juega con el suspenso: nos abre la puerta a su manera de pensar y de sentir, nos deja acompañarla en el proceso por el cual ella misma aprende a hacer sentido sobre algo, se trate de California, de John Wayne, de una guerrilla centroamericana o de la pérdida. Nos muestra todo y sin embargo nos queda la sensación de que hay algo por descubrir, algo sagrado que ella roza, pero que no se puede tocar, que no se puede decir ni saber. Nos está llevando lo más cerca del sentido de la experiencia que se puede, pero siempre queda una pregunta, un misterio. En esa revelación siempre incompleta está su atractivo más grande. Por eso brillan tanto sus dos últimos libros: El año del pensamiento mágico, el que escribió sobre la muerte de su marido y compañero de toda la vida John Dunne, y Noches azules, sobre la muerte casi inmediata de su hija Quintana Roo. La muerte del otro es una experiencia casi tan inasible como la propia muerte: Didion es experta en lo inasible. Sabe que no puede venir a explicarnos nada, y ni siquiera lo va a intentar. Viene a contarnos sus historias porque es la única forma que tiene, ya nos lo había dicho en esa crónica de 1979, de seguir viviendo.

Joan Didion con su marido
Joan Didion con su marido John Dunne y su hija Quintana

Cuando llegó el momento de darles el texto a mis alumnos, sin embargo, me asaltó la duda. Al releerlo, me pareció evidente que tal vez no era un texto que fuera a seducir a un grupo de jóvenes idealistas e ilusionados. "El álbum blanco" es una crónica muy representativa de cierta época de la escritura de Didion, cuando todavía era más famosa por su mirada sobre otros que por su mirada sobre sí misma: habla mucho sobre sí misma, por supuesto, pero lo hace para hablar de otra cosa. Fundamentalmente, de la California del verano del amor, de las tensiones sociales que escondían el sol radiante, la música de los Doors y los viajes de ácido, esa oscuridad que explotó, dice ella, con los asesinatos del clan Manson, el último clavo en el cajón de la década del '60. Didion, neurasténica e hipersensible, con menos de 40 kilos, así frágil y bonita como se la conoce, siguió el caso Manson muy de cerca; tanto que incluso terminó, ni ella sabe cómo, yendo de shopping a comprarle un vestido a Linda Kasabian, integrante del clan Manson y una de las testigos principales del caso, cuando su abogado dijo que nada de lo que Linda tenía para ponerse era adecuado para el juicio. Es un texto duro con la década, con la mentira el amor libre y los clichés de la militancia, que parece escrito a la distancia del tiempo. Pero es que eso tuvo Didion siempre: la posibilidad de estar muy adentro, y al mismo tiempo, muy afuera de todos lados. Por supuesto yo estaba equivocada: mis alumnos la amaron, y fue uno de ellos el que me avisó que la película sobre ella ya estaba subida a Netflix.

Joan y John
Joan y John

Creo que lo mejor de Joan Didion: El centro cede, el documental que dirigió su sobrino Griffin Dunne (a quien muchos recordarán como el joven y desafortunado protagonista de Después de hora, esa canción que Martin Scorsese le dedicó a una Nueva York sombría y complicada que ya no existe porque la gente sombría y complicada ya no puede pagar sus alquileres), es que nos permite ver que Joan Didion sigue participando de esa ambigüedad. "Recordar lo que se sentía ser yo: ese es siempre el punto", lee Didion al final del documental, de un texto sobre la escritura que está publicado en su primer libro de ensayos, pero que es hoy más relevante que nunca para entenderla.

A través de una larga entrevista, material de archivo, conversaciones con amigos y expertos en su obra y lecturas muy bien elegidas de sus obras más emblemáticas, Joan Didion: El centro cede nos muestra la continuidad entre las dos Didion, la joven ambiciosa, sensible pero implacable que fue la figura femenina más importante del llamado Nuevo Periodismo y la viuda de todo, la sobreviviente máxima, la que siempre escribió como si no tuviera nada que perder y ahora se pregunta si le queda algo. Esta inclusión de las dos Didion no es solamente fiel a la verdad: es, además, narrativamente inteligente. Parte del atractivo de Joan Didion como protagonista de una tragedia es que ella nunca le tuvo miedo a nada, que jamás quiso calzarse ningún papel de víctima y de pronto se vio obligada a mirar al dolor a la cara. Y que lo hizo con ese mismo gesto intrépido con que miró a todo lo que le tocó mirar.

La película avanza de forma cronológica: la primera parte, la que reconstruye los primeros años de su carrera y su vida, será probablemente la más novedosa para los lectores argentinos, donde Didion es más conocida por sus últimos libros. Allí conocemos a la Didion estrella, que con un concurso de ensayos se ganó su primer trabajo en la revista Vogue, que se codeaba con los famosos e incluso enamoró nada menos que a Warren Beatty. Un gran momento es el testimonio de Harrison Ford, "actor y carpintero", dice el cartel debajo de él, que arregló una casa sobre la playa en la que el matrimonio Dunne-Didion vivió unos años, y cuenta que estaba profundamente agradecido de que lo dejaran pasar tiempo con toda esa gente que estaba, dice, tan por encima de su cabeza intelectualmente.

El otro punto alto, uno de los mejores de la película, es cuando Griffin le pregunta a Didion por una de las imágenes más célebres de su escritura: una nena de cinco años drogada con LSD, que se encontró investigando sobre los hippies para su célebre ensayo "Slouching Towards Betlehem" (algo así como "arrastrándose hacia Belén", una cita de un poema de Yeats). ¿Qué sentiste cuando viste eso?, le pregunta Griffin, y Didion piensa unos segundos antes de contestar: "fue…oro puro", le dice, "vivís para momentos como ese si estás escribiendo. Buenos o malos", aclara al final, como si tuviera miedo de parecer un monstruo. A la luz del presente me interesó también un tercer momento, en el que Griffin le recuerda a Didion la violación de una mujer blanca por un grupo de chicos negros y pobres, que se descubrió más tarde, fueron condenados injustamente. Griffin le pregunta por qué se interesó por ese caso en su momento y ella le contesta que era una historia "natural": "todo lo que se decía era mentira", dice como si hubiera sido obvio desde un principio, aunque solo ella lo vio. Mientras explica que era una historia que le servía a los ciudadanos más privilegiados de Nueva York para reforzar una versión del mundo que los favorecía se hace evidente que, sin necesidad de palabras rimbombantes, Didion ya escribía hace treinta años de eso que hoy se conoce como "posverdad".

Joan Didion y su hija
Joan Didion y su hija

La selección de citas que se leen en la película, una de los mejores decisiones de dirección, van sembrando los motivos más recurrentes a lo largo de la obra de Didion, incluyendo algunos que funcionan como una especie de profecías. El azar, la fatalidad y las ironías del destino aparecen en su imaginario desde el principio y no la abandonarán jamás. Una de las primeras historias que escribió, lee, era la de una mujer que pensaba que se iba a morir de frío en el Ártico y finalmente se daba cuenta de que estaba en el desierto y moriría deshidratada.

Otro relato que Dunne elige recuperar es el de los Donner, la familia que viajó junto con los antepasados de Didion hasta California pero eligió tomar un atajo desconocido y jamás llegó, una familia igual a la suya pero con peor suerte. A Didion la obsesionan las coincidencias y las arbitrariedades de la experiencia: por qué esto, por qué a mí, parece preguntarse cada vez que le sucede algo bueno o algo malo. Lo dice en algunos textos de forma bastante explícita: lo que le preocupa es el control, y no extraña, viniendo de una persona que durante tanto tiempo pareció controlarlo todo tan perfectamente: su imagen pensada hasta la médula, su trabajo impecable, su matrimonio complicado pero inamovible, su glamorosa vida social. El documental nos va llevando, entonces, al momento en que todo eso se desactiva.

Fiel a sí misma, Didion no llora nunca en cámara, pero por primera vez habla con bastante claridad sobre esas dos muertes de las que habría preferido solamente escribir. No es a la información a lo que parece tenerle miedo: habla del mal carácter de su marido, dice que no sabe lo que es enamorarse pero supo siempre que quería que "eso" que tenían continuara, habla del lado oscuro de su hija que siempre eligió no ver e incluso del posible alcoholismo de Quintana.

Joan Didion (Getty Images)
Joan Didion (Getty Images)

Griffin Dunne no buscó morbo ni culpas pero el que quiera encontrarlas las encontrará: Didion no le tiene miedo a eso. Pero también parecen entender, los dos, que eso no es lo más interesante que ella tiene para contar sobre el dolor. Lo más importante está en sus libros, pero el documental tiene algo para mostrarnos: lo que quedó de su propio cuerpo físico. El modo en que todas sus partes se mueven sin que ella lo decida y la manera en que finalmente elige mostrarse sin la máscara de su belleza juvenil y sus anteojos oscuros son la paradoja final que tiene para dejarnos Didion sobre cómo apropiarse de una historia que se te fue de las manos.

 

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