El 28 de junio, Juan José Saer cumpliría 80 años. Con la efeméride como norte, desde hace varios meses se está desarrollando una serie de actividades para festejar el "Año Saer", que culminará ese día. Ha habido charlas, presentaciones y muestras; en pocos días se inaugurará la exposición "Conexión Saer" en el Museo Rosa Galisteo de Santa Fe y en mayo habrá un congreso dedicado al autor de Glosa, en el que participarán Alan Pauls, María Teresa Gramuglio, Martín Kohan, Sergio Chejfec, entre otros.
También aparecieron libros. Beatriz Sarlo publicó en la Universidad Diego Portales (Chile) el ensayo Zona Saer, en el que no sólo hace visible la admiración que tenía hacia el autor de Nadie nada nunca, sino la amistad que ambos supieron forjar a lo largo de la vida. Y la editorial Mansalva publicó Una forma más real que la del mundo, la compilación de las poquísimas entrevistas que el escritor aceptó dar. Este volumen, al cuidado de Martín Prieto, es un testimonio del pensamiento literario de Juan José Saer.
Justamente Prieto es el curador del "Año Saer". Con el hablamos del legado de Juan José Saer.
—¿Por qué Juan José Saer sigue tan vigente?
—Los fenómenos los construyen los lectores. No hace tanto que se consolidó un público para la obra de Saer. Los primeros largos años, desde los 60 hasta, por lo menos, promediando los 80, fueron años de cierta oscuridad en relación al público. Yo siempre recuerdo que él, cuando estaba escribiendo Glosa, anotó en alguna parte: "No sé para quién escribo esto". Treinta y cinco años más tarde ya empezamos a saber para quién escribía: para un público no masivo, que le gusta leer literatura y que encuentra en sus novelas la construcción de personajes, la construcción de diálogos, la construcción de tramas.
—En Una forma más real que la del mundo, ese libro maravilloso que compila las entrevistas de Saer, él dice que Faulkner es el mejor de todos. ¿Es el modelo que toma?
—Faulkner es un modelo, Pavese es otro. En Saer se da una particularidad bastante poco común en los novelistas, que es la del poeta. El libro de poemas El arte de narrar es extraordinario. No es el libro de poemas de un narrador, es el de un poeta. Creo que él se pensaba como tal. En una entrevista que le hicimos con Jorge Fondebrider en "El diario de poesía" nos dijo: "La poesía es el arte literario por excelencia". Tenía una cuestión relacionada con la música de las palabras, la música de las frases. Él decía: "Cierro los ojos y escucho la música de la prosa de Borges". Y, como él era un provocador, cuando le pregunté por Cortázar me dijo: "No escucho nada, cierro los ojos y no escucho nada".
—Creo que es Sarlo en Zona Saer quien dice que las comas que les crecen a las páginas de Saer son casi saltos de versos.
—Saer tardó en ser leído, entre otras cosas, porque era difícil encontrarle el origen. En la época en que todos eran discípulos de Borges, Saer escribía, no solamente después de Borges, si no también después de Juan L. Ortiz. Imaginemos el aula magna de una universidad en la que Borges da una clase magistral. Todos los narradores argentinos van a esas clases. Y en un aulita del subsuelo está Juan L. Ortiz dando clases para 4 o 5 poetas. Saer va a las clases de Borges, pero cada tanto se escapa y lo va a escuchar a Juanele al subsuelo. Así arma una doble combinación, que es la de una obra eminentemente narrativa con un enorme peso poético en la construcción de las frases, en la música que consigue a través de los signos de puntuación. Saer no usa los signos de puntuación solamente en términos sintácticos, sino también en términos musicales.
—¿Podemos decir que Saer fundó una literatura?
—Hay que darle tiempo a la historia de la literatura. Ahora en el aula magna está Saer y los escritores y los narradores argentinos están yendo a esas clases. Pero tenemos que ver quién está dando clases en el subsuelo y quién se escapa para ir a escucharlo. Porque ahí se va a dar lo que podemos llamar "herencia creativa". Si no, lo que hay en principio, es puro epígono.
—Saer daba muy pocas entrevistas, pero era tajante e intervenía con fuerza. Recuerdo que una de sus grandes últimas polémicas fue con César Aira: ¿cómo hace un lector para leerlos a ambos?
—La disputa por la primacía en el campo literario de ningún modo debe hacernos tomar partido por uno u otro, porque son los dos más grandes escritores argentinos después de Borges. Creo que es una pelea muy legítima, pero a mí, El limonero real de ningún modo me quita El tilo, ni los cuentos de Aira me quitan los de Saer. Es gratificante participar de los mundos de cada uno y, por otra parte, el tiempo tal vez nos dirá que no son extremadamente divergentes.
—¿Cuánto influyen las lecturas de Piglia, Beatriz Sarlo y otros académicos en la constitución de un escritor como Juan José Saer?
—Ahora, en la Feria del Libro vamos a presentar El lugar de Saer, un libro muy importante que reúne los ensayos de María Teresa Gramuglio: desde una reseña de Cicatrices en 1969 hasta la presentación que hizo en Rosario sobre "Saer poeta" en el 2014. Hay un punto en esa trayectoria de Gramuglio como lectora de Saer muy relacionado con Piglia y Sarlo, que es cuando Beatriz toma la titularidad de la cátedra de Literatura Argentina de la Universidad de Buenos Aires a comienzos de la democracia, y llama a María Teresa Gramuglio como profesora adjunta. Beatriz toma la historia de la literatura argentina del siglo XX y María Teresa da solamente un curso sobre Saer. Esa osadía —recordemos que todavía no había aparecido Glosa— estaba respaldada por las intervenciones del grupo Punto de Vista, las notas de la misma María Teresa, de Ricardo Piglia, de Beatriz Sarlo, que fueron el acompañamiento intelectual crítico a la obra de Saer. Ahora todo se ve con más claridad, pero hace 30 años era una apuesta muy osada.
—Hasta entrar en el universo de Saer, sus novelas pueden ser un poco áridas.
—Es cierto, pero es una verdad tan cierta como para Faulkner, Roberto Arlt, Joyce y Flaubert. Los grandes escritores ofrecen resistencias. Son obras en las que es difícil entrar, pero es un desafío que a los grandes lectores les interesa. La resistencia puede ser de cualquier tipo: una complejidad lingüística, como en el caso de Joyce; puede ser, al contrario, por la facilidad, como pasa con Aira, que uno siente que patina sobre un suelo enjabonado; puede ser, como en el caso de Saer, por una especie de aburrimiento donde justamente las comas traban el desarrollo de la acción. Pero cuando uno atraviesa eso se encuentra con otra cosa. De cualquier manera, el mismo Saer dice en una de las entrevistas, que un gran escritor es aquel supera los propios principios de su obra. Y en un montón de novelas, como La ocasión o La grande, eso que sería lo constitutivo de Saer (las comas, la presión, la lentitud) desaparece por completo. Son novelas más narrativas, pero tan saerianas como las demás.
—Antes hablabas de la música en Saer, pero son muy importantes las imágenes también. Por ejemplo, "el cielo empedrado de nubes" y los cruces de calle en Glosa. Son componentes visuales que van más allá de una mera descripción.
—El 12 de abril inauguramos la exposición "Conexión Saer" en Santa. Y conseguimos un mapa de la ciudad en el que Saer, cuando va a Princeton, marca dónde suceden los escenarios de sus obras. Él da vuelta el mapa porque no quiere que se lea la palabra Santa Fe —porque en toda su obra la ciudad se llama "La ciudad", nunca se llama "Santa Fe"— y va poniendo el recorrido de Leto y el Matemático en Glosa, el bar de Cicatrices, la casa de Tomatis. El mapa nos los prestó Arcadio Díaz Quiñones, va a estar expuesto y lo digitalizamos para que el público, en una mesa táctil, pueda meterse por Santa Fe. Le agregamos párrafos de las novelas y, tentado por la tecnología, alguien propuso cargarle fotos también. Pero cuando vi, justamente en Glosa, la descripción del comienzo de la calle San Martín, cuando Leto baja del colectivo y pasa por el kiosco y va tomando por San Martín y pasan los autos y brillan, dije: "Cómo vamos a arruinar esto con una foto". Siguiendo con la cita del libro de entrevistas: "cómo voy a arruinar esto que es más real que el mundo con una foto del mundo". Hay imágenes de esa ciudad que pertenecen a la literatura de Saer y no a la realidad propiamente santafesina.
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