Estanislao Bachrach: "Hay chantas que se aprovechan de la moda de la neurociencia"

El popular biólogo, autor de dos best sellers de divulgación, habló con Infobae sobre cómo fue escribir su primera novela y por qué se generó un “boom” a partir de las disciplinas que estudian el cerebro. Dijo sentirse “incómodo” con que lo consideren un gurú

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Random es la primera novela que publica, ¿cómo fue ingresar en el terreno de la ficción con este trabajo, que tiene tantos puntos en común con su vida?

—Es una precuela de Ágilmente y En cambio, porque la escribí en 2002. Ese año yo estaba en Boston, trabajando en la Universidad de Harvard. Unos años antes, cuando vivía en Europa, me había enterado algunas cosas sobre mi abuelo. Una doble vida de mi abuelo que fue asesinado en 1982, durante la dictadura. Mediante esos documentos que recibí sobre quién era mi abuelo hice una investigación. Estando en Boston, me empezó a dar ganas de escribir cosas que había descubierto sobre él. Y a la tardecita me iba a un barcito en la plaza de Harvard a volcar estos hallazgos. Obviamente había muchos agujeros en la historia, cosas que no se sabían y me puse a inventar. Me puse a hacer ficción casi a modo terapéutico. En el hospital laburaba a la mañana y en la universidad daba clases a la noche. Estaba soltero, solo, y cuando no hacía deporte me ponía a escribir. Se fue dando un relato gigante y así empecé a contar un poco lo que pasaba en el mundo de la ciencia. Yo lo tenía muy idealizado y, como la novela cuenta, hay cosas no divertidas, no éticas, que pasan en la ciencia y que pasan en realidad en todos lados. Me gustó mezclar el mundo de mi abuelo y lo que le pasa el científico en su vida.

—¿Cuáles son estas decepciones de las que habla?

—Yo era un poco inocente. Las decepciones son las que pasan en cualquier trabajo. Hay gente que miente, hay gente corrupta, gente que roba, gente que maltrata. Yo tenía idealizado el mundo del científico como el mundo del noble, donde todo anda bien y se hace todo por la humanidad. Pero me encontré con gente que hacía las cosas mal.

—Diez años atrás tuvo una crisis que lo alejó de los laboratorios, ¿cómo fue este momento?

—El momento fue extremadamente duro. Difícil. Me estoy refiriendo a mucho dolor mental y físico. Venía de 17 años trabajando en el laboratorio, cambiando de países, de cultura, de idioma y de temas con mucho esfuerzo y sacrificio creyendo que lo hacía por pasión y en algún momento llegó esta crisis. Es una crisis que empieza en el laboratorio y después se traduce en mi vida y me hace replantearme si quería vivir como científico.

—¿Cuánto duró esta crisis?

—Se prolongó durante muchos años. Esto fue en 2005. Hoy, con el lanzamiento de la novela, vuelve un poco esa crisis. Porque es como revivir un poco aquella época. Fue doloroso: "¿Qué hago? ¿dejo todo? Mirá todo lo que invertí, el suelo que tengo, no me puedo quejar…". Sin embargo no estaba bien.

Portada de “Random”, de Estanislao Bachrach
Portada de “Random”, de Estanislao Bachrach

—¿Qué le hizo pensar que eso no es lo que quería hacer de su vida?

—Primero me di cuenta de que no era el mundo que yo creía y después, mirar a mi jefe y pensar que si yo seguía en esa carrera probablemente un día me pareciera a él. "¿Yo quiero trabajar como trabaja él? ¿quiero vivir en Boston?". Y dije que no, pero él "no quiero" se peleaba con el "qué debo hacer". Porque estaba el deber paterno de ser científico y exitoso.

—¿Cómo se lleva el mundo más ortodoxo de la ciencia con las disciplinas neurocientíficas a las que ahora está abocado?

—Hay de todo. En el momento en que un científico que hizo 17 años de laboratorio y escribió papers se pone a divulgar, hay mucha gente que te deja de hablar. Pero uno descubre mucha otra gente muy interesada por tu trabajo. Y eso genera contradicciones, porque yo venía de un mundo de mucha soberbia y arrogancia. Con los palos que me fui pegando, me fui encontrando con otras personas que estaban interesadas y que también se dedicaban a cosas parecidas a mí. Me costó un tiempo darme cuenta de que esto me iba a suceder. Una frase que me gusta mucho es: "El clavo que sobresale es el que recibe el martillazo". Inesperadamente, a los libros les fue bien y eso generó cosas buenas y malas, pero aprendí a vivir con ellas.

—¿A qué atribuye el interés hay por esta materia en estos años?

—Se capturó una época donde la gente venía de mucha autoayuda, de muchos gurúes. Cuando aparecen personajes donde lo que cuentan tiene cierta base científica la gente por ahí cree más o le presta más atención. Si eso es contado de manera sencilla, amena, divertida, si le llega lo que uno escribe o lo que uno cuenta se siente muy identificado. ¿Quién no quiere cambiar algo en la vida? ¿quién no tuvo una crisis? ¿quién no piensa que podría hacer otra cosa? ¿quién no duda de uno mismo? Y eso creo que es un poco lo que estuvo pasando en estos últimos años. Gracias al avance de la tecnología se ha permitido entender mucho más cómo funciona el cerebro. Pero, como les digo a mis alumnos, no es una formula mágica, una receta, una panacea. Es una disciplina que estudia el cerebro.

—¿Cuánto tiene que ver con la autoayuda?

—Todo o nada. La etiqueta es algo muy editorial, a mí no me molesta para nada. Hay gente que se me acerca y me dice: "Este capítulo me ayudó para darme cuenta de que en la cena con mis hijos debería…". ¿Es autoayuda? ¿Qué se yo? Sí. No me molesta para nada. Tiene de autoayuda el momento en que lo leés y te ayuda para algo. Como ver una película, como ir a terapia o ir a la iglesia. Todo puede ser autoayuda.

—¿Hay algo en la esencia de la neurociencia que podría hacer desconfiar a uno de su cientificidad?

—La neurociencia se basa mucho en experimentos que se hacen con 20 o 30 personas y así se sacan conclusiones mundiales sobre cómo somos los seres humanos. Se ha puesto muy de moda -en los Estados Unidos hace 15 años, acá hace 3 o 4- y con las modas hay que tener cuidado porque se puede tender a sobreeexagerar.

—Entonces tiene cierta fragilidad.

—Todo lo que es nuevo tiene fragilidad y son disciplinas bastante modernas comparadas con la microbiología, la genética y la química. Es la fragilidad del nacimiento de una nueva disciplina que al principio hizo mucho ruido, pero me parece que no viene a competir ni a sacarle el lugar a nadie. Es como un complemento de otras disciplinas.

Se ha generado una suerte de industria a partir de esto.

—Todas las modas generan industrias. Y aparecen chantas, gente que se aprovecha de las modas.

—Entonces la fragilidad sumado al boom puede dar lugar…

—Puede dar no, dio lugar y va a seguir dando lugar. Está en la inteligencia de cada persona decidir quién le convence, quién no, de dónde viene cada uno… Yo estoy tranquilo con mi trabajo, sé cómo lo hago y en los libros atrás están las referencias. Yo no inventé nada. Son cosas que he leído de autores que sí hicieron ciencia e investigaron. Yo lo que hago es bajarlo a un lenguaje familiar. Y siempre en esa bajada se pierde un poco de ciencia. Porque si no es difícil divulgar. Y la gente lo tiene que tener claro eso. Pero, ¿cuál es el problema? Si lo leés, lo practicás, te hace mejor, te da bienestar, sos un poquito más creativo, lográs un cambio en tu vida… Lo que yo escribo no es lo que yo leo y traduzco. Es lo que trabajo todos los días. Me dedico a esto con personas hace seis o siete años y veo cómo suceden los cambios y también lo aplico conmigo.

—¿Le incomoda el rol de gurú?

—Muchísimo, obvio. Peligroso. No me gusta nada. Soy un apasionado por lo que hago. Un profesional que trata de hacer lo mejor posible su trabajo. Gurú es una etiqueta absurda.

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