“Las mujeres no se podían mirar con un hombre que no fuera el marido. Cogieron a unas que hasta les pegaron y a otras las mataron”, contó Eulalia, una mujer indígena del pueblo zenú de Sincelejo, Sucre. Su relato evidenció cómo los actores armados entendieron que controlar el cuerpo y la vida de las mujeres terminaría sembrando terror, miedo y silencio, con lo que dominarían el territorio.
Eulalia hablaba sobre el Bloque Héroes de los Montes de María de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu). Sobre los 2000, el grupo paramilitar empezó a implementar restricciones en la movilidad y las mujeres se convirtieron en el objetivo central de vigilancia y violencia. “Las casas eran saqueadas, las gallinas, las vacas; se hacía un gran sancocho y luego ellos tenían la posibilidad de escoger a las mujeres con las que iban a acostarse”, explicó la también lideresa de la Asociación Pro Desarrollo de Familias (Aprodefa).
La Comisión de la Verdad recogió en el tomo Mi cuerpo es la verdad el testimonio de Eulalia junto con el de otras mujeres que sufrieron la guerra en sus territorios, sus vidas y sus cuerpos. Ese control que se registró en el Caribe terminó replicándose por el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en Cauca y testigo de ello fue Marcela, quien ha acompañado a las víctimas de la región.
“Las mujeres tenían que estar en sus casas a cierta hora, ellos no querían verlas en los billares, en las discotecas”, anotó la testigo a la entidad que nació con el Acuerdo Final de Paz. “Una mujer infiel podía ser asesinada en ese momento” y eso se sumaba a la persecución de aquellas que eran catalogadas como chismosas o brujas. “Había códigos culturales por los que eran fuertemente castigadas”, agregó.
La sanción social estaba estrechamente relacionada con el papel que las mujeres “debían cumplir” en la sociedad. La regulación de su vida perpetuó los roles tradicionales de género, en los que eran las responsables del hogar y del cuidado de la familia. Marcela comentó que el solo hecho de que dos mujeres estuvieran sentadas en una terraza era motivo de castigo.
—Decían que no estaban ni cuidando al marido ni a los hijos, tenían que ponerse a barrer o tirar machete; a hacer trabajos que ellos ordenaran.
Los manuales de convivencia de las Farc
Algunas llegaron a ver con buenos ojos la presencia de las guerrillas en los territorios a causa de la ausencia estatal. “Uno se daba cuenta de que ellos, hasta cierto punto, eran muy beneficiosos para el pueblo”, expuso María, una campesina que vivió en los corregimientos de San Luis y Aipecito, en Huila. Gracias a la presencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) no había viciosos, ni ladrones.
“Yo me acuerdo de que trajeron un muchacho y lo pasearon por todo el centro del pueblo con un letrero que decía: ‘Por ladrón’, y lo llevaban así, con las manitos amarradas, y la gente no lo dejó matar”, puntualizó la entrevistada. Esas acciones iban ligadas a los manuales de convivencia estipulados por las Farc, en los que establecían sanciones para quienes robaban, peleaban, consumían drogas y violaban mujeres.
Según la Comisión de la Verdad, “los castigos iban desde trabajos comunitarios o pagar multas a la Junta de Acción Comunal (JAC), o a la persona afectada, hasta la muerte en casos extremos”.
El control moral y social era tal que la guerrilla estaba enterada de la vida íntima de las comunidades, por lo que regulaban todo lo que no era bien visto en una mujer: “las infidelidades, involucrarse con hombres casados, el chisme, caminar por la calle a ciertas horas y lugares, ciertas relaciones afectivas y sexuales”. De esas acciones fue testigo Solanyi, una mujer oriunda de Argelia, Cauca.
“Una vez amarraron a una mujer y le pusieron un letrero: ‘Por quitamaridos’”, recordó la testigo.
Aunque, la actuación de la guerrilla también estableció sanciones en casos de violencia intrafamiliar o maltratos por parte de sus parejas, debido a que eran la autoridad reconocida en el territorio y las instituciones del Estado no tenían una verdadera presencia allí. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) —al igual que las Farc— también sancionó los delitos sexuales y la violencia intrafamiliar cuando las autoridades competentes no brindaban una solución.
“Ellos aplicaban la justicia por su propia mano y tomaban la información de la comunidad. Me imagino que corroboraban, hacían su proceso probatorio allá arriba, a su manera”, manifestó Lucía, una exfuncionaria de la Defensoría del Pueblo. Ante la entidad rememoró un caso de una mujer que era golpeada y torturada por su esposo, “a las pocas semanas fue asesinado en la montaña”.
Los correos emocionales del ELN
El ELN tenía un poder concentrado en el sur del país. “El control de los elenos era muy de la casa —resaltó Lucía—. No tenían una estrategia de violencia sexual; o sea, ellos eran los novios, los esposos, los amigos”. Las relaciones afectivas con las mujeres terminaron poniéndolas en riesgo; eran el blanco del bando enemigo.
“A las niñas las enamoraban, y a la vez, las utilizaban como correos para que les informaran de todos los movimientos que había en el casco urbano, porque ellos no podían venir acá”, expuso Lilia, una docente y lideresa del municipio de Samaniego, Nariño. Por su parte, una profesora llamada Susana denominó esa táctica como correos emocionales, que le permitió al ELN mayor control e información de la Policía, la contraguerrilla e incluso de los paramilitares.
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Las jóvenes no solo se enfrentaron el riesgo de sufrir las retaliaciones de otros actores armados, sino que —fruto de esas relaciones con los elenos— asumieron la maternidad solas. “Difícilmente los guerrilleros y milicianos atendían a esta responsabilidad, aunque vivieran en el poblado”, detalló la Comisión de la Verdad.
La Comisión de la Verdad concluyó que para controlar la vida de las mujeres, los actores armados las utilizaron como fuerza de trabajo o para dar mensajes, e incluso sus cuerpos fueron un lugar de conflicto, un botín de guerra, una fuente de placer y entretenimiento. Por eso la entidad no fue desacertada al decir que la guerra “se instaló en las mujeres, en sus territorios, en sus hogares, en su cuerpo y dentro de su vientre”.
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