La masculinidad en el conflicto armado y la idea de “ser un verdadero hombre” por tener un fusil y pertenecer a un grupo ilegal

El tomo ‘Mi cuerpo es la verdad’ del Informe Final de la Comisión de la Verdad explica que para reforzar las masculinidades, el concepto de ser un ‘guerrero’ tomó fuerza para facilitar el reclutamiento de indígenas y negros, realizando prácticas esclavistas contra ellos

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Infobae (Jesús Avilés)
Infobae (Jesús Avilés)

“Para mí es muy fuerte porque el negro nunca va a salir de ser esclavo, nunca lo van a dejar surgir y lo más triste, que nos ponen a matarnos negros contra negros, como animales sin corazón, sin alma”, dijo la madre de una víctima del conflicto a la Red Mariposas de Alas Nuevas Construyendo Futuro para un informe entregado a la Comisión de la Verdad para que esta construyera el capítulo ‘Mi cuerpo es la verdad’, el cual reconoce las múltiples violencias que vivieron miles de mujeres durante el conflicto armado en Colombia.

Otras miles padecieron la masculinización de la guerra que no solo vendieron los guerrilleros o paramilitares, sino también las fuerzas del Estado. De acuerdo con la Comisión, la presencia constante de hombres armados en las zonas rurales y la convivencia directa con las comunidades, así como mensajes reproducidos en carteles, propaganda televisiva o series, eran conductas que reforzaron esa ‘virilidad’ de la guerra.

De hecho, la lucha armada se convirtió durante muchos años en una de las vías de ascenso social más inmediatas que tenían jóvenes que residían en zonas rurales. El desempleo, la pobreza y la desigualdad fueron ese carbón que alimentó el fuego de interesarse en pertenecer a grupos armados ilegales, pues de alguna manera sabían que, una vez adentro, podrían luchar a cambio de dinero, alimentación diaria, protección y oportunidades de ascenso y prestigio, cuyo trasfondo estaba cargado de intimidación y, justamente, la virilidad que se necesitaba para alcanzar ese ‘logro’.

Sumado a la masculinidad permanente del conflicto armado, también se registraron conductas esclavistas de los actores armados, sobre todo guerrillas y paramilitares. Informes como los realizados por oenegés como La Comadre, le mostraron a la Comisión de la Verdad que la población negra era obligada a realizar los trabajos más pesados, estando siempre en la primeras línea de combate y, en ese orden, siendo carne de cañón.

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Alejandra Coll, investigadora de Informe Final y, concretamente de este capítulo, le explicó a Infobae Colombia que esas masculinidades y la repercusión de esta dinámica del conflicto, es incluso evadida en informes y estudios del conflicto por la carga machista que tiene la sociedad colombiana.

“Este tema no está muy presente porque nuestra cultura es machista. Vivimos en un país donde estos temas de análisis de las masculinidades y su papel en la guerra son algo que se ha estudiado mucho desde el feminismo, pero no en otros campos”, dijo la también asesora del Centro de Derechos Reproductivos.

También destacó el análisis hecho por la entidad que nació del Acuerdo Final de Paz sobre esas masculinidades “tóxicas”, no solo contra mujeres, sino que también afectaron a hombres durante la guerra interna, siguiendo patrones de violencia que, en muchas ocasiones, iban dirigidas contra la población femenina más allá de su posición política, etnia o comunidad a la que perteneciera.

“Si no viviéramos en una sociedad tan machista, quizá los actores armados hubieran escogido otras formas de violencia que no afectaran de manera tan particular a las mujeres”, sentenció la investigadora. De paso, afirmó que una de las tesis de Mi cuerpo es la verdad es que esa concepción de ‘guerreros’ que adoptaron los actores armados es un reflejo de los estereotipos de la sociedad en la que nacieron. Pero sumado a eso, también los grupos se encargaron de reforzar esos estigmas sobre poblaciones negras e indígenas.

Sobre esto, la Comisión detalla que, al menos en el sur del país, los jóvenes indígenas estuvieron más expuestos al reclutamiento forzado y otras formas de vinculación con actores armados. Esa admiración del ‘guerrero’ fue un motivante clave para que hubiera procesos de reclutamiento más fáciles; pues como se mencionó anteriormente, se vendió la idea de que tener un fusil terciado al hombro era sinónimo de poder.

“A los muchachos les atraen mucho las armas. Siempre andábamos armados, entonces ellos miraban el arma e iban preguntando cositas y uno aprovechaba para decirles: ‘Sí, mira esto es así, quita uno el proveedor, verifica que no haya tiro, ¿quieres cargarlo? ¡Uy! Pero te queda bien ese fusil’”, relató ante la Comisión una mujer excombatiente de las Farc. De igual manera, la naturalización de la violencia hacía parte de esas expresiones de masculinidad en la cual también fueron involucradas niñas, niños y adolescentes.

“El sentido de seguridad se resquebrajó, pues la relación entre los hombres armados y las mujeres civiles estuvo mediada por la violencia, el miedo y las desiguales relaciones de poder”, menciona también la Comisión. Las mujeres prácticamente se vieron obligadas a acatar las órdenes de quienes integraron grupos armados, tanto ilegales como estatales.

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