“El Madrugón es el Corabastos de la ropa”, esta podría ser una definición que se acerca a la realidad de uno de los lugares más emblemáticos del centro de la ciudad: San Victorino.
La práctica de comprar ropa dejó de ser un privilegio para algunos y se convirtió en una necesidad atemporal. El impacto de la industria de la moda ha generado una gran influencia en las personas, desde el efecto que esta puede generar en las redes sociales como de aquellos que trabajan y viven de la industria
Al pensar en Madrugón se hace referencia a despertarse temprano para adelantar las compras de las festividades del 24 y el 31 de diciembre, comportamientos que se han convertido en todo una costumbre para estas fechas. Pero la realidad es otra, es mucho más profunda; el Madrugón realmente puede significar: madrugarle a la temporada, madrugarle a la competencia.
El solo suponer en acercarse a San Victorino a altas horas de la noche podría ser algo de locos, de berracos. Son varios los medios de difusión de contenido e información que han resaltado una imagen negativa y hasta oscura de esta zona de la ciudad, pero más allá de esto, se ha convertido en punto específico del comercio, la industria y la economía de Bogotá.
Son varias las almas que transitan en San Victorino desde la puesta del sol (6: 00 p. m.), reflejando una pequeña metrópolis en el corazón de la ciudad donde existe una jornada continua para impulsar su marca, su razón de ser, lo que les permite llevar la papa a la mesa, lo que les posibilita desarrollar su vida en la economía.
Y en este punto es donde comienza el verdadero Madrugón, cuando las personas toman sus diversos medios de transporte para acercarse a su hogar, tomar una merienda y preparar aquel ritual de descanso y desconexión con todas aquellas actividades de un día habitual. Mientras unos van, los otros llegan, cargados de infinidad de prendas, que al solo verse puede compararse con un mar completo de color y textura.
Amaneciendo en San Victorino
11: 25 p. m. A pocos minutos de finalizar el martes 13 de diciembre, y darle la bienvenida al miércoles (día común del Madrugón), el pasaje de la calle 10, que conecta las avenidas Caracas y Décima, reflejó un alto caos de movilidad, son varios los automotores de carga ligera (tipo van), carros particulares y motocicletas que invaden el espacio de tránsito usual.
El entrar a esta zona por la avenida Caracas puede ser considerado por muchos como algo peligroso, puesto que en este punto de la ciudad, oscura por excelencia y temida, por los varios habitantes en condición de calle que se sitúan a las periferias de la estación de la Jiménez y de posibles amigos de lo ajeno, es lo que la convierte en la entrada menos célebre y adecuada de este punto de San Victorino.
Pero, dejando de lado la tenebrosidad de la entrada por la Caracas, una caravana de personas compuesta por residentes bogotanos de todas las edades y condiciones sociales, acompañan el camino angosto de gritos y ofertas de los varios comerciantes de esta zona, algunos desde lo formal otros desde la informalidad (tal como se puede apreciar en el siguiente video).
11: 35 p. m. Son varios los puestos que ya tienen en sus estructuras perimetrales, burros y laterales con todos los productos elaborados meses antes para comercializar a gran escala con todos aquellos demandantes que se acercan con el fin de comprar por unidad o al por mayor, que es el punto eje de las primeras horas del Madrugón, vender por cantidades exorbitantes.
Geraldine es una comerciante y productora textil bogotana, que desde ya hace unos años se vinculó con el comercio y la industria textil nacional. En sus primeros pasos como empresaria contribuyó a analizar lo que significa realmente impulsar una marca, un concepto y el entender cómo se debe categorizar al cliente, ya que en palabras de ella: “a todo el mundo la ropa no se le ve igual”.
“Obviamente como hice tantas cosas, en lo que yo supe que era fuerte era en las chaquetas. Hice jeans, no sé por qué no me daba, ¡o sea hay que hacerle! Ah, porque yo los hacía con mi horma, fallo total. Hay que hacerlo con una horma de una chica normal, que le quepa a todo el mundo… Primero soy una persona muy bajita, muy nalgona, se me veían superlindos y a mí me gustaban. Yo quería que me quedaran a mí y que le quedaran a otras; pero juega el contexto de la cintura, las caderas, ¿me entiendes?”, resalta Geraldine.
Es fácil situar El Gran San, el centro comercial que impone respeto por su infraestructura al cubrir una manzana completa (desde la calle 9 hasta la calle 10, con carrera décima y once). Lleno de corredores, pasajes y escaleras, este punto comercial bogotano para muchos compradores es un completo laberinto de ropa.
En las calles y carreras aledañas a este punto, se puede apreciar una gran variedad de infraestructuras, desde lo colonial hasta lo moderno. Edificaciones viejas en las que su pintura refleja el tiempo de su construcción y el daño por las grietas que forman las capas de humedad. Y es esta zona la que se vuelve un hervidero. Personas caminan con gran apuro, otros obstruyen el paso mientras se deleitan y piensan qué comprar; mientras otros van cargados de pesadas lonas buscando el punto de descargue.
En estas edificaciones resalta la Medellín, una de las bodegas mayoristas de San Victorino en la que confluye una imponente variedad de marcas y productos. Entre corredores angostos se puede apreciar cubículos de 1 x 2 metros, donde la venta por unidad no es el objetivo, es al por mayor. Esto según las voces de los protagonistas, como es el caso de Geraldine, que como varios comerciantes nacionales desde primeras horas de la tarde del día anterior (4: p. m.), han surtido sus puestos. Cubículos guerreados entre tantos y tantos emprendedores que buscan un lugar allí para vender e impulsar su economía.
“En el centro cada espacio que le venden a uno, entre comillas ¡no es vendido! Porque no te dan una escritura, ni te dan un documento, ni te dan nada de garantías; solamente te ceden el derecho de estar ahí, o sea, solamente ellos prenden la pantalla de un computador y en el Word quitan al dueño anterior, lo borran y ponen tu nombre. ¡Ah! Por eso toca pagar $1.500.000, no más”.
La Medellín
12: 25 a. m. Una voz entrecortada perifonea las ofertas y productos de los seis pasillos comerciales, donde el transitar libremente se convierte en toda una odisea en la que las personas, con su afán, comparecen en el poco espacio entre cubículos. Ojos cansados y ojeras profundas enmarcan en los rostros de los comerciantes, el maquillaje natural de horas y horas de completo voleo. Bebidas energéticas, vasos de cuchos de café son algunos elementos que se encuentran en las esquinas de los locales y reflejan el constante intento de mantenerse despiertos, esto con el fin de brindarle a los clientes no solo una prenda, sino toda una experiencia comercial para convencer e instigar el factor diferencial que hace de su producto la mejor relación entre beneficio-costo.
La administración de La Medellín musicaliza el espacio con Los 50 de Joselito, Luis Aguilé y uno que otro vallenato ochentero, que sitúa a los visitantes en la época de celebración y festividades; así como la razón de ser de estos comerciantes, la cual denota el vender y generar una complacencia para aquellos que se acercaron, a pesar de las circunstancia de inseguridad, para comprar varias prendas.
Bultos y bultos de productos se mueven en los angostos pasillos de La Medellín. Algunos reponiendo la mercancía de los pequeños pero útiles módulos; y otros, para revender en sus negocios, situados en los bulevares emblemáticos de varias zonas de Bogotá. Y es que así es el negocio del mayorista, comprar huevos para venderlos a precios de caldo. Entonces, ¿cuánto es el valor real de la prenda que una persona se está estrenando?, y antes de este proceso, ¿ Quién o quienes lo hacen posible?
Para responder esta pregunta, Geraldine propietaria y comerciante de ‘Murren’ (Mujer Guerrera), destaca el trabajo que hay detrás de la creación de una pieza o de una prenda, tales como: un pantalón, una camiseta, una cazadora, un saco, o cualquiera de esta categoría de bienes comerciales. Desde el concepto, pasando por el análisis de mercado, el plan comercial y presupuestal, los encargados de la mano de obra en diversos oficios, hasta la comercialización, tienen un valor, y determinan su asequibilidad y la ganancia final.
¿Quiénes se encargan del cargue y descargue por los corredores del San Victorino?
1: 43 a. m. Entre el poco espacio que existe entre los cubículos de las bodegas mayoristas del San Victorino, como el de los corredores de las calles, son varios los jóvenes que llegan a este lugar para hacerse su Navidad. Estos hombres son esquivos al qué dirán por su condición de habitantes de calle y aprovechan el alto flujo de compradores para llenar sus bolsillos de monedas y billetes, sin importar la afectación que estos enormes bultos de ropa puedan causar en sus espaldas.
Jeisson es un joven de no más de 25 años, de estatura promedio, cachetes colorados, ropa desgastada, manos lastimadas y sudor en la frente. Como él son varios los que caminan con prisa por las vías comerciales, gritando con ánimo “¡cargo, cargo, cargo!”, siendo esta su manera de trabajar informalmente en las noches del Madrugón.
Cuatro años es el tiempo que ha permanecido Jeisson como habitante de la calle. Su horario laboral que comenzó desde las 8: p. m., del 13 de diciembre, hace parte de la rutina habitual desde este joven desde hace ya dos años. En su espalda, como herramienta de trabajo, puede cargar en una jornada de 8 a 10 bultos y cobra desde 3.000 antes de las 4: 00 a. m., y sube a 5.000 después de las 6: 00 a. m.
Barrigas felices
Jornadas de hasta 32 horas se pueden vivir en los pasillos de los comercios de San Victorino, ante tanta carga operativa, el sueño y el cansancio son factores de los que no se puede escapar, y con esto también se genera el hambre. Arepas, chorizos, huevos, hamburguesas, perros calientes, papas, gaseosas, tinto, galletas, dulces y hasta alcohol son las delicias gastronómicas populares que se pueden hallar en esta manzana de la venta por retail.
Los precios varían según el gusto particular de los transeúntes de esta zona, pero también afecta la presión monetaria, alimentos desde 2.000 pesos hasta una caldo bien trancado con papa y costilla por 15 mil, se pueden disfrutar a tempranas horas del 14 de diciembre.
En el tercer piso del Gran San, Doña Dora, una vendedora de empanadas de solo carne, pollo arroz y mixtas y deliciosos pasteles de pollo con chocolate, comentó cómo son las pesadas jornadas laborales que se están presentado estos días en el centro comercial. Que aunque no se igualan al de años anteriores, se puede apreciar la ardua labor de la cadena humana de este sitio para cumplir con la temporada navideña.
“Se concentra acá todo lo que es la parte textil y pues obviamente es un punto donde llevan para todo el país y también para el extranjero. Entonces es un movimiento general, de todo se mueve: transporte, se mueve comida, se mueve bebida, se genera empleo, que eso es algo muy importante. No solamente hay empleos fijos, también trabajo informal, o sea, toda una cadena, toda una academia. Hay el que transporta, el que carga, el que embala, o sea, se genera mucho trabajo y pues definitivamente ayuda mucho al desarrollo: lo que es de la ciudad definitivamente”, explica Doña Dora.
Para ella, mantener una barriga contenta contribuye al voleo comercial de los colaboradores del Gran San. La comida es algo que no puede faltar, pero el alcohol es algo que también hace parte de las largas y extenuantes jornadas. Son muchos los comerciantes que acompañan una empana con una pola mientras otros suben energía con una fría botella de aguardiente.
“La gente viene de afuera y pues de una u otra forma, acá es un espacio donde pueden venir para descansar, refrescarse y pues sim obviamente lo que yo te decía es una economía global, es toda una economía acá de comida”
Con tan solo 6 horas de turno (de 8: 00 p. m, a 2: 00 a. m,) Doña Dora da sus primeros pasos de una jornada de 24 horas, y recalca que el Gran San dejó de ser un espacio donde solo se encuentra ropa, ya que los visitantes pueden degustar en las zonas de alimentos así como toda una variedad de servicios y productos.
Por otro lado, Dora se refiere a las falencias que se presentan en los corredores que rodean al Gran San. Para ella, muchos de los puestos callejeros limitan la entrada de los visitantes al centro comercial. La competencia de los puntos informales y formales del centro comercial es de gran magnitud, pues pone en jaque al comerciante que debe cumplir con un arriendo y con esto sostener el valor de una prenda para poder cubrir, no solo esa responsabilidad, si no aquella otra que existe detrás de la fabricación de una prenda (la ganancia final).
“Acá se paga arriendo, administración, servicios y alrededor; si tú haces una revisión, hay muchas bombas de gas en puestos informales. Eso sí es algo que lo han detectado también, obviamente todos los comerciantes de acá. Hay mucho riesgo, alrededor del centro del Gran San”
Lo denunciado por Doña Dora da paso a ese malestar que sufren algunos de los comerciantes del sector de la comida al tener que lidiar con las normas de seguridad de la Secretaría de la Salud y la alcaldía local, cuando no hay una suficiente intervención en aquellos que desde la informalidad no cumplen con los requerimientos o las normatividades de sanidad.
“Un localcito de estos te cobran 5 millones de pesos. Entonces lo ha sobrevalorado mucho la administración. Tú sales y afuera pues es un caos de gente, de ropa y alimentos”, añade Dora.
Son muchas las historias y las razones de ser de quienes hoy conforman los pasajes de San Victorino y del respetado por muchos, El Madrugón. Una jornada esperada tanto por comerciantes como por quienes consumen estos bienes y servicios. Ha tan solo días para el 24 de diciembre, la ciudad se prepara para su habitual “Bogotá despierta”, y se dará inicio a horas y horas de ventas; convirtiendo a la capital de los colombiano es una metrópoli que no duerme.
Seguir leyendo: